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IDENTIDAD SACERDOTAL - DE HUMILDE SACERDOTE A FUNDADOR DE LAS MISIONES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.

Un homenaje al Reverendo Padre Teodosio Martínez Ramos nacido un 23 de marzo de 1908 en el estado de Chiapas y quien quien fundara la Congregación de los Misioneros del Sagrado Corazón y de Santa María de Guadalupe en Azcapotzalco, D.F, México. Fallecido el 25 de agosto de 1978.


Su labor no solo circunda a su sagrado oficio como Sacerdote sino a la misión que llevó a cabo y aun lleva a cabo la pastoral vocacional que creara en su país natal, México y en otros países como Estados Unidos, España, Colombia, Perú, entre otros.

En el siguiente link la página de Los Misioneros del Sagrado Corazón y de Santa María de Guadalupe

http://www.mscymgpe.org/





¿POR QUÉ SER SACERDOTE? - INVITACIÓN A ORAR POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES.

La comunidad Misioneros del Camino hace una invitación a través de este spot a orar por cada uno de los llamados a seguir la vida de Cristo que son acogidos.

En los pases se pueden percibir claramente como el cumplimiento a seguir la vocación religiosa se convierte en un rescate de las cosas que comúnmente vivimos en nuestra sociedad y que moldean nuestras culturas. Es un llamado a ofrecer fortaleza a cada uno de esos jóvenes seminaristas y a los ya ordenados, para que no vuelvan atrás y en su lugar, sean cada día más una muestra viviente de la misión que Cristo les ha encomendado.




SACERDOTES DEBEN VESTIRSE COMO TALES - PADRE FORTEA



El afamado sacerdote exorcista español José Antonio Fortea remarca la importancia de que los sacerdotes vistan la sotana, como un signo de consagración a Dios y de servicio a los fieles.

En una entrevista con ACI Prensa durante su visita a Perú a mediados del año 2012, el P. Fortea indicó que "los clérigos deben vestir al modo que los más ejemplares sacerdotes visten en esas tierras, porque ir identificado es un servicio".

Tras subrayar que es potestad de la Conferencia Episcopal de cada país determinar cuál es el mejor signo sacerdotal, el P. Fortea indicó que "mi recomendación acerca de este tema es que el sacerdote se identifique como tal".

En efecto, el Código de Derecho Canónico, en su artículo 284 indica que “los cleìrigos han de vestir un traje eclesiaìstico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legiìtimas del lugar”.

Por otra parte, la Congregación para el Clero, en su "Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros", expresó que "el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia".

"En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero, hombre de Dios, dispensador de Sus misterios, sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad del que desempeña un ministerio público", señala el documento vaticano.

El P. Fortea subrayó que "no vamos identificados porque nos guste. A lo mejor nos gusta, a lo mejor no nos gusta. Vamos (identificados) porque es un servicio para los fieles, es un signo de consagración, nos ayuda a nosotros mismos".

El presbítero reconoció la dificultad de que a un sacerdote a quien desde el seminario no se le enseñó sobre el valor del hábito de usar la sotana, cambie después, sin embargo precisó que en los últimos años esto "ha ido cambiando a mejor".

"Es fácil mantenerlo (el hábito), es difícil empezarlo. Pero el sacerdote debe ir identificado", señaló.

Al consultarle si la costumbre de no usar la sotana guarda alguna relación con la Teología Marxista de la Liberación, el P. Fortea señaló que "ahora ya las cosas han cambiado".

"Fue en los años 70, 80, en que todos estos sacerdotes que se veían a sí mismos más como personas que ayudaban a la justicia social. Allí no tenía sentido el hábito sacerdotal, el hábito sacerdotal tiene sentido como signo de consagración".

Para el famoso exorcista, "ahora ya ha pasado eso, pero ha quedado la costumbre de no vestirse y claro, es difícil, yo entiendo que es difícil. Pero estas cosas están cambiando poco a poco".



VIDEO

LA VESTIMENTA SACERDOTAL
Por Alejandro Bermudez para AciTv.





FUENTE: aciprensa.com


LOS MISTERIOS DE LUZ - POR ALEJANDRO BERMUDEZ (VIDEO) Y PADRE GABRIEL CAMUSSO.






ROSARIUM VIRGINIS MARIAE (El Rosario de la Virgen María) que “pasando de la infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial «misterios de luz». En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es «la luz del mundo» (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino. Deseando indicar a la comunidad cristiana cinco momentos significativos –misterios «luminosos»– de esta fase de la vida de Cristo, pienso que se pueden señalar: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.”

Quizás muchos de nosotros recordaremos aquello que fue pasando en nuestro corazón cuando nos íbamos enterando de que Juan Pablo II regalaba a la Iglesia, dentro de este acto de piedad que es el rezo del Rosario, cinco nuevos misterios, los Misterios Luminosos. Y nos costó, tal vez, ir acostumbrándonos e ir descubriendo el valor y la importancia de este acompañar, como dice Juan Pablo II, desde la infancia a la vida pública de Jesús. Ahora ya los tenemos incorporados. 

“Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera.” ¡Qué hermosa revelación la que hace el Padre de su Hijo!: Éste es mi hijo muy querido, en Él tengo puesta mi predilección.

“Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2, 3-13; Lc7,47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia. Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo. Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.”

Si contemplamos cada uno de estos misterios, cada vez que rezamos el Rosario, “excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos”, esa invitación de María que en cada uno de nosotros resuena permanentemente. Después de contemplar este Misterio de las bodas de Caná, no podemos olvidar aquellas palabras: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2, 5). “Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los «misterios de luz».” 


Recordar a Cristo con María

“La contemplación de María es ante todo un recordar. Conviene sin embargo entender esta palabra en el sentido bíblico de la memoria (zakar), que actualiza las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación. La Biblia es narración de acontecimientos salvíficos, que tienen su culmen en el propio Cristo. Estos acontecimientos no son solamente un 'ayer'; son también el 'hoy' de la salvación. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia: lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solamente a los testigos directos de los acontecimientos, sino que alcanza con su gracia a los hombres de cada época.”

Aquel signo grande de Jesús en las Bodas de Caná no fue un regalo solamente para aquellos novios y sus invitados, o para aquel mayordomo que no entendía nada, o para aquellos mozos que llenaron las tinajas de agua y sacaron vino bueno. Ese signo, a partir del cual se manifiesta la gloria de Dios (termina diciendo el Evangelio de San Juan: y sus discípulos creyeron en Él), sigue siendo actual. Por pura gracia y por pura misericordia de Dios, se sigue haciendo presente hoy. El milagro sigue transformando tu vida en este día. Aquello que en nosotros es agua y es frágil, por pura gracia de Dios, si damos espacio, se convierte en el vino nuevo del amor de Dios. 

Por eso, “esto vale también, en cierto modo, para toda consideración piadosa de aquellos acontecimientos: «hacer memoria» de ellos en actitud de fe y amor significa abrirse a la gracia que Cristo nos ha alcanzado con sus misterios de vida, muerte y resurrección.” 

¡Cuánta bendición de Dios! Es necesario recordar “que la vida espiritual «no se agota sólo con la participación en la sagrada Liturgia. El cristiano, llamado a orar en común, debe no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre, que ve en lo escondido (cf. Mt 6, 6); más aún: según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción (cf. 1 Ts 5, 17) ».”

Y qué hermoso que así como lo rezamos comunitariamente al Rosario, también hacer esta experiencia del rezo en la intimidad, en lo secreto, en lo escondido donde nos ve el Padre y desde allí poder contemplar este rostro amoroso de Jesús. Y estaremos haciendo así realidad lo que nos dice el Apóstol: orar sin cesar, orar sin interrupciones.

“El Rosario, con su carácter específico, pertenece a este variado panorama de la oración 'incesante'”. Alguna vez seguramente escuchaste la historia del peregrino ruso, aquel hombre que logró, al final de su vida rezar, orar al Padre al ritmo de la respiración. El Rosario es parte de este gran panorama que se nos abre a los cristianos para orar incesantemente, en la repetición, en cada Ave María que va pasando con las cuentas del Rosario. 

“Y si la Liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia, el Rosario, en cuanto meditación sobre Cristo con María, es contemplación saludable. En efecto, penetrando, de misterio en misterio, en la vida del Redentor, hace que cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia.” ¡Cuánta riqueza, cuánto Espíritu de Dios que fue guiando a lo largo de la historia a aquellos sucesores de Pedro que nos fueron dejando -cada uno según su carisma particular- algún detalle de lo que significa esta oración! Y sin duda, nuestro querido Juan Pablo II, cuando nos regalaba esta Carta Apostólica, estaba pensando también en cada uno de nosotros que día a día queremos contemplar el rostro de Jesús a partir de esta oración. Y queremos recordar a Cristo con María. Al contemplar los Misterios Luminosos no hacemos otra cosa que contemplar a Cristo con su Madre, testigo directo de cada uno de estos gestos y signos salvíficos.

El contemplar ayuda a que no nos pase lo que tantas veces hemos escuchado, que el Rosario por momentos se convierte en tedioso o aburrido. Pero nada de eso pasa cuando cada Ave María nos va adentrando en el misterio de Jesús.

Cuando nos disponemos a rezar el Rosario, podemos dedicarle un tiempo de privilegio, podríamos decir darnos el lujo de que sea un momento exclusivo para rezar el Rosario, contemplar la vida de Jesús. Es un regalo de Dios poder hacerlo y bendito sea Dios si lo podemos hacer. Porque muchas veces aprovechamos también a tener la mirada puesta en Jesús a través de María cuando vamos de camino, y solemos ir rezando el Rosario, cuando vamos a trabajar, a veces cuando estamos trabajando, cuando nos vamos trasladando de un lado a otro en auto o en la bicicleta o caminando. Lo importante es que sea un momento en el cual podemos dejar al Señor que hable en nuestro corazón a través del rezo del Rosario, y poder asumirlo como el momento en el cual escuchamos la Palabra de Dios. 

Para dar fundamento bíblico y mayor profundidad a la meditación de cada uno de los misterios, siempre es útil que al anunciado del misterio siga la proclamación del pasaje bíblico. Podemos tener a mano una guía que nos acompañe o directamente la Biblia, para leer aunque más no sea un versículo que nos ayude a ir rezando y contemplando. No importa si es el texto completo o sólo un versículo, dependerá del momento que te toca vivir e ir rezando; no hay duda de que ninguna otra palabra tiene la eficacia de la Palabra de Dios, Palabra inspirada por el Espíritu Santo. Al leer la Palabra de Dios en cada misterio tenemos la certeza de que esa Palabra es para mí hoy, que lo que estoy escuchando es lo que Dios tiene para decirme. Acogida de este modo, la Palabra entra en la metodología propia de lo que son las repeticiones del Rosario; y ya no aburre, porque no es simplemente repetir o recordar lo que ya conocemos, sino que se trata de dejar hablar a Dios a través de su Palabra. A veces solemos hacer algún comentario sobre el texto que acabamos de escuchar, especialmente cuando lo rezamos comunitariamente. Hoy gracias a Dios hay tantos comentarios y ayudas, tantos libros que nos acompañan en el rezo del Rosario;pero lo importante es la escucha y la meditación de la Palabra de Dios. Y también el silencio. Es bueno que después de proclamar la Palabra, tomemos unos momentos, antes de iniciar la oración vocal, fijar la atención en el misterio meditado. Descubrir el valor del silencio es uno de los secretos para la contemplación y la meditación. Y es tal vez uno de los límites de nuestra sociedad tan condicionada a tantos medios de comunicación: el silencio se hace cada vez más difícil. Así como en la liturgia se recomienda que haya momentos de silencio, en el rezo del Rosario es también oportuno hacer una breve pausa después de escuchar la Palabra de Dios, concentrar el espíritu en el contenido del misterio.


FUENTE: www.radiomaria.org.ar/

SIETE PECADOS CONTRA LA HOMILÍA




Por Mons. Mario De Gasperín Gasperín,
obispo (México)



La homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo”, asienta el Papa Francisco en su exhortación sobre la Alegría del Evangelio. Le dedica dos apartados para enseñarnos qué es la homilía y cómo se prepara la predicación. Advierte que bajará hasta los detalles, porque “son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran ministerio y no podemos hacer oídos sordos”. Vamos a entresacar y acomodar siete observaciones para evitar, dice, “los sufrimientos de unos al escuchar y de otros al predicar. Es triste que sea así”. He aquí el triste septenario:

Primero. Hacer de la homilía un anecdotario, un refrito de noticiero, un discurso socio-político, un desahogo personal o una clase. Esto significa no entender que la “homilía” es parte integrante de la acción litúrgica, que es la celebración que actualiza la obra salvadora de Jesucristo, que es siempre buena noticia, generadora de gozo y esperanza.

Segundo. Iniciar con retraso la celebración. Esto inquieta a la comunidad y la predispone contra el celebrante, además de ser un signo de irresponsabilidad. Con el ánimo perturbado no se puede escuchar con agrado la palabra de Dios, que requiere serenidad de espíritu para madurar.

Tercero. Confundir la asamblea eucarística con una reunión social, del tipo que sea. Sucede cuando el celebrante comienza saludando con un vulgar “buenos días”, y olvida que es el Señor Jesús quien congrega su pueblo, y no el celebrante. Menosprecia la presencia del resucitado en medio de los suyos, de la cual él es “signo sacramental”, no sustituto.

Cuarto. No guardar la proporción debida entre las partes de la misa ni el ritmo propio de la celebración. Predicación larga y anáfora corta y de prisa; homilías repetitivas, sin calor espiritual, sin lógica interna ni contenido sustancial. El Papa aconseja: una idea, un sentimiento, una imagen.

Quinto. Desconocer las leyes que rigen la historia de la salvación, cuya actualización está celebrando. En concreto, el nexo que existe entre las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento, su cumplimiento en la santa Eucaristía y su proyección a la vida. La Palabra se hace Sacramento y engendra vida.

Sexto. No prepararse espiritualmente, mediante la oración y el estado de gracia. Casi equivale a querer apropiarse de la obra de Dios, pues es Él quien mueve los corazones. Sólo quien tiene fe, puede hablar en la Iglesia: “Creo, por eso hablo”. Sin vida espiritual no se puede comprender ni comunicar el Evangelio, obra del Espíritu.

Séptimo. Olvidar que la Escritura es el libro de la memoria de una comunidad creyente. Debe leerse siempre “con el oído en el pueblo” para conocer sus necesidades, escuchar sus clamores y aprender su lenguaje. Si no se hace así, el predicador de vuelve “autorreferencial” y manipulador inconsciente de la comunidad. Prevalece su interpretación e impone su opinión.

Conclusión. La palabra de Dios es una “sinfonía”, y un único artista no puede tocar todos los instrumentos. El sacerdote debe dejarse ayudar por los fieles laicos, pues ellos también tienen “el espíritu de Jesucristo”. Desconfiar de su capacidad es signo claro de clericalismo. Atendamos a la recomendación del Papa Francisco: “Me atrevo a pedir que todas las semanas se dedique a esta tarea un tiempo personal y comunitario suficientemente prolongado, aunque deba darse menos tiempo a otras tareas también importantes”, porque “un predicador que no se prepara no es espiritual; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido” (EG 145). Esto nos dio pie para hablar de “pecados”.


FUENTE: servicocatholicohispano.wordpress.com/

MARÍA EXPLICA EL APOCALIPSIS AL PADRE GOBBI


MILÁN, 3 DE JUNIO DE 1989. 

Primer sábado y fiesta del Corazón Inmaculado de María



La bestia semejante a una pantera

Hijos predilectos, hoy os reunís en Cenáculos de oración para celebrar la fiesta del Corazón Inmaculado de vuestra Madre Celeste.

De todas partes del mundo os he llamado a consagraros a mi Corazón Inmaculado, y habéis respondido con filial amor y con generosidad.

Ya he formado mi ejército con aquellos hijos que han acogido mi invitación y han escuchado mi voz.

Ha llegado el tiempo en el cual mi Corazón Inmaculado debe ser glorificado por la Iglesia y por toda la humanidad.

Porque en estos tiempos de la apostasía, de la purificación y de la gran tribulación, mi Corazón Inmaculado es el único refugio y el camino que os conduce al Dios de la salvación y de la paz.

Sobre todo, mi Corazón Inmaculado se vuelve hoy el signo de mi segura victoria en la gran lucha que se combate entre los seguidores del enorme Dragón Rojo y los seguidores de la Mujer vestida del Sol.

En esta terrible lucha sube del mar, en ayuda del Dragón, una bestia semejante a una pantera.

Si el Dragón Rojo es el ateísmo marxista, la bestia negra es la Masonería.

El Dragón se manifiesta en el vigor de su potencia; la bestia negra, en cambio, obra en la sombra, se esconde, se oculta, para introducirse por este medio en todas partes.

Tiene las garras de oso y la boca de un león, porque obra por doquier con la astucia y con los medios de comunicación social, es decir, con la propaganda.

Las siete cabezas indican las varias logias masónicas que obran en todas partes de una manera solapada y peligrosa.

Esta bestia negra tiene diez cuernos y sobre los cuernos diez diademas, que son signos de dominio y de realeza.

La masonería domina y gobierna en todo el mundo por medio de los diez cuernos.

El cuerno, en el mundo bíblico, siempre ha sido un instrumento de amplificación, un modo de hacer escuchar más fuertemente la propia voz, un importante medio de comunicación.

Por eso Dios ha comunicado a su pueblo su Voluntad por medio de diez cuernos que han hecho conocer su Ley: los diez mandamientos.

Quien los acoge y los observa anda en la vida por el camino de la Divina Voluntad, de la alegría y de la paz.

Quien hace la Voluntad del Padre, acoge la Palabra de su Hijo y participa en la Redención llevada a cabo por Él. Jesús da a las almas la misma vida divina, a través de la Gracia, que Él ha merecido con sui Sacrificio realizado en el Calvario.

La Gracia de la Redención es comunicada por medio de los Siete Sacramentos. Con la gracia se insertan en el alma gérmenes de vida sobrenatural que son las virtudes.

Entre ellas las más importantes son las tres virtudes teologales y las cuatro cardinales: fe, esperanza y caridad; prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

Al Sol divino de los siete Dones del Espíritu Santo, estas virtudes germinan, crecen, se desarrollan cada vez más y así conducen a las almas por el camino luminoso del amor y de la santidad.

Objetivo de la bestia negra, es decir, de la masonería, es el de combatir de una manera disimulada, pero tenaz, para impedir a las almas recorrer este camino, indicado por el Padre y por el Hijo e iluminado por los dones del Espíritu.

En efecto, si el Dragón Rojo obra para llevar a toda la humanidad a prescindir de Dios, a la negación de Dios y para ello difunde el error del at
eísmo, el objetivo de la masonería no es el de negar a Dios, sino el de blasfemarlo.

La bestia abre la boca para proferir blasfemias contra Dios, para blasfemar su Nombre y su morada, contra todos aquellos que habitan en el Cielo.

La mayor de las blasfemias es la de negar el culto debido sólo a Dios para darlo a las criaturas y al mismo Satanás.

He aquí por qué en estos tiempos, tras la perversa acción de la masonería se difunden por doquier las misas negras y el culto satánico.

Además, la masonería obra, con todos los medios, para impedir que las almas se salven y de este modo quiere volver inútil la Obra de Redención llevada a cabo por Cristo.

Si el Señor ha comunicado su Ley con los diez mandamientos, la masonería difunde por todas partes, con la potencia de sus diez cuernos, una ley que es completamente opuesta a la de Dios.

Al mandamiento del Señor: –“No tendrás otro Dios más que a Mí”– aquélla construye otros falsos ídolos, frente a los cuales hoy muchos se postran en oración.

Al mandamiento: –“No tomarás el nombre de Dios en vano”– aquélla se opone con las blasfemias contra Dios y su Cristo, de muchas maneras engañosas y diabólicas, hasta reducir a una marca comercial indecorosa su Nombre y hacer películas sacrílegas sobre su vida y su divina Persona.

Al mandamiento: –“Santificarás las fiestas”– aquélla transforma el domingo en “week-end”, en el día del deporte, de las competiciones, de los juegos, de las diversiones.

Al mandamiento: –“Honrarás a tu padre y a tu madre”– aquélla contrapone un modelo nuevo de familia sobre la convivencia incluso de homosexuales.

Al mandamiento: –“No matarás”– aquélla ha logrado hacer legitimar en todas partes, el aborto, hacer aceptar la eutanasia, hacer casi desaparecer el respeto debido al valor de la vida humana.

Al mandamiento: –“No cometerás actos impuros”– aquélla justifica, exalta y hace propaganda de toda forma de impureza, hasta llegar a la justificación de los actos contra natura.

Al mandamiento: –“No robarás”– ella obra para que se difundan cada vez más los hurtos, la violencia, los secuestros, las rapiñas.

Al mandamiento: –“No darás falso testimonio ni mentirás”– aquélla obra para que se propague cada vez más la ley del engaño, de la mentira, de la doblez.

Al mandamiento: –“No desearás los bienes ajenos y a la mujer de tu prójimo”– Actúa para corromper lo más profundo de la conciencia, engañando la mente y el corazón del hombre.

De esta manera, las almas son impulsadas por el camino perverso y malo de la desobediencia a la Ley del Señor, son sumergidas en el pecado y así se les impide recibir el Don de la Gracia y de la Vida de Dios.

–A las siete virtudes teologales y cardinales, que son el fruto de vivir en Gracia de Dios, la masonería opone la difusión de los siete vicios capitales, que son el fruto de vivir habitualmente en estado de pecado.

A la fe, aquélla opone la soberbia; a la esperanza, la lujuria; a la caridad, la avaricia; a la prudencia, la ira; a la fortaleza, la pereza; a la justicia, la envidia; a la templanza, la gula.

Aquél que llega a ser víctima de los siete vicios capitales es conducido gradualmente a abandonar el culto debido al único Dios, para darlo a falsas divinidades, que son la personificación misma de todos estos vicios. En esto consiste la blasfemia más grande y horrible.

He aquí por qué sobre cada cabeza de la bestia hay escrito un título blasfemo. Cada logia masónica tiene la tarea de hacer adorar una divinidad distinta.

La primera cabeza lleva el título blasfemo de la soberbia, que se opone a la virtud de la fe y conduce a dar culto al dios de la razón humana y del orgullo, de la técnica y del progreso.

La segunda cabeza lleva el título blasfemo de la lujuria, que se opone a la virtud de la esperanza, y lleva a dar culto al dios de la sensualidad y de la impureza.

La tercera cabeza lleva el título blasfemo de la avaricia, que se opone a la virtud de la caridad, y difunde por doquier el culto al dios del dinero.

La cuarta cabeza lleva el título blasfemo de la ira, que se opone a la virtud de la prudencia, y conduce a dar culto al dios de la discordia y de la división.

La quinta cabeza lleva el título blasfemo de la acidia (o pereza espiritual), que se opone a la virtud de la fortaleza, y difunde el culto al ídolo del miedo de la opinión pública y de la explotación del prójimo.

La sexta cabeza lleva el título blasfemo de la envidia, que se opone a la virtud de la justicia, y lleva a dar culto al ídolo de la violencia y de la guerra.

La séptima cabeza lleva el título blasfemo de la gula, que se opone a la virtud de la templanza, y conduce a dar culto al ídolo tan exaltado del hedonismo, del materialismo, del placer.

El objetivo de las logias masónicas, hoy, es el de actuar con gran astucia, para llevar a la humanidad en todas partes a despreciar la santa Ley de Dios, a obrar en abierta oposición a los diez Mandamientos, a sustraer el culto debido al único Dios para darlo a los falsos ídolos, que son exaltados y adorados por un número creciente de hombres: la razón, la carne, el dinero, la discordia, el dominio, la violencia, el placer.

De esta manera las almas son precipitadas en la tenebrosa esclavitud del mal, del vicio y del pecado, y, en el momento de la muerte y del juicio de Dios, en el estanque de fuego eterno que es el infierno.

Ahora comprenderéis por qué, en estos tiempos, mi Corazón Inmaculado se convierte en vuestro refugio y en el camino seguro que os lleva a Dios, frente al terrible e insidioso ataque de la bestia negra, es decir, de la masonería.

En mi Corazón Inmaculado se delinea la táctica usada por vuestra Madre Celeste para contraatacar y vencer la astuta trama usada por la bestia negra.

Es por esto que formo a todos mis hijos en la observancia de los diez Mandamientos de Dios:

A vivir al pie de la letra el Evangelio; a recibir con frecuencia los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Comunión Eucarística, como auxilios necesarios para vivir en Gracia de Dios; para ejercitar de una manera fuerte las virtudes y para andar siempre por el camino del bien, del amor, de la pureza y de la santidad.

De ese modo, me sirvo de vosotros, pequeños hijos que os habéis consagrado a Mí, para desenmascarar todas estas insidias disimuladas que la bestia negra os tiende y, en fin, anular el gran ataque que la masonería hoy, ha desencadenado contra Cristo y su Iglesia. Y al final, sobre todo, con su mayor derrota, aparecerá en todo su esplendor el triunfo de mi Corazón Inmaculado en el mundo.” 


FUENTE: http://angelicapajares.wordpress.com/

¿QUÉ SIGNIFICA DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS?


¿Qué significa que Cristo descendió a los infiernos?

Descenso del alma de Cristo, ya separada del cuerpo por la muerte, al lugar que también se llama “sheol” o “hades” En el Credo de los Apóstoles proclamamos que Cristo “descendió a los infiernos”.

¿Qué significa? Este Credo, formulado en el siglo V, se refiere al descenso del alma de Cristo, ya separada del cuerpo por la muerte, al lugar que también se llama “sheol” o “hades”. El Cuarto Concilio Lateranense, en el 1215, definió esta doctrina de Fe.

En este caso “infierno” no se refiere al lugar de los condenados sino que es “el lugar de espera de las almas de los justos de la era pre-cristiana” (Ott, p. 191). Entre la multitud de justos allí esperando la salvación, estaba San José, los patriarcas y los profetas, como todos aquellos que murieron en paz con Dios.

Todos necesitaban, como nosotros, la salvación de Cristo para poder ir al cielo. Vea en las Sagradas Escrituras: Hechos 2,24; 2,31; Flp 2, 10, 1 Pedro 3,19-20, Ap 1,18, Ef 4,9.

Padres de la Iglesia que enseñaron esta doctrina incluyen: San Justino, San Ireneo, San Ignacio de Antioquía, Tertuliano, San Hipólito, San Agustín.

Santo Tomas Aquino enseña que el propósito de Cristo en descender a los infiernos fue liberar a los justos aplicándoles los frutos de la Redención (S. Th. III, 52, 5).

El Catecismo de la Iglesia Católica sobre esta doctrina: Cristo descendió a los infiernos 632 Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento según las cuales Jesús “resucitó de entre los muertos” (Hch 3, 15; Rm 8, 11; 1 Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la morada de los muertos. Es el primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos. 633 La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el “seno de Abraham”. “Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos”.

Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido. 634 “Hasta a los muertos ha sido anunciada la Buena Nueva…” (1 P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo, pero inmensamente amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos 605 los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se salvan se hacen partícipes de la Redención. 635 Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte para “que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan”. Jesús, “el Príncipe de la vida” (Hch 3, 15), aniquiló “mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hb 2, 14-15). En adelante, Cristo resucitado “tiene las llaves de la muerte y del Hades” (Ap 1, 18) y “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos” (Flp 2, 10).

Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra; un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido y ha despertado a los que dormían desde hace siglos … En primer lugar, va a buscar a nuestro primer padre, como a la oveja perdida. Quiere visitar a los que yacen sumergidos en las tinieblas y en las sombras de la muerte; Dios y su Hijo van a liberar de los dolores de la muerte a Adán, que está cautivo, y a Eva, que está cautiva con él … Y, tomándolo de la mano, lo levanta diciéndole: “Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo”. Yo soy tu Dios, que por ti me hice hijo tuyo, por ti y por todos estos que habían de nacer de ti … Despierta, tú que duermes; porque yo no te he creado para que estuvieras preso en la región de los muertos. Levántate de entre los muertos; yo soy la vida de los que han muerto”.


LOS SIETE DOMINGOS DE ¡OH GLORIOSO SAN JOSÉ!


DEVOCIÓN DE LOS SIETE DOMINGOS


Consagrados a honrar los 7 Dolores y Gozos de SAN JOSÉ

Con indulgencia plenaria para cada domingo


 
SEGUNDO DOMINGO

La Santa Comunión de este día se ofrecerá para dar gracias a San José por los favores que nos ha alcanzado; la indulgencia plenaria se aplicará por las almas del Purgatorio que tuvieron devoción especial a la Sagrada Familia.
 
 
MEDITACIÓN SEGUNDO DOMINGO
 
Sobre los dolores y gozos de San José en el nacimiento del Hijo de Dios en un establo.
 
1. El momento en que la Augusta Virgen María va a dar al mundo el Mesías prometido, desde tantos siglos, ha llegado. Es en vano que José pida para su angelical esposa un asilo a los habitantes de Belén; sólo recibe negativas y desdenes. Así escomo se cumple a la letra el pasaje del Evangelio: “El Hijo de Dios ha venido en medio de los suyos, y éstos se han negado a recibirle”. José se ve precisado a  guarecerse en un establo abandonado; allí es donde quiere nacer el Hijo del Eterno para morar entre los hombres ¡Qué dolor tan inmenso para el corazón de José viendo al Divino Niño asimilado a los animales, echado como ellos sobre un poco de paja húmeda y fría, en la estación más rigurosa del año! ¡Cómo resonaría hasta en lo más íntimo de sus entrañas de padre, el primer lamento del Salvador ocasionado por sus sufrimientos! ¡Cuán dulces y amargas fueron las lágrimas que mezcló a las que el Niño Dios derramaba ya por nuestras faltas!
 
2. José prosternado con la frente en el polvo, adora al recién nacido como a su Dios; le reconoce a pesar de su anonadamiento y su debilidad por el Creador del Cielo y de la tierra, por el Salvador y Redentor del mundo, le ofrece su corazón, sus fuerzas, su vida entera, y le da mil gracias por haberle escogido entre todos para servirle de padre.
 
Y para colmo de su alegría, María le presenta a su Divino Niño que Dios confía a su ternura; José le recibe de rodillas, le estrecha con tanto respeto como amor sobre su corazón, le baña de lágrimas, le cubre de besos, le ofrece al Padre Eterno como rescate de su pueblo esperanza y alegría de Israel, y le deposita de nuevo en los brazos de su querida Madre como el único altar bastante puro para recibirle.

 
¡Oh! Cómo olvida las fatigas y las angustias de la víspera cuando oye a los ángeles celebrar con cánticos armoniosos el nacimiento de Aquél que él podría llamar su Hijo más rico que todos sus antepasados, en medio de sus privaciones posee el más precioso tesoro del cielo; ante su gloria se eclipsa toda la de su regia estirpe. El podía contemplar con sus ojos, estrechar contra su corazón al Emmanuel que David saludaba de lejos en sus proféticos aciertos como su Señor y su Dios; iba a pasar su vida con Aquel que sus antepasados habían deseado con tanto ardor ver la aparición. ¿Qué gloria no queda eclipsada en presencia de esta gloria? ¿Qué dicha no desaparecerá ante esta felicidad?
 
Así es como Dios forma en el corazón tan puro de José una inefable mezcla de alegría y de pena, de gozo y de dolor; pero el dolor no turba su gozo y la alegría nada quita a la amargura de su pena, porque la una y la otra proceden de un mismo principio y el amor que le hace gozar, le hace también padecer.
 
 
EJEMPLO SEGUNDO DOMINGO
 
La priora de un convento de religiosas escribe el siguiente caso:
 
Una de nuestras hermanas religiosas, de edad de 28 años, que había gozado siempre de cabal salud, fue atacada hace ocho meses de un mal a la garganta que le hizo perder enteramente la voz, extendiéndose muy largo hasta el estómago. Una opresión continua y pesada, dolores violentos en el pecho y en las espaldas, una suma debilidad, todo eso demostró ser una enfermedad de pecho el mal de nuestra hermana, el cual declararon los médicos no tenía remedio. No desconfiamos por eso; acudimos a San José, y poniendo en el él toda nuestra confianza le consagramos repetidas novenas, sin que se advirtiera ninguna mejoría en la pobre enferma. Como estaba tan débil que no podía andar llevamos en procesión a la enfermería la venerable imagen de San José, acompañándola con cirios encendidos; y allí empezamos la devoción de los SIETE DOMINGOS, tan agradables al poderoso San José, para que nos obtuviese la curación que tanto deseábamos, durante la sétima semana la enferma padecía mucho, estaba triste, y nosotras también porque fundadamente temíamos que bien pronto nos dejaría. No obstante, el domingo siguiente mostró deseos de ir al coro para asistir a la bendición del Santísimo, lo que efectuó con mucha pena sostenida por nosotras, y llegando allí sin poder respirar. En el acto de la bendición quiso seguir a las otras religiosas en el canto de un himno lo que hizo con voz apagada. Este era el momento escogido por el Esposo de María para demostrarnos su poderosa intercesión. Encontré a la enferma que salía del coro y toda conmovida me dijo: “Puedo hablar con voz clara”, y volviendo al coro con nosotras se puso a rezar con fuerte acento unas letanías a San José. Todas estábamos a su alrededor, pasmadas, escuchando aquella voz que ocho meses hacía no habíamos oído, y dirigíamos mil preguntas a nuestra querida hermana, admirando en ella los dichosos efectos de la protección de nuestro amado Padre. Libre de toda opresión, no hallaba palabras para expresarnos lo que sentía y desde entonces, vuelta a su estado normal, practica todos los actos de comunidad.
 
 
 
 
TERCER DOMINGO
 
Al prepararnos para recibir a Jesús Sacramentado, saludad a San José y pedidle su bendición. Al comulgar, esforzaos en entrar en sus santas disposiciones, cuando vio correr la sangre del Salvador y ofrecer la comunión por la conversión de los enemigos de la Iglesia. Aplicad la indulgencia por las almas que tuvieron mucha devoción a la preciosa sangre de Jesucristo.
 
 
MEDITACIÓN TERCER DOMINGO
 
Sobre los dolores y gozos de San José en la Circuncisión del Niño Jesús
 
1. El Mesías que venía a dar cumplimiento a toda ley, quiso por humildad someterse a la ceremonia tan dolorosa de la circuncisión. José, según la opinión de muchos fue su ministro. ¡Cuánto debió costar a él mismo esa ceremonia! Es cierto que todos los Israelitas veían a sus hijos sometidos a la misma ley, más por grande que fuese el amor que le profesaban no podía compararse al que José sentía por Jesús, a quien amaba como a su hijo y como a su Dios. Por otra parte, este santo Patriarca sabía perfectamente que bajo las debilidades de la infancia, el Salvador gozaba de la plenitud de la razón; que se somete voluntariamente a todo lo que de Él se exigía; que sentía a la vez el deseo y el temor del sufrimiento y que esta operación sangrienta no es para El sino el preludio y como ensayo de los suplicios que le estaban reservados en el Calvario.
 
Los gritos del Divino Niño y las angustias de su pobre Madre desgarraban el corazón de José; sin embargo, lleno de un valor sobrenatural y de una me fe más admirable que la de Abraham, el augusto Esposo de María, penetrando los designios de su Divino Hijo, ofrece al Padre Eterno la preciosa Sangre que acaba de ser derramada por nuestra salud y de la cual una sola gota hubiera bastado para rescatar mil mundos.
 
2. José, al terminar su sublime misterio, dio al Hijo de Dios el nombre adorable de Jesús, según la orden que había recibido del Cielo mismo.
 
¿Quién podrá expresar con que confianza y con qué amor pronunció José de primero este nombre de salud dado a nuestro Divino Libertador? Este nombre de Jesús, que debía ser nuestro consuelo en la peregrinación de esta vida, y nuestra esperanza al llegar a la hora de la muerte.
 
Este nombre adorable que José se complacía en invocar con frecuencia era más dulce a su boca que exquisita miel, más suave a su oído que arrolladora melodía.
 
El nombre de Jesús debe ser el principio y fin de todas nuestras acciones; frecuente por la invocación, frecuente y piadoso este nombre adorable; el fin, porque no debemos poner la mirada en otro bien, en otro objeto que su gloria.
 
Fieles servidores del mejor de los amos; a ejemplo de San José, complaceos en repetir este nombre, que es superior a todo nombre, y recibiréis alivio en vuestras penas, consuelo en vuestras aflicciones. Como José invocad al nombre de Jesús con fe en su poder, con confianza en su amor; porque el Salvador mismo nos ha dicho: “Todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre os será concedido” (Juan, 14). Decidle como aquel hombre privado de la vista: “Jesús, Hijo de David, tened piedad de mí”, o como los diez leprosos: “Jesús, nuestro dueño, tened piedad de nosotros”, y experimentaréis bien pronto su favor y ayuda.
 
Acordaos que era en nombre de Jesús que los Apóstoles obraban milagros. “En nombre de Jesús levántate y anda” dijo San Pedro al paralítico. En las tentaciones que el demonio os suscite, invocad el santo nombre de Jesús, nombre poderoso en el infierno, puesto que espanta a todos los demonios. Este nombre sagrado hace temblar a los ángeles rebeldes porque les recuerda Aquel cuyo poder destruyó el imperio que tenían sobre los hombres.
 
¡Oh nombre sagrado de Jesús! Verdaderamente eres un aceite derramado para curar nuestras llagas y comunicar la salud a nuestras Amas, porque ¿quién puede pensar en este momento divino sin representarse al mismo tiempo el modelo perfecto y el conjunto de todas las virtudes en el más eminente grado en la persona de Jesús? Poned, pues vuestro santo nombre en nuestras almas en nuestros espíritus, en nuestros corazones y en nuestros labios. Señor Jesús, y concédenos por este nombre la gracia de vivirte, la fuerza de imitaros y aprender de Vos a no crear nuevos mundos, sino a obedecer, a sufrir y a humillarnos.
 
 
EJEMPLO TERCER DOMINGO
 
Una distinguida señora de Bélgica escribió a una amiga suya, participándole el favor que acababa de recibir de San José.
 
Una persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y cinco años que no había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción. Ni las instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados a esta oveja descarriada fueron bastantes para ablandar su corazón empedernido.
 
Cayó enferma esta infeliz y se puso de cuidado. Entonces fue cuando la caritativa señora alarmada por el estado crítico de su querida anciana, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma que tanto había costado al Divino Redentor, acordándose del gran poder del patriarca San José (de quien era muy devota) para socorro de los moribundos le suplicó que viniese en su ayuda, y llena de fervor le prometió hacer la devoción de los SIETE DOMINGOS, en memoria de sus dolores y gozos, esperando le alcanzase la conversión del enfermo que ella tanto deseaba, ¡Cosa admirable! Ya el primer domingo San José empezó su obra: fue un sacerdote a visitar al enfermo, este le recibió muy bien y le insinuó que quería confesarse; hizo una confesión entera y muy dolorosa; y pidió le administrasen los demás sacramentos al día siguiente.
 
A pesar de su extrema debilidad, el buen anciano recibió de rodillas en la cama a su Dios, a quien había olvidado por tan largo tiempo y desde entonces no cesó de demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había perdido la fe, pero la recobró y con ella una eterna gloria.

Ojalá este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los SIETE DOMINGOS, mueva a otras buenas almas a practicarla, para conseguir la conversión de aquellas personas por las cuales se interesan.
 

EL SANTO SEPULCRO

 
 
Ya en el año 44 dC la Iglesia Madre de Jerusalén tenía su sede en Sión, visitaba el Jardín del Gólgota y allí celebraba el “Recuerdo” de los grandes eventos de la Crucifixión, Muerte y Resurrección del Señor.

El lugar hace referencia histórica a la sepultura de Jesús en una época comprendida entre el año 30 y 33. Entre los sitios religiosos de la Tierra Santa, el Santo Sepulcro es uno de los mejor datados históricamente.

Desde el 1347 los franciscanos han custodiado el lugar que desde la antigüedad se conoce como el Santo Sepulcro de Jesucristo, en la Basílica del Santo Sepulcro (Iglesia de la Resurrección) en Jerusalén. Las investigaciones históricas, arqueológicas y teológicas coinciden perfectamente dando credibilidad a este lugar.


EL SANTO SEPULCRO Y LA BASÍLICA

El Santo Sepulcro es un sitio religioso relacionado especialmente con el cristianismo, particularmente católicos y ortodoxos. El lugar, llamado también Gólgota (en arameo, Golgotha, ‘calavera’) y donde -según los Evangelios- se produjo la crucifixión, enterramiento y resurrección de Cristo está ubicado dentro de la Ciudad Vieja de Jerusalén, la cual a su vez se ubica en la línea de confluencia entre la Jerusalén oriental (Árabe) y occidental (Judía).

A la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, también se la conoce como la Basílica de la Resurrección o de la Anástasis (en griego, ‘Resurrección’).

Esta basílica, uno de los centros más sagrados del Cristianismo, ha sido un importante centro de peregrinación desde el siglo IV.

Hoy día alberga la sede del Patriarca Ortodoxo de Jerusalén.

En general el Santo Sepulcro designa tres partes principales:
• la piedra de la Unción
• Gólgota o Calvario, lugar exacto de la Crucifixión de Jesucristo,
• el Santo Sepulcro.

Secundariamente alberga diversas capillas e iglesias. Entre ellas destaca la Basilica de Santa Elena, Coro de los Griegos y la Iglesia de los franciscanos, custodios de Tierra Santa.



HISTORIA DEL SANTO SEPULCRO

Según los evangelios, antes de la muerte de Jesús el sitio era una tumba ya habilitada como tal, pero no utilizada todavía, propiedad de un rico judío seguidor de Cristo llamado José de Arimatea. Se trataría de un hueco horadado en la roca, que podía taparse con una gran piedra reservada al efecto para que rodara o se deslizara hasta la puerta del nicho.

Una de las versiones sobre el primer anuncio de la resurrección de Cristo, según los Evangelios es el momento en que las mujeres que iban a ungir su cadáver con especias aromáticas —María Magdalena, María, madre de Santiago el Menor y Salomé, madre de Santiago y Juan— se encontraron con la piedra desplazada, y el nicho expuesto y vacío.

Teniendo como fuente los evangelios, pero confirmados por los trabajos arqueológicos, la tumba estaría situada en un jardín próximo a la roca —o montaña, o montículo; los evangelios dicen lugar— donde se produjo la crucifixión, llamada originalmente Gólgota y luego Calvario (lat. calvaria, calavera), o en griego kranion (cráneo). Ese lugar estaba muy próximo a la muralla herodiana de la ciudad de Jerusalén, e incluso comunicado con ella por una calle, pero extramuros, ya que las normas judías prohibían los enterramientos intramuros, salvo para el caso de los reyes.

La destrucción de Jerusalén efectuada por los romanos para reprimir la primera gran rebelión del pueblo judío, trajo la ruina para el Templo de Jerusalén y para otros lugares tradicionales de la antigua ciudad puesta entonces bajo el comando de los paganos. Si bien los primeros cristianos huyeron hacia Petra antes de la destrucción siguiendo una interpretación profética de Jesús (Lucas 21, 20-22), los mismos dejaron por escrito en los evangelios la descripción del lugar de la Crucifixión y de la sepultura: Mateo 27, 33; 57 – 61; Marcos 15, 22; 42 – 47; Lucas 23, 33; 50 – 55; Juan 19, 17; 38 – 42.

Ambos sitios, el Gólgota y la Tumba, están a pocos metros de distancia y entre ellos se encuentra la Piedra de la Deposición, lugar en donde dice la tradición el cuerpo de Jesús fue preparado después de ser bajado de la cruz para ser enterrado – Mateo 27, 59 y paralelos.

El lugar fue evidentemente una cantera por la enorme riqueza lítica y la red de cavernas que se pueden observar, un sitio ideal para la construcción de tumbas, una actividad muy normal en la época, especialmente entre personas de posición social. El nombre, «Gólgota», la «Calavera», viene probablemente de la semejanza que las formas que las rocas tenían, como se puede comprobar hoy por hoy en los paisajes desérticos del Mar Muerto.

Los romanos cambiaron el nombre de Jerusalén por el de Aelia Capitolina con el fin de hacer de la ciudad un enclave exclusivamente greco-romano – prohibieron el ingreso de los pueblos semitas – y construyeron lugares de culto pagano en donde estaba el Templo de Jerusalén y el Santo Sepulcro. Dicho acontecimiento es una de las pruebas históricas y arqueológicas que evidencia la historicidad de ambos sitios.

En cuanto al Santo Sepulcro, en el año 326, el Emperador Constantino mandó erigir la Basílica del Santo Sepulcro en el lugar prescrito por la tradición y en el cual estaba erigido el culto pagano a la diosa romana Venus, y mandado construir por Adriano, hacia el 135.

La Emperatriz Elena había acudido a la ciudad tras escuchar el informe presentado por Macario, obispo de Jerusalén, sobre el lamentable estado en el que se encontraban los lugares descritos en los evangelios (santos lugares, para los cristianos), decidida a mejorar personalmente la situación. Tenía también el propósito de localizar la cruz de la ejecución de Jesús; Constantino había empezado a utilizar el signo de la cruz, y a considerarlo presagio de victoria.

Elena, tras fracasar en la búsqueda de la cruz, o como parte de ella, inició la del sepulcro. La tradición cuenta que al derruir el templo pagano para aislar el Calvario e iniciar las nuevas edificaciones aparecieron también tres cruces, una de las cuales necesariamente habría de ser la Vera Cruz o auténtica cruz del martirio de Cristo. Varias leyendas describen el prodigio que permitió identificar la Vera Cruz, casi siempre basadas en que una de las cruces producía curaciones milagrosas, y las otras dos no.

Los sucesos descritos a partir de 325-326, sobre el descubrimiento del sepulcro y la Vera Cruz por la Emperatriz Elena, se deben al obispo de Cesarea (Palestina) e historiador Eusebio, llamado también el Padre de la historia de la Iglesia.

También Eusebio de Cesarea (265-340), nacido en Palestina, describe en su “Vida de Constantino”, los esfuerzos del emperador Adriano por hacer desaparecer el Santo Sepulcro, junto con todos los lugares sagrados de Jerusalén, poniendo sobre ellos templos paganos:

“En esta cueva sagrada, sucedió entonces que algunas personas impías y ateas, habían pensado retirarla por completo de la vista de los hombres. Suponían dentro de su locura que así podrían ser capaces de obscurecer la verdad de manera efectiva. Con ese fin trajeron una cantidad de desechos desde lejos y con mucho esfuerzo recubrieron totalmente el lugar; luego, habiendo llevado esto a una altura moderada, lo pavimentaron con piedras, escondiendo la cueva sagrada bajo el masivo montón. Después, como si su intento se hubiera llevado exitosamente a cabo, prepararon sobre esta base, un verdadero y truculento sepulcro de almas, mediante la construcción de un tenebroso altar de ídolos sin vida para el espíritu impuro al cual llaman Venus y ofreciendo allí detestables oblaciones en esos profanos y malditos altares. Porque ellos suponían que su objeto no podía ser de otra forma totalmente alcanzado, más que enterrando así la cueva sagrada bajo esas nocivas contaminaciones.” (III, XXVI – véase también el informe de Eusebio sobre el Santo Sepulcro)

Los esfuerzos del emperador Adriano solo sirvieron para señalar el lugar preciso de los santos lugares que pretendía eliminar. Mas tarde el Templo Pagano fue removido, el Santo Sepulcro fue excavado y la Basílica de la Resurrección fue construida sobre el. Todo esto está abalado por la arqueología.



ORACIÓN ESCRITA POR EL PAPA PABLO VI EL 4 DE ENERO DE 1964 QUE SE HALLA EN EL SANTO SEPULCRO
 
 
“Este es el lugar, donde Tú, oh Señor, fuiste acusado;
(Aquí) Tú, el justo, fuiste juzgado;
(Aquí) Tú, el hijo del Hombre, fuiste atormentado, crucificado y
enviado a la muerte.
(Aquí) Tú, Hijo de Dios, fuiste blasfemado, se rieron de ti y te
repudiaron;
(Aquí) Tú, la luz, fuiste desechado;
(Aquí) Tú, el Rey, fuiste exaltado en una cruz;
(Aquí) Tú, la Vida, te encontraste frente a la muerte y
(Aquí) Tú muerto, te levantaste hacia la vida…
Te adoramos, oh Señor Jesús. Vinimos (aquí) para golpearnos el
pecho, para pedir tu perdón, para implorar tu merced…
porque tú eres nuestra redención y nuestra esperanza”


FUENTE: forosdelavirgen.org


EL DIABLO HOY: ¡APÁRTATE SATANÁS! - Parte 5 -


Capítulo V.- La táctica del Diablo: pasar inadvertido

San Francisco de Asís ha sido definido "la oración encarnada" por el modo en el que todo su ser tendía continuamente hacia Dios. De Satanás se podría afirmar que es, de alguna manera, odio total hacia Dios, envidia total hacia los hombres, por el modo en el que el pecado domina su ser.

Esta definición del demonio repugna a nuestra inteligencia. ¿Cómo concebir, en efecto, un ser extraordinariamente dotado, que sea sólo odio y envidia? Este misterio de iniquidad nos desconcierta.

El Papa Juan Pablo II ha intentado dar una explicación en su catequesis sobres los ángeles en el verano de 1986. El 23 de julio abordó el tema de la caída de los ángeles que dividió el mundo de los espíritus puros en buenos y malos. "Los buenos han escogido a Dios como bien supremo y definitivo, conocido por la luz de la inteligencia iluminada por la Revelación. Haber escogido a Dios significa que se han vuelto hacia Él con toda la fuerza interior de su libertad, una fuerza que es amor. Dios se ha convertido en el fin total y definitivo de su existencia espiritual."

"Al contrario, prosigue el Papa, los otros ángeles han vuelto la espalda a Dios, a la verdad del conocimiento que muestra en Él el bien total y definitivo. Han hecho una elección contra la revelación del misterio de Dios, contra su gracia que les hacía partícipes de la Trinidad y de la amistad eterna con Dios en la comunión con Él por el amor. Sobre la base de su libertad creada, han hecho una elección radical e irreversible, del mismo modo que los ángeles buenos, pero diametralmente opuesta: en lugar de una aceptación de Dios plena de amor, le han opuesto un rechazo inspirado por un falso sentimiento de autosuficiencia, de aversión e incluso de odio que se ha transformado en rebelión".
El orgullo conduce a la ruina

¿Cómo explicar tal oposición contra Dios en seres dotados de una inteligencia tan potente y enriquecidos por tanta luz? ¿Cuál puede ser el motivo de una elección radical e irreversible contra Dios? ¿De un odio tan profundo que puede parecer el fruto de la locura?

Juan Pablo II remara que "los Padres de la Iglesia y los teólogos no dudan en hablar de una "ceguera" producida por una valoración excesiva de la perfección de su ser, llevada hasta el punto de velar la supremacía de Dios que exigía por el contrario un acto de sumisión dócil y obediente. Todo esto parece expresado de manera concisa por las palabras: "¡No te serviré! (Jr 2, 20), que manifiesta el rechazo radical e irreversible de tomar parte en la edificación del Reino de Dios en el mundo creado".

En una palabra: Satanás, el espíritu rebelde, quiere edificar su propio reino, y no el de Dios. "Se erige en primer adversario del Creador, opuesto a la Providencia, antagonista de la sabiduría amante de Dios."

"De la rebelión y del pecado de Satanás, como también de los pecados del hombre, debemos sacar una conclusión y acoger la sabia experiencia de la Sagrada Escritura que afirma: "El orgullo conduce a la ruina" (Tb 4, 13)."

Estas consideraciones sobre la rebelión de Satanás son difíciles pero al menos ayudan a comprender mejor la presencia en el cosmos de una infinidad de ángeles, de los que unos, los rebeldes, se esfuerzan por separar a los hombres de su Creador, y los otros, los ángeles fieles, nos estimulan y nos defienden en nuestra subida hacia Dios.
El Vaticano II y las amenazas de Satanás

La catequesis de Juan Pablo II nos permite comprender mejor también algunas consignas pastorales de los Apóstoles a las comunidades de la Iglesia primitiva. Así, San Pablo escribe a los fieles de la ciudad de Éfeso. Después de haber exhortado a una vida cristiana más coherente a los padres y a los hijos, a los dueños y a los esclavos, el Apóstol añada una consideración, a la vez sorprendente e iluminadora: "No tenéis que luchar sólo contra los hombres sino también contra las potencias del infierno" (cfr Ef 6, 12). Esto significa que no es suficiente para un buen cristiano luchar contra sus malas tendencias y contra la influencia perniciosa del ambiente, sino que debe combatir también contra esos enemigos invisibles que son los demonios.

Es significativo, por otra parte, que en su Constitución dogmática sobre la Iglesia (Lumen gentium,35), el concilio Vaticano II retoma a su vez esta exhortación del Apóstol a la iglesia de Éfeso: combatir sin cesar contra esos enemigos invisibles que son los demonios. Es como si los Padres del Concilio Vaticano II dijeran a los católicos: "Queridos hermanos y hermanas, ¡atención! ¡Estad siempre visibles, están, invisibles, esos enemigos poderosos que son los demonios, siempre al acecho de una presa! ¡Vigilad para no caer en sus redes!

La llamada de atención válida para los cristianos del primer siglo lo es también para los cristianos de hoy como lo será para los de mañana. Porque no han cambiado nada y nada cambiará en la debilidad congénita de los hombres y en el odio feroz de Satanás hacia ellos. La persistencia del peligro requiere la continuidad de la vigilancia.

Un pasaje bien conocido de la primera "encíclica" de San Pedro suena de modo parecido a la consigna de San Pablo a los Efesios. San Pedro incluso es mucho más explícito. Se expresa en un lenguaje fácilmente comprensible por el común de los fieles: "¡Sed sobrios y vigilad! Vuestro adversario, el diablo, anda como león rugiente buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe" (1 P 5, 8).
San Juan de la Cruz: comparaciones sacadas del arte militar

Es significativo que San Pedro, para subrayar mayor la gravedad del peligro, llegue a comparar al demonio con el león, el animal que se reputa más feroz.

Eco fiel del pensamiento de San Pedro, San Juan de la Cruz pone de relieve los ataques de Satanás. Para subrayarlo bien, el Doctor místico recurre a expresiones tomadas del arte militar: lucha, lucha espiritual, batalla espiritual, guerra, lucha furibunda, enemigo provisto de armas y baterías, después de los combates no faltan ni asaltos y ataques, ni trampas y emboscadas, encuentros violentos en los que se combate, en los que se enfrentan los unos con los otros, en los que se resiste, en los que se prevalece de los que se sale vencedor o vencido.

Notemos igualmente que la llamada de atención de San Pedro referente al león siempre en busca de presa no se dirige sólo a una minoría de cristianos fervientes; concierne a toda la comunidad de los creyentes. Se refiere a nosotros.

Cada palabra, en esta carta pastoral de San Pedro, merecería un comentario, tan grande es su densidad de sabiduría práctica. En verdad, para las primeras comunidades cristianas, recientemente evangelizadas, la lucha contra los demonios no era una cacería de placer, una afición dejada al capricho de cada uno. La presencia y la acción de Satanás era manifestada. Esta lucha incesante, conducida por el Adversario, formaba parte integrante de la vida de los cristianos. Se comprende por lo tanto la insistencia de San Pedro sobre la necesidad de vigilar y resistir. La vida cristina y el destino eterno de cada hombre depende de esta vigilancia y de esta resistencia.

Remarquemos también que San Pedro invita a los fieles a sacar sus amaras del arsenal de la fe sobrenatural: "Resistidle firmes en la fe". Porque Satanás no puede ser rechazado únicamente con las armas naturales. El cristiano necesita fuerzas sobrenaturales, del mismo modo que un ejército moderno necesita la aviación. La infantería sola no basta, ni la artillería.

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LXVI: Desconfianza

 Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo

a sus hijos los predilectos.


("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LXVI

DESCONFIANZA


   “Es muy triste lo que voy a decir: pero existen sacerdotes endurecidos, porque no limpian su corazón del mundo y de la carne; porque no hay cosa que más petrifique y perjudique al sacerdote como el aseglararse y el ponerse en contacto con lo que no es puro.

Estos pecados hacen empedernido el corazón del sacerdote y matan el él lo espiritual; y con estos pecados pierde la fe, y como consecuencia inmediata, se posesiona de él la desconfianza en mi grande misericordia.

La desconfianza, en las almas sacerdotales, es el arma principal del demonio para alcanzar el triunfo de su malicia, que es la impenitencia final del sacerdote. ¿Si se diera cuenta de la lucha que se traba entre los dos espíritus, el Espíritu Santo y el espíritu del mal, en la hora tremenda y decisiva de la muerte del sacerdote?

Ahí estoy Yo, corrido, avergonzado y ofendido por el pecado más terrible y más doloroso para mi Corazón, para mí Ser de amor: el pecado contra el Espíritu Santo, el que no se perdona, el de la desconfianza en Dios.

A esto conduce Satanás; este es su fin en el sacerdote pecador, que se va enfriando poco a poco en mi servicio y en la vigilancia de su alma. Allá lo espera el demonio para darle el golpe de gracia y arrebatarlo por fin de mis brazos y de mi Corazón, para hundirlo en el infierno.

Comienza la tibieza en el sacerdote; luego viene el desaliento, la falta de sacrificio que lo impulsa en sus obras espirituales, se va apagando la fe que les daba vida, muere la esperanza y envuelve a esa alma desgraciada la última arma que esgrime Satanás y con la que arrebata muchas almas de mis brazos: la desconfianza.

Más que nadie, el sacerdote tiene que estar muy alerta sobre su santificación y tomarse a menudo el pulso de su fervor, darse cuenta de la limpieza de su corazón y de su amor hacia Mí y hacia la Santísima Virgen.

Cada día deben reforzar su espíritu con nuevos bríos por la oración y, sobre todo, debe sacrificarse en el cumplimiento de los deberes de su ministerio.

Un cristal debe ser el alma del sacerdote que refleje al Espíritu Santo en todos sus actos; pero, sobre todo, debe poseerlo para amarme con el mismo Espíritu Santo, que es el amor del Padre, el más perfecto amor. Lejos de él contristar a ese Santo Espíritu a quien tanto le debe; antes bien, debe manifestarle su gratitud, correspondiendo fidelísimamente a todas sus inspiraciones. Debe obrar por Él y con Él para agradar al Padre y a Mí que tanto hago por su bien. ¿Qué más que darle con mi Padre a nuestro Espíritu mismo y a mi Corazón con Él Y ¿cuál es el medio que cierra la puerta al más grande mal que puede existir, y que es el de la desconfianza?

-La transformación del sacerdote en Mí. Entonces se llega a la intimidad más grande que puede existir Conmigo; y con mi amistad y con mi amor, ¿quién puede temer? Entonces, seguro y apoyado en Mí, trabaja el sacerdote hasta llegar a heroísmos increíbles; y con la fe más grande, y con la esperanza más firme, y aquilatada su confianza con la caridad, espera, seguro y tranquilo, su corona inmarcesible del cielo.

La duda no se acerca jamás al sacerdote transformado en Mí, entonces no le arredra ni la vida, ni la muerte, ni los peligros, ni las penas, ni los calvarios, ni el presente ni el futuro; porque su confianza en Mí es perfecta.

Y aunque su humildad lo haga desconfiar, es solo de sí mismo y jamás, jamás de mi amistad, de mi gracia y de mi amor. Si fue ingrato, infiel y desleal; si me ofendió aun gravemente, ¡no importa!; a tal grado han aumentado en él las virtudes teologales en su transformación en Mí, que esas virtudes sublimes lo han borrado todo, porque el amor y la esperanza con la fe en mi grande bondad y misericordia le han traído con el arrepentimiento la confianza, y antes sufriría mil muertes que perder esta joya nacida del amor.

¿Quién que me conozca a fondo podrá desconfiar de Mí? ¿Qué sacerdote, que ha gustado la intimidad Conmigo, que ha conocido el abismo sin fondo de la ternura de mi Corazón, que han experimentado los grados de unión divina de mi alma con su alma, puede dudar de mi amor infinito hacia él?

Es preciso a toda costa que los sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de los corazones. ¡Que no teman, que soy Yo; que si me han ofendido, Yo soy el perdón de Dios; que en Mí tienen un hermano, un hijo, una madre, un Padre, un Dios-Hombre que los ama con las entrañas más tiernas, con predilecciones sin nombre, que les tiende los brazos y que quiere salvarlos, abrazarlos, estrecharlos contra su Corazón que se dejó romper para que en él cupieran principalmente todos los sacerdotes, para transformarlos en Mí, en Jesús, todo misericordia y bondad!

Y yo sé por qué digo hoy esto, Yo sé por qué quiero que se sepa que mis labios están no solo dispuestos, sino ansiosos por darles un beso de paz… Mi misericordia supera hoy a mi justicia; todo lo olvido, he echado al mar sus extravíos, quiero perdonarlos, volvería con su gusto a mil calvarios, si con esto moviera sus corazones y los atrajera hacia Mí.

Pobres y ricos, jóvenes y ancianos, y en cualquier puesto o jerarquía de mi Iglesia en la que se encuentren, mi Padre y Yo solo vemos un solo sacerdote en ellos, para unirlos a la unidad de la Trinidad, por el Verbo, Sacerdote Eterno, que quiere regenerar, perfeccionar y salvar.

Que vengan a Mí todos los sacerdotes para alentarlos, para perdonarlos, para curar sus heridas, para enjugar sus lágrimas, para cicatrizar sus llagas, para hacerlos UNO conmigo, para transformarlos en Mí, para rendirme con su confianza.

 Quiero romper en mil pedazos ese puñal de la desconfianza que traspasa el alma; quiero acabar con ese enemigo que me arrebata muchas almas sacerdotales; quiero mostrar al mundo mi triunfo sobre el infierno, darle honor y gloria a Mi Iglesia, y contemplar también los santos anhelos de mi Corazón de amor con sacerdotes santos, todos en el seno del Padre, sin dejar uno solo que no se albergue en mi Corazón”.


LAS MALAS CONFESIONES ARRASTRAN MUCHAS ALMAS AL INFIERNO





Por 
Pbro. Luis José Chiavarino
CONFESAOS BIEN

CALLAR DELIBERADAMENTE UN SOLO PECADO MORTAL CONVIERTE EN SACRÍLEGA E INVÁLIDA LA CONFESIÓN.

NO SÓLO NO SE PERDONA NINGÚN PECADO, SINO QUE SE AÑADE OTRO MUY GRAVE.

Discípulo.—Dígame, Padre, ¿cuál es la causa principal de las malas confesiones?

Maestro.—Pueden ser varias, pero la más principal es siempre el miedo, es decir, aquella maldita vergüenza, engendro del diablo, que a muchos cierra la boca para que callen ciertos pecados o para que no manifiesten el número verdadero. ¿Sabes cómo se conduce el demonio cuando quiere inducir a alguno a pecar? Se le acerca y con mil tramoyas le sugiere que peque. "Ea, abalánzate a aquel pecado... ¿Tan gran mal piensas que es? Dios es bueno... No te castigará... Ya te confesarás luego, te perdonará, y... asunto concluido". Una y otra vez; hoy, mañana y pasado, no ceja en su porfía, hasta que acaba por triunfar, es decir, por arrancar el consentimiento y arrastrar al pecado y tal vez a la repetición de los pecados. En cambio, cuando el pobrecito pecador, agobiado por el remordimiento, resuelve ir a confesarse, muda su táctica: se le acerca de nuevo y le dice : "¿Cómo te atreverás a manifestar tal pecado?... Se asombrará el confesor... te reñirá... lo llevará a mal... quizás te niegue la absolución... Ea. no temas, más tarde te confesarás... hay tiempo... siempre es hora..."

D.— ¿Es esa la táctica del demonio?

M.— Esa es ciertamente. El mismo lo declaró San Antonino, Arzobispo de Florencia.
Un día vio este Santo al demonio junto al confesonario y le increpó diciendo:
—¿Qué haces ahí, bestia feroz?
Respondióle: —Estoy esperando para hacer una restitución.
— ¿Qué restitución?, dime, embustero.
—Vengo a restituir el miedo y la vergüenza que he robado a los pecadores en el acto de hacerles cometer los pecados.

D.—Creo haber leído que también Don Bosco vio al demonio en parecidas circunstancias.

M.—Justamente. —Oye cómo sucedió.

Una tarde estaba el santo sacerdote confesando en el coro de la Iglesia de San Francisco de Sales, de Turín. Eran muchos los jóvenes que se habían reunido, esperando turno para confesarse.
Confesáronse diez, veinte, llega finalmente uno que, después de confesar parte de sus pecados, para.

—¡Adelante!, dícele Don Bosco, que por luz divina, leía la conciencia de su hijo espiritual. —¡Adelante!... ¿Y el otro?...
—No tengo más. Padre. No tengo más.
—No temas, hijo, continuó el santo. El confesor no te ha de reñir, ni castigar, él siempre perdona, lo perdona todo en nombre de Dios. ¡Animo!. ¡Confiésate bien!
—No tengo otros pecados, ninguno más...
—Pero ¿ por qué, hijo mío, quieres hacer una confesión sacrílega dar que reír al demonio y hacer llorar a Jesús?
—Os lo aseguro, Padre, no tengo nada más.

Entonces Don Bosco, que comprendía, el peligro en que se hallaba aquel pobre joven, inspirado de lo alto, corta de repente la inútil porfía y le dice: —Bueno, mira quién está aquí detrás, a la espalda... El muchacho se vuelve en seguida, exhala un grito de terror y arrojándose al cuello de Don Bosco, exclama:

—Sí, Padre, tengo aún otro pecado... y confiesa el pecado que no osaba confesar.
Los compañeros que estaban en la Iglesia y que oyeron el grito, apenas salieron le rodearon, queriendo saber el porqué de aquel grito. Él, sonriente, aunque todavía asustado, les dice:
—Lo vais a saber. —Tenía un pecado que no me atrevía a declarar... Don Bosco lo leyó en mi conciencia... vi al demonio en figura de un gran mono con ojos de fuego, con largas uñas, preparado para atraparme.

Discípulo.—Don Bosco era un santo. ¡Qué dicha confesarse con un santo! ¿No es verdad, Padre?
Maestro.—Todos los confesores representan a Jesucristo; Jesucristo siempre es Santo, todo lo sabe, todo lo ve, se compadece de todo, todo lo perdona.

D.—Sin embargo, el demonio se ocupa en engañar y traicionar en la confesión.

M.—Siempre, ciertamente.

Como el lobo que apresa a las ovejas por la garganta, para que no puedan balar, y se las lleva y las devora, así procede el demonio con ciertas almas; les apresa por la garganta para que no confiesen los pecados, y así las arrastra miserablemente al infierno.

D.—¡Ah bribón, sinvergüenza! ¿Y habría quien engañado una vez, se presente de nuevo al juego de este astuto impostor?

M.—Muchos, muchísimos. ¡Ay de aquél que empieza a entrar por este camino! Y, generalmente, por este camino van los que se dan al pecado impuro. Casi nunca hay dificultades en confesar los pecados contra la fe, las blasfemias, las profanaciones de los días festivos, las desobediencias, venganzas y hasta los pecados de hurto; pero si se han de confesar pecados impuros, o si se tienen que manifestar ciertas circunstancias que los acompañaron, o si es grande el número de ellos, entonces suele acometer una maldita vergüenza que cierra sacrílegamente la boca. Y, puesto que las confesiones sacrílegas, ordinariamente nunca van solas, después de una se hace otra, continuando así por años y años, juntándose por lo común, a esos sacrilegios las comuniones sacrílegas. Y no es raro el caso de aquellos que, habiendo comenzado a callar sus pecados graves desde la primera confesión, llegan a viejos sin haberse confesado bien nunca, ni reparado tamaño desorden de su alma.

Es increíble, exclama el P. Da Bérgamo, es increíble cuan propensa sea la juventud a esta pasión del miedo o rubor, y de ahí la facilidad con que los jóvenes siguen callando los pecados, por no sufrir la pena de confesarlos.

San Leonardo atestigua haber tenido a sus pies penitentes que habían estado varias veces en el trance de la muerte sin haber vencido, ni siquiera entonces, el rubor que les cerraba la boca para confesar ciertos pecados.

San Alfonso recomienda que se hable frecuentemente con fervor en la predicación y en los catecismos de esta mala vergüenza de callar los pecados, y persuadir al pueblo de la ruina que acarrean a sus almas las malas confesiones porque esta plaga de las malas confesiones reina en todas partes, especialmente en los pueblos pequeños. Y, puesto que a la gente suelen impresionar los ejemplos, recomienda que se cuenten muchos ejemplos de personas que solían condenarse por callar pecados en la confesión.


En una confesión bien hecha es Cristo
mismo quien perdona a través del sacerdote

Discípulo.—Cuénteme, pues, algunos, Padre.

Maestro.—Con mucho gusto.


Se cuenta de una niña que a los 7 años había tenido la desgracia de cometer un pecado de impureza. Por vergüenza no se atrevió a confesarlo nunca. Cayó (años después) gravemente enferma, llama al confesor, se confiesa, recibe el Santo Viático y la Extremaunción y muere. Todos, su madre, sus hermanas y sus amigas lamentaron su muerte, pero se consolaban creyéndola salva y santa, cuando a los tres días de enterrada, mientras iba el sacerdote a celebrar la Santa Misa por su alma, siente que le tiran de la casulla para detenerle y una voz triste y lastimera le dice: —"Padre, no vaya a celebrar por mí porque estoy condenada; condenada por los pecados que callé en mis confesiones desde los siete años".

Otra muchacha de trece años, comulgó por Pascua con todas sus compañeras; mas he aquí que apenas recibe la Santa Hostia, le viene como un sobresalto, se estremece y cae derribada al suelo. La gente acude espantada y la llevan a una casa vecina. Al acabarse la celebración, el Párroco se apresura para verla en la cama donde se revolvía, perdido el conocimiento; la llama por su nombre y le dice: "Buen ánimo. Encomiéndate a Jesús, al mismo Jesús que has recibido en la Comunión". A estas palabras ella abre los ojos del todo y llena de horror exclama: "¿A Jesús, a Jesús?... ¡Ah, no! He recibido a Jesús en pecado, he cometido sacrilegio por los pecados que callé en la confesión". Y continuando revolviéndose, poco después expiró entre la conmoción y el espanto de todos.

Otro joven también se confesó mal, por miedo y vergüenza de confesar ciertos pecados, y apenas recibió la Hostia Santa, abre la boca y echa a gritar: "Ay, ¡qué ascua de fuego, ay, que me quemo!"— El sacerdote, se inclina, mira, ve que la Hostia se había cambiado, efectivamente, en ardiente ascua de fuego. La extrajo en seguida y se salvó aquel joven; mas todos los presentes comprendieron que Jesús no acaricia a los sacrílegos.

Más terrible es el hecho siguiente que, además demuestra cuan triste cosa sean ciertos escándalos tanto para quienes los dan, como para quienes los reciben, particularmente en la juventud.

Lo refiere Ausonio Franco en sus escritos.

Zarpaba del puerto de Génova un buque para Marsella. Entre los pasajeros, iba una noble señora, la cual pronto notó la presencia de una señorita vestida de luto, de aspecto triste, que se sentaba en el extremo de un banco del puente superior de la nave; de vez en cuando alzaba los ojos llorosos hacia la playa, exhalando profundos suspiros, y luego, tapándose la cara con las manos, prorrumpía en amargos sollozos. Con la mayor afabilidad aquella señora, acercándosele despacio y con muy delicados y gentiles modos, después de no pocas fatigas, le arrancó la siguiente confesión:

"Pertenezco a una distinguida familia de Génova; vivía feliz en compañía de mis papás y una hermana de veinte años, dos años menos que yo. Cierto día enfermó de tan terrible enfermedad, que en breve la redujo al trance de la muerte.

Urgentemente se llamó al Sacerdote, se confesó, recibió el Viático y la Extremaunción y antes de morir, aprovechando un momento en que estaba sola a su cabecera, me toma de la mano y apretándome fuertemente, con voz apagada, me dice:

—¡ Me muero, hermana! Me siento morir y que estoy condenada al infierno. ¿Recuerdas, Luisita, ciertas palabras que me dijiste, hace años, en tal ocasión? Pues bien, jamás las he olvidado. . . Esas palabras me fueron ocasión de pecados... Me confesé, mas aquellos pecados los callé siempre... he recibido el viático sacrílegamente. Me siento morir y que voy al infierno... pero por tu culpa!

Me arodillé a sus pies, le pedí perdón y ella, tomándome la mano muy fuertemente, ¡Sí, te perdono, me dice, te perdono, mas por tu culpa voy al infierno! Y expiró.

Ayer la llevaron al cementerio, y esta mañana, me escapé de casa, me embarqué en esta nave, no sé a dónde iré; sin duda acabaré mal. Considere mi desventura".

En este momento el estampido de un cañón anuncia que la nave está junto al puerto. Todos los pasajeros andan atareados en busca de sus valijas. En tal confusión la señora pierde de vista a aquella infeliz. Pregunta a todos, la busca por el barco, en el puerto, en la playa, por todas partes, pero inútilmente; desgraciadamente tiene que persuadirse de que, loca del dolor, se arrojó al mar.

Maestro.—¿Qué nos enseñan estos ejemplos?

Discípulo.—Le aseguro que son terribles y capaces de demostrar cuan gran mal sean las malas confesiones.

M.—No debe parecerte, pues, extraño que se insista tanto sobre la sinceridad en las confesiones. Yo, que desde mis primeros años de sacerdocio, por la gracia de Dios, tuve la dicha de dedicarme a catequizar y predicar, tanto a jóvenes como adultos, y continúo al presente en la misma tarea consoladora y fructuosísima, no he dejado nunca mi costumbre de hablar frecuentemente acerca de la necesidad de confesarse con sinceridad, y nunca me he arrepentido de ello.

¡Oh, cuántos jóvenes y adultos he confortado, corregido, salvado en los ejercicios espirituales, en las misiones y hasta en las simples conferencias y discursos con esta sal que debiera condimentar toda predicación!

D.—Muy bien dice, Padre: en efecto, ninguna predicación se escucha tan a gusto como la que versa sobre la confesión...



¡AY! DE AQUEL QUE COMIENZA

Discípulo.—Padre, ¿acaso la causa de que antes se dejen engañar del demonio para callar sus pecados en la confesión y repetir tales sacrilegios, no serán los sacerdotes y confesores que no indagan, no interrogan, no impiden que se hagan malas confesiones?

Maestro.—¡Pobres sacerdotes y confesores! —Ellos saben y ven muchas veces que ciertas almas dejan bastante que desear, pero frecuentemente temen faltar al recato, temen faltar por falta de delicadeza al interrogar para poner en claro ciertas cosas. Y así, con ciertas personas, no se atreven del todo a interrogarlas, por si no es prudente: se deja correr el agua por su cauce, y Dios proveerá. Del mismo modo, que un padre y una madre siempre quieren pensar bien de sus hijos, y sienten al tener que dudar de su conducta de su inocencia, así el pobre párroco, el confesor con respecto a sus hijos espirituales.

D. ¿Y entonces?

M.—Entonces se tira adelante hasta que Dios ponga su mano. He aquí por qué en ocasión de ejercicios espirituales, de misiones, por Pascua y en otras semejantes, se hallan frecuentemente algunos que habiendo tenido la desgracia de callar alguna vez ciertos pecados en la confesión, han continuado cometiendo tales sacrilegios por años y más años, hasta que tocados por una gracia especial, y habiendo encontrado un confesor paciente y experimentado pueden, finalmente, abrir los ojos, y tranquilizar su conciencia atormentada largo tiempo por crueles remordimientos.

Se predicaban los ejercicios espirituales en una importante parroquia de Piamonte. En aquellos días se confesaba a más no poder, y observé a cierta persona de aspecto muy triste y compungido, que merodeaba alrededor de los confesonarios. No le di importancia; mas de aquí, que una tarde se arrodilla a mis pies y me dice:

—Padre: ayúdeme, soy muy desgraciada. Hace quince años me confieso mal, no he hecho más que sacrilegios... y prorrumpió en llanto.

—Bueno, anímese Ud., repásele, Dios tendrá misericordia de Ud., Jesús, será también infinitamente misericordioso y bueno para con Ud. Dígame: ¿Cuántos años tiene? —¿Cómo fue a enredarse en estos pecados?

—Tengo 27 años; a los 12 apenas, por causa de una curiosidad ilícita, cometí mi primer pecado, el cual no me atreví confesar. Con aquel sacrilegio me acerqué a la Comunión, y desde aquel día fue una no interrumpida cadena de pecados y sacrilegios hasta el presente. Mucho he rogado, mucho he llorado, he hecho peregrinaciones, más todo inútilmente. Me confesaba cada mes y aún con más frecuencia; en ocasión de ejercicios espirituales, he hecho confesiones generales, pero siempre este pecado lo he callado de pura vergüenza.

—Y ¿quedaba usted satisfecha de sus confesiones, tranquila en sus comuniones?

—Oh, padre, si supiese qué agudos remordimientos, qué espinas punzaban mi corazón cada vez!

—¿Y por qué pasó tanto tiempo en esta forma ?

—¡Porque fui una estúpida, por eso! Un tremendo miedo de las reprensiones del confesor, me cerraba la boca y un gran respeto humano de mis compañeras, me empujaba a la Comunión en este estado.

—¿Cuánto tiempo hace que se confesó?

—¡Ah, Padre! me he confesado ya tres veces en esta misión, con tres diversos confesores, siempre con el propósito firme de resolverme de una vez a decirlo todo, mas llegado el momento, sentí como un cruel nudo que me apretaba la garganta y siempre callé tal pecado.

—Y ahora, ¿cómo lo ha podido manifestar?

—Padre, su sermón de esta tarde sobre la necesidad de confesarse bien, aquellas palabras que usted repetía: "probadlo y veréis cuan bueno es Jesús", me han conmovido y me he decidido a ello a toda costa.

Ayudada por el confesor, hizo una de aquellas confesiones generales, las más consoladoras, y recibida la absolución, no acababa de repetir:

—Basta ya de pecados y de sacrilegios. Lo diré a todos que he probado y he visto cuan bueno es Jesús.


Buena y mala confesión

D.—Estos casos son consoladores, ¿no es verdad Padre? y menos mal que todavía se corrigen a tiempo.

M.—Mas ¡cuántos no se enmiendan ni siquiera en la hora de la muerte! Es cosa para llorar, pero muy cierto. No es raro encontrar moribundos que ya con un pie en la sepultura, se obstinan en callar los pecados no confesados o mal confesados desde su juventud, y en este estado entran en la eternidad.

D.—¡Pobrecitos!

M.—Llámales, más bien desgraciados. ¡Ay del que comienza!

D.—Y la misericordia infinita de Dios ¿no vendrá en su ayuda?

M.—¿Se puede suponer que siempre quiera Dios usar de misericordia en el trance de la muerte con quienes durante su vida, abusando de su misma misericordia, le han injuriado con tales sacrilegios? Y además, la mayor parte de las veces, no invocan la misericordia divina, antes la desprecian frecuentemente.

Varios hechos te persuadirán de lo que te voy diciendo.

El Padre Del Río, refiere de una joven sirvienta que se confesaba con frecuencia, porque así lo deseaba su señora, mas por vergüenza, se obstinaba en callar los pecados deshonestos. Cayó gravemente enferma por primera vez y a ruegos de la señora se confesó, pero sacrílegamente. Una vez que sanó, después de muchos cuidados, solía con frecuencia burlarse de sus compañeras, y poner en ridículo el celo de su ama y el del confesor, por inducirla a que se confesase bien.

Recayó por segunda vez más gravemente enferma, y la señora mandó de nuevo llamar al sacerdote, el cual vino y con toda la piedad y paciencia que Dios concede en semejantes casos procuró inducir a aquella desgraciada a que hiciera una sincera y dolorosa confesión. Todo fue inútil. Siempre obstinada durante su larga agonía en defenderse y callar los pecados, rehusaba hasta el repetir las jaculatorias e invocaciones que le sugería el confesor, mostrándose fastidiada de aquellas cosas y aún de la presencia del sacerdote. Y cuando, por fin, éste viéndola en el término de su vida, le ruega que bese el crucifijo, ella, con un esfuerzo supremo, lo aleja de mal modo de sí y mirándolo con desprecio dice: "Quitad de mi vista ese Cristo, que no tengo necesidad de Él".

Luego volviéndose de espaldas, con un horrible suspiro, expiró aquella alma impenitente y sacrílega. ¡Ay del que comienza !

Otro caso semejante refiere el Padre Agustín de Pusignano, del que fue testigo él mismo. Una infeliz mujer callaba en la confesión los pecados más graves. No obstante los sermones que oía contra esta vergüenza sacrílega, no obstante las más amorosas exhortaciones, y los más agudos remordimientos de conciencia, no se decidía a aprovecharse. Agotada la misericordia de Dios, la hirió una violenta enfermedad que la puso en trance de muerte. Se llamó en seguida al confesor, mas la infeliz apenas lo vio exclamó:

—Padre, habéis llegado a tiempo de ver bajar al infierno a una falsa penitente. Me confesaba con frecuencia, mas dejándome siempre los pecados más graves.

—Pues bien, confiésalos ahora le responde el sacerdote.

—No puedo, no puedo, gritó desesperada. Pasó ya el tiempo de la misericordia y ha llegado ya el de la justicia.

Y enfureciéndose y contorciendo rabiosamente su cuerpo, expiró, dejando en todos los presentes la más triste y horrible impresión.

(...)


D.—Basta, Padre, son cosas que le llenan a uno de espanto. Yo por mi parte, jamás querré cometer sacrilegios.

M.—¡Muy bien! mantén tan santa resolución. Y por qué dejarse dominar del demonio mudo, pisotear la Sangre de Jesucristo, trocar la medicina en veneno y obligarle a condenarnos, cuando su deseo más ardiente es salvarnos ?


FUENTE: catolicidad.com/