Hermana María Marta Chambón
Francisca Chambon, nació de una familia modesta, pero muy cristiana, de labradores en el caserío de la Cruz Roja en Chambéry, el 6 de Marzo de 1841 (*). En el mismo día recibió el santo Bautismo en la iglesia parroquial de San Pedro de Lémenc.
Quiso Nuestro Señor desde muy temprano revelarse a esta alma inocente. Apenas tenía Francisca nueve años, cuando llevándola su tía un Viernes Santo a la adoración de la Cruz, Cristo, Nuestro Señor, se ofreció a sus miradas, desgarrado, ensangrentado, como en el Calvario. “¡Oh, en qué estado estaba!…”, nos dirá ella más tarde.
Esta fue una primera revelación de la Pasión del Salvador que tanto lugar había de tener en su existencia. Mas la aurora de su vida aparece sobre todo favorecida por las visitas de Jesús Niño. El día de su primera Comunión, Él vino a ella visiblemente; desde entonces, en cada una de sus Comuniones, hasta su muerte, será siempre el Niño Jesús a quien verá en la santa Hostia. Él se hace el compañero inseparable de su juventud, la sigue al trabajo en el campo, habla con ella por el camino, la vuelve a la choza paterna: “Estábamos siempre juntos… ¡Ay, qué feliz era yo! ¡tenía el paraíso en el corazón!…”, decía ella hacia el fin de su vida, recordando esos dulces y lejanos recuerdos.
En la época de estos precoces favores, Francisca no pensaba en hacer la confidencia de su vida de familiaridad con Jesús; se contentaba con gozar de ella, creyendo ingenuamente que todo el mundo poseía el mismo privilegio.
Sin embargo, el fervor y la pureza de esta niña no podían pasar desapercibidos al digno Cura de la parroquia; así la admitió con frecuencia a la santa Mesa. Y él fue quien descubrió en ella la vocación religiosa y la vino a presentar a nuestro Monasterio.
(1) No se encontrará aquí una Vida completa de la Hermana María Marta Chambon, sino sencillamente algunas indicaciones biográficas, encajando un Expuesto de su devoción preferida: La devoción a las Santas Llagas.
(*) Esta es la fecha correcta.
PRIMEROS AÑOS DE RELIGIÓN
Diez y ocho años tenía Francisca Chambón cuando la Visitación de Santa María de Chambéry le abrió sus puertas. Dos años después, en la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles, 2 de Agosto de 1864, pronunciaba los santos votos y tomaba lugar definitivamente, con el nombre de Hermana María Marta, entre las religiosas de velo blanco.
Nada en lo exterior prevenía en favor de la nueva esposa de Jesucristo. La belleza de la hija del Rey era verdaderamente toda interior… Dios, que, sin duda, se reservaba compensaciones, había tratado a la Hermana María Marta respecto a los dones exteriores con una verdadera parsimonia. Modales y lenguaje rústicos; un entendimiento más bien mediano, que ninguna cultura, ni aun somera, viniera a desarrollar; la Hermana María Marta no sabia leer ni escribir (1) -sentimientos que no se elevarán sino bajo la influencia divina; un temperamento vivo y algún tanto terco-; las Hermanas, sus compañeras, lo declaran sonriendo: “¡Oh! Santa: ¡era una verdadera santa!; pero ¡cuánto ejercitaba algunas veces! ¡La santa bien lo sabía! En su sencillez encantadora se quejaba a Jesús de tener tantos defectos: “Tus imperfecciones, la contestaba Él, son la mayor prueba de que todo lo que en ti pasa viene de Dios. Yo no te las quitaré nunca; son la tapa que oculta mis dones. ¿Tienes muchos deseos de ocultarte? ¡Yo tengo aún más que tú!…”
(1) Conviene no perder nunca de vista esta completa ignorancia de la Hermana María Marta; de una parte se admirarán de encontrar tanta exactitud doctrinal y precisión de expresión en una persona tan poco cultivada; por otra parte se excusará fácilmente lo que puede dejar que desear en “ciertos detalles que no se refieren a lo sustancial de las cosas” (Apreciación del R. P. Mazoyer, S. J.).
Enfrente de este retrato, se colocaría con gusto un segundo con líneas muy de otro modo atractivas. Bajo el exterior de un bloque informe, la observación más atenta de los Superiores no tardó en adivinar una fisonomía moral ya hermosísima y que se embellecería cada día bajo la acción del Espíritu de Jesús. Notábanse en ella de esos rasgos trazados con señales infalibles que revelan al Artista divino… y lo revelan tanto mejor cuanto que la falta de gracias de naturaleza no ha desaparecido. ¡En ese entendimiento tan corto, cuántas luces, cuántas ideas profundas! ¡En ese corazón sin cultura natural, qué inocencia, qué fe, qué piedad, qué humildad, qué sed de sacrificios! Bastará por el momento recordar el testimonio de su superiora, nuestra respetable Madre Teresa Eugenia Revel: La obediencia es todo para ella. El candor, la rectitud, el espíritu de caridad que la animan, su mortificación y, sobre todo, su humildad sincera y profunda, nos parecen los más seguros garantes de la conducta de Dios sobre este alma. Cuanto más recibe, mayor es el verdadero desprecio de sí misma, estando casi habitualmente aplastada por el temor de estar en ilusión. Dócil a los consejos que se la dan, las palabras del Sacerdote y de la Superiora tienen grande poder para darle la paz… Lo que nos tranquiliza, sobre todo, es su amor apasionado por la vida oculta; su imperiosa necesidad de ocultarse a toda mirada humana y el terror que tiene de que se den cuenta de lo que en ella pasa.”
Los dos primeros años de vida religiosa de nuestra Hermana se deslizaron bastante normalmente. Fuera de un don de oración poco ordinario, de un recogimiento perpetuo, de un hambre y sed de Dios siempre creciente, nada verdaderamente particular ni que haga prever cosas extraordinarias se advirtió en ella.
Pero en Septiembre de 1866, la joven conversa empieza a ser favorecida con frecuentes visitas de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen, de las Almas del Purgatorio y de los Espíritus bienaventurados.
Jesús crucificado, sobre todo, la ofrece casi a diario sus Llagas divinas para contemplarlas, ya resplandecientes y gloriosas, ya lívidas y ensangrentadas, rogándola que se asocie a los dolores de su santa Pasión.
VELAS Y PENITENCIAS CORPORALES
Las Superioras, inclinándose ante las señales ciertas de la voluntad del cielo -señales sobre las cuales no podemos detenernos en este corto compendio-, se deciden poco a poco, a pesar de sus temores, a entregarla a las exigencias de Jesús Crucificado.
La Hermana María Marta se ve primero invitada a pasar las noches tendida sobre el suelo de su celda. Después recibe la orden de llevar día y noche un rudo cilicio. En seguida debe tejerse una corona de agudas espinas que no le permite descansar su cabeza sin sentir un vivo sufrimiento.
Al cabo de ocho meses, en Mayo de 1867, no contento de las noches pasadas en el suelo, con el cilicio y la corona de espinas, Jesús exige a la Hermana María Marta el sacrificio de su mismo sueño, mandándole velar sola, cerca del Santísimo Sacramento, mientras que todo dormía en el Monasterio.
A tales exigencias, no se encuentra a gusto la naturaleza. ¿Mas no es esto lo que premian habitualmente los favores divinos?… En el silencio de las noches, se comunica Nuestro Señor a su sierva del modo más maravilloso. Algunas veces, sin embargo, la deja luchar penosamente, durante largas horas, contra el cansancio y el sueño. Empero, lo más ordinario es que se apodere de ella inmediatamente y la arrebate en una especie de éxtasis. Él la confía sus penas y sus secretos de amor, la colma de caricias, toma su corazón para sumergirle en el suyo. Sus encantos sobre este alma humildísima, sencillísima y dócil crecen cada día.
TRES DÍAS DE ÉXTASIS
En el mes de Septiembre de 1867, la Hermana María Marta, así como se lo había anunciado el divino Maestro, cayó en un estado incomprensible, al que sería difícil dar nombre alguno. Se la veía tendida en su cama, inmóvil, sin habla, sin vista, no tomando alimento alguno; el pulso, sin embargo, era muy regular, y el color del rostro ligeramente sonrosado. Esto duró tres días, 26, 27 y 28, en honor de la Santísima Trinidad. Para la querida vidente fueron tres días de gracias excepcionales…
Todo el esplendor de los cielos vino a iluminar el humilde recinto adonde bajó la Santísima Trinidad. Dios Padre, presentándole a Jesús en una Hostia, le dijo: “Yo te doy Aquel que tan a menudo tú me ofreces”, y la dio la comunión. Después le descubrió los misterios de Belén y de la Cruz, ilustrando su alma con vivas luces sobre la Encarnación y la Redención.
Sacando en seguida de Sí mismo su Espíritu como un rayo de fuego, se lo dio: “¡Está ahí dentro, afirmó Él, la luz, el sufrimiento y el amor!… El amor será para Mí; la luz, para descubrir mi voluntad; el sufrimiento, en fin, para sufrir de momento en momento como Yo quiero que sufras tú.”
El último día, invitándola a contemplar en un rayo que del cielo bajaba hacia ella la Cruz de su Hijo, el Padre celestial la dio mejor a comprender las Llagas de Jesús para su bien personal. Al mismo tiempo, en otro rayo que partía de la tierra para llegar al cielo, ella vio claramente su “MISIÓN” y cómo debía hacer valer los méritos de las Llagas de Jesús para el mundo entero.
JUICIO DE LOS SUPERIORES ECLESIÁSTICOS
La Superiora y la directora de un alma tan privilegiada no podían tomar sobre sí solas la responsabilidad de este camino extraordinario. Consultaron a los Superiores eclesiásticos, particularmente a los Señores Canónigo Mercier, Vicario general y Superior de la Casa, sacerdote de muy buen criterio y grande piedad; R. P. Ambrosio, provincial de los Capuchinos de Saboya, hombre de gran valor moral y doctrinal, y Canónigo Bouvier, llamado “el Ángel de los Montes” capellán de la Comunidad, cuya reputación de ciencia y santidad salvaban los límites aún de nuestra Provincia.
El examen fue serio y completo. Los tres examinadores estaban acordes en afirmar que el camino por el que andaba la Hermana María Marta llevaba el Sello Divino.
Aconsejaron que se pusiera todo por escrito; pero, tan prudentes como ilustrados, juzgaron, por otra parte, que era necesario guardar estos hechos bajo el velo del secreto, hasta que agradara a Dios revelarlos por Sí mismo.
He aquí por qué la Comunidad permaneció ignorante de las insignes gracias con que era favorecida en uno de sus miembros -el menos apto, en el sentido humano- para recibirlos.
He aquí también por qué, teniendo como una consigna sagrada el parecer de los Superiores eclesiásticos, nuestra respetable Madre Teresa Eugenia Revel se puso a relatar día por día, con una exactitud escrupulosa, que llegaba hasta hacerla respetar ciertas faltas fruto de la ignorancia o de falta de memoria, las narraciones de la humilde conversa, a quien, por otra parte, Nuestro Señor daba orden de no ocultar nada a su Superiora:
“Declaramos aquí en presencia de Dios y de Nuestros Santos Fundadores, por obediencia y lo más exactamente posible, lo que creemos sernos enviado del cielo por una predilección toda amorosa del divino Corazón de Jesús, para la felicidad de nuestra Comunidad y para bien de las almas. Dios parece haber escogido en nuestra humilde familia el alma privilegiada que debe renovar en nuestro siglo la devoción a las Santas llagas de Nuestro Señor Jesucristo. Nuestra Hermanita Doméstica María Marta Chambon es la que el Salvador gratifica con su presencia sensible. La muestra cada día sus divinas Llagas, a fin de que haga valer constantemente sus méritos por las necesidades de la Santa Iglesia, la conversión de los pecadores, las necesidades de nuestro Instituto, y, sobre todo, por el alivio de las Almas del Purgatorio.
“Jesús hace de ella su juguete de amor y la víctima de su Beneplácito, y nosotras, llenas de reconocimiento, experimentamos en cada instante la eficacia de sus oraciones sobre el Corazón de Dios.”
Tal es la declaración con la que se abre la relación de nuestra respetable Madre Teresa Eugenia Revel, digna confidente de los favores de lo Alto. De estas notas tomamos las citas que siguen.
LA “MISIÓN”
“Una cosa me da pena -decía el dulcísimo Salvador a su siervecita-: es que hay almas que miran la devoción a mis Llagas con extrañeza, como despreciable, como una cosa que no conviene; por eso decae esta devoción y se la olvida.
“En el Cielo tengo Santos que han tenido una grande devoción a mis santas Llagas, pero en la tierra no hay casi nadie que me honre de esta manera.”
¡Qué bien fundada es esta queja! ¡En un mundo en donde gozar parece la única preocupación, ¡cuántas personas, aun cristianas, han perdido el sentido del sacrificio!… ¡Cuán pocas almas comprenden la cruz! ¡Cuán pocas son aficionadas a meditar la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, que San Francisco de Sales tan justamente llamaba “la verdadera escuela del amor, el más dulce y el más violento motivo de la piedad”.
Jesús, pues, no quiere que se quede sin explotar esta mina inagotable, que queden olvidados y perdidos los frutos de sus santas Llagas. Él se escogerá -¿no es esto lo que acostumbra?- el más humilde de los instrumentos para cumplir su obra de amor.
El 2 de Octubre de 1867, asistía la Hermana María Marta a una “toma de hábito”, cuando, entreabriéndosele la bóveda del Paraíso, vio allí desarrollarse la misma ceremonia en esplendores muy distintos de los de la tierra. Toda la Visitación del Cielo estaba presente; volviéndose hacia ella las primeras Madres, como para anunciarle una buena nueva, la dijeron gozosas: “El Padre Eterno ha dado a su Hijo a nuestra santa Orden de tres maneras:
1ª. Jesucristo, su Cruz y sus Llagas, a esta casa más particularmente.
2ª. Su sagrado Corazón.
3ª. Su santa Infancia para honrarla; es necesario que tengáis la sencillez del niño en vuestras relaciones con Él.”
Este triple don no parece nuevo. Remontándose al origen del Instituto, encontramos en la vida de la Madre Ana Margarita Clément, contemporánea de Santa Juana de Chantal, estas tres devociones, cuyo sello llevaron todas las Religiosas formadas por ella.
Quizá, y nos agrada creerlo, esta alma igualmente favorecida es la que, de acuerdo con nuestra Santa Madre y Fundadora, viene hoy a recordarlas a la elegida de Dios.
Algunos días más tarde, la respetable Madre María Paulina Deglapigny, fallecida hacía diez y ocho meses, se aparece a su antigua hija y la confirma este don de las santas Llagas: “La Visitación tenía ya una grande riqueza; pero no la tenía completa. Ved por qué es feliz el día en que he dejado la tierra, porque en lugar de tener solamente al Sagrado Corazón de Nuestro Señor, tendréis toda la santa Humanidad, es decir, sus sagradas Llagas. Esta gracia la he pedido para vosotras.”
¡El Corazón de Jesús!¡Ah!, quien lo posee, ¿no posee a todo Jesús?, ¿todo el amor de Jesús?… Sin duda alguna. Pero las santas Llagas son como la expresión prolongada de este amor; y ¡cuán elocuente es! Así quiere Jesús que le honremos todo entero y que, adorando su Corazón herido, sepamos no olvidar sus demás Llagas, abiertas también por amor. A propósito de esto, no carece de interés el acercarse al don de la Humanidad paciente de Jesús, hecho a nuestra Hermana María Marta, con el que fue gratificada en la misma época nuestra venerable Madre María de Sales Chappuis: el don de la Humanidad santa del Salvador.
San Francisco de Sales, nuestro Bienaventurado Padre, que visitaba muy a menudo a su querida hija para instruida paternalmente, no deja de asegurarla en la certidumbre de su “misión”.
Un día que hablaban juntos: “Padre mío -le dijo ella con su habitual candor-.Ya sabéis que nuestras Hermanas no tienen ninguna confianza en mis afirmaciones, porque soy muy imperfecta.” “-Hija mía -respondió el Santo-, las miras de Dios no son las de la criatura; la criatura juzga según las miras humanas. Dios da sus gracias a una miserable que nada tiene, a fin de que todas se refieran a Él. Debes estar muy contenta de las imperfecciones que tienes, porque ocultan los dones de Dios. Dios te ha escogido para completar la devoción al Sagrado Corazón. ¡El Corazón ha sido mostrado a mi hija Margarita María y las santas Llagas a mi pequeña María Marta!… Es una felicidad para mi corazón de Padre que este honor sea dado por ti a Jesús crucificado! ¡Esto es el complemento de la Redención que Jesús tanto ha deseado!…
La Santísima Virgen vino también un día de la Visitación a confirmar a la joven Hermana en su camino. Acompañada de los Santos Fundadores y de nuestra santa Hermana Margarita María, la dijo con bondad: “Yo doy mi Fruto a la Visitación, como se lo he dado a mi prima Isabel. Tu santo Fundador ha reproducido los trabajos, la dulzura y humildad de mi Hijo; tu Santa Madre, mi generosidad, pasando sobre todos los obstáculos para unirse a Jesús y hacer su santa voluntad; tu bienaventurada Hermana Margarita María ha reproducido al Sagrado Corazón de mi Hijo para darle al mundo… ¡Tú, hija mía, eres la escogida para detener la justicia de Dios, haciendo valer los méritos de la Pasión y de las santas Llagas de mi único y muy amado Hijo Jesús!…
Como la Hermana María Marta opusiera algunas objeciones sobre las dificultades que en esto encontraría: “Hija mía -replicó la Inmaculada Virgen-, no tenéis por qué inquietaros ni tu Madre ni tú; bien sabe mi Hijo lo que ha de hacer… En cuanto a ti, haz solamente día por día lo que Jesús quiere.”
Por otra parte, las invitaciones y alientos de la Santísima Virgen se irán multiplicando y tomarán todas las formas: “Si queréis riquezas, id a sacarlas en las santas Llagas de mi Hijo… Todas las luces del Espíritu Santo brotan de las Llagas de Jesús; pero estos dones los recibiréis en proporción de vuestra humildad…
“Yo soy vuestra Madre, y os digo: ¡Id a sacar en las Llagas de mi Hijo!… Chupad su sangre hasta agotarla, lo cual nunca sucederá, sin embargo.
“Es necesario que tú, hija mía, apliques las Llagas de mi Hijo sobre los malos, para convertirlos.”
Después de las intervenciones de las primeras Madres, del Santo Fundador y de la Santísima Virgen, en este cuadro no podíamos olvidar las de Dios Padre, para quien nuestra querida Hermana sintió siempre una ternura, una confianza de hija, y verdaderamente fue divinamente mimada. El Padre fue el primero que la instruyó de su “misión” futura. De vez en cuando se la recuerda: “Hija mía: Yo te doy a mi Hijo para que te ayude durante todo el día, a fin de que puedas pagar lo que por todos debes a mi justicia.
“De las Llagas de Jesús tomarás constantemente con que pagar las deudas de los pecadores.”
Hacía la Comunidad procesiones y oraciones por diferentes necesidades:“Todo lo que en eso me dais es nada -declaró Dios Padre.” “-Si no es nada -replicó la atrevida hija-, os ofrezco entonces todo lo que ha hecho y sufrido vuestro Hijo por nosotros.” “-¡Ah!-respondió el Padre Eterno-¡Esto es grande!…
Por su parte, Nuestro Señor, para fortificar a su sierva, la renueva varias veces la seguridad de que realmente ella es ciertamente llamada a reavivar la devoción a las Llagas redentoras. “Yo te he escogido para despertar la devoción a mi Santa Pasión en los desgraciados tiempos en que vivís.”Después, mostrándole sus santas Llagas como un libro en el que Él quiere enseñarla a leer, el buen Maestro añade: “No muevas los ojos de encima de este libro, y en él aprenderás más que todos los mayores sabios. La oración a las santas Llagas lo comprende todo.”
Otra vez, en el mes de junio, mientras estaba postrada a los pies del Santísimo Sacramento, Nuestro Señor, abriendo su Corazón sagrado, como la fuente de todas las demás Llagas, insiste de nuevo: “¡He escogido a mi fiel sierva Margarita María para dar a conocer mi divino Corazón, y a mi pequeña María Marta para insinuar la devoción a mis otras Llagas!… Mis Llagas infaliblemente os salvarán; ellas salvarán al mundo.”
En otra circunstancia: “Tu camino -la dijo Él- es darme a conocer y hacer que me amen por mis santas Llagas, sobre todo en adelante.” Le pide que ofrezca sin cesar sus Llagas por la Salvación del mundo. “-Hija mía, el mundo estará más o menos turbado según tú hayas hecho tu tarea… Tú eres escogida para satisfacer a mi Justicia. Encerrada en tu clausura, debes vivir aquí abajo como se vive en el Cielo, amarme, rogarme sin cesar para aplacar mi venganza y renovar la devoción a mis santas Llagas.
“Yo quiero que por esta devoción se salven, no solamente las almas que contigo viven, sino muchas otras también. Un día te pediré Yo cuenta si has tomado de este tesoro para todas mis criaturas.
“Verdaderamente – le dirá Él aún más tarde-, verdaderamente, Esposa mía, Yo habito aquí en todos los corazones.
“Estableceré aquí mi reino y mi paz, destruiré por mi poder todos los obstáculos, porque Yo soy el Dueño de los corazones y conozco todas sus miserias…. Tú, hija mía, eres el canal de mis gracias. Aprende que el canal nada tiene de sí mismo; sólo tiene lo que se le hace pasar por dentro. Es necesario, como canal, que no te quedes con nada y que digas todo lo que Yo te comunique. Yo te he elegido para hacer valer los méritos de mi santa Pasión para todos; pero yo quiero que siempre estés oculta. Es cosa mía el dar a conocer más tarde que por este medio el mundo se salvará. ¡Y también por las manos de mi Madre Inmaculada!…”
MOTIVOS DE DEVOCIÓN A LAS SANTAS LLAGAS
Al confiar esta “misión” a la Hermana María Marta, el Dios del Calvario se complacía en revelar a su alma arrobada los innumerables motivos de invocar las Llagas divinas, como también los beneficios de esta devoción.
Cada día, a cada instante, para excitarla a hacerse su ardiente apóstol, Él le descubre los inapreciables tesoros de estos manantiales de vida: “Ninguna alma después de mi santa Madre ha tenido como tú la gracia de contemplar día y noche mis santas Llagas.
“Hija mía: ¿Reconoces tú el tesoro del mundo?… El mundo no quiere reconocerlo. Yo quiero que tú lo veas así, para que comprendas mejor lo que he hecho al venir a sufrir por ti.
“Hija mía: Cada vez que ofrecéis a mi Padre los méritos de mis divinas Llagas, ganáis una inmensa fortuna. Sois semejantes a aquel que encontrara en la tierra un gran tesoro; pero como vosotras no podéis conservar esta fortuna, Dios la vuelve a tomar, y mi divina Madre también, para devolvérosla en el momento de la muerte y aplicar sus méritos a las almas que los necesitan; porque debéis hacer valer la fortuna de mis santas Llagas. ¡No hay que quedarse pobres, porque vuestro Padre es muy rico! … ¿Vuestra riqueza? … ¡Es mi santa Pasión!
“¡El que está necesitado, que venga con fe y confianza, que saque constantemente del tesoro de mi Pasión y de los agujeros de mis Llagas!
“¡Este tesoro os pertenece!… ¡Todo está ahí!, ¡todo, excepto el infierno!
“¡Una de mis criaturas me ha hecho traición y ha vendido mi Sangre!; pero ¡podéis tan fácilmente rescatarla gota a gota!… Una sola gota basta para purificar la tierra y… ¡vosotras no lo pensáis! ¡No conocéis su precio!
“Bien hicieron los verdugos al atravesar mi costado, mis manos y pies, puesto que con esto han abierto fuentes de donde brotarán eternamente las aguas de mi misericordia. Solamente el pecado es el que ha sido la causa que hay que detestar.
“Mi Padre se complace en el ofrecimiento de mis sagradas Llagas y de los dolores de mi divina Madre. Ofrecérselos, es ofrecerle su gloria, ofrecer el Cielo al Cielo.
“¡He aquí con qué pagar, por todos los que tienen deudas! Porque ofreciendo a mi Padre el mérito de mis santas Llagas, satisfacéis por los pecados de los hombres.” (1)
(1) Todas estas palabras fueron dichas en diversas circunstancias, especialmente en el año 1868. Ya se dirige Nuestro Señor a la Hermana Maria Marta sola, ya, por ella, a la comunidad y a todos los fieles.
Jesús la insta -y nos insta con ella- a venir a este tesoro. “Hay que confiar todo a mis divinas Llagas y trabajar, por sus méritos, en la salvación de las almas.”
Pide que lo hagamos con humildad: “Cuando se hicieron mis santas Llagas, hubo en ello vanidad para el hombre, que creía que acabarían. Pero, no; serán eternas, y eternamente serán vistas de todas las criaturas. Te digo esto para que no las mires por rutina, sino que las veneres con grande humildad. Vuestra vida no es de este mundo; quitad las Llagas de Jesús, y os haréis terrenales… Sois demasiado materiales para comprender toda la extensión de las gracias que recibís por sus méritos… No miráis bastante al sol en su plenitud… Mis mismos Sacerdotes, no miran bastante al Crucifijo. Yo quiero que se me honre todo entero.
“La mies es grande, abundante; es necesario humillaros, hundiros en vuestra nada para cosechar almas, sin mirar lo que habéis hecho ya.
“N o hay que temer mostrar mis Llagas a las almas… ¡El camino de mis Llagas es tan sencillo y tan fácil para ir al Cielo!”
Nos pide hacerlo con corazones de Serafines. Designando un grupo de estos Espíritus angélicos, rodeando el altar durante la santa Misa, Él dijo a la Hermana María Marta: “¡Ellos contemplan la belleza, la santidad de Dios!, admiran, adoran… no pueden imitar. En cuanto a vosotras, es necesario, sobre todo, contemplar los sufrimientos de Jesús para conformaros a Él. Es preciso llegarse a mis Llagas con corazones muy calientes, muy ardientes, y hacer con grande fervor las aspiraciones para obtener las gracias de retorno que solicitáis.”
Nos pide hacerlo con una fe ardiente: “Ellas (las Llagas) están del todo frescas, es necesario ofrecerlas como por la primera vez. En la contemplación de mis Llagas se encuentra todo para sí y para los demás. Te las voy a hacer ver para que entres en ellas.”
Nos pide que lo hagamos con confianza: “No debéis inquietarnos por las cosas de la tierra; ya veréis, hija mía, en la Eternidad lo que habréis ganado por mis Llagas. Las Llagas de mis sagrados Pies son un océano. Tráeme ahí todas mis criaturas; esas aberturas son bastante grandes para alojarlas allí a todas.”
Nos pide que lo hagamos en espíritu de apostolado y sin cansarnos nunca:Es necesario orar mucho para que mis santas Llagas se difundan en el mundo.” (En aquel momento, ante los ojos de la vidente, salieron de las Llagas de Jesús cinco rayos luminosos, cinco rayos de gloria que envolvieron el globo.)
“Mis santas Llagas sostienen al mundo.
“Es necesario pedirme la firmeza en el amor de mis Llagas, porque son el manantial de todas las gracias. Hay que invocarlas a menudo… llevar a ellas al prójimo… Es necesario hablar de ellas y volver con frecuencia a ellas, a fin de imprimir su devoción en las almas.
“Largo tiempo será necesario para establecer esta devoción; trabajad en ello con valor.
“¡Todas las palabras dichas con motivo de mis santas Llagas me dan gusto, un gusto indecible! Yo las cuento todas.
“Aun cuando hay quienes no quieren venir a mis Llagas, es necesario que tú, hija mía, los hagas entrar en ellas.”
Un día que la Hermana María Marta tenía una sed ardiente, la dijo su buen Maestro: “¡Hija mía: Ven a Mí, y Yo te daré un agua que apagará tu sed! En el Crucifijo hay para todo; ¡ahí hay con qué apagar la sed, hay para todas las almas!
“Todo lo tenéis en mis Llagas. Hacen obras sólidas, no por el goce, sino por el sufrimiento.
“Sois obreras que trabajáis en el campo del Señor; con mis Llagas ganaréis mucho y sin trabajo.
“Ofréceme tus acciones y las de tus hermanas, unidas a mis santas Llagas; nada puede hacerlas más meritorias ni más agradables a mis ojos. Hay en ellas riquezas incomprensibles, aun en las más pequeñas.”
Conviene notar aquí que en las manifestaciones y confidencias de que acabamos de hablar, el divino Salvador no se presenta siempre a la Hermana María Marta con el conjunto de sus adorables Llagas; a veces no le muestra más que una sola, aparte de las otras.
Así es como un día, después de esta ardiente invitación: “Tú debes aplicarte a curar mis heridas contemplando mis Llagas”, Él la descubre su Pie derecho, diciendo: “¡Cuánto debes respetar tú esta Llaga y ocultarte en ella como la paloma!”
Otra vez, le hace ver su Mano izquierda: “Hija mía: Toma de mi Mano izquierda mis méritos para las almas, a fin de que estén a mi diestra por toda la Eternidad… Las almas religiosas estarán a mi diestra para juzgar al mundo; pero antes Yo les pediré cuenta de las almas que debieron salvar.”
LA CORONA DE ESPINAS
Cosa conmovedora es el que Jesús reclame para su augusta Cabeza coronada de espinas un culto especialísimo de veneración, de reparación y de amor.
La Corona de Espinas fue para Él una causa de sufrimientos particularmente crueles: “Mi Corona de Espinas me ha hecho sufrir más que todas las demás Llagas -confía a su esposa-, después del Huerto de los Olivos, ella fue mi sufrimiento más cruel. Para aliviármelo, debéis observar bien vuestra Regla.”
Ella es para el alma fiel hasta la imitación un manantial de méritos. “Mira -dice- esta Cabeza que ha sido taladrada por amor tuyo y por cuyos méritos debes ser coronada un día. ¡Bienaventurada el alma que haya bien contemplado y aún mejor practicado!
“He aquí donde está vuestra vida; andad sencillamente por ella, y caminaréis con seguridad.
“¡Las almas que hayan contemplado y honrado mi Corona de Espinas en la tierra, serán mi corona de gloria en los cielos!
“Por un instante que contempléis esta Corona aquí abajo, os daré una para la Eternidad… la Corona de Espinas es la que os valdrá la de la gloria.”
Es el don de elección que Jesús hace a sus privilegiados. “Yo doy mi Corona de Espinas a mis privilegiados. Ella es el bien propio de mis esposas y de las almas favorecidas. Ella es la alegría de los Bienaventurados; pero para mis muy amados en la tierra es un sufrimiento.” (Del sitio de cada espina, nuestra Hermana veía salir un rayo de gloria que es imposible describir.)“Mis verdaderos siervos tratan de sufrir como Yo; pero ninguno puede llegar al grado de sufrimiento que Yo pasé.”
De estas almas, Jesús solicita una más tierna compasión para su adorable cabeza. Oigamos este lamento del corazón que dirige a la Hermana María Marta al mostrarle su cabeza ensangrentada, toda taladrada, y expresando un tal sufrimiento que la pobrecita no sabía cómo decirlo: “¡He aquí Aquel que tu buscas! ¡Mira en qué estado está!… Mira… arranca las espinas de mi Cabeza, ofreciendo a mi Padre por los pecadores el mérito de mis Llagas… Ve en busca de almas.”
Como se ve, en estos llamamientos del Salvador se escucha siempre como un eco del eterno Sitio, la preocupación de salvar las almas: “Ve en busca de almas.”
“He aquí tu instrucción: el sufrimiento para ti; las gracias que tú debes tomar, para los demás. Una sola alma que hace sus acciones en unión con los méritos de mi santa Corona, gana más que la Comunidad entera.”
A estos rudos llamamientos, junta el Maestro los alientos que inflaman los corazones y hacen aceptar todos los sacrificios. Así es como en el curso de Octubre de 1867 se presenta a los ojos arrobados de nuestra joven Hermana, con esta Corona, toda irradiada de una gloria brillante: “¡Mi Corona de Espinas ilumina al Cielo y a todos los Bienaventurados! Hay en la tierra algunas almas privilegiadas a quienes yo la mostraré; pero la tierra es demasiado tenebrosa para verla.
“Mira, ¡qué hermosa es, después de haber sido tan dolorosa!”
El buen Maestro va más lejos; Él la asocia igual a sus triunfos que a sus sufrimientos… le hace entrever la futura glorificación. Aplicándole con vivos dolores esta santa Corona sobre la cabeza: “Toma mi Corona, y en este estado te contemplarán mis Bienaventurados.” Después, dirigiéndose a los Santos y designando a su querida víctima: “He aquí -dice- el Fruto de mi Corona.”
Felicidad para los justos es la santa Corona, y, en cambio, para los malos es un objeto de terror. Esto es lo que vio un día la Hermana María Marta en un cuadro ofrecido a su contemplación por Aquel que tenía gusto en instruirla, revelándole los Misterios del más allá.
Todo iluminado de los resplandores de esta divina Corona, apareció ante sus ojos el Tribunal en que las almas son juzgadas. Y he ahí lo que sucedía continuamente delante del Juez soberano. Las almas que habían sido fieles durante su vida, se echaban con confianza en los brazos del Salvador. Las otras, a la vista de la santa Corona y recordando el amor de Nuestro Señor que habían despreciado, se precipitaban aterradas en los eternos abismos.
Fue tanta la impresión de esta visión, que la pobre hermana, al contarla, temblaba aún de temor y espanto.
¡EL CORAZÓN DE JESÚS!
Si el Salvador descubría así todas las bellezas y todas las riquezas de sus divinas Llagas a la humilde Conversa, ¿podía dejar de abrirle los tesoros de su grande herida de amor?
“Ved aquí el manantial del que debéis sacarlo todo; es rico, sobre todo, para vosotras!…“ -decía Él mostrándole sus Llagas con un resplandor luminoso, y la de su sagrado Corazón, que brillaba entre las otras con un brillo incomparable:
“Ven solamente aquí a la Llaga de mi divino Costado… esta es la Llaga del amor, de donde salen llamas muy vivas.”
Algunas veces, durante varios días seguidos, Jesús le concedía la vista de su santísima Humanidad gloriosa. Entonces Él se mantenía cerca de su sierva, conversaba amigablemente con ella, como en otro tiempo con nuestra santa Hermana Margarita María Alacoque. Esta última, que nunca se apartaba del Corazón de Jesús, decía: “Así es como Nuestro Señor se me mostraba a mí”; mientras tanto, el buen Maestro reiteraba sus amorosas invitaciones:
“Ven a mi Corazón; nada temas… Pon aquí tus labios para sacar la caridad y derramarla en el mundo… Mete aquí tu mano para coger mis tesoros.”
Un día, Él le da parte de su inmenso deseo de derramar las gracias que desbordan de su Corazón: “Coge, porque la medida es colmada. No puedo ya contenerlas; tantas ganas tengo de darlas.”
Otra vez es una invitación a que utilice aún y siempre esos tesoros: “¡Venid a recibir la expansión de mi Corazón que desea derramar su excesiva plenitud! Quiero derramar en vosotras de mi abundancia, porque hoy he recibido en mi misericordia algunas almas salvadas por vuestras oraciones.”
A cada instante, bajo diversas formas, hace llamamientos a una vida de unión con su sagrado Corazón:
“Mantente bien pegada a este Corazón para tomar y derramar mi Sangre.
“Si queréis entrar en la luz del Señor, es necesario ocultaros en mi divino Corazón… Si queréis conocer la intimidad de las entrañas de misericordia de Aquel que tanto os ama, es necesario pegar vuestra boca a la abertura de mi sagrado Corazón con respeto y humildad. Ahí está vuestro centro. Nadie podrá impediros amarle ni hacéroslo amar sin que vuestro corazón corresponda a ello. Todo lo que digan las criaturas no puede arrebataros vuestro tesoro, vuestro amor!… Yo quiero que me améis sin apoyo humano.”
Aquí, Nuestro Señor insiste dirigiendo a sus esposas una exhortación apremiante: “Yo quiero que el alma religiosa esté desprendida de todo, porque para venir a mi Corazón, no hay que tener apego ninguno, hilo ninguno que esté aún sujeto a la tierra; es necesario ir a la conquista del Señor a solas con Él; es preciso buscar a este Corazón en vuestro propio corazón.”
Después vuelve a la Hermana María Marta; pero a través de su dócil sierva, Él mira a todas las almas, y más especialmente a las almas consagradas:
“Necesito tu corazón para que me indemnice y haga compañía… Yo te enseñaré a amarme, porque tú no sabes hacerlo; la ciencia del amor no se aprende en los libros; sólo se da al alma que mira al divino Crucificado y le habla de corazón a corazón. Es necesario que estés unida a Mí en cada una de tus acciones.” Y Nuestro Señor le hace comprender las condiciones y frutos maravillosos de la unión íntima de su divino Corazón:
“Pierde el tiempo la esposa que no se pone sobre el pecho de su Esposo en sus penas, en su trabajo. Cuando ha cometido faltas, es necesario que se recueste con grande confianza sobre mi Corazón. ¡En este ardiente foco desaparecen vuestras infidelidades; el amor las quema, las consume todas!… Es necesario amarme, abandonármelo todo. Es necesario descansar, como San Juan, en el Corazón de vuestro Maestro. Amándole así le proporcionaréis una gloria muy grande.”
¡Ah! ¡Cómo desea Jesús nuestro amor! ¡Él lo mendiga! Apareciéndose un día en toda la gloria de su Resurrección, dijo a su muy amada con un profundo suspiro: “¡Con esto, hija mía, mendigo como lo haría un pobre! ¡Soy un mendigo de amor! ¡Yo llamo a mis hijos uno por uno… los miro con complacencia cuando vienen a Mí… Yo los espero!…” Tomando verdaderamente el aspecto de un mendigo, le repetía aún, lleno de tristeza:“¡Yo mendigo amor; pero la mayor parte, aun entre las almas religiosas, me rehúsan este amor!… Hija mía: Ámame puramente por Mí mismo, sin tener en cuenta ni el castigo ni la recompensa.” Designándole a nuestra santa Hermana Margarita María, -cuya mirada devoraba el Corazón de Jesús:“¡Ésta me ha amado con este amor puro y únicamente por Mí, tan solo!…”
Y la Hermana María Marta trataba de amar con este mismo amor. Como un foco inmenso, el Sagrado Corazón le atraía a Sí con ardores indecibles… ¡Ella se iba hacia su muy Amado en transportes de amor que la consumían… pero que al mismo tiempo dejaban en su alma una suavidad toda divina! Y Jesús la decía: “Hija mía: Cuando yo me he escogido un corazón para amarme y hacer mis voluntades, enciendo en él el fuego de mi amor. Sin embargo, no avivo este fuego sin interrupción por temor de que el amor propio gane alguna cosa y que se reciban mis gracias por costumbre. Yo me retiro de vez en cuando para dejar al alma a su propia debilidad. Entonces ve ella que está sola… comete faltas; estas caídas la mantienen en la humildad… Mas Yo no abandono por esas faltas al alma que he escogido; la miro siempre. No soy tan delicado; perdono y vuelvo.
“Cada humillación os une más íntimamente a mi Corazón.
“No os pido grandes cosas; quiero sencillamente el amor de vuestro corazón. Estréchate con mi Corazón; descubrirás toda la bondad de que está lleno. Ahí es donde aprenderás la dulzura y la humildad. Ven, hija mía, a arrojarte allí dentro. Esta unión no es solamente para ti, sino para todos los miembros de tu Comunidad.
“Di a tu Superiora que venga a depositar en esta abertura todas las acciones de tus Hermanas, aun las recreaciones; allí estarán como en un Banco y estarán bien guardadas.”
Un detalle conmovedor entre otros mil: cuando la Hermana María Marta dio cuenta aquella noche no pudo menos de interrumpirse a sí misma, para preguntar a su Superiora: “Madre mía: ¿Qué es eso de Banco?” Era una pregunta de su cándida inocencia… Después continuó su mensaje:
“Es necesario que por la humildad y el anonadamiento, vuestros corazones se unan al mío. ¡Ay!, hija mía: ¡Si supieras cuánto sufre mi Corazón por la ingratitud de tantos corazones!… Es menester unir vuestras penas a las de mi Sagrado Corazón.”
Es aún más particularmente a las almas encargadas de la dirección de las demás directoras o Superioras, que el Corazón de Jesús se abre con sus riquezas: “Harás un grande acto de caridad ofreciendo cada día mis divinas Llagas por todas las directoras del Instituto.
“Dirás a tu Maestra que venga al Manantial a llenar su alma, y mañana su corazón estará lleno para derramar mis gracias sobre vosotras. A ella toca poner en las almas el fuego del santo amor, hablándolas muy a menudo de los sufrimientos de mi Corazón. Yo daré a todas la gracia de comprender las máximas de mi Sagrado Corazón. A la hora de la muerte, todas llegarán ahí por el trabajo y la correspondencia del alma.
“Hija mía: Tus Superioras son las depositarias de mi Corazón; es necesario que yo pueda poner en sus almas todo lo que yo querría de gracias y de sufrimientos. Di a tu Madre que venga a sacar de estos Manantiales (su Corazón y sus Llagas) para tus Hermanas… Debe mirar a mi Sagrado Corazón y confiárselo todo sin cuidarse de la mirada de los hombres.”
Continua...
FUENTE: forosdelavirgen.org // Las Santas Llagas de Nuestro Señor Jesucristo por la Hermana María Marta Chambón