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UN ESTUDIANTE DE HARVARD HABLA CLARO... Por eso atiendo a la misa latina tradicional


Introibo ad altare Dei -- "Subiré al altar de Dios." Así comienza el santo sacrificio de la Misa, tal como ha sido celebrado en el rito romano de la Iglesia por más de un milenio. Contrariamente a los sinceros deseos del aparato litúrgico que en los pasados cuarenta años ha venido asolando a los católicos ortodoxos, la liturgia latina tradicional aún sobrevive. Más aún: no sólo sobrevive, sino que está atrayendo nuevos seguidores y despertando una profunda piedad entre los católicos de todas las edades -- muchos de los cuales, como yo mismo, nacieron mas que una década después de la imposición de la nueva liturgia. Con el reconocimiento por parte de muchos católicos preocupados de que el lex orandi de la nueva liturgia no es una expresión adecuada de la lex credendi de la Iglesia, ha habido en los años recientes concertados esfuerzos para dar un giro a la pobreza de la vida litúrgica. (Inmediatamente acude a mi mente la "reforma de la reforma", propuesta formulada por el Cardenal Joseph Ratzinger y el P. Joseph Fessio). En tanto que muchos católicos ortodoxos se preocupan por salvar la Novo Ordo Missae, introducida por Paulo VI en 1969, muchos otros dedican sus energías a la restauración -- o al menos a la resurrección -- de la Misa latina tradicional.

Deberíamos comenzar por deternernos en una cuestión particular respecto de la Misa Antigua: ¿Qué significa el nombre? El rito tradicional de la Misa que prevaleció desde los primeros siglos cristianos hasta justo después del Segundo Concilio Vaticano, es frecuentemente llamada "Misa latina" o "Misa Tridentina". Estrictamente hablando, ninguno de estos dos nombres es satisfactorio. Si bien es cierto que la Misa antigua es celebrada en Latín, la nueva Misa también es, técnicamente, una Misa latina -- después de todo, es una Misa del Rito Latino (diferente de los ritos Bizantino o Maronita, por ejemplo) y el Missale Romanun de Paulo VI fue escrito en latín. Los Padres Oratorianos, al igual que algunos monasterios, son conocidos por celebrar la nueva Misa, total o enteramente, en latín. Pero, ante el hecho de que la nueva liturgia es frecuentemente celebrada en lengua vulgar (¡y la traducción del ICEL nos recuerda lo que la lengua vulgar puede ser!), no es sorprendente que nadie piense en la nueva Misa como la Misa latina.

Llamar a la antigua Misa "tridentina" es también engañoso. No obstante que la Misa romana sufrió algunas revisiones menores y purificaciones bajo el papa San Pio V y después del Concilio de Trento, en el siglo XVI ("Tridentina" deriva del latín, por Trento), eso no significa que el misal de 1570 fuera un producto nuevo o fabricado. A diferencia de la nueva liturgia, que fue producida casi desde la nada, en 1969, por un comité de "expertos" liturgistas, el misal de Pio V solamente procuraba "la preservación de una liturgia pura" -- de hecho, la misma liturgia cuyos elementos principales habían sido codificados bajo el reinado del papa San Gregorio Magno en el siglo VI. Confiables estudiosos de la liturgia, como el P. Adrian Fortescue y Mons. Klaus Gamber, han documentado la antigüedad del rito romano tradicional. La edición más reciente del misal tradicional fue publicada en 1962. Este es el misal utilizado por el clero, como por los integrantes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, autorizada por la Santa Sede para preservar la liturgia clásica. Los cambios hechos en 1962, como los realizados por San Pio V y por algunos de sus sucesores, fueron menores y orgánicos, y dejaron intacta la integridad del rito latino.

Los católicos de todas las edades deben estar agradecidos al papa Juan Pablo II por la comprensión que ha demostrado hacia los que aún desean la Misa antigua. Aunque el propio Santo Padre ve al moderno experimento litúrgico como una bendición para la Iglesia, ha urgido, no obstante, a los obispos del mundo a respetar el deseo de muchos católicos de realizar el culto de la manera en que lo hacían sus ancestros. De hecho, en su motu propio, Ecclesia Dei, pidió a los obispos que garantizaran "amplios y generosos" permisos para la vieja liturgia, en orden a adaptarse a "los sentimientos que todos aquellos que están apegados a la tradición litúrgica latina". (En el pasado verano, el Papa celebró la misa clásica en su capilla privada de Castel Gandolfo).

Cuando inicialmente, los obispos dieron sus renuentes permisos para la preservación de la antigua Misa latina, muchos pensaron que la medida era simplemente un gesto provisorio para aplacar a sacerdotes y laicos atados al pasado. La idea dominante era que estos anticuados desaparecerían y con ellos la vieja Misa. ¡Qué equivocados estaban! Yo tengo 20 años y desde hace tres años he asistido a la Misa tradicional. Por cierto que en la Iglesia a la que acudo hay gente de edad, sin duda todavía desorientada por los cambios radicales que les quitaron violentamente las tradiciones de su juventud, pero también hay muchos jóvenes. No puede ser simple nostalgia la que atrae a los jóvenes -- que nacieron décadas después del Vaticano II -- a la Misa antigua. A ese respecto, no es tampoco una consideración estética la que conduce a muchos católicos a estar a favor suyo. Por sobre todo, nosotros preferimos el rito antiguo porque refleja más apropiadamente la creencia de la Iglesia en la Misa como un sacrificio propiciatorio, a diferencia de la nueva liturgia que la enfatiza como banquete comunitario. 

Si bien ningún devoto de la vieja liturgia la prefiere o debería preferirla sólo por su belleza, no hay que negar el valor cultural y estético del rito tradicional. De hecho, en 1971 influyentes figuras de la cultura (incluyendo a no católicos e incluso a no cristianos), basados en fundamentos culturales, apelaron al papa Pablo VI, para que se preservara el viejo rito. En su pedido, publicado en The Times de Londres (15 de julio de 1971), decían que "El rito en cuestión, en su magnífico texto latino, ha inspirado un sinnúmero de inapreciables logros en las artes -- no sólo textos místicos, sino trabajos de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores, de todos los países y épocas". Asistir a una Misa solemne tradicional, repleta de vestiduras de hechura exquisita y con canto gregoriano, constituye, en efecto, una experiencia conmovedora. 

Pero, como he dicho, no es el valor artístico de la Misa antigua -- alimentado en el seno de la madre Iglesia durante 1500 años -- el argumento más convincente a favor suyo, sino su precisión doctrinal. No quiero cuestionar la suficiencia doctrinal de la nueva Misa, que habiendo sido proclamada por un papa reinante, constituye, obviamente, un rito válido. Pero el hecho que la nueva Misa sea ortodoxa y sacramentalmente válida no implica que sea una expresión tan perfecta de la fe católica como lo es la Misa antigua. El uso de una lengua "muerta" como el latín desempeña un papel valioso en la preservación de la ortodoxia, desde que el texto de la liturgia está fijado y las palabras utilizadas para expresar la teología eucarística católica no están sujetas a ninguna vicisitud respecto de su significado. En su monumental encíclica Mediator Dei, el papa Pio XII recuerda a los católicos que "El uso de la lengua latina... es un signo manifiesto y bello de unidad, como también un antídoto efectivo contra cualquier corrupción de la verdad doctrinal".

¿Qué es lo que hace al latín una lengua litúrgica ideal y más recomendable que las lenguas vernáculas? Deberíamos notar que casi todas las religiones mayores han dejado de lado alguna lengua particular que, por su relación íntima con el cultus religioso, se ha convertido en sagrada, incluso mucho después de habérsela abandonado en el uso cotidiano. No debemos olvidar que nuestro Señor predicó en una lengua no vernácula -- el hebreo. Incluso aunque hace 2,000 años los judíos de Palestina usaban el arameo en su habla cotidiana, conservaban a aquella como lengua sagrada para su culto. Y cuando la Providencia mandó al Príncipe de los Apóstoles, San Pedro, levantar en Roma la diócesis madre de toda la Cristiandad, es sólo por conveniencia que la lengua de la vieja Roma se convirtió, a su debido tiempo, en la lengua de la Iglesia. Cuando un católico escucha la Misa en latín se le recuerda, además de la especial primacía del Pontífice romano, que pertenece a una comunión universal. Como lo explicó el papa Pio XI en su Carta Officciorum Omnium, "la Iglesia -- precisamente porque abarca a todas las naciones y está destinada a perdurar hasta el final de los tiempos -- requiere, por su verdadera naturaleza, de una lengua que sea universal, inmutable y no vernácula". Es significativo que el Vaticano II que abrió las puertas a la renovación litúrgica, reafirmara que "el uso de la lengua latina debe ser preservada en los ritos latinos" (Sacrosanctum Concilium). El propio papa Juan XXIII, padre del Vaticano II, publicó en la víspera de la apertura del mismo, una encíclica para oponerse al deseo de algunos innovadores católicos de remover el latín.

El actual Santo Padre escribió en su carta del Jueves Santo de 1980, Dominicae Cenae, que "la Iglesia romana tiene una deuda especial hacia el latín, la espléndida lengua de la antigua Roma, y debe manifestarla en todas las ocasiones que se le presenten". Sería tentador hacer de esta línea la base de un silogismo: 

- Premisa mayor: La Iglesia Católica debe manifestar su deuda con el latín en donde quiera que se le presente la ocasión. 

- Premisa menor: La ocasión siempre se presenta. (El misal de San Pío V presupone, por supuesto, la celebración en latín; y la edición normativa del misal de Paulo VI también está en latín). 

- Conclusión: La Misa debe ser siempre celebrada en latín en el rito romano de la Iglesia Católica.

Quizás los actuales católicos estarán en desacuerdo sobre cuánto de lengua vernácula es deseable en la celebración de la Santa Misa, pero sería completamente contrario a la mente de la Iglesia afirmar que la Misa debería celebrarse totalmente en ella. En efecto, sobre este punto, el Concilio de Trento declaró que "Si alguno dice... que la Misa debe ser celebrada sólo en lengua vulgar... sea anatema" (Sesión XXII, canon 9). Es significativo que el concilio haga esta puntualización en un canon dogmático, con el agregado de un anatema, en vez de hacerlo dentro de un decreto sobre disciplina.

En su fenomenal y presiente ensayo de 1966 "The Case for the Latin Mass", el celebrado filósofo católico Dietrich von Hildebrand pregunta retóricamente "si encontramos mejor a Cristo en la Misa elevándonos hacia Él, o arrastrándolo hacia abajo, hacia dentro de nuestro pedestre mundo cotidiano. Es una buena pregunta, y es una pregunta que muestra una cuestión fundamental acerca del hombre moderno: antropocentrismo. Desafortunadamente, la liturgia moderna refuerza esta falla básica para la comprensión de la relación fundamentalmente desigual que existe entre Dios y el hombre. El problema con las "liturgias creativas" es que obvian el verdadero centro de la plegaria litúrgica: El fiel debe adaptarse a la liturgia para encontrar a Cristo en la Misa. Se ha dicho bien que en la Misa tradicional, el sacerdote abandona su propia persona en la sacristía y se transforma en un verdadero alter Christus. Siguiendo con exactitud las palabras y rubricas del misal, hace una oblación de su propia voluntad. No obstante que una ajustada adherencia al texto del nuevo misal eliminaría algún reparo, la tendencia de los celebrantes de dejar su propia marca en la Misa de Cristo es aún pronunciada. Después de todo, la nueva Misa permite al celebrante elegir entre cuatro diferentes "Oraciones Eucarísticas", a diferencia del anterior Canon Romano obligatorio. Esto es para no mencionar la cantidad de otras opciones aprobadas ad libitum que tipifica el Novus Ordo. 

También el fiel está menos volcado al antropocentrismo en la Misa tradicional. El sacerdote da su cara al altar, más que a la gente -- la Misa, después de todo, es la mayor oración que la Iglesia puede ofrecer a Dios. ¿Por qué orientar al sacerdote hacia la congregación cuando la asamblea completa debería dirigir su atención a la sagrada Hostia -- la "pura, santa e inmaculada Víctima", en las palabras del misal tradicional? Más aún; la liturgia tradicional también prevenía de la confusión entre sacerdocio y laicado, algo que es muy común actualmente. Todas las lecturas de la Misa eran leídas por el clero -- subdiácono, diácono y sacerdote; los representantes oficiales de la Iglesia tenían a cargo todas las oraciones y lecturas de la vieja liturgia. Qué valioso recordatorio para todos nosotros de que Dios ha encargado a la Iglesia la correcta interpretación de la Escritura. 

En el rito tradicional, el "silencio" del Canon Romano, oración central de la Misa que contiene la consagración del pan y el vino (que el sacerdote siempre pronuncia sotto voce, en voz baja), nos recuerda que el mundo estuvo silencioso durante la crucifixión. Y, por supuesto, es precisamente el sacrificio del Calvario el que es re-presentado en cada Misa. El crispado sonar de las campanillas atraviesa el silencio, alertando al fiel de la elevación de la Hostia y el Cáliz.

¿Qué hay en la afirmación de que la gente es incapaz de comprender lo que ocurre en la Misa latina tradicional? De acuerdo, pero la gente ¿realmente comprende lo que ocurre en el Novo Ordo? Por supuesto puede escucharla en su propia lengua, pero ¿comprende lo que realmente ocurre en la Santa Misa? Es un hecho bien documentado que solo una minoría entre los católicos actuales cree en la Transustanciación -- que el pan y el vino consagrados en la Misa se convierten en el cuerpo y la sangre, alma y divinidad, de nuestro Señor Jesucristo. De modo que debemos asumir que muchos católicos, aún comprendiendo el lenguaje de la Misa en lengua vernácula, no entienden realmente lo que ocurre en ella. Ante esto, carece de peso el argumento de que la gente no entiende la Misa en latín. La "comprensión" que de la nueva Misa tiene la mayoría de los católicos, es subjetiva y superficial -- lo que no significa que la nueva liturgia sea mala pero se, pero demuestra que para "comprender" se necesita algo más que el sólo reconocimiento de la lengua vernácula. (Por supuesto, la catequesis ortodoxa y una predicación sólida -- ya sea en una Misa latina o en una parroquia del Novo Ordo -- serían de mucho provecho. Obviamente, hay muchos católicos que asisten a la nueva Misa y creen en la Transustanciación y reverencian profundamente al Santísimo Sacramento, pero en cuanto tal, la liturgia en lengua vernácula no contribuye en nada a crear una conciencia profunda sobre esta realidad.)

Sostengo que los católicos, especialmente los que asisten regularmente a la antigua liturgia, comprenden de hecho la Misa latina. En primer lugar, abundan los misales de mano en latín-inglés que permiten al laico, si lo cree conveniente, seguir las oraciones de la Misa. Otros, sin embargo, estamos espiritualmente formados para seguir las acciones del sacerdote en el altar. Una u otra vía constituyen medios provechosos de participación. En segundo lugar, la lectura de los textos de la Misa, después de haber sido leídos o cantados en latín, lo son nuevamente en la lengua vernácula. Por supuesto, el sermón es siempre predicado en la lengua del pueblo. Ya hemos dicho que la naturaleza jerárquica del rito tradicional de la Misa es opuesto al antropocentrismo moderno. El gran énfasis dado para habilitar a los laicos en la participación activa en la liturgia, constituye un reflejo de este antropocentrismo. No importa que las plegarias de la antigua Misa sean recitadas en latín y algunas veces en silencio -- estas oraciones se dirigen a Dios, no a un hombre deificado. No me molesta no comprender cada palabra latina en la Misa: ella se ofrece para agradecer a Dios, para adorarlo, para suplicar Su perdón e implorar su bendición. No se ofrece para pedir por uno mismo o como un entretenimiento. 

Aunque la Misa antigua, tan claramente orientada hacia lo divino, no satisfaga a las sensibilidades subjetivas de la congregación, uno no debería pensar que no es instructiva o edificante. Una persona desinformada respecto de la teología católica que participa de una Misa latina tradicional percibiría que algo está ocurriendo -- quizás no sepa qué, pero estará encantada con ello. En una ocasión, una mujer católica justificó su decisión de asistir a una iglesia protestante porque ahora, dijo, católicos y protestantes cantan las mismas canciones de modo que ¿dónde está la diferencia? Quizás no sea una falla suya. La liturgia católica ha sido tan desnaturalizada que a muchos católicos no les parece otra cosa que música de aficionados. En el pasado verano hubo una noticia sobre una mujer californiana que se sintió perturbada al enterarse que por años venía asistiendo a una iglesia luterana que pensaba era católica. ¡Qué día triste aquél en el que el sacrificio de la Misa no muestre una apariencia que lo diferencie del servicio protestante! La liturgia tradicional es ciertamente instructiva y nadie podría confundirla jamás con un servicio luterano. 

La antigüedad sin adulteraciones del rito tradicional romano de la Misa constituye un argumento contundente para que cualquier católico que porque se trata de una realidad y no de una simple cuestión de temperamento, debe poseer un espíritu inclinado a lo tradicional, Lo novedoso, incluso en materia de disciplina eclesiástica y liturgia secundarias, puede minar la estabilidad de la fe. ¿Con cuánta frecuencia escuchamos a católicos contestatarios proclamar que la posición eclesiástica en relación a la contraconcepción y la ordenación de mujeres es proclive a cambiar porque la Iglesia ha experimentado muchos otros cambios dramáticos en los pasados treinta y cinco años? No es desleal, pues, sugerir que la rendición de la jerarquía a las demandas de las innovaciones litúrgicas, como la comunión en la mano y las niñas en los altares -- a lo que se opusieron, respectivamente, Paulo VI y Juan Pablo II antes de autorizarlas con reluctancia -- socava realmente la autoridad de la Iglesia en otras cuestiones. Sto. Tomás de Aquino señala el deletéreo efecto que la innovación puede tener: "en cierta medida, el mero cambio de la ley es en sí mismo perjudicial para el bien común: porque la costumbre avala en mucho la observancia de las leyes, dado que lo que es contrario a las costumbres generales, incluso en cosas pequeñas, es mirado como grave". (Summa theologiae I-II, 97, 2). Y así, dejando de lado los méritos doctrinarios de la liturgia latina como hemos considerado anteriormente, la real antigüedad del rito tradicional habla fuertemente a su favor. Fabricar ex novo un rito sacramental completo es totalmente ajeno al sentido común de la liturgia católica. El Cardenal Ratzinger, aún no visualizando como una meta la restauración del misal de 1962, está perspicazmente consciente de la ruptura que presenta la reforma litúrgica. En su prefacio a la obra de Gamber, Reform of the Roman Liturgy, describe al Novo Ordo como un producto banal y hecho con prisa".

La Misa es la suma de toda la vida cristiana y a la luz de las glorias de la Misa tradicional, no debe sorprendernos su actual resurrección -- aunque por supuesto nunca había desaparecido. La "crisis de las vocaciones" que afectan a las diócesis en las que la fe ha sido diluida durante décadas, no involucra a aquellas sociedades sacerdotales como la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro y el Instituto de Cristo el Rey, fundadas (respectivamente en 1988 y 1990) para brindar nueva vida a nuestra herencia litúrgica latina. Los monasterios benedictinos tradicionales, como Le Barroux en Francia y el más reciente de Clear Creek en los Estados Unidos, constituyen importantes centros de resurgimiento de la liturgia latina. Bastante más de 150,000 católicos norteamericanos asisten a la Misa latina oficiadas cada semana en sus diócesis, sin mencionar a los muchos más que están esperando la autorización de su obispo. (Una lista completa de todas las localidades en las que son oficiadas Misas tradicional en latín, bajo la jurisdicción diocesana, es accesible en: latinmass.org/directory.html). Permítasenos otra cita del más confiable de los teólogos, Sto. Tomás: "Es absurdo y una detestable vergüenza, que suframos que sean cambiadas esas tradiciones que hemos recibido de los padres de los tiempos antiguos". 

Autor: Francis X. Altiere IV 

Francis X. Altiere IV es estudiante en la Universidad de Harvard.

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