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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XXXVI: Lo que es la Iglesia.


MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
 A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS

(De Concepción Cabrera de Armida)

XXXVI
LO QUE ES LA IGLESIA

“Mis comunicaciones son amor, y el bien inmenso que a mi Iglesia reportarán estas confidencias es amor, y la cadena de gracias individuales para Obispos y sacerdotes, presentes y futuros es también amor.

Yo no me muevo, por decirlo así, sin derramarme en amor, sin esparcir amor. Y esta prerrogativa tiene mi Iglesia comunicada por Mi: el ser toda amor, toda caridad maternal para con sus hijos.

Dios eternamente ha sido amor y su amor no tuvo principio ni tendrá fin; pero todo lo que hice antes de que existiera mi Iglesia era porque tenía presentes los méritos infinitos del Verbo hecho carne y ya con esa sangre futura y en virtud de esos infinitos méritos –para Dios presentes- quería el bien de las almas y les preparaba el tálamo de sus amores en la Iglesia santa, reflejo eterno de la Trinidad.

En Dios todo es presente, y se gozaba ya en ese reflejo celestial y único en su unidad, reflejo y luz inaccesible y rayo infinito de la Trinidad. Tenía su vista fija en esa Esposa amadísima que había de venir, cimentada con la sangre del cordero y comprada con lo divino de un Dios hombre. Por eso la Iglesia, en su principio y en su desarrollo, es divina, es reflejo de la Trinidad en sí misma y es depositaria del cielo, mansión de esa amable e infinita Trinidad.

La Iglesia encierra todos los carismas del Espíritu Santo, toda la ternura del Padre, toda la Sangre preciosa y salvadora del Verbo hecho carne. Mi Iglesia es santa, es pura, es amorosa, es madre, es fecunda por lo divino del Padre que lleva en sus entrañas.

Aunque fecundada por el Padre, la Iglesia es Esposa del Hijo y Madre de todos los fieles por el Espíritu Santo que le hace sombra, que es su alma y su vida.

El Padre engendró a la Iglesia para ser mi Esposa –la Esposa de los sacerdotes transformados en Mi-, pura y santa sin mácula también. La eterna y divina generación es pura y todo lo que procede de la Trinidad es puro también, es luz, es pureza, es la pureza misma, la diafanidad infinita de un Dios, Luz de Luz.

Esta Esposa purísima es la Esposa del Cordero que engendra vírgenes, porque viene de la Trinidad Virgen, de María Virgen. Y este Cordero purísimo busca siempre lo único que lo atrae, como reflejo de la Trinidad-Luz, de la Trinidad-Pureza; busca pureza en su Iglesia inmaculada, busca almas puras o purificadas en donde reclinarse, busca sacerdotes que formen esa Iglesia –como corona de azucenas-, con almas y cuerpos puros, porque lo manchado repugna en su blancura.

Por eso la Iglesia exige, para que lleguen sus sacerdotes al Altar, para que se unan al Cordero, almas y cuerpos puros o purificados; almas sin mancha, almas de luz, con tendencias siempre puras, con anhelos celestiales.

Esa es mi Iglesia, imagen y reflejo de la Trinidad, que lleva consigo en cada uno de sus actos a la Trinidad misma. Es la pureza comunicada con la Trinidad: la que borra todas las negruras, la que limpia desde el bautismo la mancha de origen, la que baña, la que blanquea, la que ilumina, la que transforma, la que convierte lo negro en blanco, la que da al mundo la Luz del mundo, al Candor que soy Yo, la que lleva al cielo.

Y siendo esto así, claro está, que a mi derredor –ya que habito personalmente y realmente en mi Iglesia y en la Eucaristía, con mi Humanidad y Divinidad inseparables –sólo quiero corazones puros, sacerdotes sin mancha, una generación de pureza y de luz, para que manejen debidamente los tesoros purísimos del cielo.

¡Qué grande y qué hermosa y qué pura es mi Iglesia en donde se complace y habita en la tierra de la Divinidad, es decir, el AMOR! Siendo el Ser de Dios darse y comunicarse, no encontró todo un Dios sapientísimo un medio mejor para derramar en las almas su caridad infinita que la Iglesia.

Es tal el ardor, el fuego infinito y sano, el combustible poderoso, inmenso e infinito y eterno del amor, que no cupo –por decirlo así y tomando el modo de hablar de los hombres-, que no hubiera sido posible que cupiera y que lo soportara una sola Persona divina, aunque infinita, y tuvo que derramarse en Tres Personas, siendo una de Ellas el Amor mismo, que, concentrado, fuente y manantial del amor, se derrama en las otras Personas como impetuoso torrente en un deleite eterno, en una inefable fruición.

Y aunque el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo, las tres Personas son eternas, y al realizar estos portentos –del Padre engendrando al Verbo y del Espíritu Santo procediendo de los dos uniéndolos-, fue tan subido en quilates, en ardores santos, en fuegos más que volcánico  e inextinguible, y suave y puro y santo y eterno ese AMOR, que tuvo que constituir una Persona Divina  que lo contuviera, que lo difundiera con un temple divino a la vez, para no derretir, para no liquidar con su intensidad infinita a todo un infinito Dios…

Por eso Dios en su mismo ser lleva la tendencia a comunicarse, a difundirse, a derramar su hermosura; a no ser Uno, sino Tres en Uno; a no ser Santo, sino Tres Santos en una Santidad; tres Divinos y Eternos, en una sola Divinidad y Eternidad.

Y como Dios siempre es Dios, es caridad difusiva, es unidad comunicable, tiende y busca –como las llamas de un gran fuego- a quienes incendiar de amor, a quienes hacer felices con su felicidad, santos con su santidad y eternamente dichosos con su dicha infinita.

Y de aquí que la Iglesia, dueña de ese Dios unidad, de ese Dios infinito; la Iglesia sea el único conducto para el cielo, la única unidad en la tierra para llevar a las almas a la Trinidad; la única puerta de salvación; el único asilo de paz, de verdad, de estabilidad, de luz y de amor”.

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