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LAMENTOS DIVINOS. PALABRAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Primera parte).

LAMENTOS DIVINOS

Su Santidad Pablo VI, con fecha del 14 de octubre de 1966, ha confirmado el decreto emanado por la Sagrada Congregación de la Propagación de la Fe No. 58/16 (A. A. S.) en el que se permite la publicación de los escritos relativos a las apariciones sobrenaturales, aún si no llevan el "nihil obstat" de parte de la Autoridad Eclesiástica. A estos escritos se les atribuye una fe humana respetando el juicio definitivo de la Iglesia, a quien nos sometemos humildemente desde ahora.

Título original en italiano: LAMENTI DIVINI Parole di Gesú a suoi Sacerdorti

Traducción al español: M. Dolores Briceño



PRESENTACIÓN

Quien cree en la existencia del diablo (y que quede claro que quien no cree en esto no es católico), conoce también sus proyectos destructores y su acción demoledora. 

Al diablo le falta amor, pero no le falta inteligencia: no ama, más bien odia la obra de salvación cumplida por Cristo, pero sabe perfectamente qué es lo que debe hacer para contrarrestarla. 

Si el Señor Jesús, para continuar su obra de salvación en los siglos, tiene necesidad de muchos sacerdotes y sobre todo de sacerdotes santos, el diablo sabe que para contrarrestar la acción Redentora de Cristo no hay mejor estrategia que atacar el corazón de la Iglesia atacando a los sacerdotes. 

Y si la falta de sacerdotes puede servir para el juego del diablo, aún más y mejor servirá para su juego la falta de santidad en los sacerdotes. ¡Pocos sacerdotes y si es posible destruidos! Este es su sueño. 

El diablo sabe que un sacerdote menos significa un bien menor, y sabe también que un sacerdote más, que vive mal su sacerdocio, significa un mal mayor, además porque es una polilla más que corroe a la Iglesia en su interior, un enemigo más de Cristo que trabaja para él y para el Infierno. 

Los sacerdotes que no aman a Cristo y no le sirven como deberían, se convierten en los mejores colaboradores del diablo y en los peores enemigos de la Iglesia. 

León Bloy escribe: "EI clero santo hace que el pueblo sea virtuoso, el clero virtuoso hace que el pueblo sea honesto, el clero honesto hace que el pueblo sea generoso". 

Y se podría agregar: el clero impío entrega al pueblo a Satanás, desangra a la Iglesia, la paraliza, la hace estéril y tiende a que ya no solamente sea su esposa, sino... enemiga de Cristo. 

El diablo cree firmemente en todo esto, es su "credo" y toda su acción la inspira en este "credo". 

Por lo tanto, la palabra de orden de batalla del Infierno es: "Atacar a los sacerdotes". 

Y el mundo, aquel mundo que ha odiado a Jesús y odia también a los suyos se convierte en su eco: "Atacar a los sacerdotes". 

Nuestro tiempo confirma en los hechos este plan infernal. 

Si en los tiempos antiguos mataban a los sacerdotes convirtiéndolos en mártires, y por consiguiente en estandartes que daban valor a los demás cristianos, hoy, siendo más diestros y expertos, los enemigos de Cristo tratan de corromper a los sacerdotes, en la Fe y en la vida, hasta hacer que los corruptos sean los fieles que les son confiados. Y en muchos casos sus esfuerzos son coronados por la victoria. Ciertamente más de lo que pudieran pensar. 

El plan que trata de destruir al clero en la fidelidad a Cristo y a la Iglesia está muy bien estudiado y articulado. 

Corromper a los sacerdotes hasta donde se pueda, haciéndolos que se conviertan en discípulos de los errores y de los vicios del mundo y ya no en maestros de verdad y de virtud. Ya no como guías, sino... guiados; ya no como conquistadores de almas sino... conquistados por el mundo. 
Intimidar y prácticamente obligar al silencio a quien no se ha dejado corromper. Y de hecho, cuantos sacerdotes que son buenos, ricos de vida interior, aún viviendo con rectitud su vida personal, ¡ya no combaten la buena batalla y callan las miserias de nuestro tiempo para no chocar con el mundo! 
Ridiculizar a quien no se ha dejado ni corromper, ni intimidar, para hacerle perder la credibilidad delante de la gente. 
Calumniar a quien no se ha detenido ni siquiera ante el temor de ser el ridículo y pasar por ser anticuado. 
Y, finalmente, ignorar y aislar a quien está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias la fidelidad a su misión. 

Y, como complemento de la obra, resuena otra orden de batalla: "Exaltar a los sacerdotes renegados, a los traidores, que siempre están listos para contrarrestar el Evangelio de Cristo y para dar su consentimiento al evangelio del mundo. Hablar bien de éstos, conceder espacio a sus intervenciones y sobre todo hacerlos aparecer como profetas incomprendidos por la Iglesia". 

Pero Jesús tiene piedad de sus sacerdotes; conoce sus dificultades y los obstáculos que encuentran y no olvida la generosidad con el cual un día le dijeron su "sí". 

Quiere que sus sacerdotes sean santos, para su bien y por el bien de la Iglesia y de toda la Humanidad. 

Estos "LAMENTOS DIVINOS" quieren despertar en los sacerdotes tibios o cansados, confundidos o llenos de nostalgia de un antiguo amor, que ya está apagado, o casi, entre Jesús y sus amigos predilectos. 

Con estas palabras Jesús quiere dar un alma al sacerdocio de sus sacerdotes, para que lleguen a ser nuevamente la sal de la tierra y la luz del mundo. 

Meditar sobre estas páginas hará mucho bien a cada sacerdote. Y también lo hará a los laicos. Pero nadie las puede usar como un pretexto para ser el juez de algún sacerdote. ¡Quién juzga es el Señor! 

No son jueces lo que necesita un sacerdote en dificultad o que tal vez ya está fuera del camino. Jueces, capaces solo de criticar su obra, ya los ha encontrado en demasía por su camino, también cuando era un buen sacerdote. 

Lo que tal vez le ha faltado es la presencia discreta y consoladora de algún amigo y aún más de la oración de muchos hermanos, que saben que al sacerdote no se puede y no se le debe pedir solamente, sino que también conviene dar; por lo menos el apoyo que se puede invocar al Señor para él, para que siempre sea fiel y generoso en su amor a Cristo y en su servicio a los hermanos. 

Difundir estas páginas es ciertamente útil para hacer comprender a muchos cristianos cuán necesitado puede estar un sacerdote de su amistad y de su oración. 


Padre Enzo Boninsegna
Verona, 30 de Octubre de 1991. 


¡ESCUCHAD!

El progreso científico se agiganta. Un tiempo pensabais que la tierra era el centro del Universo, pero la mirada dada recientemente a vuestro planeta, desde los espacios intersiderales, os ha hecho comprender mejor que la tierra, habitada desde hace milenios, no es más que un punto del Universo infinito. 

Sobre este planeta Yo puse al primer hombre y a la primera mujer; estos pecaron y la consecuencia de su culpa de origen se repercute en toda la Humanidad. 

Por amor vuestro, para reparar los daños causados por esta caída, aún siendo el Dios verdadero, me hice hombre, convirtiéndome en vuestro Hermano. He redimido a la Humanidad y os he dejado los medios para que todos los hijos de Adán pudieran conseguir la felicidad eterna. He fundado mi Iglesia y le he dado un Jefe y otros colaboradores, para que las almas, en el peregrinaje terrenal, sean iluminadas, dirigidas y alimentadas para llegar a la Vida eterna. 

Entre millares de criaturas os he escogido, sacerdotes míos. Es a vosotros que dirijo mis palabras. 

El mundo fue creado por Amor, redimido por Amor y debe dirigirse al Amor eterno... ¡Dios! ¿Pero en cambio?... 

Oh mis ministros, dad una mirada a la Humanidad de hoy. También en ella debería realizarse mi Reino; debería reinar en toda alma y en todo ángulo de la tierra. Y en cambio Satanás es el que reina... ¡el príncipe de este mundo! 

¿Qué veis en vuestro derredor? Maldad, orgullo, vanidad, avaricia, egoísmo, apego a las comodidades más de lo necesario, olvido de Dios y de la eternidad, odio por sus semejantes, blasfemias, placeres ilícitos, amores pecaminosos, escándalos de todo tipo difundidos por doquier, delitos, injusticias, rebeliones... Este estado de cosas ¡debe terminar! 

Recordad a Sodoma y Gomorra. La situación del mundo de hoy es peor de la de ese entonces, porque la malicia es más consciente y más refinada. 

¡Qué desorden y desequilibro mental de muchos! Los corazones que no están llenos de Dios se arriesgan y van de mal en peor. Falta mi Luz y la vida se desarrolla entre tinieblas. 

Siento compasión por esta generación y por esto hago prodigios de gracias en el mundo. Nunca como en este tiempo mi Amor Misericordioso ha estado tan activo para prevenir a las almas. Pero hay una barrera tal de tinieblas que no deja pasar mi Luz para alumbrar el camino. 

¿Debería permitir que las almas corran a la perdición? ¿Debería mostrarme indiferente ante los insultos que me dan, ante el desprecio de mi Ley, ante todas las infamias con las cuales está cubierta la tierra? ¡No, porque sería un Dios injusto! 

Los hombres reclaman sus derechos. Y Yo, que soy Dios de infinita Justicia, ¿no reclamaré mis derechos?... Busco amor, busco reparación. ¡Todavía estoy agonizante! Agonizo en mi Iglesia, agonizo en el mundo, ¡agonizo en las almas! 

Vosotros, oh sacerdotes míos, no sois extraños a mi lamento; también vosotros tendréis vuestra parte de culpa y, desgraciadamente... la mayor parte. 

Hablo a todos mis ministros y de manera particular a los que más traspasan mi Corazón. 

Mis palabras, más que una triste alarma, quiere ser un lamento piadoso y una invitación amorosa para reflexionar sobre las dolorosísimas condiciones del mundo, para entrar profundamente en vosotros mismos, para sacudiros, para retomar con celo vuestro apostolado, para arrancar a Satanás las almas que he rescatado con mi Sangre. 

-Continuará-

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