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¿LA CREMACIÓN? NO ES PARA LOS CATÓLICOS - POR EL PADRE BENEDICT HUGHES - Entrega 1 -

La iglesia condena la cremación en sus leyes canónicas

Canon 1203: Los cuerpos de los fieles han de ser enterrados, y la cremación está condenada. Si alguno ha ordenado en manera alguna cremar su cuerpo, será ilícito ejecutar su deseo; y si esta orden ha sido adjuntada a un contrato, a un último testamento o a cualquier otro documento, debe considerarse como inexistente.

Canon 1240: Las siguientes personas quedan privadas de un entierro eclesiástico, a menos que antes de morir hayan dado señales de arrepentimiento: ... (5) las personas que han dado instrucciones para la cremación de sus cuerpos...



¿La cremación? No es para católicos por el Rvdo. Padre Benedict Hughes, CMRI

La historia del entierro frente a la cremación


Aunque los dos métodos de eliminación de los muertos se encontraban entre los pueblos primitivos, el entierro prevaleció en la mayoría de las culturas antiguas. Al menos en práctica, la cremación era desconocida para los egipcios, fenicios, cartagineses, persas, chinos, los habitantes del Asia Menor y hasta a los primeros griegos y romanos. “Los Babilonios — según Heródoto — embalsamaban a sus muertos, y los persas castigaban con la muerte tales cosas como el intento de cremación, siguiéndose reglamentos especiales en la purificación del fuego profanado” (Devlin, p. 481).

La práctica del entierro en el Pueblo Escogido. En particular, los judíos utilizaban exclusivamente la inhumación, tolerándose algunas excepciones durante tiempos de pestilencia o guerra (cf. I Reyes, 31:12). Los incidentes de entierro y de respeto por los restos mortales son frecuentes por todo el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el libro del Génesis menciona los sepelios de Sara, Abrahán y Raquel; sin embargo, es de particular interés la historia de los últimos días de Jacob. Consciente de su final próximo, llamó Jacob a José su hijo para que estuviera a su lado; le manifestó su deseo de ser enterrado con sus antepasados, en la cueva que Abrahán había comprado, y le pidió que le jurara cumplir su deseo. Después de su muerte, José mandó embalsamar a su padre, y luego buscó el permiso del Faraón para llevar el cuerpo a la tierra de Canaán y enterrarlo. Una gran caravana compuesta de familiares, viajando en cuádrigas, escoltaron el cuerpo al lugar de entierro (cf. Génesis, 47-50).

La muerte de José es aún más interesante, ya que poco antes de morir hizo que los jefes de las tribus le juraran que transportarían sus huesos de regreso a la tierra prometida cuando fuesen liberados de Egipto: promesa que sus descendientes cumplieron varios siglos después.

El entierro del profeta Eliseo, quien, según el Cuarto Libro de Reyes, obró numerosos milagros, es aún más sorprendente. Un año después de morir, el cuerpo de un hombre que había muerto fue enterrado en el sepulcro de Eliseo, “y al punto que tocó los huesos de Eliseo, el muerto resucitó y se puso en pie” (4 Reyes, 13:21).

La historia de Tobías. También hay una historia en el Antiguo Testamento que me gustaría narrar brevemente. Es la historia de un hombre santo llamado Tobías, relatada en el libro bíblico que lleva su nombre. Durante el Cautiverio Asirio, Tobías sepultaba secretamente los cadáveres de sus compatriotas, algo que sus captores paganos habían prohibido so pena de muerte. Y aunque Dios probó la fidelidad de Tobías (perdiendo éste la vista), como lo había hecho con Job, al final fue recompensado de manera extraordinaria por su caridad: el Arcángel Rafael se le apareció bajo la guisa de hombre a fin de guiarlo en un largo viaje, protegerlo de toda desgracia, encontrarle una esposa y librarla a ésta del demonio, recuperarle una deuda y, por último, regresarlo sano y salvo a su padre, quien a su vez le restauró la vista. Asombrados por su fortuna, Tobías y su padre le ofrecieron a su bienhechor la mitad de sus riquezas, no sabiendo aún que era ángel. San Rafael se reveló a sí mismo, diciendo: “Cuando tú orabas con lágrimas, y enterrabas a los muertos, y te levantabas de la mesa a medio comer, y escondías de día los cadáveres en tu casa, y los enterrabas de noche, yo presentaba al Señor tus oraciones” (Tobías, 12:12). Esta obra corporal de misericordia — de proveer entierros convenientes a costa de la vida — es lo que le trajo a Tobías y a su familia tales favores.

La práctica de los romanos. Desde la fundación de su ciudad hasta alrededor del año 100 a.C, los romanos practicaron exclusivamente la inhumación. Luego comenzaron a utilizar la cremación, especialmente para prevenir que sus enemigos exhumaran a los soldados muertos y profanaran sus cuerpos. La cremación, sin embargo, estaba reservada para los romanos más ricos; el pueblo pobre continuó con el sepelio, ya que no podían adquirir las piras funerarias. Después del año 63 a.C., se fundaron colonias judías en Roma, y a estos judíos se les permitió tener sus propios cementerios. Eventualmente llegaron también allí los cristianos, y, después que Nerón comenzó a perseguirlos en el 64 d.C., empezaron a excavar fascinantes laberintos subterráneos conocidos como catacumbas. Existen 60 catacumbas en las proximidades de Roma y muchas de ellas tienen hasta tres o cuatro niveles de profundidad. (Aunque las catacumbas romanas son las más conocidas, también hay en Nápoles y Milán, y en partes de Francia, Grecia, Iliria, áfrica y Asia Menor). Si se conectaran una con otra, las asombrosas catacumbas romanas se extenderían por cientos de kilómetros, una hazaña de una magnitud increíble, especialmente dados los tiempos de persecución. Aun cuando las catacumbas sirvieron como lugares de escondite y para el culto cristiano, su principal uso era como cementerio para salvaguardar las tumbas cristianas contra la profanación, especialmente desde que los cadáveres de cristianos fueran algunas veces quemados en burla de su creencia en la vida futura.

Con la conversión de Constantino en el siglo cuarto, cesaron las persecuciones. Gradualmente, conforme el cristianismo se expandía por el imperio, se descontinuaron las prácticas paganas de la cremación, y cesó totalmente hacia el siglo quinto de ser una forma aceptable para la eliminación de los cadáveres. Desde entonces la cremación no existió en occidente hasta el siglo XIX, cuando los librepensadores revivieron la práctica para atacar al cristianismo.


Continuará...

La oposición cristiana a la cremación


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