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LAMENTOS DIVINOS. PALABRAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Segunda parte).



¡ABRID LOS OJOS! 

¡Oh sacerdotes míos, intermediarios entre Dios y el hombre, cadena de oro que debe unir a las almas a Mí, despertad en vuestros corazones los buenos sentimientos del día de vuestra ordenación! 

¡Es tan grande la dignidad de la cual os he revestido y está bien que estéis conscientes para comprender cada vez mejor vuestra grave responsabilidad! 

Todas las amarguras que algunos sacerdotes me causan están unidas a aquella gran amargura que me ha hecho sudar Sangre en el Huerto de los Olivos, cuando veía que en los siglos futuros se habrían renovado la renegación de Pedro en las filas de mis ministros, la traición de Judas en tantos sacerdotes sacrílegos y la fuga de los discípulos, fuga debida a los escándalos de ciertos consagrados. 

En aquella noche del Getsemaní, tan tormentosa, encontré a los tres Apóstoles que eran los más queridos, sumergidos en el sueño: ellos dormían mientras Yo sangraba por la angustia. Los desperté, invitándolos a que oraren, pero se durmieron nuevamente; se despertaron solamente con el ruido de la multitud que venía para capturarme. 

¿Es posible, oh sacerdotes míos, que no comprendáis la gravedad de la hora actual?... Vosotros dormís plácidamente, meciéndose en una vida cómoda, mientras Yo, vuestro Redentor y Maestro, agonizo por las inquietudes que cada día se multiplican. 

Vengo para despertaros con los tristes acontecimientos de cada día, pero vosotros os despertáis solo por un momento y luego inmediatamente os dormís nuevamente como los tres Apóstoles. Una vez más regreso para despertaros con mis lamentos divinos, con la confianza que os despertaréis. 

¿Queréis tal vez sacudiros, como los Apóstoles al sonido de la multitud, solo cuando se desencadenará en el mundo la tempestad? ¿Cuando mis enemigos, os pondrán las manos encima?... La historia del pasado ¿no os enseña nada a propósito? 

¿No veis como las olas del mar aumentan, se agigantan y se desencadenan contra mi Nave, la Iglesia? Las olas chocarán pero mi Iglesia no se hundirá, porque en la Nave estoy Yo. Pero... ¿cuál será la suerte de tantos sacerdotes?... 

En el mundo se está combatiendo entre los hijos de las tinieblas y los hijos de la luz. Mi Vicario, el Papa, en las horas de soledad llora; está abatido, rodeado por tantas mentes en erupción. Paulo VI, iluminado y asistido por Mí, está consciente de la extrema importancia de la presente hora. 

(Esto lo decía Jesús en tiempos de Pablo VI, en los años 60, ¿qué diría ahora, en 2003... cuando el mal ha avanzado tantísimo a todos los niveles hasta el punto de que incluso hay sacerdotes que pregonan públicamente, desde los medios de comunicación su homosexualidad practicante?...) 

Muchas almas, que en un tiempo eran fieles a Mí, se encuentran en condiciones desastrosas. 

En esta situación escabrosa ¿qué hacen mis sacerdotes?... 

Para mi consuelo, tengo unos que son buenos, ¡sacerdotes verdaderos! Pero los demás... ¡que no son pocos!... 

Hay quienes se rebelan contra mi Vicario, hay quienes niegan o ponen en duda la otra vida, hay quienes niegan la existencia de Satanás, ¡hay quienes niegan mi real Presencia Eucarística!, y hay hasta quienes dudan de mi Divinidad y de la existencia de un Dios Creador. 

¡Ay de quienes tratan de cambiar la verdad de la Fe! ¡Ay de quienes tratan de sustraer la Gloria a Dios Omnipotente! 

Ciertas mentes sacerdotales son una Babilonia verdadera: ¡confusión y tinieblas! Y con todo esto se declaran maestros. Más que pastores, algunos son ovejas negras en mi rebaño místico y otros son lobos rapaces. 

Pregunto a estos desventurados: ¿cuando fuisteis ordenados sacerdotes y me jurasteis fidelidad, teníais los sentimientos de hoy?... ¿No estabais contentos de pertenecerme y de cooperar conmigo para la salvación de los hermanos?... ¿A qué se ha debido vuestro cambio?... 

Antes orabais; poco a poco habéis disminuido y luego casi dejado de un lado la oración. 

Antes estabais convencidos de vuestra pequeñez; luego ha entrado el orgullo. 

Un tiempo cultivabais el espíritu de penitencia; poco a poco habéis comenzado a acariciar el cuerpo, dándole lo que no era necesario, y por consiguiente el cuerpo os ha arrastrado al fango... ¡Qué situación tan penosa la vuestra! Habéis dejado el Maná celestial para alimentaros de bellotas como los animales inmundos. 

Antes respirabais el aire puro de mi Gracia y ahora os debatís en el fango nauseabundo. 

Reflexionad, ¡oh sacerdotes míos, caídos o a punto de hacerlo, reflexionad sobre vuestra triste condición! Decidme: ¿no tengo el derecho de lamentarme? 

La mala conducta de tantos sacerdotes me arranca multitudes de almas. 

Y Yo, que para salvar aún a una solo me haría crucificar de nuevo, si fuera necesario, ¿cómo debería tratar a estos ministros?... ¿Es posible que seáis tan ciegos como para no ver esta realidad amarga? 


PREAVISO 

Vosotros conocéis alguna cosa del pasado y del presente; Yo conozco todo, también el futuro. 

Al inicio de este siglo el Omnipotente le dijo a un alma privilegiada: "Cuarenta, cincuenta años antes del 2000 le será conferido a Satanás un poder particular en la tierra; los poderes infernales se irán de preferencia contra los sacerdotes". 

¿No veis que está sucediendo lo que Yo mismo he revelado? 

¡Convenceros! Los demonios saben la ganancia que es para ellos un sacerdote desertor y por esto los ataques contra los consagrados de hoy son tantos y tan fuertes; hasta el punto que si aquellos no vigilan y no rezan intensamente, pronto o tarde caerán en la red diabólica. 

Permitidme que ponga mi mano en una de las llagas del clero de hoy. No trato de aludir a los consagrados generosos. 

He instituido el Sacramento del Amor, la Santa Eucaristía. Veinte siglos de Historia, con millones de prodigios eucarísticos, han comprobado y todavía comprueban mi real Presencia Eucarística. 

¡Sacerdote, que estás en el altar para celebrar, entra en ti mismo!... ¿Crees en el Misterio Eucarístico? 

Si no crees ¿por qué vas a celebrar? ¿Por qué te engañas y engañas a los demás? ¿Qué título se te confiere?... ¡El de hipócrita y de impostor! 

En cambio si crees en la Transubstanciación, pero no tienes puro el corazón y la mente y no tienes manchadas las manos, ¿cómo te atreves a tocar mi Carne Inmaculada? ¿Cómo no tiemblas pronunciando las divinas palabras de la Consagración? 

Y desgraciadamente ¡hay quien celebra así! ¡Hay quien traspasa de este modo mi Corazón divino! ¡Y Yo, misericordioso, paciente!... ¿Pero hasta cuándo deberé soportar? ¿Mi Justicia no reclama también sus derechos? 

Otros celebran, todavía unidos a Mí, con mi Gracia. Pero ¡qué celebraciones!... Quien os asiste podría decir: "Pero, ¿este sacerdote cree en lo que hace?". 

¡Debéis tener más Fe en el Santo Sacrificio y amarlo más! ¡Ninguna prisa, mucho recogimiento y oración ardiente! Existen almas para salvar y muchas otras para sostener. La Misa es tiempo preciosismo. 

Celebrad bien para glorificar a Dios, para edificar a los presentes, para renovaros en la juventud del espíritu y para luego llevar a las almas, a lo largo del día, el fruto del Sacrificio Divino. 

¡Cómo espero, con ansia y alegría, Yo, prisionero de Amor en el Tabernáculo, la celebración de los sacerdotes fervientes! Cuando en el altar está un digno ministro mío, olvido de alguna manera las amarguras que me causan los sacerdotes sacrílegos o fríos. Mi Carne Inmaculada, profanada por manos indignas, se glorifican con el contacto de manos puras y Yo entro amorosamente en el corazón del buen celebrante, enriqueciéndolo con una nueva luz y uniéndolo cada vez más a Mí. 

¡Oh, si todos los consagrados fueran puros y enamorados de mi Eucaristía, cómo se transformaría el mundo! 

¡Hijos predilectos de mi Corazón, reavivad vuestra Fe y meditad seriamente en vuestro ministerio! A vuestra palabra consagrante Yo, Rey de tremenda majestad, obedezco humildemente y desciendo al altar. En vuestras manos se realiza la Encarnación viva como sucedió en el seno de mi purísima Madre. ¿Y no os deja confundidos un misterio tan grande, un don tan grande, que Yo os hecho?

-Continuará-

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