Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)
V
LOS SACERDOTES Y EL PURGATORIO
“No piensan tampoco los sacerdotes impuros en su obligación de unir, limpios, su sacrificio al mío a favor de las almas del purgatorio. El sufragio más grande que por ellas puede hacerse. Un sacerdote manchado ¿cómo podrá apagar con su sangre impura el fuego que las acrisola? Claro está que el efecto expiatorio de esta sangre es mío, por lo divino que hay en Mí; pero como sacerdote en la Misa es Yo por su transformación en Mí, tiene que ser puro, tiene que ser santo para unir su sacrificio al mío, es decir, para ser Conmigo una misma víctima a favor de mi Iglesia purgante.
No se dan cuenta los sacerdotes manchados de este otro aspecto santo, de esta santa obligación que tienen de ser puros para purificar, de ser santos para satisfacer, de ser en verdad sacerdotes para impetrar y alcanzar gracias del cielo. Porque no tan sólo en las Misas que se dicen ex profeso por las almas del purgatorio deben concurrir estas condiciones en el sacerdote, sino que en todas las misas se pide por las almas del purgatorio y cae mi sangre preciosa en ese lugar para su alivio y descanso, y para conmutar sus penas.
El sacerdote, por este otro matiz que explico, tiene también parte en esta obra expiatoria, en este sagrado deber para con la Iglesia paciente y purgante. ¡Y aun cuando solo fuera para cumplir este deber tendría que transformarse en Mí, siendo puro, siendo víctima, siendo santo!
Casi nunca se piensa en este punto capital de la Misa que se extiende no tan solo a la humanidad entera en la Iglesia militante, sino también en las almas de los difuntos que esperan anhelantes este rocío que purifica, vivifica y salva.
Para esto también los sacerdotes tienen que ser otros Yo, otros Jesús, en su transformación en Mí. Pues mi Sangre porque es pura, es en esos momentos más que en ningún otro expiatoria, si cabe decirlo; la del sacerdote –una con la mía- debe ser pura también: no debe tener mancha esa alma que se transforma en la pureza inmaculada.
¿Cómo conmutar las penas de las almas del Purgatorio un sacerdote manchado, que merece no purgatorio sino infierno?
¿Cómo tiene cara para ofrecerse en satisfacción de las venialidades, el que carga montañas de pecados mortales?
¿Cómo limpiar el que está manchado?
¿Cómo impetrar para otras almas el que no impetra para la suya?
¿Cómo apagar las llamas del Purgatorio el que lleva en sí mismo el fuego impuro y consentido de la concupiscencia de la carne?
¡Ay! Quiero que estas verdades aterradoras para los sacerdotes y desoladoras para Mí, se remedien, se extingan, y desaparezcan de los altares.
Aquí está otro secreto de los dolores internos de mi Corazón en los sacerdotes; aquí está otro martirio íntimo, entre tantos que sufro en mis sacerdotes amados”.
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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.”
Soy la Inmaculada Concepción.
Soy toda bella: toda pulchra.
Soy el tabernáculo viviente de la Santísima Trinidad, donde el Padre es perennemente glorificado, el Hijo perfectamente amado y el Espíritu Santo plenamente poseído.
Soy la puerta que se abre para vuestra salvación.
Mi misión materna es la de prepararos a recibir a mi Hijo que viene.
- Abrid las puertas a Cristo.
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