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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XIII: Del abuso en los confesonarios.

Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos. 


(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida) 


XIII 

DEL ABUSO EN LOS CONFESONARIOS 

Otro punto muy importante, en el que mucho sufre mi Corazón, es en el de los confesonarios. 

Muchos confesonarios sirven para comercios infames, y para activar malas pasiones. Se cubre con lo santo, con lo que debiera ser intachable, muchos crímenes nefandos, muchas citas no santas y se concertan atrocidades de horribles consecuencias para la Iglesia y para las almas. 

Se toman también los confesonarios como instrumentos para cariños humanos, para alabanzas mutuas, se sostienen almas que buscan al confesor y no a Mí en ellos: manchan este lugar sagrado con chanzas y conversaciones nada dignas de ese santo lugar. 

Pero mi mayor pena, en este Sacramento purificador y santo, es cuando sacerdotes indignos, manchados toman a la Trinidad Santísima para absolver los pecados, y por este Poder, conferido al sacerdote, se borran esos pecados confesados con las disposiciones debidas; pero en el sacerdote manchado que absuelve, queda el horrible pecado mortal duplicado. 

El sacerdote indigno que me representa, peca al tomar lo sagrado; y abusa del sacramento, en este sentido, de tomar el poder que le he conferido en labios, en manos y en corazón manchado. 

Éste es otro suplicio, entre tantos que sufro en mi Iglesia, que soporto en silencio sin retirar mi poder; ¡el poder de todo un Dios!, como es el de perdonar el sacerdote los pecados, representándome. 

Abre el cielo a las almas, el sacerdote indigno y se lo cierra él; perdona, en mi Nombre bendito, el que no pide perdón al cielo. 

Abusa de mi confianza, y si éste es un crimen aun tratándose en lo humano, pues ¿qué será tratándose de lo divino, de lo que me costó la Sangre y la Vida? 

Cada sacramento me costó la Sangre y la Vida, y en cada absolución el sacerdote toma Sangre, la Sangre del Cordero, para borrar los pecados. Pero que toquen mi Sangre manos impuras, me horroriza. 

Y Yo, callo; y Yo sigo obrando y cumpliendo mi palabra en la Iglesia: y Yo me dejo manejar en mis Sacramentos de manos indignas, de corazones descarriados, de ministros humanizados hasta los tuétanos. 

¿Cómo aconsejar pureza el que no la tiene; prodigalidad el que es avaro, paciencia el iracundo, humildad el soberbio, etc.? 

Espejos donde los fieles se miren deben ser mis sacerdotes, pero ¡cuántas veces las almas no ven en ellos sino intolerables defectos en su dignidad, y hasta pecados en sus inicuos procederes! 

¡Pidan por mis sacerdotes culpables! Pidan luz para que considerando profundamente mi papel, siempre de Víctima, se compadezcan ellos de Mí; ¡siquiera mis sacerdotes que deben ser mi corona, que no agreguen hiel a la que me dan los mundanos!” 



*********

“A los Sacerdotes, 
hijos predilectos de la Virgen Santísima.” 

“Mirad hoy al que traspasaron. 

Hijos predilectos, vivid este día Conmigo, Madre Dolorosa de mi Pasión. 

¡Cuánta sangre vieron mis ojos llorosos en este día! 

Mi hijo Jesús quedó reducido todo Él a una llaga por la flagelación. 

Los terribles azotes romanos abrieron en su cuerpo heridas profundas, de las cuales brotó en abundancia la sangre que lo recubrió de un manto purpúreo. La corona de espinas atravesó su cabeza de la que brotaron regueros de sangre, que descendieron, recubrieron y desfiguraron su rostro. 

“Tan desfigurado estaba que no tenía aspecto de hombre” (Is. 52, 13).



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