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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. Capítulo XXXV: Unificación en la Trinidad.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS 

(De Concepción Cabrera de Armida) 

XXXV 

UNIFICACIÓN EN LA TRINIDAD 

Más para realizar este ideal de mi amado Padre, el que tiene de mis sacerdotes, se necesita como poderoso e indispensable motor para este fin al Espíritu Santo. Sólo Él, únicamente Él, puede renovar la faz de la tierra y unir los corazones con el Verbo, porque es el inefable Lazo de Amor entre el Padre y El Hijo; es el que unifica a la Iglesia, porque es unidad por esencia; y es unidad porque es el Amor. 

El Amor es el único que une, que simplifica, que santifica, que reconcilia, que abraza, que estrecha los vínculos y los corazones. Y es Espíritu Santo es santo, porque es el Amor. 

El Amor es la fruición divina que forma las delicias del cielo y hace eternamente felices al Padre y al Hijo; es el eje que mueve al mundo solo que el hombre lo adultera y lo falsifica. El Amor es el motor de la Iglesia y de los sacramentos; es el Amor el que engendró en el Padre a los sacerdotes, porque la Trinidad toda es una sola sustancia y esencia y voluntad sin principio; el Amor forma a los sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron a impulsos de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz y consumados en su principio y en su fin por el Amor. 

Pues bien ¿no vemos la unidad en una sola esencia en la Trinidad? La Iglesia es su reflejo; y toda su economía se sintetiza en la tierra en la unidad de un solo rebaño y un solo Pastor. ¡Oh! Esa unidad, esa unidad, incomprensible para el ángel y para el hombre, forma las eternas complacencias de la Trinidad en Sí misma; y en Ella la multiplicidad de todas las cosas creadas, que al reflejarse en Ella se simplifican, pasan a esa unidad. 

Es la unidad lo más bello para Dios, porque la unidad lo retrata, porque la Única unidad es Él, porque Dios es simplísimo en su Ser; y su mayor deleite y su mayor felicidad, su única felicidad, consiste en amarse a Sí mismo, en ser tres Personas en una sola esencia de amor, de amor purísimo: pero amor de tal capacidad, que tuvo que personificarse en el Espíritu Santo, uno con el Padre y el Hijo. Su dicha consiste en recrearse a Si mismo, en un solo punto infinito que lo llena todo, que lo absorbe todo, que lo produce todo: almas, mundos, creaciones, extensiones eternas de amor, de puro amor, que asombran al cielo h hacen prorrumpir a los seres creados que lo componen en aquel “Santo, Santo, santo”, extasiados en la infinita y divinas perfecciones que asombran, conmueven, deleitan, deifican y unifican en Dios todas las cosas. 

Y ¿por qué hablo hoy en esa unidad santísima, altísima, perfectísima que embelesa al mismo Dios eterno e infinito en sus perfecciones? Porque esa unidad producida por el amor y reflejada por mi Iglesia –que debe ser una con la unidad de la Trinidad-, no existe en muchos de mis Obispos y de mis sacerdotes; y esto quiero mostrar; esta pena que lastima mi Corazón de Dios hombre; el doloroso cuadro de la desunión en los pareceres de muchos miembros de mi Iglesia. No hablo aquí de desuniones en materia de fe precisamente, sino en materias menos altas, que desunen, lastiman y apartan de la caridad. 

¿De qué me sirve que por fuera o exteriormente estén unidos por pareceres por respetos humanos, si interiormente hay desacuerdos, murmuraciones y cosas e intrigas que solo Yo veo que a veces dan escándalo? Este punto me contrista; esta falta de unión fraternal, filial, filial y aun paternal me duele; y por este motivo vienen muchos males que Yo lamento y que se hacen sentir en mi Iglesia y que la perjudican de muchos modos. 

Falta unión; y en México tengo que lamentar este punto que ha vulnerado mucho a mi Iglesia. 

Los sacerdotes deben unificar sus pareceres con sus Obispos respetando sus disposiciones, y entre si sin disensiones, que ellos mas que nadie deben evitar que haya falta de caridad en este punto más importante de lo que parece. 

Muy hondo es el mal que se produce en las escalas esclesiásticas y seculares en este punto del que voy hablando. 

No; es preciso que entren estas amadas almas en la unidad, haciendo de muchos pareceres y juicios críticos y sentimientos, un solo sentir en Mí, en una simplificación de voluntades en mi voluntad. 

Cierto es que se puede traducir mi voluntad en formas diferentes en su superficie, pero en su fondo mi voluntad siempre se orienta a un mismo fin, aunque las circunstancias sean diversas. Puede haber –y las hay- razones de prudencia; pero aun en estos casos se debe discernir, a la luz del Espíritu Santo, cual es la prudencia humana y cual es la prudencia divina, que en esto hay mucha diferencia y muchos errores, porque se mete el mundo y las conveniencias –personales a veces-. Puede haber engaños y con frecuencia los hay. Oración, humildad y rectitud siempre. 

Pero insisto –para todo esto que pido que se remedie, que se prevea para que se evite-, en que se recurra al Espíritu Santo, conciliador y unificador de entendimientos y voluntades. Él , alma de la Iglesia, es el portaestandarte de la unidad, su principio, centro y fin, por ser el Amor. 

Que ocurran los Obispos y los sacerdotes con más y más asiduidad y ardor al Espíritu Santo, y Él será su luz, su norte, su guía para llevarlos a la unidad de la Trinidad. Un solo apostolado quiero en mi Iglesia, una sola fe, una sola verdad, un solo fin; un martirio, si todos se martirizan; un gozo, si todos gozan, un triunfo, si todos triunfan; un calvario, si todos sufren, un Sol, Jesús Dios hombre, que los caliente; y un fin, mi Padre, yendo a Él por Mí, por el Espíritu Santo y por María. El Espíritu Santo y María transforman a cada alma en Mí; y son ellos los que transformarán al mundo y unificarán a los hombres en una sola voluntad, la mía. 

El Espíritu Santo debe ser el centro de todos los corazones de los míos, de mis sacerdotes muy principalmente; y en ese centro divino de caridad se incendiarán en el amor, que es el que todo lo unifica. Del amor divino se deriva suavísimamente el amor humano divinizado, y en el Espíritu Santo se estrechan los lazos de caridad que unen los corazones en Dios y hacen de mi Iglesia un regazo en donde todos sus hijos descansen, un solo latido en donde todos afluyan y un solo amor en donde todos, en ese mismo molde, se unan. 

Insisto en esa unidad de quereres y de pareceres en Mí. Cierto que por diversas vías los arroyos van al mar; pero quiero en mi Iglesia que esos arroyos sean uno solo en unión de caridad; es decir, que mis Obispos y mis sacerdotes formen un solo caudal que desemboque en el mar que soy Yo. 

Quiero que mi Iglesia en sus diversos miembros forme una sola corriente en quereres y pareceres. Fíjense en que de ahí han salido las herejías, los cismas, las apostasías, que comienzan con pequeños disturbios en opiniones y que, al meterse la soberbia, echan por tierra a grandes columnas que arrastran a miles de almas a su perdición eterna. 

La unidad, la unidad de juicio, la unidad de voluntades en la mía es lo que trae la paz a la Iglesia y a los corazones. 

Cuántos Obispos lamentan esta falta de unidad en su clero; no tan solo con ellos, sino aun de los miembros entre sí, porque la discrepancia en pareceres acarrea consiguientemente faltas de caridad y murmuraciones de trascendencia que hieren a mi Corazón todo obediencia y caridad. 

Si el sacerdote tiene tan alto origen –nada menos que en el seno amoroso de la Trinidad-, tiene el deber ineludible de asemejarse a la Trinidad, muy principalmente en la unidad. Y como la Iglesia ha sido creada para é, por la Trinidad, en ella debe aspirar y beber la unidad, simplificándose en mi voluntad manifestada por los superiores, es decir, por el Papa y los Obispos de quienes el sacerdote depende. 

Al Padre debe el sacerdote imitarlo siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas, con todas las cualidades de un Padre, y del padre que está en los cielos, en cuyo entendimiento fue engendrado. 

Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre y transformarse en Mí, que es más que imitarme: siendo otro Yo en la tierra, solo para glorificar al Padre en cada acto de su vida y darle almas para el cielo. 

Y debe imitar al Espíritu Santo siendo amor, difundiendo amor, enamorando a las almas del Amor; fundido a la caridad, endiosado en el amor, debe dar testimonio del Verbo por el amor y unificar a todas las almas en la Trinidad, que es amor en todos sus aspectos, en todas las infinitas consecuencias. 

Esa unidad falta en el mundo; y por eso tantos males que asuelan la tierra; se desvían las almas de su Centro y de ahí todas las desgracias que llora la humanidad caída. Este es el punto cardinal y capital de su ruina, el vivir apartado de la unidad, en doctrinas erróneas, en el orgullo de las opiniones, en la multiplicidad de las sectas, en la bruma y oscuridad de las divisiones. El día que el mundo vuelva a su centro, a la unidad en la Trinidad en su Iglesia, será salvo. 

Pero lo más triste y lo que más lastima a mi Corazón es que en los míos exista esa desigualdad que los aparta de su centro, de la Trinidad simplísima y luminosa, toda unión plenísima y santísima de las tres divinas Personas. No hablo ahora de cismas y diabólicas y torcidas opiniones que atacan a mi Iglesia y al fundamento divino de su unidad; hablo de las disensiones entre los míos que son causa de divergencias, críticas y faltas con las que lastiman mi delicadeza y al mismo centro de la divinidad que consiste en esa unidad de amor. 

Aquí está el punto, el blanco a donde deben dirigirse los corazones de los Obispos y sacerdotes, a la unidad en la Trinidad, que si la estudian, la meditan y la viven, cesarán muchos males que unos se ven y otros solo Yo los contemplo apenado y quiero que se quiten. 

El medio práctico para lograrlo es unificar todas las voluntades intima y sinceramente en mi voluntad, en donde reside la unidad; porque la Trinidad, siendo Tres personas distintas, no tiene más que una sola voluntad, y voluntad siempre amorosa de unión o unitiva, siempre de caridad, que fluye y refluye de una Persona divina a Otra, enlazadas por el amor; porque la voluntad de la Trinidad en Sí misma, en la Iglesia y en las almas, es amor, toda amor. 

Y si los sacerdotes se impregnan de esta unidad en mi voluntad, se amoldarán felices y gustosos a la voluntad de mi Iglesia; es decir, a la del Papa y a la de los Obispos, y verán sobrenaturalmente sus disposiciones y las aceptarán y las cumplirán por Dios con amor. 

Unión, unión; solidaridad en juicios, opiniones y quereres, unificado todo, entendimientos y corazones, en la Trinidad. 

Esto pido hoy en estas confidencias de mi Corazón para que se remedien. 

Quiero hacer que brille mi Iglesia con sacerdotes santos según el ideal de mi Padre y en el molde santísimo y perfecto de la Trinidad. Quiero, repito, una reacción poderosa en mi Iglesia para gloria de la Trinidad y salvación de muchas almas que la esperan. Tengo sed de ser imitado y amado así como lo vengo explicando; y quiero obsequiar a mi padre, delicia de mi Corazón, con sacerdotes modelos, con Obispos transformados en Mí. 

Quiero expiar crímenes ¡tantos! Con un contrapeso de corazones según mi Corazón, con sus mismos ideales de pureza, de sacrificio y de amor al Padre. Pero toda esta ilusión de un hombre-Dios, sólo puede hacerse efectiva por el Espíritu Santo, y por la intercesión de María, su Esposa amadísima.”

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