“A los ojos de Mi Padre Celestial, la vida de una persona es una página vacía si no se ha esforzado en salvar almas.”
Tomado del Libro: “La Victoriosa Reina del Mundo” (1939-1987)
Escrito por: Sor María Natalia Magdolna – Keeskemet, Hungría
II
EXPERIENCIAS MÍSTICAS
La prenda de la Vida Eterna
Un día, mientras barría el corredor del convento, me encontré de repente en éxtasis en Nazaret y oí una voz que me dijo que debía recorrer el pueblo. Yo siempre había anhelado encontrarme con Jesús de Nazaret y ahora tendría la oportunidad. Empecé a recorrer la calle de casa en casa. De una casa salió un hombre que me preguntó:
—¿A quién buscas?
–A Jesús de Nazaret —le contesté, tan preocupada en encontrarlo que ni siquiera me fijé en él.
—Entra —me dijo— y encontrarás a mi madre; ella te dirá dónde lo puedes encontrar —y se fue.
Entré en la casa y vi una mujer sentada. Por su dulce cara reconocí al instante a la Virgen María. Corrí feliz hacia Ella diciéndole que andaba en busca de Jesús.
—Acaba de salir —me dijo.
Me puse muy triste porque creí que Él se me había escondido.
Entonces la Señora me dijo:
—Mi Hijo me dijo que tú vendrías y que yo te enseñara algo.
Entonces Ella sacó una prenda de vestir, tan bonita, tan preciosa que me dio miedo hasta mirarla.
—Ésta es la prenda de la vida eterna —me explicó—. Esta prenda es de Sor Córdula, quien llegará hoy a tu convento cerca del mediodía.
Nadie sabía nada de la llegada de esta religiosa.
—Tú tienes que orar mucho por ella —añadió Nuestra Señora—. Luego me mostró otra prenda aún más hermosa.
—Y ésta es para Sor Marcela —siguió diciendo la Virgen—. Ella fue tu compañera cuando viajaste a Bélgica. Mi Hijo me dijo que te dijera que también rezaras mucho por esta religiosa, porque si no, no podrá recibir las gracias con las que Él desea colmarla.
Entonces me mostró una tercera prenda, diciéndome:
—Y ésta es tu prenda de la vida eterna.
Por un momento creí que me moriría ante la belleza de esa prenda.
Entonces Nuestra Madre Santísima con dos dedos levantó un poquito la manga de mi hábito de religiosa y añadió:
—Mi Hijo también me dijo que tendrás que quitarte este hábito para que puedas ponerte esta prenda de la vida eterna.
De repente salí de mi éxtasis y me encontré terriblemente confundida. Al otro día, después de misa, le conté todo a la madre superiora, quien me escuchó con comprensión y cariño; le pregunté llorando cómo y cuándo me quitaría el santo hábito y por qué tendría que salir del convento. Ella no supo contestarme. Entonces oré delante del Sagrario, haciéndole a Jesús la misma pregunta que seguía molestándome. Oí Su Voz:
—Cuando tú tengas que quitarte el hábito religioso, todas las demás religiosas con las que tú vives también se quitarán el suyo.
Esto fue lo que pasó después de la Segunda Guerra Mundial cuando, en mi país fueron dispersadas todas las órdenes religiosas.
Al mediodía, como Nuestra Señora me había dicho, sonó el timbre y una nueva religiosa, llamada Córdula, llegó de nuestro convento de Pozsony (Bratislava). Se había escapado de su convento porque entonces el convento de Pozsony y todo el territorio había pasado a Checoslovaquia y ahora ella tenía que empezar su noviciado con nosotras.
La cuerda de la campana
Además de las visiones, tuve que sufrir muchísimo por causa de satanás. El espíritu maligno sabía que yo soy un instrumento en manos de Dios y puedo ayudar a salvar a muchísimas almas con la oración y el sacrificio. Todo lo que se gana para Jesús es pérdida para satanás. Mi vida estaba llena de tentaciones y mortificaciones.
En una ocasión el demonio me llevó al campanario de la iglesia. Me ofreció la cuerda de la campana invitándome a que me colgara. Yo estaba entonces muy abatida y no encontraba razón para seguir viviendo más. La tentación era tan fuerte que casi estaba condescendiendo. De repente, la campana grande empezó a tocar. Era el mediodía. Como de costumbre recé el Ángelus y mientras rezaba sentí que la opresión diabólica iba disminuyendo. Estuve escondida en el campanario hasta el anochecer, cuando mi madre superiora, con la ayuda de una lámpara llegó y me encontró cerca de las diez de la noche. Me dio una Medalla y rezamos. Satanás, batiendo en retirada, como un animal asqueroso, me dijo:
—¡No importa que esta vez no pude llevarte conmigo, pero te aseguro que tú serás mía a la hora de la muerte!
En ese momento oí la voz de Jesús que dijo:
—¡Ella no será tuya, porque no tú, sino Yo Soy el que derramé Mi Sangre por ella!
Entonces me sentí completamente aliviada en mi alma y en mi cuerpo y todas mis dudas desaparecieron.
La lancha salvavidas de la Gracia
Un jueves, al anochecer, Jesús me llevó al huerto de Getsemaní. Completamente agotada de tanto sufrir le pedí que me librara de cierta clase de sufrimientos, pero Él me contestó:
—Yo te di este sufrimiento como una Gracia especial y es por esto que no te lo quitaré. El martirio físico y temporal es una lancha salvavidas para esas almas que navegan hacia el infierno con la multitud de sus pecados. Si te quito este sufrimiento, como tú Me lo pides, la lancha salvavidas, con todas las almas a ti confiadas, se hundirá para siempre. Te bendigo regalándote los sufrimientos de los mártires. Cada vez que tú aceptas este sufrimiento de Mi Mano, Yo puedo salvar muchas almas por medio tuyo. Mi querida hija, es una Gracia misteriosa, un sufrimiento misterioso que te hace morir, aunque más bien tú vives de nuevo. Por este sufrimiento, Yo no sólo puedo salvar almas sino puedo también darle al mundo la gran Gracia de la paz.
El quebrantamiento de los huesos
Una mañana, mientras rezaba, Jesús me llevó al Calvario y vi cómo los soldados quebraban los huesos de los dos ladrones crucificados con Él. Era algo terrible; yo estaba feliz de que no le quebraran los huesos a Jesús. Mientras estaba meditando en esto, Él me dijo:
—Si el Amor Misericordioso del Padre Celestial no hubiera decretado que Yo Me muriera antes, el enemigo hubiera quebrado Mi Sagrado Cuerpo así, como lo hicieron con esos dos. Querida hija, será un secreto para el hombre el porqué Mi Padre Celestial hizo esta excepción con Su Hijo. Esto será revelado a los Ángeles y a los hombres en el juicio final. Hija Mía, únete a Mí y reza una acción de gracias por esto. Yo cargué en Mis hombros todos los pecados más horribles del mundo entero mientras moría en la Cruz. Por eso gané el favor de Mi Padre Celestial.
¡Era tan tierno Jesús cuando me decía todo esto!
Cómo cumplir con los quehaceres del día
Una mañana, durante mi oración, estaba preocupada por las tareas que tenía que hacer. Entonces Jesús me dijo:
—No pude ver tu preocupación sin tratar de ayudarte. Tú deberás hacer tus trabajos de la siguiente manera: debes empezarlos y terminarlos concentrándote totalmente y pidiendo la bendición de Mi Madre. Empieza tu jornada escribiendo lo que te digo. La razón es que, mientras pones por escrito Mis Palabras, estás ocupada Conmigo y tu alma se llena de Mí. Tú necesitas esto, y también a Mí Me gusta. Así, empieza a seguir el ejemplo de Mi Madre y en la felicidad de Mi Presencia empieza tus tareas, coser o lo que sea. No te olvides que cada letra que tú escribas o cada puntada que hagas, simbolizan un alma. No te intereses en cuántas almas has salvado; Yo, el Salvador de las almas, marco cada alma que tú has salvado y tú podrás contar el número cuando entres en la vida eterna. Todas esas almas estarán muy agradecidas, irán a tu encuentro y te felicitarán en su eterna felicidad. Querida hija, es Mi deseo divino que tu mayor interés en esta vida sea la salvación de las almas. A los ojos de Mi Padre Celestial, la vida de una persona es una página vacía si no se ha esforzado en salvar almas.
Oración por las almas del Purgatorio
Una noche Jesús me pidió que orara por las almas del Purgatorio. Eran las cuatro y media y yo quería terminar de escribir mi diario, cuando Jesús me dijo:
—Hija Mía, aunque respeto tu cansancio, quiero pedirte que no te vayas a dormir hasta que pongas por escrito el estado de sufrimiento de las almas del Purgatorio. Yo quiero que Mis hermanos Sacerdotes se unan a la cruzada de oración en favor de las almas que sufren en el Purgatorio. Ahora quiero aliviar a aquellas que durante su vida con frecuencia Me pidieron a Mí y a Mi Madre, en la oración, que tuviéramos piedad de ellas en el momento de su muerte y cuando estuvieran en el lugar del sufrimiento.
Jesús me llevó entonces a un lugar tan grande que yo no podía ver el final. Aunque el lugar estaba oscuro, las almas allí parecían estar calmadas. Había un sinnúmero de almas: llevaban ropa negra y estaban arrimadas unas a otras. Todas parecían inmóviles, sin palabras y muy tristes. Mi corazón casi se quebraba al verlas así. Supe que estas almas no recibían ayuda alguna de nadie en la Tierra, ni oración, ni sacrificios. Sabían que la hora de su liberación no había llegado todavía pero confiaban en que no dilataría mucho.
Después de eso Jesús me llevó a otro lugar similar. Allí las almas tiritaban en sus túnicas negras. Pero cuando me vieron entrar con Jesús, todas empezaron a agitarse. Yo tenía mi Rosario en la mano para rezar por ellas. Cuando vieron el Rosario, todas empezaron a gritar: “¡Rece por mí, querida hermana, rece por mí!” y trataban de sobreponer su voz, gritando más fuerte, solicitando mis oraciones, como una nube de abejas. Aunque todas gritaban a un tiempo, yo podía distinguir la voz de cada una. Reconocí a muchas entre ellas, personas a las que conocí cuando estaban en la Tierra. Vi a algunas religiosas de otras órdenes y también de la mía. Me espanté cuando una madre superiora se volteó hacia mí y me pidió humildemente que rezara por ella.
Después de esto, una religiosa, conocida mía, con sus manos juntas y tocando mi Rosario, me suplicó: “¡Por mí, por mí!”, mientras un extraño sudor, no sé si en el alma o en el cuerpo, corría sobre ella.
Después Jesús me llevó a un tercer lugar donde había un sinnúmero de religiosas, paradas y sin movimiento, mientras un fuerte sudor corría sobre ellas. Se volvieron hacia mí y me suplicaron que rezara el Rosario por ellas. En ese lugar había luz. Yo pensé: “¿Por qué será que ellas me piden el Rosario?” Entonces Jesús me mostró un Rosario, en el que en vez de las cuentas había flores y en cada flor vi brillar una gota de la Sangre de Jesús.
Cuando decimos el Rosario, las gotas de la Sangre de Jesús caen sobre la persona por quien lo ofrecemos. Las almas del Purgatorio están implorando continuamente la Sangre salvadora de Jesús.
El juicio particular
En varias ocasiones Jesús me llevó al lugar del juicio individual. La última vez que fui, oré por un alma pecadora. Mi confesor me dijo que le preguntara a Jesús si esa alma se había salvado. Entonces Jesús me permitió ver cómo esta alma había sido juzgada.
Yo pensaba que iba a ver algo aparatoso, mientras no vi nada de eso. Puedo describir esta experiencia sólo en imágenes. Vi a esta alma mientras se acercaba al lugar del juicio. A un lado estaba el Ángel de su Guarda y al otro satanás. Jesús, en Su Divina Majestad los estaba esperando porque Él es el Juez. El juicio fue rápido y en silencio. El alma pudo ver en un instante toda su vida, no con sus propios ojos, sino con los Ojos de Jesús. Vio las manchas negras, grandes y pequeñas. Si el alma va a la eterna condenación, no siente ningún remordimiento por lo que ha hecho. Jesús permanece callado y el alma se aparta de Él y entonces satanás la arrebata y la arrastra al infierno.
Sin embargo, durante la mayor parte del tiempo, Jesús, con un Amor indescriptible, extiende Su Mano y muestra el lugar al cual el alma debe ir. Jesús le dice: “¡Entra!” Y entonces el alma se pone un velo, similar al que he visto en el Purgatorio, blanco o negro, y ella se dirige al Purgatorio. La acompañan Nuestra Señora y su Ángel de la Guarda tratando de consolarla. Estas almas son muy felices porque ya vieron su lugar en el Cielo donde les espera la felicidad eterna.
Nuestra Señora no está presente en todas las fases del juicio, pero antes de que se pronuncie la sentencia, Ella le suplica a Su Hijo, como Abogada Defensora, exactamente como hace el abogado con su cliente, defendiendo en modo particular a las almas que durante su vida Le fueron devotas. Pero cuando el juicio empieza, Ella desaparece, sólo Su Gracia está irradiando sobre el alma. A la hora del juicio, el alma está completamente sola frente a Jesús. Después del juicio, cuando el alma está cubierta con el velo del color apropiado, entonces la Virgen aparece otra vez, se pone al lado del alma y la acompaña por el camino del Purgatorio.
La Virgen casi se pasa Su tiempo en el Purgatorio, irradiando Sus Gracias consoladoras y salvadoras.
El Purgatorio es un lugar de purificación, pero también un lugar de felicidad. Las almas que esperan allí están aguardando felices el momento de entrar a la felicidad eterna. El énfasis es en la felicidad y no en el sufrimiento. Olvidaba decir que el pecador que mencioné al principio, sí se salvó.
Le pregunté un día a Jesús:
—¿De qué depende nuestra salvación?
Y Él me contestó:
—La salvación no depende de hoy, de mañana o de ayer, sino del último momento. Por eso ustedes deben arrepentirse constantemente. Ustedes se salvan porque Yo los he salvado y no por sus méritos. Solamente el grado de la gloria que ustedes reciban en la eternidad depende de sus méritos. Por lo tanto, ustedes tienen que practicar constantemente dos cosas: el arrepentimiento de sus pecados y decir con frecuencia: “Oh, Jesús mío, en Tus Manos encomiendo mi alma”.
Uno no debe tener miedo al juicio. Jesús, como humilde Cordero, rodea las almas con un Amor indescriptible. El alma que ansía estar limpia llega al juicio para poder encontrarse con el Amor mismo de Quien ella estará enamorada eternamente. En cambio, el alma orgullosa, detesta este Amor, ella misma se distancia de Él y esto en sí mismo es el infierno.
Una vez, apoyada en el hombro de Jesús, yo lloré preguntándole:
—¿Por qué creaste el infierno?
Para contestarme, Jesús me llevó al juicio de un alma muy pecadora, a quien le perdonó sus pecados. Satanás estaba furioso:
—¡Tú no eres justo! —gritaba—. ¡Esta alma fue mía toda su vida! Éste cometió muchos pecados, mientras que yo cometí sólo uno y Tú creaste el infierno para mí.
—¡Lucifer! —le contestó Jesús con Amor infinito—. ¿Tú, alguna vez, Me pediste perdón?
Entonces Lucifer, fuera de sí, gritó:
—¡Eso nunca! ¡Eso nunca lo haré!
Entonces Jesús se volvió hacia mí, diciéndome:
—Ya lo ves, si él Me pidiera perdón tan sólo una vez, el infierno dejaría de existir.
Es por esto que Jesús nos pide que vivamos en continua conversión. Debemos meditar todo lo que Él sufrió por nuestros pecados para que podamos alcanzar la salvación. Hemos de amarle por Su Amor profundo. “Cada alma es un mundo único”, —me dijo—. “Una no puede reemplazar a otra”. Jesús ama a cada alma con un amor especial, y ese amor no es el mismo amor que tiene para las otras.
Cómo prevenir las tentaciones del demonio
—Mira, hija Mía, si tienes un gran pesar, y no puedes orar, si estás confundida acerca de algo, si estás lastimada, si te sientes apagada y no tienes fuerzas para nada, dime solamente con confianza y amor: “¡Jesús, Jesús!”. Entonces, oyendo Mi Nombre, los Ángeles, los Santos y Mi Madre Inmaculada, se postran ante Mí y Me adoran y el infierno se cierra, ya que el infierno está también bajo el poder de Dios y debe inclinarse ante Mi Nombre. En efecto, está escrito en la Biblia que el Cielo y la Tierra deberán inclinarse ante Mi Nombre. ¿No crees que el pronunciar Mi Nombre es una oración poderosa?
—Si durante la oración, tú no puedes hacer más que pronunciar Mi Nombre con amor y confianza; hazlo cada vez que respires, y así tú habrás rezado muy bien y podrás alcanzarlo todo.
Es por esto que nosotros no debemos convertir a los demás con la fuerza. Si alguien se encuentra lejos de nosotros, por ejemplo el padre, la madre o los hijos, es suficiente que recemos por ellos. De esta forma ellos son rodeados por una santa fuerza invisible. Todo esto debe ser a través de la Santísima Virgen, porque nosotros no podemos acercarnos a Jesús sin Su Madre, si queremos ser recibidos favorablemente por Él. Un hombre orgulloso no es capaz de hacer esto. Así Lucifer no pudo humillarse. Nuestra Madre lleva a todos Sus hijos en Sus brazos, los acaricia, les da Sus méritos y hace que Jesús pase por alto sus faltas. Si alguien desea acercarse a Jesús, entonces deberá dirigirse a Su Madre y entregarse totalmente a Ella. Entonces la Virgen seguramente protegerá y llevará a esa persona hasta Jesús.
María no eclipsa a Jesús
Yo era muy devota de María, pero cuando Jesús se me apareció, esa experiencia me llenó de tal forma que ya no podía pensar en nadie y en nada más que en Él. Por eso le pregunté un día a Jesús:
—¿Acaso no estoy ofendiendo a Tu Madre, si Te amo a Ti?
—Si tú quieres alegrar el Corazón de Mi Madre Inmaculada —me contestó Jesús sonriendo—, entonces dime: “Yo Te amo”.
—¡Jesús mío, desde ahora te diré siempre, “Yo Te amo”, para darle gusto a Tu Madre!
Si nosotros trabajamos para nuestra Santísima Madre como Sus apóstoles, no debemos pensar, ni por un momento, que Jesús esté ofendido por esto. Por esto un día Jesús me dijo: “Mi Madre Virgen no existe por Ella misma. Mi Madre Inmaculada y Yo somos uno. Si alguien Me ama, Mi Madre Inmaculada se regocija”.
La Madre de Jesús es indeciblemente feliz cuando nosotros le somos fieles a Jesús, Quien vive entre nosotros en el altar. En cambio, Jesús no es feliz si alguien descuida el honor a Su Madre. Jesús dijo: “Todo lo que tú Le digas a Mi Madre Inmaculada, Me lo estás diciendo a Mí, y si tú Le pides algo a Ella, tú Me lo estás pidiendo a Mí”.
¿Qué piensa Jesús de los hombres malvados?
En la pantalla de la televisión vi a un hombre que lanzó un perro tras unas personas que huían y el perro las despedazó. A mí me impresionó mucho que un hombre pudiera causarle tanto sufrimiento a otra persona y deseaba que el perro despedazara al hombre que lo había azuzado contra la gente. Entonces oí la voz triste de Jesús:
—Los que son torturados por otro hombre y mueren, reciben unas Gracias especiales de Mi parte y recibirán una indescriptible felicidad en la eternidad.
—¿Pero qué le ocurre a quien ha cometido un mal semejante?
—Aquel hombre también es Mi hijo, también por él he muerto. ¿Y tú ahora, quieres golpearlo? El mal que él cometió Me da menos pena que si tú, a quien Yo tanto amo, lo golpeas a él. Con este golpe tú Me hieres a Mí. Te ruego que no Me hagas daño. Mejor ruega por él para que pueda arrepentirse y no merezca ir a la eterna condenación sino que sea uno de los Míos.
Entonces Jesús me mostró qué tan ardientemente ama a los pecadores. Él me ama a mí como los ama a ellos. Jesús cubre nuestros pecados, con los cuales Lo estamos lastimando. No me atreveré a cometerlos de nuevo, porque no quisiera causarle dolor. Entendí que en el juicio final, cuando veamos nuestros pecados ya perdonados, seremos resplandecientes a causa del Amor de Jesús.
¿Qué piensa Jesús de nuestras acciones?
Un día le pregunté a Jesús qué tenía que hacer para complacerle. Me contestó:
—No importa lo que hagas, si estás sentada o acostada. Tú puedes hacer cualquier cosa. Lo único que importa es que tú estés siempre cerca de Mí y que Me ames. No debes nunca dar un paso lejos de Mí. Dime todo, también tus pensamientos. No dejes de hablarme. Lo único que te pido es que no Me ofendas. Yo haré el resto por ti: también Me encargaré del bienestar material y espiritual de tu familia. Si tú Me amas, tú no necesitas pedirme nada. Tú tienes solamente una tarea: ¡Amarme! Me gustaría que lo entendieras de una vez. Todo lo demás te será dado, Mi pobre y preciosa hija.
La confesión
Hay que ir seguido a confesarse. Vi que cuando alguien se está confesando, Jesús abre Sus Llagas y Su Preciosa Sangre fluye de Sus Heridas, gota a gota, mientras el Sacerdote da la absolución.
Jesús me dijo: “Hija Mía, ve a confesarte y di algo porque Yo quiero derramar otra vez Mi Sangre por la humanidad. Yo pido que se arrepientan”.
Jesús en busca de almas
Una vez me asusté al ver a Jesús vestido como un pordiosero, y le pregunté apenada:
—Mi querido Jesús, ¿dónde estuviste?
—A visitar a Mis Sacerdotes —me contestó.
—¿Qué es lo que querías de ellos?
—Les pedía almas.
—¿Obtuviste algunas?
—No, ninguna.
—Y, ¿por qué?
—Porque están más preocupados por sí mismos que por salvar almas. Ellos deberían trabajar incansablemente en la salvación de las almas, deberían negarse a sí mismos y dejar toda clase de diversiones, pero no lo hacen, aunque Yo oré por ellos en la Cruz: “Padre, en Tus Manos pongo sus almas, para que ni uno de ellos se pierda”. Hija Mía, por favor, reza por ellos día y noche. Cada sacrificio hazlo por Mis Sacerdotes, para que en el último juicio no estén con las manos vacías, tal como ahora los encontré.
“Tu sola preocupación: ¡Amarme!”
Con frecuencia gocé de la presencia de Jesús y María juntos. Les pedí que no me convirtiera en espectáculo para este mundo. Yo deseaba seguir en el anonimato en esta Tierra, con un solo deseo y un solo gozo: “Ustedes y yo”. “Señor, si mi vida fuera diferente y mejor que la Tuya, tendría vergüenza de mirarte. ¡Señor mío, que mi vida esté oculta al mundo como fue la tuya!”
A causa de las manipulaciones del demonio, sufrí mucho pensando que me condenaría. Después de largos sufrimientos, Jesús así me habló: “Tu sola preocupación debe ser amarme. Ya no te preocupes más por tus pecados. No trabajes para ser una santa, déjamelo a Mí eso. Yo te haré santa. Tu sola preocupación es la de amarme. Cree firmemente que Yo te amo también. De este modo recibirás Mis Gracias y en todo momento tu alma estará llena de alegría”.
FUENTE: aparicionesdejesusymaria.wordpress.com