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LA HORA DE LOS LAICOS - MEZCLARSE PERO SIN CONFUNDIRSE.



A la luz de la Exhortación apostólica “Christifideles laici”


Dignidad esencial del bautizado

Hay una idiosincrasia sobrenatural propia, que no se opone ni supera al sacerdocio o a la consagración religiosa, sino que es peculiar, única, en el laico. Es su índole secular:


son personas que viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales, profe­sionales, culturales; de tal modo que el “mundo” se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, ya que han sido llama­dos por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santifi­cación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas (Christifideles laici, 15).


Están llamados a la santidad, aunque en diverso ambiente del altar o de la clausura, santidad que hunde sus raíces en el bautismo que recibieron para pretender el seguimiento y la imitación de Jesucristo.


La vocación de los laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades tempo­rales y en su participación en las actividades terrenas (C.L,17).

Hay que plantar la viña en medio de la sociedad, y que sus frutos sean estimados y apeteci­dos por los indiferentes o los perseguidores mismos; tarea de viñadores que deben actuar allá mismo. Viven, ríen, lloran, laboran, triunfan, fracasan, se multiplican, aman, con los demás, pero no como los demás, porque los lai­cos fieles han de cumplir todo como exigencia de su amor a Dios y con go­zosa sumisión a los mandamientos divinos. Fructifican sus almas, atraen a su vida mística a sus vecinos, con su conducta orientan según el Evangelio en toda oportunidad social, participan con su esfuerzo en la creación de una gran familia.

Cuando Teodosia la hermana de Santo Tomás el Aquinate le preguntó ¿qué debo hacer para ser santa?, el gran genio respondió contundentemente con una sola palabra: desearlo. Ahí está el quid del asunto. Sólo se consigue aquello que se persigue. Nadie ama lo que es malo, nosotros amamos lo que es bueno, por eso el padre de la mentira disfraza el pecado hasta hacerlo parecer como oro del Paraíso.

Así como el cristianismo naciente tuvo que distanciarse de la moral ambiente de la época, los cristianos de hoy, y más aún los de mañana, tendrán que asumir su responsabilidad en fidelidad a su doble deber para con Dios y para con el hombre, a la luz de Dios.

La crisis de la evangelización no está motivada, de manera prioritaria, por una falta de catequistas o de docentes (profesores de religión o de teología). Se debe al hecho de que no hay suficientes cristianos que estén dispuestos a transmitir la fe a sus prójimos. Es decir,


que el fermento se mezcle con la masa, pero sin confundirse con ella. La luz irradie pero sin dejarse invadir por las tinieblas. Las disipe casi sin tocarlas. Que el fermento permanezca oculto, desaparezca haciendo hacer a otros.


Los cristianos no son del mundo, como Yo no soy del mundo (Jn 17, 14-16). El mundo amaría a los cristianos si los considerase suyos; pero como ve que Cristo les ha sacado del mundo, por eso los odia, como le odia a Él (15, 19). No los ha retirado físicamente del mundo (17, 15), pero los ha sacado de él espiritualmente, de modo que han vencido al mundo (1Jn 4, 4; 5, 4).

Así, como en los primeros siglos del Cristianismo


negándose los cristianos a dar culto al emperador y a otras manifestaciones de la religiosidad oficial romana, se hacen infractores habituales del derecho común, y vienen a incurrir en crimen de lesa majestad (José María Iraburu, De Cristo o del mundo),

la Verdadera Fe es actualmente atacada como no hay precedentes en la historia. Los medios de comunicación y los grupos ateos, pretextando la separación de la Iglesia y el Estado, legislan leyes para erradicar la Cruz de las aulas, la oración de las clases. La pornografía circula libremente, el aborto es promovido y legalizado. Es tan perverso el ataque contra los valores morales del Cristianismo que los jueces secularistas encarcelan e imponen sentencias injustas a quienes abogan por el movimiento pro-vida. El anti-Reino glorifica a los salvadores de ballenas y manda a la cárcel a los salvadores del niño en el vientre de la madre.

Sí, el bautizado no es como todo el mundo,


si quisiese ser como todo el mundo (sin darse cuenta de que entonces sería un disfrazado), perdería toda su fuerza, y esa eficacia tan inútilmente buscada muchas veces en nuestros días. Lo que el hombre espera de él es, precisamente, que no sea como todo el mundo (J. Maritain, La Iglesia de Cristo).

Ahí está la meta:


hombres y mujeres que, precisamente en la vida y actividades de cada Jornada, son los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor: humildes y grandes artífices —por la potencia de Dios— del crecimiento del Reino de Dios en la historia (C.L., 17).

Es la hora de los laicos.


FUENTE: infocatolica.com

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