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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO II: Mirada.


Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos. 

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida) 

II

MIRADA

"Antes de la consagración de la hostia en las Misas, los sacerdotes levantan su mirada a mi padre como para pedirle, como para implorarlo y darle gracias, y ése es el momento más cruel de martirio en mis sacerdote indignos, más que la transubstanciación, que operan sus palabras - que como mías operan su labios-; ese momento de la mirada de a mi Padre es más doloroso para mí por tratarse de Él, por burlarse de Él, por tener el cinismo de mirarlo con esas miradas que no son puras. ¡Ay! esas miradas me ruborizan, me hieren en lo más íntimo, y con sonrojo vengo a las manos del sacerdote sin negarme jamás, pero ¿cómo viene mi corazón?... sangrando y más sacrificado que en el sacrificio de Calvario. 

¿Por qué miran así a mi Padre amado que les dio a su Hijo, como arrancándoselo de sus entrañas?, ¿por qué le pagan con ingratitud? ¿No es este crimen como un reto al cielo que clama castigo y venganza en vez de misericordia?

Éste, éste es otro de los dolores secretos que espinan mi Corazón, que contristan al Espíritu Santo, y tienen eco penoso en María, y atraen la justicia sobre los pueblos.

Que no miren así a mi Padre ojos que no sean limpios, que no se atrevan a mirar al cielo ojos que tienen crímenes de lodo en la tierra. Que esas miradas sean puras, sean castas, sean amorosas, sean humildes y llenas de respeto cuando en tan solemnes momentos se dirigen a mi Padre. Les da su verbo y recibe ultrajes de lesa majestad; se le implora con burla, con sarcasmo, con indiferencia cuando menos, en esa mirada que debe ser suplicante, humilde, implorante y pura.

Mucha parte de los castigos que Dios envía a los pueblos vienen de esos crímenes ocultos del altar, de esas misas sacrílegas en que viene el Cordero a ser desgarrado, no tan solo en el sacrificio incruento del altar, sino en el sacrificio de mi corazón herido. ¡Y esto es tan frecuente!

Y por más que quiero cubrir lo incubrible -como lo quisiera mi amor en cuanto hombre- , soy también Dios, soy el verbo engendrado del Padre a quien debo todo; y si detengo la justicia, no puedo, no debo a veces usar como Dios de solo misericordia. Y éstos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre, Dios y su Justicia.

Además, esa mirada osada y altiva es mirada mía, que la toma el sacerdote como suya, y esa e otra ofensa, entre tantas, en ese solo acto de la Misa.

Yo soy en el sacerdote quien mira a mi Padre, quien le da gracias anticipadas por el Misterio que se va a obrar en el Altar, quien lo implora, quien lo glorifica; y ¿cómo serían puros, como serían santos, como sus ojos serían sus ojos, mis manos sus manos, mi cuerpo su Cuerpo, mi Corazón el suyo.

Ellos al consagrar no dicen: "Esto es el cuerpo de Jesús", sino que dicen: " Esto es mi cuerpo... mi sangre". Por eso en rigor, nadie podría subir al Altar sin estar transformado en Mí, pero, siquiera, en esos instantes tan trascendentales para el mismo sacerdote y para el mundo entero, siquiera entonces ¡ay! en esos momentos ¡que fueran ellos Yo!

¿Dónde descargar ese terrible peso que me oprime como a Dios hombre, como a hombre Dios? ¿Dónde desahogar mi pecho comunicando lo que más me duele en mis sacerdotes: esa mirada que como mía -e impura- mira a mi Padre; esa mirada que cuando menos manchada con el mundo, fría, indiferente, con que ofenden su majestad y su ternura.

Para consolarme de esta pena, hay que ofrecer al divino verbo en expiación de esos crímenes, porque solo Yo, Dios hombre, puedo expiar los pecados del hombre. Yo soy el ofendido en mi Padre, y a la vez, el perdón de mi Padre. Yo soy a la vez la víctima y la expiación; me hacen ser en el momento de la misa, mis sacerdotes sacrílegos, el que representa el pecado en ellos (esto es horrible para Mí) y a la vez la víctima pura que redime y salva.

Los pecados del común de los fieles los cargo por mi voluntad misericordiosa; pero eso me los hacen cargar entonces las almas que más amo y en quienes he derramado los Dones del Espíritu Santo, y en los instantes en que el Cielo se abre. ¡Qué ingratitud!

En esos momentos de la Misa estoy anhelante por renovar el Sacrificio del Calvario en favor del mundo; ¡cómo palpita mi Corazón ansioso de que ese instante llegue! ¡Cómo se me hace tarde inmolarme y ofrecerme puro al Padre para expiar los millones de pecados en todos los siglos!

Pero ¡ay! ¡Es mucho pedir a un puñado de almas escogidas que me toquen mano puras, que me ofrezcan corazones limpios, que miren a mi Padre ojos castos?

Me duelen todos los pecados, y más en mis sacerdotes; pero ese vicio de la impureza a donde van a parar otros muchos vicios lo odio, porque va contra la luz que es Dios, contra el mismo candor, inocencia, limpidez, pureza que soy Yo.

Por eso para llegar al altar exijo esta virtud angelical."

Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,



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“A los sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima." 

Es voluntad de Dios, que también en vuestro apostolado sigáis las norma emanadas de la Iglesia para vosotros.

Nunca participéis en espectáculos profanos; no vayáis a lugares que no son propios de vuestra dignidad de Ministros de Dios; sabed proteger y defender el carácter sagrado de vuestra persona. Estáis en el mundo pero no sois del mundo.

No os avergoncéis de dar a todos este público testimonio. Por esto os pido que llevéis siempre vuestro hábito eclesiástico para que en todo lugar y tiempo, todos vean que sois Sacerdotes de Dios y mis hijos predilectos.

¡Como entristece a mi Corazón Inmaculado el ver que muchos Sacerdotes, y hasta Obispos, visten completamente de paisano desobedeciendo abiertamente las leyes emanadas de la Iglesia para vosotros!

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