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LAMENTOS DIVINOS. PALABRAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. (Sexta parte).


DIOS ES JUSTO 

La violación del sexto mandamiento es un gran mal y no deja de ser tal aunque todo sucede en el máximo secreto. Pero si la incontinencia se desboca y se llega al escándalo, el mal alcanza proporciones increíbles. 

"Ay de quien da escándalo", dije un día a lo largo de los caminos de Palestina. Y ¿qué debería decirle a aquel consagrado que, olvidado de su excelsa dignidad, violando el sexto mandamiento me arranca las almas sin número? 

Dios de infinita Justicia, ¿cómo debería tratar, en el día del Juicio, al consagrado que ha dado escándalo y ha llegado a Mí sin arrepentirse? ¡Inexorablemente lo alejaría de Mí y lo enviaría al fuego eterno! 

"¿Infierno? ¿Fuego eterno? Pero pienso que no existen, o por lo menos dudo y espero que no existan". Así piensa entre sí el incontinente y se consuela con este pensamiento para poder pecar aún con mayor tranquilidad. 

Y tú, Sacerdote, que has estudiado las Escrituras, ¿pones en duda también la existencia del Infierno? ¿O hasta lo niegas? 

Si piensas esto te engañas a ti mismo y lo haces para atenuar el remordimiento y ser más libre de hacer el mal. Pero aunque niegas o pones en duda al Infierno... el Infierno existe de todas formas. 

Son las pasiones desenfrenadas que te quitan la luz; es Satanás que te venda los ojos de la mente. Si se te concediera la oportunidad de ver solo por pocos instantes la suerte de los consagrados infieles caídos en el lugar de los tormentos, te quedarías aterrado. 

El 30 de noviembre de 1968 mostré el Infierno a un alma privilegiada que sufre y ora para salvar a muchas almas. Escuchad, sacerdotes que habéis caído o que os encontráis en peligro, la triste narración. 

"Las almas tenían una fisionomía humana para poder ser reconocidas. Los demonios estaban feroces contra mí, porque en aquel tiempo había cooperado a la salvación de muchas almas y me gritaban: Por culpa tuya, ¡oh maldita, hay tantos puestos vacíos en este abismo! 

Los sacerdotes que estaban allí sufrían penas horribles. Eran torturados sobre maderos encendidos, puestos en forma de cruz, para ser castigados por todas las veces que habían puesto en la Cruz al Señor con sus pecados. Su lengua y sus manos impuras y sacrílegas sufrían tremendas torturas. Eran continuamente arrastrados aquí y allá no sólo por los demonios, sino también por los condenados, que les gritaban sus infidelidades, la traición que le fue hecha al Señor para apagar los placeres de la vida. Eran lacerados y continuamente atacados. 

Estos sacerdotes maldecían la vida del mundo, todas las atracciones humanas, todos los placeres gozados pisoteando el voto de castidad y viviendo alejados de Dios. 

Estaban sumergidos en una grande y tremenda oscuridad: sólo las llamas del fuego les daba un poco de luz. Gritaban por la desesperación, mientras los demonios se divertían atormentándolos y riéndose decían: Habíais sido escogidos para dominar sobre nosotros, puros espíritus; vuestra dignidad superaba la de las legiones angélicas; ¡podíais arrancarnos muchas almas y en cambio habéis terminado aquí junto a nosotros! ¡Os hemos vencido! Y mientras más será vuestra confusión en el día del Juicio, más apareceréis como muchos Judas!... Esta es vuestra gloria ante los que pasabais como corderos, ¡mientras erais verdaderos lobos rapaces! Existen otros en el mundo que siguen vuestras huellas; ¡tendréis otros compañeros!... Habéis sido vencidos; no esperabais el infierno... y habéis caído aquí. El rico Epulón no creía en el Infierno, pero también él terminó aquí." 


LA MANO A QUIEN HA CAÍDO

Soy Dios de infinita Misericordia: no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. 

Ya que el pecado contra la pureza endurece el corazón, lleva al sacrilegio, a la pérdida de la Fe y a la contumacia final, este es el pecado que mis sacerdotes deben odiar más. 

Sacerdotes fieles, vosotros que cultiváis la pureza y sois celosos al buscar mi Gloria, vosotros que sois todavía un discreto número de mi Iglesia y formáis mi preciosa corona, ¡tened piedad de vuestros hermanos del Sacerdocio! ¡Sostened a los que están en peligro y dad la mano a los que han caído! A vosotros confío este deber urgente de caridad. Un gran pecador podría convertirse en un gran santo; la historia de mi Iglesia está llena de estos ejemplos. 

Recordadlos cada día en la celebración de la Misa. 

Exhortad a los fieles para que oren y ofrezcan sacrificios por ellos. 

Decidles a ellos una buena palabra para que no se aflijan. Recordadles que Yo soy Jesús, el Salvador que en un solo instante cancela toda iniquidad. 

Soy el Buen Pastor; soy el Padre amoroso del hijo pródigo. Camino inquieto para buscar a la oveja perdida, para abrazarla y traerla al rebaño. 

Mi Amor por las almas es infinito, especialmente por las almas sacerdotales. El abismo de mi Amor cubre el abismo de toda iniquidad. 

Si hay lamentos tan fuertes por tantos consagrados, es porque los amo con un Amor de predilección.

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