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LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO (Parte 21).


SUEÑO 30.—AÑO DE 1861.
(Cuarta entrega)

(M. B. Tomo VI, págs. 897-916)

Respecto a los tres jóvenes que tenían el monazo sobre las espaldas, Don Francisco Dalmazzo atestiguaba con juramento: «Recuerdo muy bien que [San] Juan Don Bosco, hablando de éstos, añadía que si deseaban saber algo más concreto, se apresurasen a entrevistarse con él. 

Más de cincuenta muchachos del Oratorio se presentaron al buen padre, temerosos de tener en la conciencia alguna cosa oculta; pero [San] Juan Don Bosco dijo a cada uno de ellos: 


******** 

—No eres tú. 

Habiéndose encontrado después, casualmente, en el patio, en ocasiones distintas, con aquellos tres infelices, les advirtió de la realidad del desgraciado estado en que se encontraban. Uno de ellos era condiscípulo mío y me lo dijo a mí confidencialmente, manifestándome su admiración de que [San] Juan Don Bosco pudiese conocer aquellas cosas. 

Por otra parte, yo también tuve algunas pruebas personales sobre la facilidad con que [San] Juan Don Bosco escudriñaba los corazones, pues repetidas veces me reveló el estado de mi conciencia sin que yo le hubiese preguntado nada. La misma impresión tenían algunos de mis compañeros, los cuales confesaron ingenuamente que, a pesar de haber callado en la confesión pecados graves, [San] Juan Don Bosco había sabido ponerles de manifiesto con toda precisión, el estado en que se encontraban.» 

De uno de los cuatro encadenados tuvimos noticias por el teólogo Borel. 

Habiendo ido dicho teólogo en 1866 a ejercer su ministerio a las cárceles, al regresar al Oratorio traía a [San] Juan Don Bosco un encargo de parte del joven Bec... di...; condenado por desertor del ejército. El prisionero pedía al [Santo] "El joven instruido" y al mismo tiempo le mandaba a decir: 

— ¿Recuerda que me dijo que en el sueño de la rueda me había visto encadenado? Ciertamente yo era uno de los cuatro; pero he de comunicarle para su consuelo, que me encuentro en la prisión, no por haber cometido un delito, sino por haber huido del cuartel por serme insoportable la rigidez de la vida militar. [San] Juan Don Bosco fue a visitarlo llevándolo al mismo tiempo el libro que le había pedido. 

Además de la prisión, el [Santo], después de aquel sueño, le pronosticó que sufriría otras vicisitudes. Al terminar sus estudios se había despedido del buen padre, diciéndole que tenía intención de entrar en una Congregación religiosa. 

— ¡Quédate con nosotros!, —le aconsejó Don Bosco, queriéndole inducir a formar parte de la familia del Oratorio—. No te alejes de mí; aquí tendrás lo que deseas. 

Pero el joven estaba resuelto a marcharse. Si es así, márchate —concluyó el [Santo] —. Te harás jesuita, pero te mandarán a tu casa. Entrarás en los Capuchinos y no perseverarás. Finalmente, acuciado por el hambre y después de varias peripecias, volverás al Oratorio en demanda de un trozo de pan. Todo esto parecía poco verosímil, pues el joven en cuestión disponía de un patrimonio de unas 60,000 liras y su familia era la más acomodada del pueblo. Mas a pesar de todo, sucedió al pie de la letra cuanto [San] Juan Don Bosco le había predicho. 

Habiendo entrado primeramente en los jesuitas y después en los Capuchinos, no pudo adaptarse a las reglas siendo despedido tras un breve lapso de tiempo. Gastó el dinero de que disponía y después de algunos años apareció en el Oratorio en un estado de la más extrema miseria. Fue amablemente acogido, permaneció en él un año y se volvió a marchar, pues era muy amante de la vida bohemia. El mismo interesado contaba el cumplimiento de esta profecía en el año 1901. 

Entretanto, clérigos y alumnos habían comenzado a asediar a [San] Juan Don Bosco desde el cuatro de mayo, preguntándole en qué parte del campo les había visto, si entre los que cavaban o entre los segadores y la ocupación que desempeñaban. El buen padre satisfizo a todos. Al exponer el sueño hemos dado a conocer algunas de sus respuestas; no pocas de ellas, como se pudo constatar después, fueron verdaderas predicciones. 

[San] Juan Don Bosco había visto a¡ clérigo Molino, ocioso, con la hoz en la mano, observando cómo trabajaban los demás; después pudo apreciar cómo se acercaba al foso que rodeaba el campo y después de saltarlo y arrojar el sombrero, le vio salir corriendo. Molino pidió a [San] Juan Don Bosco explicación de todo aquello y escuchó de sus labios esta respuesta: 

—Tú cursarás, no cinco, sino seis años de teología y después dejaras la sotana. Molino quedó estupefacto al escuchar estas palabras, que le parecieron extrañas y lejos de la realidad; pero los hechos comprobaron que [San] Juan Don Bosco tenía razón. 

Dicho joven cursó cuatro años de teología en el Oratorio y otros dos en Asti y después de hacer los ejercicios espirituales para la ordenación, habiendo ido a San Damián de Asti, que era su pueblo natal para pasar solamente un día y poner en claro cierto asunto, dejó la sotana y no volvió más. 

El clérigo Vaschetti era considerado con toda razón como una de las columnas del Colegio de Giaveno. Cuando [San] Juan Don Bosco le dijo que lo había visto salir del campo y saltar el foso, le respondió con despecho: 

— ¡Se ve que ha soñado! 

En efecto, por entonces no pensaba abandonar a [San] Juan Don Bosco. Habiendo salido del Oratorio, pues era libre de hacerlo, y como visitase a [San] Juan Don Bosco 

Siendo ya joven sacerdote, el siervo de Dios le recordó su respuesta brusca pero filial. 

— ¡Me recuerdo, es cierto?—, replicó Vaschetti. 

Y [San] Juan Don Bosco: —Era aquí al Oratorio adonde Dios te llamaba. Por lo demás espero que el Señor te dará sus gracias; pero tendrás que luchar. 

Y en efecto, Dios ayudó a Vaschetti, el cual hizo mucho bien como párroco. 

El clérigo Fagnano no quería preguntar a [San] Juan Don Bosco el lugar que ocupaba en el sueño, bien por cortedad, bien porque habiendo llegado al Oratorio hacia pocos meses del Seminario de Asti, no creía mucho en aquellas revelaciones. Acuciado, sin embargo, por los compañeros, se acercó al siervo de Dios y le preguntó qué había visto a través de aquella lente relacionada con él. 

—Te vi en el campo, pero tan distante que apenas si te podía reconocer. Estabas trabajando en medio de hombres desnudos. 

El clérigo Fagnano no dio demasiada importancia a aquellas palabras, pero las recordó cuando en un día de María Auxiliadora se vio en una playa en el Estrecho de Magallanes comiendo moluscos durante dos días y con el barco a la vista que no se podía aproximar a causa de la tempestad. Y vio a los hombres desnudos de la Tierra del 

Fuego, lugar en que plantó la Cruz y levantó su misión. 

A Don Ángel Savio, [San] Juan Don Bosco le aseguró que le había visto en países muy lejanos. 

A las preguntas de Domingo Belmonte, contesto: —Tú darás gloria a Dios con la música. 

Y seguidamente añadió una palabra que causó en el joven profunda impresión; pero después que se hubo alejado unos pasos se borró por completo de su memoria, y, por mucho que recapacitó, no volvió a recordarla. [San] Juan Don Bosco lo había visto conduciendo un carro tirado por cinco mulos. El fruto de sus fatigas sería prodigioso. 

Maestro y asistente general en el Colegio de Mirabello, profesor en el de Atassio, primeramente prefecto y después director en Borgo San Martino; director y párroco en Sampierdarena, con todos estos cargos también desempeñó el de maestro de música, contribuyendo al esplendor y decoro de las funciones religiosas. Finalmente, fue prefecto general de la Sociedad y director del Oratorio de Turín, contando siempre con el afecto y la confianza de los hermanos y de ¡os alumnos. 

[San] Juan Don Bosco —leemos en la Crónica— dijo también a Avanzino el oficio que desempeñaba en el sueño; después añadió: —Dios quiere que hagas eso. Avanzino, que no manifestó a nadie el oficio o misión a que según el sueño estaba destinado, porque no quería someterse a ella, decía después confidencialmente a algunos de sus íntimos: —[San] Juan Don Bosco me descubrió cosas que yo no había dicho a nadie en el mundo. 

A Go... le dijo también [San] Juan Don Bosco: —Tú serías llamado al estado eclesiástico, pero te faltan tres virtudes: humildad, caridad, castidad. 

Añadió que la hoz no se la proporcionaría Don Provera. El joven Ferrari, que decía querer abrazar el estado eclesiástico, no fue a preguntar el porvenir que le aguardaba según el sueño; por el contrario, seguía tomándolo a broma a pesar de que muchos le insistían para que se presentase al [Santo]. Al fin, se encontró en circunstancias tales que no pudo evitar el encuentro con [San] Juan Don Bosco, el cual le dijo que lo había visto en el campo de trigo y que a despecho de aquellos que lo habían enviado a coger flores, comenzó a segar con entusiasmo, pero que al final volvió la vista atrás y pudo comprobar que no había hecho nada. 

— ¿Qué quiere decir esto?—, preguntó entonces el joven. 

—Pues, quiere decir —replicó [San] Juan Don Bosco— que si no cambias de estilo, esto es, si sigues obrando según tu capricho, llegarás a ser un sacerdote negligente o un religioso despreocupado. 

Pero los jóvenes del Oratorio no se contentaban con las noticias dadas a cada uno en particular. Deseaban tener más amplias explicaciones del sueño, que se les resolviesen ciertas dificultades que no habían comprendido, que se les satisficiese plenamente la curiosidad que sentían, cosas todas que les mantenía en cierto estado de nerviosismo. 

Había algunos dotados de gran ingenio, inteligencia y tan listos que habrían puesto en un gran aprieto a otro que no hubiese estado tan seguro de la realidad de su relato, como el [Santo]. 

[San] Juan Don Bosco, por su parte, no temía caer en contradicción y en la noche del cuatro de mayo —dice la Crónica— habló dando facultad a cada uno de los alumnos para que preguntaran cuanto quisieran, pues él mismo deseaba aclarar algunas cosas referentes al sueño, que no hubieran entendido bien. 

En la noche del cinco de mayo muchos manifestaron sus dificultades. 

—En primer lugar: ¿qué representa la noche?, preguntaron algunos. 

[San] Juan Don Bosco respondió: —La noche representa la muerte que se acerca: Venit nox quando nemo potest operari, ha dicho Nuestro Señor. 

Los jóvenes entendieron que estaban próximos los últimos días del buen padre y, después de unos minutos de penoso silencio, requirieron de él que les dijera los medios que tenían que poner en práctica para que aquella noche se alejase lo más posible. 

Hay dos medios para conseguirlo —replicó [San] Juan Don Bosco—. El primero sería no tener más esta clase de sueños, pues me arruinan extraordinariamente la salud. Y el segundo, que los empedernidos en el mal no obligaran en cierta manera al Señor a obrar de una forma violenta para librarlos del pecado. 

—Y los higos y las uvas, ¿qué simbolizan? —Las uvas y los higos, que en parte estaban maduros y en parte no, quiere decir que algunos hechos que precedieron a la noche se cumplieron ya y que otros se cumplirán. A su tiempo les diré cuáles son los hechos ya cumplidos. Los higos indican grandes acontecimientos que tendrán lugar muy pronto en el Oratorio. A este respecto tendría muchas cosas que decirles, pero no es conveniente que se las comunique por ahora, lo haré más adelante. Les puedo añadir que los higos, como símbolo de los jóvenes, pueden significar también dos cosas: o maduros por haberse ofrecido a Dios en el sagrado ministerio, o maduros para ofrecerse a Dios en la eternidad. 

Séanos permitido —comenta Don Lemoyne— exponer una idea nuestra personal, a saber, que entre los higos ciertamente habría algunos amargos al paladar, por eso [San] Juan Don Bosco no los quiso escoger aunque se excusase de hacerlo aduciendo un pretexto diferente. 

Que el Valle de Valcappone representase el Oratorio nos parece muy lógico, pues en él tuvo origen, o al menosen la región en que está enclavado, la Obra de [San] Juan 

Don Bosco. Lo mismo representan el carro del hermano José que fue siempre un generoso bienhechor del siervo de Dios y la rueda con la lente a través de la cual el siervo de Dios vio todo lo anteriormente descrito.

Continuará....

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