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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO III: PENAS DE JESUS EN LAS MISAS.


Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos. 

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida) 


III

PENAS DE JESUS EN LAS MISAS


Es un martirio para Mí que no se celebre el santo sacrificio de la Misa con fervor.

Es más común esta espada cruel de lo que parece. No siempre al mirar a mi Padre en las misas lo miran con ojos manchados, pero si con glacial indiferencia, con rutina y distracciones, con falta de devoción, de espíritu, con el pensamiento ocupado en cosas y preocupaciones mundanas y humanas que no son Yo.

Para borrar esas manchas basta el ofrecimiento del Verbo, siempre víctima por el hombre.

Sufro doblemente en esas miradas; porque me duele la ofensa a mi Padre y los castigos que acumulan los sacerdotes sobre ellos y sobre el campo que abarquen sus deberes: hasta allá alcanzan los pecados de los sacerdotes.

Los pecados de los míos tienen repercusión, tienen consecuencias en las almas que los rodean y en otras muchas. Por eso un pecado de mis sacerdotes toma mayores proporciones que un pecado de los fieles, por el reflejo de la Trinidad en ellos y por la unción del Espíritu Santo que los consagró para el cielo.

En esas miradas manchadas, me ofendo a Mí mismo, en el Padre y en el Espíritu Santo. Yo, en el sacerdote, identificado con él, soy el mismo Dios… ¡Qué sentiré como Dios y como hombre? Es terrible la transformación de Mí en el sacerdote. El sacerdote debiera transformarse en Mí y no lo hace; pero yo si me transformo en él, en el sentido de que siendo él Yo, en el momento de la mirada y de la Consagración, soy al mismo tiempo el ofendido y el ofensor de Mí mismo, en mi Divinidad, una con el Padre y esto es horrible.

¿Donde se ha visto que Dios ofenda a Dios? Pues esto hace que se realicen los sacerdotes sacrílegos en las Misas, en esa mirada de que voy hablando, con la transformación en Mí que –dignos o indignos-, se efectúa en esos momentos solemnes, y hacen que Dios –ellos en Mí-, ofenda a Dios –Yo en ellos-.

Y este tremendo crimen se comete tan a menudo como nadie se figura; y mis sacerdotes ni piensan en ello ni miran sus consecuencias. De suerte que en esas Misas se representan dos Crucifixiones para Mí: la del Altar, la mística que reproduce la del Calvario; y la real (por parte de los sacerdotes) que me crucifica con la mayor crueldad y me obliga a ser Yo mismo, el esplendor del Padre, el que echa lodo sobre mi Padre, sobre el Espíritu Santo, sobre la Divinidad, una en las tres divinas Personas.

Otra derivación de mis martirios en las Misas es ésta: en las Hostias consagradas estoy Yo con mi Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; pero con rigor también tiene allí parte el sacerdote que consagra y que se transforma en Mí y Yo, en él. Al consagrar somos uno: él desaparece en Mí y Yo en él: somos dos en uno.

Yo dije: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo”, y aún para la comunión de los fieles todos, me comulgan a Mí desapareciendo en Mí el sacerdote. Pero ¿qué hago Yo? Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí con un segundo fin; no tan solo para ofrecerlo a mi Padre en el sacrificio del Altar, sino también para darme a las almas.

¿Se comprende acaso lo que Yo sentiré transformando en Mí una cosa manchada? ¿Puede alcanzarse a entender la pena inmensa de mi Corazón, de mi alma de lirio al absorber en mi seno, en mi cáliz, la suciedad y negrura de un alma manchada de sacerdote?

Claro está que mi sangre se derrama en el sacrificio del Altar para perdonar todos los pecados, que es una ola de Sangre redentora para lavar los crímenes del mundo; pero cuando esta sangre tiene que comenzar por lavar los crímenes, las ofensas del sacerdote,… ¡en lugar de que la del sacerdote unida a la mía y, una sola cosa con la mía, borrará los crímenes del mundo...! esto es horrible para mi Corazón de amor.

He querido revelar esta pena, entre las otras penas o esquinas que tengo que sufrir en la Consagración de mi cuerpo y de mi sangre, en las misas por sacerdotes indignos; y ellos ni piensan ni se dan cuenta de la extensión de su crimen ni de las dolorosas y múltiples consecuencias que alcanzan un radio incalculable para el hombre que sólo Yo sé Medir.

Hay que pedir para que los sacerdotes sean víctimas con la Víctima Divina y con las mismas cualidades.”


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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.”


“…Hoy, mientras miráis el esplendor de mi Cuerpo glorioso elevado al Cielo, Yo os invito a todos a caminar por la senda de la Luz que os he trazado, para ofrecer vuestra vida a la gloria perfecta de la Santísima Trinidad, para vivir bien los últimos tiempos de éste Segundo Adviento, de manera que estéis preparados y con las lámparas encendidas para recibir al Señor que viene.”



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RENOVACIÓN

Acto de Consagración al Corazón Inmaculado de María

Para los sacerdotes que se adhieren al Movimiento Sacerdotal Mariano

Virgen de Fátima, Madre de Misericordia, Reina del Cielo y de la Tierra, Refugio de los pecadores, nosotros miembros del Movimiento Sacerdotal Mariano, llamado a formar el ejército de tus Sacerdotes, nos consagramos hoy de un modo especialísimo a tu Corazón Inmaculado.

Con este acto de Consagración queremos vivir Contigo y por medio de Ti, todos los compromisos asumidos con nuestra Consagración bautismal y sacerdotal.

Nos comprometemos también a obrar en nosotros aquella conversión interior, que nos libere de todo apego humano a nosotros mismos, a los honores y a los cargos, a las comodidades, a los fáciles compromisos con el mundo, para estar como Tú, dispuestos para hacer siempre la sola Voluntad del Señor.

Y mientras nos disponemos a confiarte, Madre Dulcísima y Misericordiosa, nuestro Sacerdocio, para que tu dispongas de él para todos tus designios del salvación en esta hora decisiva que pesa sobre el mundo, nos comprometemos a vivirlo según tus deseos; particularmente, en todo lo que concierne a un renovado espíritu de oración y de penitencia, a la celebración fervorosa de la Sagrada Eucaristía y de la Liturgia de las Horas, al rezo diario del Santo Rosario, al ofrecimiento a Ti de la Santa Misa el primer sábado de cada mes, y a un religioso y austero modo de vida, que sirva a todos de buen ejemplo.

Te prometemos además, la máxima fidelidad al Evangelio, del cual seremos siempre anunciadores íntegros y valientes, si fuese necesario hasta el derramamiento de nuestra sangre; y fidelidad de la Iglesia, para cuyo servicio hemos sido consagrados.

Sobre todo queremos estar unidos al Santo Padre y a la Jerarquía, con la firme adhesión a todas sus directrices, para oponer así una barrera al proceso de oposición al Magisterio que amenaza los fundamentos mismos de la Iglesia.

Bajo tu maternal protección queremos ser también los apóstoles de ésta, hoy tan necesaria, unidad de oración y de amor con el Papa, para quien Te suplicamos una especial protección. 

En fin, te prometemos conducir a los fieles confiados a nuestro ministerio, a una renovada Devoción hacia Ti

Conscientes de que el ateísmo ha hecho naufragar en la fe a un gran número de fieles, de que la desacralización ha entrado en el Templo Santo de Dios sin exceptuar siquiera muchos hermanos nuestros sacerdotes, de que el mal y el pecado invaden cada vez más, el mundo, nos atrevemos a levantar, confiados los ojos a Ti, Madre de Jesús y Madre Nuestra misericordiosa y poderosa, para invocar también hoy y esperar de Ti la salvación para todos tus hijos, ¡Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!


(Con aprobación eclesiástica)

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