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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LV: Unificación.

Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.
 
("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LV


UNIFICACIÓN

 
Cierto que soy Dios, pero también soy hombre, y quise cargar las miserias del hombre, llorar como el hombre, y estremecerme con las mismas penas y gozos del hombre. Así es que aunque esté en el cielo, sé agradecer, se sentir y conmoverme; porque la sensibilidad del hombre, afinada y divinizada, la llevo Yo en mi alma, en mi Corazón, en todo mi ser.
 
Al tomar la naturaleza humana, tomé el amor al hombre, por llevar la sangre del hombre, la fraternidad con el hombre; y unidas las dos naturalezas, la divina y la humana, divinicé –con el contacto del Verbo- al hombre, elevándolo de lo terreno para que aspirara al cielo. Pero entre todos los hombres distinguí a los que debían ser míos, otros Yo, que continuarían la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de Él salió, almas que lo glorificaran eternamente.
 
Los sacerdotes, por su origen divino en el seno del Padre y por su fraternidad Conmigo en el seno de María, son mis consentidos en la tierra y aun en el cielo. A ellos busca mi Padre en Mí, y a Mí, en ellos; y si ama tanto a la Iglesia, es por su Verbo; y si envió a ella al Espíritu Santo es para que fuera su alma y su vida, es por su Verbo; y si distingue entre todos los mortales a sus sacerdotes, es por su Verbo; porque no ve en ellos a muchos sacerdotes, sino a un solo Sacerdote, a otro Yo, unificado –con ellos en Mí- en la Trinidad.
 
Y para ver en todos a un solo sacerdote en Mí, claro está que la semejanza y la identificación de ellos en Mí debe ser perfecta. Y ¿Cómo? Por medio de su transformación en Mí, por el parecido interior con mi Madre de quien son hijos, más que todos los hijos.
 
¡Qué grande es el sacerdote!, ¡qué prerrogativas tan singulares sólo concedidas a él por el origen divino de su vocación, por el germen divino sacerdotal que, con el Verbo y por el Verbo, Dios puso en el seno de María Inmaculada; germen bendito y sacerdotal en Mí, el sacerdote único, eterno y por excelencia, de donde se derivan todos los sacerdotes, que tienen –por su transformación en Mí- que ser unos Conmigo, en la perfecta unidad de la Trinidad.
 
Este fue el ideal de mi Padre al darles tan elevado origen, ése fue el plan preconcebido eternamente por Él de la fecundación de la Iglesia: multiplicar a su Verbo único en los sacerdotes, sin que saliera de su unidad con el Padre y el Espíritu Santo, haciendo a todos los sacerdotes uno con Él.
 
Cómo en la Eucaristía, que en cada hostia, en cada partícula estoy yo; así –en cierto sentido- en cada sacerdote estoy Yo y en miles de sacerdotes. Ellos serán como distintas especies, como las hostias; pero en todas y en cada una solo habrá una sola sustancia, el Verbo, hecho hombre en ellos.
 
El sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí, y todos los sacerdotes del mundo han de formar un solo Jesús; que en realidad de verdad, Él es el Dueño, el Legislador, la Cabeza de ese Cuerpo místico, que es la Iglesia, y quien le da la vida, y la conserva por el Espíritu Santo para la gloria del Padre.
 
Esa unidad falta; falta ese pensamiento de la unidad en Mí y de todos en la Trinidad. Hay muchos miembros de ese Cuerpo místico dislocados, torcidos, desunidos, que hay que volver a su Centro Yo, transformados en santos con el Santo de los santos.
 
Y cómo Yo, el Verbo no soy solo, sino una sola Divinidad con el Padre y con el Padre y con el Espíritu Santo, al transformarse el sacerdote en Mí, en más o menos grados, Conmigo se transforma en la Trinidad, es decir en la fecundación comunicada del Padre, en los sentimientos del Hijo y en la caridad del Espíritu Santo. Al sacerdote entonces, por virtud de su transformación en Mí, lo envolverá, lo penetrará el reflejo de la Trinidad y se endiosará; porque el reflejo de Dios es Dios mismo. 
 
Y aquí hemos llegado al punto final de la transformación en Mí, a lo más elevado de ella, a la perfecta unidad en la Trinidad. Aquí está también el secreto de la atracción del sacerdote respecto de las almas, de la fecundidad de su apostolado, de la comunicación de pureza, de unión, de luz, de virtudes, de lo divino; porque no es el sacerdote el que vive, sino Yo en él con todas mis virtudes, carismas y dones, y aun con la comunicación de los esplendores eternos de la Trinidad.
 
Hasta este punto final de la fusión de las almas sacerdotales con Dios y en Dios, quiero que lleguen mis sacerdotes. Este es el punto final de la más elevada unión y del ideal bellísimo de mi Padre al engendrar a la Iglesia eternamente, en su entendimiento, con todos los miembros que la formarían, hasta endiosarlos por medio de su transformación en Mí, Dios hombre. Éste fue también el hermoso ideal del Padre al engendrar en María al Verbo, por medio del Espíritu Santo, éste fue su fin: no hacer muchos dioses, sino un solo Dios de todos los sacerdotes en Él, por su unidad perfecta en la Trinidad. 
 
¿Se ve ahora claro por qué tiendo en estas confidencias a esa unidad eterna?, ¿por qué quiero a mis sacerdotes unos Conmigo y tan hechos Yo en Mí, que nos perdamos todos en la Trinidad, volviendo al seno santísimo y divino del Padre, en donde fuimos –ellos y Yo, con la Iglesia –eternamente engendrados? 
 
¿No es de justicia que Yo anhele y pida en estos últimos tiempos del mundo la reacción por fin de mis sacerdotes en Mí, por puro amor y con el objeto de volver al Padre lo del Padre, lo suyo, a su Jesús ya no solo, sino a todos los sacerdotes en Él, formando un Salvador único –los sacerdotes en Mí-, con todos los sacerdotes transformados?”. 
 

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