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CONFIDENCIAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Monseñor Ottavio Michelini)






LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS.

Hijo, te he dicho repetidamente que Yo soy el Amor, donde hay amor estoy Yo.
Yo Soy el Amor Infinito, Eterno, Increado, venido a la tierra a reconciliar y por consiguiente reunir con Dios a la humanidad arrancada del odio.

El amor por su naturaleza tiende a la unión, como el odio por su naturaleza tiende a la división. Nosotros somos Tres, pero el Amor Infinito nos une íntimamente en Uno solo, en una sola naturaleza, esencia y voluntad. El amor me ha llevado a Mí, Verbo eterno de Dios hecho carne, a inmolarme a fin de que se diese a todo hombre la posibilidad de unirse en Mí a Dios, y formar Conmigo una sola cosa, como Yo soy una sola cosa con mi Padre que me ha enviado.

Hijo, desde hace más de cien años el Materialismo como sombra oscura y densa, envuelve buena parte de la humanidad.

Él ha ofuscado también en mi Cuerpo Místico, esto en el alma de muchos fieles y sacerdotes, el dogma de la Comunión de los Santos que es una realidad espiritual grandiosa, viva, verdadera y operante en Cielo y tierra.

No hay términos aptos para explicar su grandeza, potencia y actuación vibrante de amor y de vida.  No hay palabras en vuestro lenguaje, aptas para hacer comprender el invisible, misterioso intercambio que encuentra su centro en mi Corazón misericordioso.

Pocas son las almas que han comprendido, y pocos son también los sacerdotes que, además de creer abstractamente, viven activamente en esta Comunión con los bienaventurados comprensores del Paraíso, con las almas en espera en el Purgatorio y con los hermanos militantes en la tierra.
La muerte, contrariamente a los prejuicios con respecto a ella, no pone fin a la actividad de las almas. La muerte que, con palabra más precisa deberiais llamar "tránsito", es un pasar del tiempo a la eternidad, que no es poner fin a la actividad del alma, sea en el bien, sea en el mal.

LA FAMILIA DE DIOS.

En cualquier familia ordenada en el amor, cada miembro que la constituye, concurre al bien común en un intercambio de bienes dados y recibidos en una comunión armoniosa.

En un grado con mucho superior, así es en la gran Familia de todos los hijos de Dios: militantes en la tierra, en espera en el Purgatorio y bienaventurados en el Paraíso.

Por tanto es necesario, con el fin de volver cada vez más rica de frutos divinos la fe en esta Realidad divina y humana, brotada de mi inmolación en la Cruz, tener sobre ella ideas precisas.

Se debe:

1) Creer firmemente en le dogma de la Comunión de los Santos.

2) Cuando se habla de la familia de los hijos de Dios, los sacerdotes deben dejar bien claro que a esta familia pertenecen los peregrinos en la tierra, las almas en espera en el Purgatorio y los justos del Paraíso, esto es los santos.

3) Los sacerdotes (muchos de los cuales ponen el acento casi exclusivamente en las cuestiones sociales en favor de los hermanos militantes, deplorando con razón las injusticias perpetradas) olvidan casi siempre las injusticias más graves hechas en perjuicio de los hermanos que están en el Purgatorio.

Para tal gravísima omisión se necesita o no creer en el Purgatorio o no creer en el tremendo sufrimiento al que las almas purgantes están sometidas.

La necesidad de ayuda de las almas en espera es bastante más grande que la de la criatura humana que más sufre en la tierra.

El deber en fin de caridad y de justicia hacia las almas en pena es mas acuciante para vosotros en cuanto que, no raras veces, hay allí almas purgantes que sufren por culpa de vuestros malos ejemplos, porque habéis sido cómplices con ellas en el mal o en cualquier forma ocasión de pecado.

Si la fe no es operante, no es fe.


ORACIÓN DE MONSEÑOR OCTTAVIO MICHELINI


SOY UN HOMBRE PECADOR

Te creo, oh Jesús mío, Uno, con el Padre y con el Espíritu Santo en la Unidad de naturaleza, esencia y de voluntad y en la Trinidad de personas.

Jesús, dame una correspondencia sensibilísima e inmediata, generosa, valerosa y perseverante.

Jesús, tómame de la mano y arrástrame donde, como y cuando quieras Tú. Sé en mí fermento de transformación sobrenatural, de purificación, día y noche pero especialmente en la Santa Misa.

Jesús mío, ¡acéptame como soy para volverme como Tu quisieras que yo fuera! Enséñame tus caminos y condúceme por ellos. Jesús, sé Tú quien dirija mis pasos en la realización de tu Voluntad.

Revélame, oh Señor, tus pensamientos y tus deseos, y ayúdame a ponerlos en práctica en la vida de cada día. Sé Tú, oh Jesús, en mí en el creer y en esperar, en amar y confiar; se Tú en mí en el callar y aceptar, en el sufrir y ofrecer. Sé Tú en mí en el rezar y adorar, en el hablar, en el vivir en mí.

Jesús mío, auméntame sin límites la fe, la esperanza, la caridad; acrecienta ilimitadamente la sabiduría, la justicia y la fortaleza, la piedad, el temor de Dios y la templanza.

Jesús, dame sin medida la seguridad y la confianza, la humildad y el arrepentimiento, el abandono y el espirita de mortificación y de obediencia, de pobreza y de pureza. Revive en mí, o Jesús, tu paciencia y mansedumbre, tu clemencia.

Jesús mío, ten piedad de mí: soy un hombre pecador.

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