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CUARTO MANDAMIENTO DE LA IGLESIA - EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA-

Autores varios


Orígenes del ayuno

Redacción de El Observador

Octavio disfrutaba de un suculento bistec un viernes de cuaresma. Luisa, su madre, le reprendió:

— No puedes comer carne este día.

El muchacho contestó:

— ¡Ay, mamá! Tú y tus viejas tradiciones. Mejor vamos a alabar al Señor comiendo como reyes —y soltó una carcajada que revoleteó por toda la casa.
Lamentablemente esta es una actitud que vemos repetida con mucha frecuencia. Los hombres y mujeres de nuestros días ven con desdén las prácticas penitenciales, en este caso el ayuno y la abstinencia.

Con la finalidad de mostrar el origen, sentido, riqueza y beneficios del cuarto mandamiento de la Iglesia: ayunar y abstenerse de comer carne en los días establecidos, dedicaremos una serie de artículos a este tema.


La tradición judía y el Nuevo Testamento

El ayuno formaba parte de la tradición judía y se sabe que fue igualmente practicado por la civilización grecorromana. La tradición judía recomendaba únicamente un día oficial de ayuno, el día de la expiación, que era un día de devoción. Pero la gente ayunaba con frecuencia dos veces por semana, los lunes y jueves. Por el Antiguo Testamento sabemos que, en momentos de grandes dificultades, los reyes y profetas pedían al pueblo que ayunaran y orara.

Jesucristo preparó su ministerio público retirándose al desierto para orar y ayunar por cuarenta días (cfr. Lc 4 y Mt 4). Desde este acontecimiento, se puede entender el sentido que adquiere para el catolicismo.


Los primeros años de la Iglesia

La Iglesia primitiva introdujo dos días de ayuno a la semana, miércoles y viernes. Algunos de los fieles ayunaban igualmente los sábados, en preparación para el Día del Señor. Cada vez más, la práctica del ayuno se fue extendiendo gradualmente. El ayuno ya se encontraba prescrito en la Didaché o Enseñanza de los doce Apóstoles, uno de los textos más antiguos del cristianismo. En los cap 6-9 aparecen instrucciones litúrgicas sobre el bautismo, ayuno y oraciones «Vosotros ayunaréis el día cuatro y la víspera del sábado», manda con toda claridad. Con el tiempo comenzó a ser guardado por semanas enteras, en la Semana Santa por ejemplo; y en el siglo tercero la Iglesia introdujo el periodo de ayuno de cuarenta días de Cuaresma, en preparación a la Pascua, la celebración de la Resurrección de Jesús. En los 9 primeros siglos de la Iglesia algunos de los fieles hacían con mucho rigor esta práctica. En tiempos de Jesús y en los siglos posteriores lo que se entendía por «ayuno» era «una comida al día», tomada al atardecer o a la hora de nona (media tarde). Esto coincide con otras tradiciones religiosas; aún hoy; por ejemplo, cuando en la India se habla de «un día de ayuno», tanto hindúes como cristianos entienden «un día en que sólo se hace una comida»


A lo largo de la historia

Ha sido una práctica común de la Iglesia. Con el tiempo, el rigor del ayuno con respecto a los primeros siglos del cristianismo se ha reducido. En la actualidad está regulada por el Derecho Canónico. Ahí se cataloga como una práctica de penitencia, es decir un acto de purificación y preparación.

Da unas normas generales para cumplir con el ayuno, pero también abre la posibilidad de que cada «Conferencia Episcopal puede determinar con más detalle el modo de observar el ayuno y la abstinencia, así como sustituirlos en todo o en parte por otras formas de penitencia, sobre todo por obras de caridad y prácticas de piedad.»

Los Papas y obispos en sus mensajes cuaresmales hablan de esta práctica y exhortan a los católicos a vivirla con verdadero sentido cristiano, es decir, como un gesto de amor, purificación, caridad y preparación interior.



Normas para el ayuno y la abstinencia


La Iglesia establece unos tiempos de penitencia que incluyen el ayuno y la abstinencia. Pero se debe tener en cuenta que los fieles están obligados cada uno «a su modo»; que las prácticas que se establecen no dispensan de la obligación de hacer penitencia, la cual es personal, y que no se debería limitar a las pocas prácticas comunes a todos los católicos.

Días obligatorios de abstinencia de carne

Todos los viernes de Cuaresma son días de abstinencia de carne. Pero el episcopado mexicano ha dispuesto que «se puede suplir la abstinencia de carne, excepto la del Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, por:

a) la abstinencia de aquellos alimentos que para cada uno significa especial agrado, sea por la materia o por el modo de preparación;

b) o por una especial obra de caridad;

c) o por una especial obra de piedad;

d) o por otro significativo sacrificio voluntario»

Normas de abstinencia y ayuno, según la edad de los fieles

Existen las siguientes normas según la edad:

Hasta los 14 años cumplidos: no hay obligación de guardar ayuno ni abstinencia.

Desde los 14 y hasta los 18 años (mayoría de edad canónica): Existe la obligación de guardar la abstinencia de carne o de otro alimento todos los viernes del año, salvo si coincide con solemnidad.

Desde los 18 hasta los 59 años cumplidos: existe la obligación de abstenerse de tomar carne u otro alimento los días indicados anteriormente y de ayunar el miércoles de ceniza y el viernes santo.

Desde los 59 años de edad: desaparece la obligación de ayunar, pero subsiste la obligación de abstenerse de la carne u otro alimento.

Algunas excepciones

Están exentas las personas que necesiten hacer esfuerzo físico demandante, las mujeres embarazadas o que alimentan a sus bebés, así como aquellos enfermos con posibilidades de empeorar su salud con el ayuno.

En este caso deberán privarse de algún gusto o cosa que les agrade.

¿En qué consiste el ayuno?

El ayuno consiste en hacer una sola comida al día.

Se puede beber algún vaso de líquido en sustitución de las dos comidas omitidas.




El ayuno es un gesto de amor

Por Manuel Pérez Peña


Hace mucho tiempo escuché una historia de una persona sencilla que puede ayudarnos a arrojar un poco de luz sobre la razón del ayuno. La mujer protagonista de esta historia tenía un hijo al que en su infancia le fue diagnosticada una diabetes juvenil. Como es natural, esto hacía que el régimen alimenticio de este niño se viera alterado sustancialmente. Mientras todos los niños se recreaban en golosinas, bocadillos y dulces, él no los podía tomar. Esto en un adulto supone un serio inconveniente, cuánto más en un niño en el que el ingrediente adicional es su inexperiencia y su inocencia.

Aquella mujer, para intentar consolar a su hijo que no podía tomar dulces, tomó una decisión: ella dejaría de tomar dulces también. Y así lo hizo. Si su hijo no podía tomar dulces, ella tampoco lo haría. A ella no le hacía daño el azúcar como a su hijo, pero ella renunció voluntariamente a ese alimento como un gesto de amor por su hijo.

Evidentemente aquello era un sacrificio para ella, le costaba trabajo, pero no estaba dispuesta a darse ese placer, ni aún ocultamente, si su hijo no podía hacer lo mismo.

En el mundo existe mucho dolor, mucha hambre: hay personas que pasan hambre en su cuerpo; otras pasan hambre de amor, de caricias, de gestos (esto es quizás aún peor); otras pasan hambre de relaciones humanas; otras pasan hambre de oraciones, como las almas que están en el Purgatorio.

Todos pasamos algún tipo de hambre, porque todos nos necesitamos mutuamente y debemos suplir nuestras carencias recíprocamente. Y ayunar es la manera de sentirnos más cercanos de todos los demás, de olvidarnos de nosotros mismos y de nuestras necesidades para ir dándonos cuenta de que hay algo más que nuestro yo.

Guardar ayuno, entre otras cosas, es un gesto de amor que nos hace más cercanos a todos esos que pasan algún tipo de hambre; en definitiva, a todos los que todavía no reinamos con Cristo en su presencia. En el camino de amar cada vez más intensamente al prójimo, el ayuno debe ser un medio más para cumplir cada vez más perfectamente el mandato de Cristo.




Cuatro caras del ayuno

Por José Eizaguirre, Sm


Ayuno y misericordia

Siguiendo la sabiduría popular de que «nos damos cuenta de lo que tenemos cuando lo perdemos», la privación ocasional del alimento nos predispone al agradecimiento por las veces que sí comemos. El abstenernos de comer durante ciertos periodos de tiempo nos recuerda a aquellos que están privados de la comida en contra de su voluntad, nos ayuda a identificarnos con los hambrientos y a tenerlos presentes en nuestra oración. ¿Acaso no lo hemos experimentado? El ayuno voluntario nos hace más sensibles a las necesidades de los demás y más agradecidos a los bienes que hemos recibido.

Si el ayuno nos hace más orgullosos y más satisfechos de nosotros mismos, si nos hace sentirnos «mejores» que los demás, mala señal. Pero si, por el contrario, el ayuno nos hace más sencillos y humildes, más conscientes de nuestra propia fragilidad y debilidad, más compasivos y comprensivos con las flaquezas ajenas; en definitiva, más misericordiosos, entonces es que este medio nos está ayudando a que Dios nos conforme según lo que Él es.

Ayuno y dominio de sí

La felicidad humana tiene mucho que ver con esa capacidad para superar el propio egoísmo con vistas a abrirnos a un amor que nos exige el esfuerzo de la propia renuncia. Y, dicho en cristiano, con la apertura a un Amor que nos pide seguir antes su voluntad que la nuestra. Y en este sentido, la privación voluntaria del alimento tiene mucho que ver con ese esfuerzo. Porque, en definitiva, el ayuno –como la castidad– supone ejercer una cierta violencia sobre el propio cuerpo. Por eso debe practicarse siempre voluntariamente, «con grande ánimo y liberalidad» –como diría san Ignacio–, con alegría y paz interior, siendo capaces de «amar el ayuno».

No estamos hablando de la renuncia por la renuncia, para añadir incomodidades a las incomodidades que ya nos depara la vida, sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de uno mismo. Al ser más dueños de nosotros mismos, al ser más nosotros mismos, podremos amar y servir más auténticamente a los demás. Así el ayuno puede ser una ayuda para el dominio de sí con vistas al servicio del Reino.

Ayuno y privación

En el fondo estamos hablando de un principio que conocemos bien, no solo por experimentarlo nosotros mismos sino porque lo vemos constantemente en nuestras sociedades de la opulencia: el tener todas las necesidades cubiertas pone en un punto de pereza a la acción. Cuando aparecen la incomodidad o la carencia, y más aún, cuando esa privación es voluntaria, entonces se estimulan la creatividad y las energías transformadoras.

El ayuno puede ser esa pequeña distorsión que nos «cambie los hábitos», nos descoloque y nos estimule.

Ayuno y oración

Una dieta ligera predispone mejor a la oración. Y es que el dejar voluntariamente algunas necesidades del cuerpo sin satisfacer nos ayuda a rezar, porque nos ayuda a darnos cuenta de que nada puede satisfacernos plenamente. Las privaciones del cuerpo contribuyen a «sentir el mordisco» de nuestra gran Privación, ese encuentro pleno con Dios. Un estómago más vacío que lleno ayuda a experimentar ese otro vacío existencial que sólo Dios puede colmar y a predisponernos al encuentro con Él.

Porque eso es el ayuno con relación a la oración: un rezar «con todo nuestro ser», ¡con nuestras vísceras! Es «el grito del cuerpo», como muy bien lo ha expresado Anselm Grün:

«En cuerpo y espíritu nos volvemos hacia Dios; en cuerpo y espíritu le adoramos. El ayuno es el grito del cuerpo lanzado hacia Dios, un grito de lo profundo, brotado del fondo de nuestro abismo, en el que descubrimos nuestra impotencia y nuestra extrema vulnerabilidad, a fin de abandonarnos totalmente en el abismo de Dios».



El sentido cristiano del ayuno


Por Manuel Sánchez Monge, obispo de Mondoñedo-Ferrol


Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Los cristianos estamos convencidos de que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra salida de la boca de Dios» (Mt 4,4). San Agustín escribía muy bellamente que él ayunaba para ser «agradable a sus ojos [de Dios], para gustar su dulzura» (Sermón 400, 3, 3: PL 40, 708). Ayunar es un medio estupendo para recuperar la amistad con Dios. Así lo entendieron los habitantes de Nínive que aceptaron el llamamiento de Jonás.

El verdadero ayuno, enseña Jesús, no consiste sobre todo en prácticas externas para ser vistos por los hombres, sino en cumplir la voluntad del Padre celestial, que «ve en lo secreto y te recompensará» (Mt 6,18). El verdadero ayuno tiene como finalidad comer el «alimento verdadero», que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34).

El ayuno que el hombre necesita de verdad es el que le abre a la austeridad y a la solidaridad. El hombre que se ha saciado por completo se vuelve ciego y sordo a las necesidades de sus hermanos. No se ve más que a sí mismo. San Juan nos pone en guardia: «Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?» (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Deus caritas est, 15). Al escoger libremente y privarnos de algo para ayudar a los demás demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. El Santo Padre anima a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante toda Cuaresma el ayuno personal y comunitario, e invita a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se haya recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). 

Nuevas formas de ayuno hoy

Hay que pensar en lo que pudiéramos llamar actualización del ayuno:

+ Evitar un consumo de alimentos acompañado de un intolerable despilfarro de recursos.

+ Superar el uso excesivo de bebidas alcohólicas y de tabaco. Vencer la tentación de llenarnos de cosas superfluas, siguiendo ciegamente la moda y los reclamos publicitarios.

+ Controlar los gastos, muchas veces desorbitados, en fiestas populares, familiares e incluso religiosas.

+ Privarnos de diversiones que no significan verdadero descanso y que resultan muy caras.

+ Usar moderadamente la televisión, el ordenador, el mp3, etc..., pues roban tiempo al diálogo familiar y pueden crear adicciones.



Catorce formas de ayuno

Ayuna de juzgar a otros; descubre a Cristo que vive en ellos.
Ayuna de palabras hirientes; llénate de frases sanadoras.
Ayuna de descontento; llénate de gratitud.
Ayuna de enojos; llénate de paciencia.
Ayuna de pesimismo; llénate de esperanza cristiana.
Ayuna de preocupaciones; llénate de confianza en Dios.
Ayuna de quejarte; llénate de aprecio por la maravilla que es la vida.
Ayuna de las presiones que no cesan; llénate de una oración que no cesa.
Ayuna de amargura; llénate de perdón.
Ayuna de darte importancia a ti mismo; llénate de compasión por los demás.
Ayuna de ansiedad sobre tus cosas; comprométete en la propagación del Reino.
Ayuna de desaliento; llénate del entusiasmo de la fe.
Ayuna de pensamientos mundanos; llénate de las verdades que fundamentan la santidad.
Ayuna de todo lo que te separe de Jesús; llénate de todo lo que a El te acerque.

Autor desconocido, adaptado por Corazones,org



SABIDURÍA DE LOS PADRES DE LA IGLESIA

El sentido del ayuno, según san Juan Crisóstomo.

El valor del ayuno consiste no sólo en evitar ciertas comidas, sino en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos. Quien limita el ayuno simplemente a la comida, está minimizando el gran valor que el ayuno posee. Si tu ayunas, ¡que lo prueben tus obras! Si ves a un hermano en necesidad, ten compasión de él. Si ves a un hermano siendo reconocido, no tengas envidia. Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo sólo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior.

Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lento en el amor y el servicio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras, o al no fijarte en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Sería inútil privar mi cuerpo de comida, pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades.

+ Ayunas de comida, pero te permites escuchar cosas vanas y mundanas. También debes ayunar con tus oídos. Debes ayunar de escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mentiras que se dicen de otros, especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros.

+ Además de ayunar con tu boca, debes ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues, ¿de qué te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano?



El Ayuno en el Nuevo Testamento


Por la Madre Adela Galindo, Sctjm / Corazones. Org

El ayuno es necesario para descubrir la volutad de Dios en nuestras vidas y para poder llevarla a cabo. El ejemplo principal de que debemos ayunar nos lo da el propio Jesucristo, quien preparó su ministerio público retirándose al desierto para orar y ayunar. Aquí se mencionan otros pasajes del Nuevo Testamento sobre el ayuno

Con insistencia. Lucas 2, 37: «(Ana) no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios con ayuno y oraciones»

Preparación para imponer manos. Hechos 13, 3: «la comunidad, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y les enviaron» (a Pablo y Bernabé en misión)

Para encomendar alguien al Señor. Hechos 14, 23: «Designaron presbíteros en cada iglesia y después de hacer oración con ayunos, los encomendaron al Señor».

Para completar las tribulaciones de Cristo. Col 3, 3: «Me alegro de los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia»

Para ser vencedores. 1 Cor 9, 25: «Los atletas se privan de todo, y eso por una corona corruptible; nosotros, en cambio, por una incorruptible».

Para vencer la carne Gal 5,17: «Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu y el espíritu contrarias a la carne, como entre si antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais»

Para vencer el demonio. Marcos 9, 29: «Esta clase de demonio sólo puede ser expulsado por la oración y el ayuno».

Mateo 4 y Lucas 4: Nos revelan a Jesús en el desierto orando y sin comer ni beber nada por cuarenta días. Allì venció las tentaciones, es decir, el ayuno le dio fortaleza.
En Mateo 4 entendemos la importancia del ayuno. Jesús recibe el Bautismo y el Espíritu Santo desciende sobre Él. Inmediatamente, el mismo Espíritu lo lleva al desierto (lugar solo, árido, peligroso, sin provisiones de ninguna clase), a ser tentado por el demonio. El desierto es necesario para que el Señor pueda hacer grandes cosas en nosotros, Él siempre se ha revelado a su pueblo de manera extraordinaria durante el desierto y también siempre ha preparado a su pueblo para la misión durante el desierto.. Pero, precisamente por esto, también el demonio, allí, libra una gran batalla para obstaculizar lo que Dios quiere hacer.

Jesús se prepara para esta batalla, con oración y ayuno de cuarenta días y noches. ¿Cómo no prepararnos nosotros para la batalla que se libra en nuestras vidas y en el mundo contemporáneo? ¿Nos preparamos con oración y ayuno? Cuando más tentados nos sintamos, más debemos orar y ayunar.

Mientras que el Antiguo Testamento nos revela el poder del ayuno sobre los enemigos exteriores, el Nuevo Testamento nos revela, además, el poder que tiene para vencer los enemigos del alma: carne, demonio y mundo.


FUENTE: mscperu.org

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