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MAGISTERIO SOBRE EL CELIBATO: Celibato y Magisterio. Tercera Entrega.


Sínodo de los Obispos de 1971. Estudio introductorio

Tercera Entrega

S. E. Josef Card. Tomko


VOTOS DE LOS PARTICIPANTES EN EL SÍNODO

-continuación-

Mons. Antonio Ribeiro, 
Patriarca de Lisboa (Portugal)

Deseamos que en la Iglesia latina permanezca inalterada la ley del celibato. Ciertamente es necesario explicar las razones y los motivos de la mutua relación entre celibato Y sacerdocio y, este Sínodo debe sobre todo exhortar a los sacerdotes a vivir su sacerdocio con siempre mayor alegría y fidelidad, uniéndose a Cristo mediante una plena e irrevocable consagración. Antes de ser una ley, el celibato es un don de Dios que el sacerdote acepta libremente y con ánimo gozoso. Pero la ley mantendrá siempre su carácter pedagógico y protector del don del Espíritu: en efecto, por ella él queda defendido contra sí mismo en los momentos de las tentaciones y contra los otros que querrían poner a prueba su debilidad.


Mons. Luis Lorscheider,
Obispo de Santo Angelo (Brasil)

Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal del Brasil.

Mientras algunos consideran el celibato como una simple ley jurídica y humana, y por este motivo reformable, y discuten sólo acerca de su conveniencia pastoral, otros, por el contrario, creen que se deba actuar con la máxima prudencia en cuanto no está excluida la posibilidad de proceder contra la voluntad divina. Conocimiento más pleno de la voluntad divina sería aquel que la Iglesia latina, guiada por el Espíritu Santo, ha adquirido y abrazado mediante una consideración más profunda de las acciones de Cristo; de modo que si el celibato es considerado un carisma, no es un carisma personal sino de todo el cuerpo de la Iglesia, al cual no se podría renunciar sin infidelidad hacia el Espíritu.


Mons. Juan Joaquín Degenhardt, 
Obispo titular de Vico de Pacato y auxiliar de Paderborn

El voto de la Conferencia Episcopal de Alemania es el siguiente: Manténgase la ley del celibato.

Los candidatos sean introducidos en la vida del celibato de manera más profunda mediante las ciencias teológicas, espirituales y antropológicas.


Mons. Lancellotto Giovanni Goody,
Arzobispo de Perth (Australia)

Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal australiana. En la parte doctrinal de este debate ya hemos hablado respecto al celibato. El Episcopado de Australia insiste fuertemente por la conservación de esta disciplina. En lo que se refiere a los aspectos prácticos, sin embargo, estamos dispuestos a escuchar con ánimo abierto las opiniones de los otros y a admitir una cierta pluralidad (especialmente acerca de la ordenación de hombres unidos en matrimonio) si por las circunstancias locales aquello parece una excepción deseable.

Permítaseme repetir: qué útil sería -confirmada la dignidad del matrimonio cristiano- explicar de modo más adecuado a la mentalidad de este tiempo y a la manera de pensar de la juventud moderna los argumentos a favor del celibato y darles a estos argumentos una forma nueva. Sin lugar a dudas los jóvenes de hoy están dispuestos a los sacrificios si es que comprenden y conocen bien las motivaciones y las razones.


Mons. Raúl Primatesta,
Arzobispo de Córdoba (Argentina)

Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal Argentina en relación a las materias de debate, sobre la actividad de los sacerdotes en el campo del trabajo y sobre el celibato.

Respecto al celibato, la Conferencia Episcopal renueva explícitamente cuanto afirmó en documentos oficiales para mantener plenamente el valor y la disciplina. Hoy parece más necesario que nunca el testimonio del celibato sacerdotal, sea corno signo escatológico en medio del materialismo y de la creciente sensualidad del mundo, sea por la particular fecundidad pastoral que de él procede, y porque al contrario, debilitar su vigencia de cualquier manera, sería destruir en gran medida la eficacia del apostolado y el sentido de la paternidad espiritual por la que el sacerdote se consagra totalmente a sus fieles. El celibato es un bien común de todo el pueblo de Dios.

Hay que lamentarse por las defecciones también entre nosotros; pero hay que señalar también que los sacerdotes están más inquietos por la presencia de la Iglesia en el campo social y político, y por eso mismo tienen más amplia capacidad de comprender el valor del celibato por aquella total entrega que se exige con tal presencia.


Mons. Emanuele Nuñes Gabriel, 
Arzobispo de Luanda (Angola)

Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal de Angola.

Nuestra Conferencia se adhiere de todo corazón a la disciplina del celibato en la Iglesia latina, recibida desde hace ya tantos siglos y últimamente inculcada de nuevo por el Concilio Vaticano II y por el Beatísimo Papa Pablo VI en una encíclica.

No queremos ignorar las dificultades que obstaculizan a los hombres vivir una vida casta. Conocemos también las dificultades que los sacerdotes experimentan, y que nosotros también sufrimos, por practicar integralmente -mientras vivamos en el mundo sin ser del mundo- la ley del celibato. Conocemos también las doctrinas que invaden la tierra y las presiones que se ejercen para hacer que la Iglesia abandone su disciplina secular.

En esta aula ya se ha hablado mucho de la necesidad del celibato en la vida sacerdotal. Nosotros nos adherimos a esta doctrina, no por despreciar el estado matrimonial sino por los motivos expuestos en la Encíclica Sacerdotalis coelibatus.

Hay que lamentar que los medios de comunicación social desacrediten tan frecuentemente la ley del celibato, y no sabemos por qué motivo lo hacen. Más aún, es como para lamentarse que algunos sacerdotes divulguen estas noticias bajo un punto de vista de disputa, no sin escándalo del pueblo de Dios.

Como bien ha dicho el cardenal Landázuri, es necesario encontrar nuevas formas a fin de que el celibato sea tenido en gran estima tanto por los fieles como por los sacerdotes.

La sociedad en la cual vivimos, inclinada al secularismo, denigra el celibato y aquellas virtudes que implican la abnegación de uno mismo y cualquier clase de sacrificio.

Los sacerdotes que han sido reducidos al estado laical y han contraído matrimonio, deben ser excluidos para siempre del ministerio. Esta es la disciplina de nuestros hermanos de las Iglesias orientales, que debe ser observada también en la Iglesia latina.

Aunque sí es cierto que teóricamente no tenemos motivos por los cuales, en casos particulares, se deba impedir a los hombres casados recibir el sacerdocio, en la praxis nos parece todavía prematuro dar cualquier consejo definitivo.


Mons. Felipe Ngu Yen Kim Diem, 
Arzobispo de Hue (Viet-nam)

En nombre de la Conferencia Episcopal vietnamita pido se me conceda proponer modestamente ante vuestra consideración algunas reflexiones sobre el sacerdocio y el celibato.

El fruto de una consulta realizada entre sacerdotes y laicos en nuestro país demuestra el deseo de todos de un sacerdocio célibe. Según la mentalidad de nuestro pueblo, católico y no católico, se requiere una disponibilidad constante y profunda y una entrega especial para el ejercicio del ministerio sacerdotal. Por ello también los no católicos tienen ministros célibes.

Se sabe por experiencia que las religiones que tienen ministros unidos en matrimonio, aún si laboran laudablemente, tienen poco éxito.

Desde hace ya tres siglos los laicos en nuestra región, elegidos por el consejo, son óptimos cooperadores de los sacerdotes y ocupan sus puestos en asuntos económicos, sociales, educativos, litúrgicos en las parroquias lejanas sin pastor.

Creo que sería muy bueno una discusión profunda y fecunda para poner el sacerdocio más claramente a la luz. Estos problemas prácticos son manejados con mayor facilidad si se define más abiertamente la "identidad del sacerdote" (Primero: sacerdote, ¿quién eres?, luego: ¿qué cosa puedes y debes hacer?).


Cardenal John Krol,
Arzobispo de Filadelfia de los Latinos (Estados Unidos de Norteamérica)

Hablo en nombre de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos.

Nos agradó mucho la relación sobre cuestiones prácticas. En el segundo capítulo, bajo el título De coniuncta ratione agendi, entre otras cosas se encuentran estas dos proposiciones:

Primera: "Todas las organizaciones de la Iglesia así como su régimen jurídico tienden hacia una única meta, esto es reforzar y proteger la libertad de los hijos de Dios...".

Segundo: "Las relaciones entre el sacerdote y el obispo deben estar inundadas de una espíritu nuevo...".

La urgencia de estas proposiciones ha sido prolijamente ilustrada por las investigaciones psicológicas y sociológicas hechas bajo la guía de nuestra Conferencia. Aunque se habían hecho muchos estudios, hace cuatro años se comenzó una investigación amplia y científica sobre el ministerio de los sacerdotes. Las conclusiones extraídas de esta investigación, que han sido dadas a conocer justamente este año, son de dimensiones antes desconocidas y hasta ahora no superadas. Son de gran importancia porque resuenan con la máxima sinceridad en las voces de los mismos sacerdotes, sean seculares o religiosos -también en las de aquellos que abandonaron el ministerio activo sobre problemas de su vida y del ministerio. El análisis de las respuestas manifiesta las perfecciones y las imperfecciones que eran de esperarse en un estudio similar. Sin embargo, ofrece indicios válidos, de los cuales refiero algunos dignos de ser tenidos en cuenta de manera particular: esos son los concernientes a la libertad del sacerdote y la relación entre el sacerdote y el obispo.

En cuanto a la libertad personal, los presbíteros opinan que los seminaristas deben ser ayudados a desarrollar sus cualidades en beneficio de toda la Iglesia. Un método de formación tal sería útil al individuo en su personalidad. Una mayor libertad comportaría un grado más alto de responsabilidad que sería de gran provecho en la madurez.

En la vida misma del sacerdote tal libertad multiplicaría las posibilidades y las iniciativas del servicio ministerial, pero debería estar acompañaría de una mayor conciencia de tener que dar cuenta de cómo se cumple la propia tarea. Justamente con tal deseo de una libertad más amplia casi todos los presbíteros afirmaron reconocer al obispo como pastor principal y director en la diócesis. En general, los más jóvenes, en su mayoría, desean un obispo constante y firme en sus decisiones.

La exigencia de una mayor libertad se deja sentir igualmente respecto al problema del celibato en las encuestas. El ochenta y siete por ciento de aquellos que han respondido, esto es más de seis mil, reconoce su utilidad para la mayor eficacia del ministerio. Sin embargo, casi el cincuenta y seis por ciento piensa que el celibato debería dejarse a la libre elección personal de los sacerdotes seculares. Sólo el dieciocho por ciento afirma que seguramente o probablemente se casaría si el celibato se hiciese facultativo, o como se dice, opcional. Sólo el tres por ciento se confiesa dispuesto a dejar el ministerio activo para casarse. Entre los que han abandonado el ministerio activo, no más del treinta y seis por ciento muestran cierto deseo de reincorporarse al ministerio y de éstos sólo el diez por ciento, esto es menos del cuatro por ciento, ha expresado un cierto deseo de participar en el ministerio parroquial o en la enseñanza y querrían hacerlo a tiempo completo, es decir full time. Esto que la Comisión Internacional de Teólogos ha dicho de los jóvenes en general vale también para un importante número de sacerdotes en los Estados Unidos: la obligación del celibato sacerdotal les parece una restricción arbitraria de la libertad de la persona humana. Su aspiración apunta a lo siguiente: que en esta perspectiva de una mayor libertad de elección para los sacerdotes, el valor religioso del celibato resplandece más claramente ante los hombres. Si su deseo no es visto en este contexto, entonces ha sido muy mal entendido.

No obstante, el pensamiento de nuestra Conferencia es que el valor del celibato sacerdotal es hoy de gran importancia para la Iglesia y para toda la humanidad; por eso hay que conservarlo. Gran parte del problema del celibato parece ser el deseo de libertad y de una legítima autonomía humana. Para muchos sacerdotes falta algo muy importante en su modo de comportarse en relación a aquellos que en la Iglesia determinan y practican el modo de actuar. En aquel campo hay que poner algún remedio. Es legítimo desear una autoridad participada. Esta situación debe ser mejorada como prenda de fidelidad hacia nuestros hermanos en el sacerdocio de Cristo.

El mundo, sin embargo, experimenta en gran parte cuán difícil es encontrar el punto medio de la virtud entre el desprecio de la sexualidad humana y la esclavitud de las pasiones eróticas. Se necesita el ejemplo del aniquilamiento de Cristo, que puede ser dado de manera muy eficaz por los sacerdotes que -con un acto público libre- eligen un modo de vivir en el cual queda prefigurada la vida resucitada. En realidad el celibato es una voluntad positiva y permanente de renunciar al matrimonio por el reino de Dios. Inversamente, el celibato facultativo u opcional se presenta ante los hombres sólo como el estado de un hombre no casado que si quiere podría contraer matrimonio. El celibato elegido por el sacerdote según el ejemplo de Cristo, exige no menos que el matrimonio, asumir las cargas con una voluntad positiva y de manera permanente.

El mundo experimenta los obstáculos a los cuales se puede ser conducido por el Verbo encarnado, del amor de las cosas visibles al amor de las cosas invisibles. Pero muy grande es la importancia del testimonio para la vida futura, en la cual ya el presente tiene una influencia. En tal contexto nuestra Conferencia comprende y afirma que en la Iglesia latina debe ser conservada la tradición del celibato sacerdotal. Al mismo tiempo la Conferencia no está por una solución inmediata del problema en este Sínodo, sino por un estudio acerca de la oportunidad de ordenar sacerdotes a hombres casados de edad avanzada.

En cuanto a la relación entre el obispo y el sacerdote, hay una evidencia muy amplia, la cual certifica que tales relaciones deben estar permeadas de un espíritu nuevo. Acerca del modo con el cual debe ser vista la participación en la autoridad de la cual emanan las decisiones específicas, falta un acuerdo entre los sacerdotes. Este problema es, potencialmente, fuente de discordia y de crítica. Por eso, la necesidad de renovar y reformar las relaciones entre el obispo y el sacerdote amerita una consideración muy seria.

No debemos exagerar ni disminuir las tensiones y los problemas que han salido a la luz a través de las investigaciones sociológicas y psicológicas. Es, sin embargo, un gran consuelo aquél que está fundado sobre la experiencia recogida entre los mismos sacerdotes. El sacerdocio, al menos en los Estados Unidos, no vacila ni se encuentra cercano a un estado similar. La mayor parte de los sacerdotes afirman que estarían prontos a escoger de nuevo el sacerdocio si existiese la oportunidad de revivir lo pasado. Y éste es quizá un modo distinto de expresar su disponibilidad y de responder afirmativamente a la llamada de Cristo, es decir, seguir al Señor llevando juntos la cruz.


Cardenal Benjamín Cooray, 
Arzobispo de Colombo (Ceylán)

Hablo de nombre de la Conferencia Episcopal de Ceylán y precisamente sobre el celibato sacerdotal.

El parecer de nuestra Conferencia es que debe permanecer inmutable la disciplina vigente sobre el celibato sacerdotal en la Iglesia latina.

Para evitar repeticiones quisiera expresar mi adhesión a los motivos en favor del celibato sacerdotal ya expuestos especialmente por el eminentísimo relator cardenal Tarancón y por el reverendísimo padre Heston (relator del círculo inglés B) y a las conclusiones prácticas del excelentísimo Santiago Coreoy de Zambia y del excelentísimo Henríquez Jiménez de Venezuela.

Permítaseme añadir algunas cosas.

Respecto a las Iglesias orientales, es digno de encomio su adhesión a la Iglesia católica universal a pesar de las numerosísimas pruebas: guerras, agitaciones sociales y opresiones políticas, persecuciones y cismas, y rendir honor a su propia disciplina, quizá no evolucionada como en la Iglesia Occidental por falta de libertad. Así también, la disciplina tradicional santamente conservada a través de los siglos merece ser no poco estimada, no sólo de parte de aquellas Iglesias antiguas, sino mucho más de parte de las Iglesias nuevas, no provistas todavía de una experiencia madura.

La escasez de sacerdotes es ciertamente un gran problema en algunas regiones. Puesto que la primera ley es la salud de las almas, se deben encontrar soluciones adecuadas. Todavía debe estudiarse mucho el ministerio de los laicos y el trabajo de los diáconos permanentes. Sería útil quizá buscar también qué cosa se puede hacer por medio de los instrumentos de comunicación social, especialmente radiofónicos y televisivos. Pero se debe examinar si la introducción de sacerdotes casados sea de veras una solución conveniente y eficaz. Según mi humilde parecer habría que dudar bastante. De hecho, según la opinión de los mismos orientales, los sacerdotes casados no pueden pasar de la mediocridad. Entre otras por las siguientes razones:

a) Los sacerdotes casados algo avanzados en edad no tienen el vigor de los jóvenes.

b) Por la misma razón difícilmente pueden realizar los estudios necesarios, al menos, por ejemplo, de teología moral para la administración del sacramento de la penitencia.

c) Impedidos por las preocupaciones familiares tal vez numerosas, tienen poco tiempo libre para desempeñar el ministerio sacerdotal.

Viene bien al caso aquello que ha escrito un autor francés: 40,000 sacerdotes en Francia y todavía se pierde la fe; pero, si existieran cuatro Curas de Ars toda Francia podría salvarse. Por eso, para que en un país la Iglesia eche raíces profundas (no un fundamento meramente superficial), se debe buscar la calidad más que el número de sacerdotes. El remedio verdadero, aunque es cierto que la vía es bastante estrecha, es el de promover óptimas vocaciones sacerdotales mediante sacerdotes bien enraizados en la vida sacerdotal, aunque sean pocos. Se podría, sin embargo, sostener que los sacerdotes casados serían siempre una excepción y los menos numerosos. Por lo tanto, está clara la respuesta: ¿se debe cambiar una herencia tan gloriosa de la Iglesia por algo de tan poco valor? (es decir, ¿por tener unos cuantos sacerdotes más?).

Existen también muchos peligros, por ejemplo:

a) En la antigüedad existían muchas herejías y cismas, de las que una de sus causas eran los sacerdotes ignorantes. El Concilio de Trento, con la institución de los seminarios, ofreció un remedio para evitar este peligro: el resultado es evidente por sus frutos. ¿No podrían surgir daños similares a aquellos de la antigüedad provenientes de sacerdotes poco instruidos?

b) Puesto que la elección de tales sacerdotes es un acto externo que, por ejemplo, debe ser hecha por el obispo antes que por iniciativa propia e interna de los mismos hombres casados, como sucede en las vocaciones de los jóvenes, se podrían ofrecer ocasiones de tensión y rivalidad y causar divisiones y facciones en la parroquia, por no decir enemigos entre las familias.

c) Se dice en inglés: The hurricane is not the time to renovate the roof (la tempestad no es el momento para renovar la estructura del techo). La Iglesia está en crisis: ¿es éste el momento más idóneo para cambiar una disciplina de la Iglesia tan venerable y mantenida a lo largo de los siglos?

d) Hay un peligro más grave aún. No estamos aquí para cambiar los decretos del Concilio Vaticano II sino para ponerlos en práctica. Ciertamente, el decreto del Concilio sobre el celibato, siendo sólo disciplinar, no está por ello dotado de infalibilidad dogmática y puede ser cambiado por el Sumo Pontífice. Pero nuestro deber no es abrir las puertas a nuevas incertidumbres, y quizá sin fin, sobre el mismo Concilio, cambiando decretos del Concilio emanados del Episcopado de todo el mundo bajo la guía del Sumo Pontífice, y eso apenas a los seis años de finalizado el Concilio. Si decretos tan solemnes debían ser considerados sólo transitorios ¿no se expondría quizá la Iglesia ante el mundo entero como objeto de risa?

La mente del Concilio, si no me equivoco, aparece clara por el hecho de que también el decreto sobre los diáconos permanentes casados fue publicado sólo después de haber sido protegido con muchas condiciones.

Por eso, si no obstante los motivos citados, en cualquier lugar se pidiese alguna vez cierta concesión, bastará que sea dada, a mi modesto parecer, mediante un rescripto ad tempus. Digo ad tempus, de modo que, bien organizado el asunto de una parte, y sin crear una costumbre nueva y distinta de la anterior, se deje la vía abierta para un regreso a la vida eclesial normal.

Finalmente, alguno se podría preguntar por qué se arroga el Sumo Pontífice el derecho de obligar a uno al celibato, siendo así que el mismo Jesús dejaba plena libertad. Respondo:

a) El Sumo Pontífice no fuerza al celibato a quienes no quieren.

b) El Sumo Pontífice, en cuanto sucesor de Pedro, tiene el deber de apacentar la grey: de ahí dimana el derecho y el deber de escoger los ministros más apropiados para realizar del modo mejor la propia misión.

Quisiera añadir que nuestra cultura oriental no se ha prestado la disciplina del celibato de la Iglesia latina, como dicen algunos. Entre nosotros, en Ceylán, por ejemplo, esta disciplina del celibato está en vigor desde hace más de dos mil años entre los jefes religiosos, esto es desde el tiempo de la difusión del budismo en el país el año 200 antes de Cristo. Y está tan profundamente arraigada en nuestra cultura cingalesa que el pueblo no comprendería nunca como los sacerdotes que son los hombres de Dios- puedan estar casados. La simple mención hecha recientemente por unos pocos sacerdotes jóvenes, embebidos de la mentalidad occidental, del deseo de sacerdotes casados, ha suscitado la risa entre los fieles y la mayor parte de los sacerdotes, cuyas cartas de protesta me han llegado hasta a Roma.

La disciplina del celibato, iniciada y muy recomendada por Cristo mismo, primero y único Sacerdote y Víctima de la Nueva Ley, alimentaría desde el tiempo de los apóstoles y de la Iglesia primitiva, santamente conservada a lo largo de los siglos, pero puesta en peligro en nuestros días al menos en la Iglesia latina, debe ser mantenida como ofrecimiento voluntario aceptado para la gloria de Dios, honor de la Iglesia y del sacerdocio de Cristo y por la salvación de las almas.


-Continuará -

Cardenal José Malula, 
Arzobispo de Kinsbusu

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