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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LIV: El gran medio para la transformación.



Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LIV

EL GRAN MEDIO PARA LA TRANSFORMACIÓN


A las almas sacerdotales son a las que más amo en la tierra por el reflejo que en sí llevan de la fecundación de mi Padre: en El los amo y por Él los salvo. Esas almas llevan en sí el germen comunicado del cielo para reproducirme a Mí en las almas; y por Mí las virtudes que deben santificarlas y salvarlas de mil peligros que Yo sé.

Pero las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, renunciándose y ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo, dentro de mi Iglesia y doctrina.

Hay almas sacerdotales consagradas con la unción sacerdotal; y también en el mundo hay almas sacerdotales que aunque sin la dignidad o consagración del sacerdote, tienen una misión sacerdotal, porque se ofrecen en mi unión al Padre para la inmolación que a Él le plazca. Estas almas ayudan poderosamente a la Iglesia en el campo espiritual y tendrán en el cielo un especial premio. Pero también para estas almas es indispensable su transformación en Mí.

Y ¿cómo se opera más perfectamente la transformación? Por la encarnación mística, la cual todo sacerdote debe llevar de una manera muy honda, muy íntima y muy familiar, aunque respetuosa, puesto que en el Altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa.

Ahí encarna al Verbo –por decirlo así-, en cada hostia consagrada que transforma, por la transustanciación, en Jesús; pero como entonces, él es Jesús, queda en su alma la estela de esa encarnación que el sacerdote debiera guardar en su corazón con todo el ahínco del amor, con toda la fuerza de su fervor, con toda la avidez de sus deseos, con toda la ternura humilde de su maternal cariño.

En cierto sentido, el sacerdote encarna a Jesús en la hostia; más como el sacerdote se vuelve Jesús, al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima, también se ofrece. Y cuando pasa el sacrificio, queda Jesús encarnado místicamente, Jesús haciéndose al sacerdote Jesús, por la unión transformante que es la encarnación mística en mayor o menos escala.

Sólo que el sacerdote no se da cuenta, no se hace el cargo; pero ninguna alma como la del sacerdote tiene la propiedad –por la gracia de estado, o sea por la unción recibida del cielo en su ordenación-, de encarnar místicamente al Verbo en su alma para su perfecta transformación; y la transformación atrae la encarnación mística en más o menos grados.

Este es el más poderoso y santísimo medio en el sacerdote para su transformación en Mí; porque al poseer el Verbo al alma, el alma se pierde en el Verbo como una gota de agua se pierde en el mar, como el solo absorbe la luz: la inmensidad del mar absorbe a la gota y el sol divino, al punto de luz. La divinidad del verbo absorbe lo divino que tiene el alma, y la endiosa, y la transforma, y la convierte en Él, y la pierde en Él.

El reflejo de este misterio de la Encarnación lo recibe diariamente en la Misa el sacerdote; lo que sucede es que lo deja pasar, lo enturbia, lo opaca con las cosas exteriores y puede extinguirlo con el pecado. Pero el alma del sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mistica en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes, gracia por excelencia de donación mutua, gracia insigne transformante y unitiva que atrae a la Trinidad; porque el Verbo no puede apartarse en su divinidad ni del Padre ni del Espíritu Santo, una sola esencia con Él.

Y así el alma que llega a la transformación –y más por el rápido camino de la encarnación mística- llega naturalmente a la unidad en la Trinidad, que es la que pido, la que anhelo, la que ofrezco hoy a todos mis sacerdotes.

Ya he puesto a su vista el camino más corto para la transformación en Mí: el de la encarnación mística.

Las almas de los sacerdotes son las más apropiadas y a propósito para recibir esta gracia en toda su plenitud. Pero claro está que necesitan retener ese reflejo que en las misas reciben;  y con el concurso de sus virtudes, y con el esfuerzo de su santidad, preparar el terreno para recibir esa incomparable gracia en toda su perfección.

Pero, ¿sin la encarnación mística no pueden llegar los sacerdotes  a la transformación en Mí que pido de ellos?

Si pueden, en cierto sentido; pero la manera más rápida de su transformación es la gracia de la encarnación mística, por esa gracia fecunda, operativa y transformante, cuyo don viene directamente del Espíritu Santo.

María goza cuando comunica a su Verbo hecho carne;  y si al concebir a Jesús en su casto seno, recibió en Jesús el germen sacerdotal, los sacerdotes son para Ella otros Jesús, y más que nadie quiere transformarlos místicamente en Jesús.

Pero esto no se piensa, ni se intenta, ni se desea, ni se pide, ni los sacerdotes procuran hacerse dignos de recibir esa gracia.

Que conozcan estas inefables verdades, estos santísimos medios para que, meditándolos, pidiéndolos y abriendo humildemente sus almas puras y víctimas al don de Dios, reciban con más efusión esta gracia en su plenitud y no solo en su reflejo.

¡Oh! ¡y cuánto ama mi Corazón a las almas de mis sacerdotes y cómo ansío reflejar en ellas mis misterios! Siendo otros Yo se aclararán para ellos estos misterios; y las virtudes teologales, perfeccionadas, los llevarán a distancias infinitas, e iluminarán con luz increada los abismos de su inteligencia creada, y los llenarán de Dios.

Y si el ser de Dios es darse y comunicarse y difundir sus tesoros y sus esplendentes gracias, ¿a quién más que a mis sacerdotes escogería Yo para transformarlos en Mí, para difundirme por ellos en las almas?

Que las almas oren y se sacrifiquen más para que llegue esa hora feliz para Mí en la que me recree en una pléyade de sacerdotes santos que presenten a mi Padre el ideal de lo que más ama.

Sin duda que hay sacerdotes santos, pero a Mí me sobra Dios, por decirlo así; y quiero endiosarlos; y no quiero miles, sino que los quiero a todos, otros Yo, transformados en Mí-uno, para perderlos en la unidad de la Trinidad.

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