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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXI: La Avaricia.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR 
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS. 

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida) 


XXI

LA AVARICIA 

Otro punto muy doloroso para mi Corazón, que todo es bondad y caridad, es el de la avaricia en mis sacerdotes; el ver a corazones apegados a lo que no es el fin santo de su vocación al altar. 

Este despreciable vicio se enseñorea de muchos y a tal grado, que comercian hasta con lo divino de la Iglesia que no les pertenece, hasta con lo espiritual que se da de balde, que es mío, que Yo lo compré con toda mi Sangre en el Calvario. 

Y si la avaricia exterior es tan odiosa en un sacerdote, y que debe quitar a toda costa, ¿Qué será la avaricia en lo santo, ese robo a Mí mismo por especular con lo mío que no le pertenece y que solo he puesto mis tesoros en sus manos para que los reparta desinteresada y amorosamente en las almas? 

Ese horrible vicio va directamente contra el Ser de Dios mismo, de la Trinidad Beatísima. Del Padre que dio nada menos que a su Hijo divino, que lo regaló al hombre en mil formas para su servicio, para su imitación, para su consuelo, para su salvación eterna. 

El Verbo, Yo hecho hombre, he regalado mi Sangre y mi vida en una Cruz, y mi Cuerpo y mi Alma y Divinidad en la Eucaristía, y me doy y me regalo en todos los sacramentos. 

Y el Espíritu Santo se da también a todas las almas por la gracia santificante, se derrama a torrentes en favores y carismas, en dones y frutos y se convierte Él mismo en Don. 

Entonces, ¿por qué mis sacerdotes no imitan a Dios, no imitan la munificencia de mi Iglesia que es toda para todos, que abre su seno maternal, sus arcas, sus tesoros inmortales, sus sacramentos y que me regala hasta a Mí mismo para quien me quiera tomar en la Eucaristía. 

De día y de noche y siempre está dando esta Iglesia amada su leche, su comida, su vida, sus celestiales tesoros, Ella da siempre aunque no reciba; Ella regala cuanto tiene, hasta un cielo y no quiere tener en su seno ni a su servicio almas egoístas, almas tacañas que se cuidan mucho de dar y menos de darse como debieran, en su sagrado misterio, a las almas. 

Mucho ofenden a mi liberalidad estos pecados de avaricia espiritual en mis sacerdotes. Ellos son, como el Espíritu Santo, como mi Padre, padres de los pobres y no sólo deben dar, con toda buena voluntad, los auxilios espirituales, pero aun es de su obligación dar, y aun buscar auxilios materiales hasta donde sus fuerzas y haberes se lo permitan.” 

Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,


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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.”

La humanidad ha caído bajo el dominio de Satanás y de su gran poder, ejercitado con las fuerzas satánicas y de masónicas; Mi Iglesia ha sido oscurecida por el humo que han entrado dentro de ella.

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