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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLIX: María.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida


XLIX

MARIA

 “Y un punto muy consolador para el sacerdote y que él solo sería bastante para que buscara con ahínco su transformación en Mí es que, a medida y en escala de esta transformación, serán ellos más hijos de María y más acreedores a su ternura, a sus caricias y a su amor cándido y maternal.
 
Así como mi Padre dulcifica sus miradas hacia el sacerdote a medida que el sacerdote se va haciendo otro Jesús; así María ensancha más su Corazón y su ternura de Madre en cuánto ve más perfecta mi imagen en el sacerdote.
 
Como el Padre mira en Mí, su Verbo humanado, todas las cosas y en Mí las almas y no puede amar nada fuera de Mí; así María en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los sacerdotes, y más ama a los que más se asemejan a Mí, su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de mi fisonomía más marcados a la medida de su transformación en Mí.
 
Esa Madre Inmaculada posa sus miradas con delicia en los sacerdotes puros. Busca la fragancia de su Jesús, Lirio de los valles, en los sacerdotes destinados a representarlo en la tierra; se complace en la blancura de sus almas, en la candidez de esas manos que tocan al Cordero y quisiera posar sus labios en los labios que pronuncian dignamente las palabras creadoras y operadoras de la Consagración en las Misas; porque María se goza y pone toda su alma en la transubstanciación.
 
Ella comienza a recrearse en los corazones que se preparan al sacerdocio, y los cubre con su manto. La fiesta más grande para ella en la tierra es el día de la ordenación del sacerdote, el día de su primera Misa, y en todas las que se celebran dignamente.
 
Ella goza, repito, asiste y se ofrece en unión mía –místicamente en su Corazón- por manos del sacerdote; porque el mayor placer de María en la tierra y ahora en los Altares es ofrecerse pura con el Cordero puro, en unir sus dolores de víctima con la gran Victima, que tuvo con Ella en la tierra un solo Corazón, un solo sacrificio, un mismo fin: el de glorificar a mi Padre y el de salvar a las almas.
 
¡Qué grande misión tiene María para con el sacerdote y el sacerdote con María! No existe filiación más grande con Ella, después de la de su Hijo Divino, que la del sacerdote. Por eso también no hay dolor tan grande para María como las Misas indignamente celebradas, ni escapadas más agudas para su Corazón maternal que los pecados de los sacerdotes que la traspasan de pena. Y es natural, por la unión tan íntima y estrecha que tiene su Corazón con mi Corazón, su alma con mi alma, sus ideales con los míos, su sed de pureza y de sacerdotes santos para honrar a la Trinidad con la sed mía. 
 
Siempre que un sacerdote me ofende a Mí, ofende vilísimamente a María. Y siquiera por esto debiera el sacerdote indigno ruborizarse, no tan solo a mis miradas, sino también a las de mi Inmaculada Madre, que mira por mis ojos y que palpita al unísono con los mismos latidos de mi Corazón.
 
María continua en el cielo la misma unión de maternidad divina y humana que tuvo conmigo en la tierra; y tan identificada y transformada en Mí continúa en el cielo como lo estaba en el mundo. Por este motivo, María es y será siempre la más poderosa ayuda para la transformación del sacerdote en Mí. Ella es el ejemplo vivo que el sacerdote debe imitar para acelerar ese parecido Conmigo, para tomas la fisonomía más perfecta y los rasgos más característicos de su parecido y transformación en Mí.
 
María me engendró en su maternal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre, y el sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen quiere sacerdotes vírgenes; María Inmaculada quiere sacerdotes inmaculados; María amante, María humilde, María sacrificada, María Madre quiere sacerdotes con estas cualidades, virtudes y prerrogativas; porque solo Ella, Virgen y Madre, fue digna de ofrecer y tocar al Padre al cordero sin mancha que borra los pecados del mundo.
 
Solo la blancura puede borrar las negruras de las culpas de las almas; y María con su pureza y por ser Corredentora en mi unión, transforma, ofrece y alcanza gracias para el mundo, pero especialmente para los sacerdotes.
 
Tienen los sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María y los latidos más amorosos y maternales de Ella, después de consagrarlos a Mí, son para los sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma en el mundo; con su esperanza para la gloria de mi Iglesia y para mi gloria, y no los pierde de vista; y sus clamores y sus plegarias más ardientes, ante el trono de Dios, son para los sacerdotes por representarme a Mí en la tierra.
 
Y si Yo, su Jesús, , quiero y anhelo y ansío y pido en estas confidencias sacerdotes perfectos transformados en Mí y para gloria de la Trinidad, para brillo de mi Iglesia y para salvación del mundo, también María, unida a Mí, y con un solo querer y voluntad conmigo, pide lo mismo a mis sacerdotes, une a Mí su voz y sus deseos, y se ofrece a ayudarles en su transformación en Mí.
 
Que no desprecien este filón celestial que les ofresco hoy en el Corazon de mi Madre, que Yo pediré estrecha cuenta si desoyen mi voz – hoy misericordiosa – que los llama a mayor perfección, y por todos los motivos que he venido explicando.
 
María es la dispensadora de las gracias; que acuden a Ella con Amor, con humildad y constancia, y alcanzarán llegar al ideal que pide mi Padre, en su transformación en Mí. Este es el camino más corto, ¡María! Para ir al Espíritu Santo, para alcanzar el amor, que es el que transforma, asimila, une y santifica. Este es el medio más dulce, tierno y delicado y puro, ¡María!

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