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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXIV: Tibieza.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS. 

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida) 


XXIV

TIBIEZA 

La tibieza en mis sacerdotes es para mi alma una espina muy honda. Porque proviene de ingratitud y del poco amor que me tienen; y también del poco fervor en sus Misas. De esa tibieza en la celebración del Sacrificio le vienen y le provienen el sacerdote muchos males; porque según es la Misa, así es el día para el sacerdote. Por eso más que en ningún otro acto de su ministerio, el sacerdote debe poner toda su atención y su vida en celebrar en las condiciones en que que se requieren en este sublime acto y con la debida preparación y acción de gracias. Debe ser la misa el acto más trascendental de su vida, el blanco de sus aspiraciones y el ideal supremo de su unión Conmigo. 

Pero ¡cuánto tengo que lamentar en el corazón de mis muchos sacerdotes la rutina, la poca o ninguna devoción con que dicen la Misa y la ninguna preparación para celebrar! No me clavan el puñal del sacrilegio, pero si la espada muy dolorosa de la frialdad con que se acercan a los altares. 

La tibieza enerva las facultades del alma y esta debilidad se comunica a las demás acciones del sacerdote. 

La tibieza, cuando se apodera del alma del sacerdote, hace que tome como carga pesada y molesta todos sus deberes. El rezo del Breviariorio le cansa; a los salmos no les encuentra jugo ni sustancia, pasándolos sin contemplar ni sentir ni gustar las riquezas que encierran; no paladea el divino sabor que hay en ellos; porque la apatía por lo santo impregna los corazones. Y ¿por qué? Porque la tibieza los ha hecho su presa, fruto de su mundana disipación; porque han dejado que se llenen sus corazones de ruidos y vanidades del mundo; por la falta de oración, recogimiento, vida interior y trato íntimo Conmigo y con María. 

Si un sacerdote es tibio, que busque luego la causa y huya de ella. 

Los peligros crecen y se multiplican a medida que el fervor se aleja de sus corazones. Sus días son tristes, sus noches dolorosas y agitadas; su vida, una asfixia espiritual, y no encuentran a su alrededor más que tedio, fastidio y hasta desesperación. 

Todo ese conjunto de males forma la red que Satanás va tejiendo para perderlos; les introduce insensiblemente el mundo, y con esto, el desasosiego, las tentaciones, las luchas y fastidios con que, arrastrándose, cumplen los sagrados deberes de su ministerio. 

¡Cuidado con dejar entrar el mundo en el corazón de los sacerdotes! Este capital enemigo aleja al Espíritu Santo y, sin ese fuego divino que todo lo ilumina y calienta, el corazón del sacerdote se enfría y oscurece, y sólo le queda hielo en el alma, en el fondo de su espíritu. 

Comienza la tibieza y acaba el fervor, se debilita la fe y viene al traste la vocación sacerdotal. ¡Así comienza el demonio a horadar el edificio!, ¡así arroja el veneno poco a poco, pausadamente, debilitando las energías del alma! No es malo en realidad el sacerdote, pero es tibio e indolente, no está perdido pero se encuentra en un plano inclinado que desemboca en el infierno. 

No puede haber término medio en el sacerdote, no debe haberlo: o fervoroso o tibio; o del altar o del mundo; o de Jesús o de Satanás. Es terrible esta disyuntiva en el sacerdote; ¡y cuantos, ¡ay!, que se han dejado invadir por la tibieza y ruedan por fin, y triunfan las pasiones malas y perversas que solo se iniciaron al principio, pero que concluyen luego envolviéndolos en sus garras para no soltarlos más! 

Es terrible, repito, la tibieza en el sacerdote, porque ésta va directamente a quitarles la fe; y un sacerdote sin las virtudes teologales está perdido para siempre. A él ya no le conmueven las verdades eternas; para él las postrimerías se vuelven sombras y aun sarcasmos. Las tinieblas de las dudas lo envuelven y lo penetran; los remordimientos se alejan y vienen al traste su vocación y su salvación eterna. 

Hasta allá va a dar la tibieza que comenzó por una nonada y que concluye con un infierno; porque las verdades de la fe, que hacen temblar a los pecadores ordinarios, a un sacerdote caído no le mueven, no le hieren, no lo tocan, no lo rozan siquiera; porque Satanás a puesto en su alma un impermeable en el que no penetran ni los castigos ni las promesas ni siquiera el dolor y el amor infinito con que compré su santa y sublime vocación. 

Por eso dije que la tibieza en mis sacerdotes es para Mí una espina muy profunda, por los males que acarrea. 

Y otra cosa. Como el fervor tiene el don de comunicarse, ¡la tibieza tiene el funesto vaho para adormecer a tantas almas! Y éste es otro punto por el que el sacerdote debe evitar enfriarse; porque, aparte de que desedifica, lleva el triste don de comunicar el hielo a los corazones. 

Porque ¿cómo un sacerdote frío ha de dar calor?, ¿cómo un sacerdote indiferente a las cosas de Dios ha de comunicar fervor?, ¿cómo enamorar a las almas de lo que él está muy lejos de apreciar, adorar y sentir? 

No; en los sacerdotes no puede haber medianías; tienen a toda costa que ser santos y que sacudir la tibieza de sus almas con la penitencia, el alejamiento del mundo y con la oración, para que sus almas no se dejen debilitar y aletargar con ese vaho satánico y mortífero con que el demonio quiere envolverlos. 

Que jamás abran las puertas de su alma a la inacción, a la molicie y al deleite que llevan a la tibieza. El trabajo asiduo, el olvido propio, la penitencia y la mortificación son las almas que deben esgrimir contra las del demonio que tan pausadamente y tan solapadamente usa para envolverlos con el solo fin de perderlos para siempre y quitarme gloria. 

Los sacerdotes nacieron para las almas y tienen que prescindir de sus gustos, comodidades y regalo: no se pertenecen. Cierto que esto cuesta a la naturaleza, pero le premio para ellos será centuplicado y mi gracia superabundará en ellos, si me la piden, si son fieles en mi servicio, si se hacen dignos de recibirla. 

De la tibieza viene la comodidad y la molicie en el sacerdote; a su vez la molicie y la comodidad traen la tibieza. Simultáneamente se ayudan estos defectos para acaparar el corazón del sacerdote. Nació él para otros, y un sacerdote debe prescindir de todo regalo, cuando las almas se lo exijan, y alejar toda pereza de su cuerpo y de su alma. Tiene que hacerse la guerra, y debe siempre estar listo para servirles en cualesquiera circunstancia y momento. 

Debe morir a cada paso a sí mismo y ser otro Jesús, no tan solo en el cumplimiento de sus sagrados deberes para con el Padre celestial, sino también para quienes lo busquen y lo soliciten. 

Y más aún. Un sacerdote a quién anime el ardor amoroso del Espíritu Santo no debe conformarse con un puñado de almas que lo rodeen, sino lanzarse, con santo pero discreto celo, a salvar muchas almas, a arrancarlas del vicio y a comunicarles pureza, virtudes, fervor, amor, y Espíritu Santo, ¡María! 

No hay excusa para un sacerdote en el campo de las almas. Pero ¡ay!, ¡cuánta tibieza, cuántos pretextos, cuántas fútiles excusas, cuánto mimarse a sí mismos lamenta mi Corazón amargado por lo que Yo solo veo en este campo tan extenso de la tibieza de mis sacerdotes!... 

¡Cuánta pereza, ¡ay! –y esto es lo que más me duele-, nacida del poco amor con que pagan mis predilecciones sin nombre! No son Yo; no velan por mis intereses; no por la gloria de mi Padre; no hacen aprecio de mi Sangre que compró las almas; y por una comodidad, por una enfermedad ligera, por un descanso, por un regalo y aun, por un pasatiempo o diversión, dejan perder un alma, y muchas veces abren el campo para Satanás y sus secuaces. 

La falta de celo por mi gloria y por las almas ¿no es acaso en el fondo falta de amor? ¡Y cuánto de esto tengo que lamentar, que llorar a solas en los Sagrarios, en el regazo de mi Madre y en el de las almas para que me consuelen!... 

Sólo Yo se los designios de Dios que dejan truncos en las almas mis sacerdotes tibios, los perezosos y sin celo, es decir, los sacerdotes sin amor. ¿Para qué se ordenaron sino me amaban?, ¿para qué se dejaron ungir en el óleo santo, sino estaban dispuestos a ser ministros de un Dios crucificado?, ¿para qué se dejaron consagrar sino iban a cumplir con su ministerio hasta la muerte? 

¡Ah! Que se les explique de todo esto, todo, antes de ser ordenados. Deben ser otros Yo, pero crucificados, pero muertos a sus comodidades y regalos y vivos para mi amor, para mí servicio, para las almas. 

Que les hagan hincapié en estas verdades de tanta trascendencia; que las graben muy hondamente en su corazón y que los que no se sientan con fuerzas para ello, se queden sin subir al Altar, que en mi servicio íntimo y en el de las almas no debe haber medianías. 

¡Ay! es tiempo de que la Iglesia sacuda la inercia de muchos sacerdotes y encienda en las almas el vivo fuego que viene a traer a la tierra, el del amor y del dolor, por el Espíritu Santo, Él es quien quita la tibieza de los corazones, y los enciende, y los impulsa, y los eleva de la tierra, y les da alas, y les sacude la pereza con su actividad, y destruye el propio interés mío de salvar almas. 

El Espíritu Santo es quien sopla, y mueve los corazones, y los levanta de la tierra, y los lleva a horizontes celestiales, y les comunica la sed por la gloria de Dios. Él es quien les dará su luz y su fuego para incendiar la tierra entera. Así quiero a los sacerdotes, poseídos del Espíritu Santo y olvidados de sí mismos, todos para Dios, todos para las almas. 

Que pidan esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mi Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo. 

El mundo se hunde, porque faltan sacerdotes de fe que lo saquen del abismo en que se encuentra; sacerdotes de luz que iluminen los caminos del bien; sacerdotes puros para sacar del fango a tantos corazones; sacerdotes de fuego que llenen de amor divino el universo entero. 

Que se pida, que se calme al cielo, que se ofrezca al Verbo para que todas las cosas se restauren en Mí, por el Espíritu Santo, y por medio de María. 

Los Obispos tienen que activarse en su celo por las vocaciones sacerdotales y hacer germinar vocaciones santas para el Altar. Los sacerdotes tienen que reaccionar de muchos modos en su tibieza, comodidad y celo; pero sobre todo en su amor a Mí y a las almas, en el aprecio por su vocación muy principalmente, y en su unión sincera, amorosa, obediente, y franca con sus Obispos y representantes. 

El mundo necesita este sacudimiento íntimo en la Iglesia para hacerla más floreciente en las almas y en las sociedades. ¡Que reine el Espíritu Santo por la Cruz, por María, y será salvo! 

Que se conozcan mis deseos y que clamen al cielo por esta nueva era de fervor que vendrá; si, vendrá a remediar muchos males y a darme muchos sacerdotes santos” 

Que el Espíritu Santo y la Virgen María los transforme en otros Jesús,

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“A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Virgen Santísima.” 

¿Cuántos son hoy los Pastores que ya no defienden la Grey, que Jesús les ha confiado? Algunos guardan silencio, cuando deberían hablar con valor pata defender la verdad y condenar el error y el pecado. Toleran para no arriesgarse, se rebajan al compromiso con tal de mantener sus privilegios. 

Así se van difundiendo el error bajo formulas ambiguas y ya no se repara el pecado en una progresiva apostasía de Jesús y de su Evangelio. 

Hoy es necesaria una gran fuerza de oración. ¡Es necesaria una gran cadena de sufrimientos que se eleve a Dios en una reparación! 

Llamo a mis predilectos y a todos mis hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado a unirse al dolor de vuestra Madre Celeste, para que se cumpla en todos vosotros, lo que falta a la Pasión de Jesús…”

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