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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXVIII: Vocaciones.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR 
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS. 

(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida) 

XXVIII

VOCACIONES

El ideal de un sacerdote es ser Jesús, puro, dulce, humilde, paciente, delicado, crucificado y muy amante del Padre Celestial, del Espíritu Santo y de María. 

Más para realizar este ideal se necesita que las vocaciones sean divinas, que vengan directamente de Dios; y en este punto hay que tener luz de lo alto para discernir, en los Seminarios y en los Noviciados, a la luz de la oración, a los que sean dignos de subir a los altares. 

Hay cierta ligereza, a veces, en esto; hay buena fe en los Superiores, pero existen vocaciones que lo parecen y no lo son, porque se las han infundido de muy atrás, y en realidad no son vocaciones divinas. Además, una vocación al sacerdocio, aunque sea divina, hay que cultivarla y cuidarla, porque Satanás rodea de mil modos las vocaciones y las enturbia. Cuántas veces las que no lo son las atiza para un futuro fracaso que alcanza el a entender o vislumbrar; y a las vocaciones santas, al contrario, las impide de mil modos, con muchas mañas, tentaciones y ocasiones para convencer de que no existen. 

Mucho tiempo, mucho conocimiento y mucha oración y discreción de espíritus necesita quien decide dar las órdenes sagradas a seminaristas y estudiantes. Todavía hasta la última hora hay que ver, formar y reformar, advertir y cerciorarse de la índole del sujeto, de sus inclinaciones y sólido fervor, de sus estudios y de sus flaquezas, de sus caías y recaídas, etc. 

Que los obispos miren y remiren las almas antes de que se comprometan con Dios, a quien tienen que responder. ¡Cuánto depende de los Obispos el futuro de los sacerdotes! Que en este punto se peque de menos que de mas, porque las tristes y aun horribles consecuencias son triples: para Mí, para las almas y aun para el sacerdote mismo, aparte de la responsabilidad que contraen los Obispos con las vocaciones falsas. 

Hay vocaciones divinas, vocaciones a medias y vocaciones falsas; hay que saber discernir con la luz del Espíritu Santo cuáles son las divinas y no engañarse con las que no lo son. 

Los sacerdotes tienen que ir al cielo, no solos, sino con un séquito de almas salvadas por su conducto; ¡y cuántos van al infierno arrastrando también almas condenadas por su culpa! 

Muy delicado es el papel del sacerdote y su misión en la Iglesia y en el campo de las almas; y por eso, cuando la vocación no es divina, se lamentan tantos descalabros, porque son a medias o falsas con que Satanás engaña. 

En los Seminarios hay muchas cosas de fondo que estudiar y que corregir para un futuro santo. Desde ahí debe comenzar el futuro sacerdote a serlo, practicando las virtudes que deben después llegar a su desarrollo. Generalmente en los seminarios se puede adivinar el futuro del sacerdote, y en el criterio de los que dirigen está el velar y orar, porque estos dos elementos son necesarios e indispensables en los Obispos y encargados a cuyo cuidado están esos planteles de las esperanzas de la Iglesia. 

Velar siempre y asiduamente y muy de cerca sobre esas almas, pulsar su valor y sus méritos, y a la vez orar, orar mucho, y pedir luz meridiana para ver claro, tanto el fondo de esos corazones como la divina Voluntad en ellos. Este es el punto capital de los Seminarios y Noviciados: la vigilancia y la oración. 

Esto implica sacrificio, exige mucha constancia; pero todo será poco en mi obsequio en este delicado punto en el que hay mucho que reformar, si se estudia a fondo la cuestión tan delicada cuanto indispensable para mi gloria. De ahí se derivan muchos de los males que he mencionado; es el punto de la partida de grandes dificultades o de grandes bienes para la Iglesia y para las almas. 

Allí se forman los héroes y los santos, allí se abastecen los corazones de piedad, de celo, de grandes virtudes. Allí tengo yo mis ojos y también mi corazón; y eso mismo deben tener allí, en los Seminarios, los Obispos: sus ojos y su corazón. 

Que se examine este punto capital, porque hay mucho que desear en planteles de esa clase; y de ahí se lamentan después males irremediables y de capital trascendencia. 

Yo no niego la luz a quien me la pide con humildad. Yo soy pródigo en mis gracias. Yo soy el que doy las vocaciones divinas y no las humanas y engañosas de tan fatales consecuencias. Yo soy el que premio las virtudes y los suspiros y los clamores de los Obispos amados con las divinas vocaciones para el sacerdocio, con ministros dignos, con santos que honren a la Iglesia en la tierra y sean su corona ante el Padre celestial. 

Que mis obispos sean santos, que vivan del Espíritu Santo y tendrán hijos santos. 

Pidan, lo repetiré mil veces, ofrezcan su alma y su vida y cuanto tienen, porque prospere la Iglesia con vocaciones divinas, con sacerdotes santos, para que el mundo espiritual se enriquezca, para que el mundo material se salve. 

Quiero sacerdotes santos para que más tarde estos mismos sean Obispos santos y mi Iglesia florezca más, hermoseada por la pléyade futura que espera ansioso mi Corazón”.

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