Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a sus hijos predilectos.
C
"OS HE DADO EJEMPLO"
"Yo di ejemplo a mis sacerdotes para que no pudieran alegar ignorancia, al tenerme a Mi como espejo para copiarme en ellos.
Mi fin, el plan que tengo es el de su transformación en Mí; por eso les di ejemplo, y aún más: los alimenté con mi misma substancia, porque substancia mía es mi divina doctrina salvadora y santificadora.
Me preocupé en mi vida mortal, más que por nadie, por mis discípulos, viendo en ellos a mis sacerdotes, y fui su ejemplo vivo de humildad, de caridad, de mansedumbre, de pureza, de sacrificio, de delicadeza, de paz, de abnegación, de suavidad, siempre cubriendo sus defectos y disimulando sus faltas. Les di ejemplo, sobre todo, de mi inmenso amor al Padre, de mi reverencia al Padre en Mí, y nada hice delante de ellos que no lo refiriera a mi Padre amado.
Y todo esto era mi Evangelio vivido, enseñado paso a paso, gota a gota, día a día; y así instruí a aquellos corazones sacerdotales que repercutían en todos los siglos de mi Iglesia y en mis sacerdotes.
¿Y para qué hice esto, para qué me puse de ejemplo vivo en mis Apóstoles, en donde veía Yo a mis futuros sacerdotes? Claro está que para que me copiaran, ¡para que fueran otros Yo, linea a linea, virtud por virtud, heroísmo por heroísmo, sangre por sangre!
Pero además, al dejar el imperecedero ejemplo de sacerdote, de Salvador, de Jesús mismo, quería que los sacerdotes que me representaban, que debían estar transformados en Mí, dieran a su vez ejemplo a las almas, para atraerlas, santificarlas y salvarlas.
Ese fue también mi fin extensivo de amor. Primero,que mis sacerdotes, tuvieran un espejo sin mácula en donde verse,un Modelo que copiar para santificarse; y después, las almas, esas almas que son mi delirio por una sola cosa que encierra todas para un Dios: el ver en ellas la imagen bendita de la Trinidad; imagen que la Trinidad cuida, ama y quiere que vuelva al principio de donde salió.
Esa imagen de la Trinidad que lleva en sí misma cada alma, salida de Dios mismo, y con el fin sublime de volver al centro de donde partió, a la unidad, es lo que Yo busco, lo que mis sacerdotes deben buscar también.
Mas, para orientar esas amadas almas a su fin, es necesario el santo ejemplo de mis sacerdotes, la transformación y consumación de los sacerdotes en Mí. Y sólo entonces podrán hacer que se realice la ilusión del Padre, la petición más ardiente del Hijo, por medio del Espíritu Santo: que vuelvan todas las almas a la unidad, siendo todas una misma cosa en Mí y en mi Padre, consumadas en la Trinidad.
Pero ¡ay! mi dolor es que ese ejemplo de muchos de mis sacerdotes no es mi ejemplo. Deben ser otros Yo, y muchos, no sólo no lo son, sino que son opuestos a Mí en su interior y muchas veces hasta en su exterior; son todo lo contrario de los ejemplos que Yo les he dado, me ofenden doblemente a Mí y escandalizan a las almas.
Si se fijan, verán que casi siempre en mis sacerdotes son dobles las culpas, por ser en ellos dobles sus sagrados deberes. tienen deberes íntimos Conmigo y tienen deberes interiores y exteriores con las almas.
Y voy a descubrirles una dolorosa espina más que hace sangrar mi Corazón en lealtad. En muchas ocasiones, el cinismo e hipocresía que contemplo dolorido, tratan muchos de los que me sirven de dar exteriormente ejemplos de santidad a las almas, mientras en su interior son como sepulcros blanqueados ante las miradas de la Trinidad.
Y no, no está bueno eso, porque debe corresponder el exterior al interior del sacerdote; y no con falsedades que tanto me ofenden, no con doblez que desdice de la sencillez del sacerdote, sino con verdad, debe reproducir fuera lo que lleva dentro.
Claro está, sin embargo, que los sacerdotes no deben hacer patentes sus miserias a las almas, porque las escandalizan, que es muy delicada y de muchas consecuencias la honra del sacerdote.
Y hasta ese grado de condescendencia inconcebible me presto Yo, es decir, hasta cubrir ante el mundo sus maldades. Pero Yo soy primero que el mundo; y más bien que tener que descender hasta estas condescendencias, debo ser el honrado y el glorificado por ellos en espíritu y en verdad.
¿De qué sirve ante Mí, ante el tribunal de mi justicia, la hipocresía de un sacerdote, que trata de parecer lo que no es y me obliga, por mi caridad y el honor de mi Iglesia, a beber las hieles del disimulo, cubriéndolo, repito, ante los demás, con la caridad que me caracteriza, como cubría a Judas su traición, pero sangrando mi alma y avergonzándome como Sacerdote -en quien están encerrados todos los sacerdotes- ante mi Padre celestial?
Es un crimen de lesa majestad, aunque no esté consignado -precisamente por lo inconcebible y por mi caridad infinita-, eso de que un sacerdote indigno, no puro,no íntegro, me haga ruborizar ante lo que más amo, ante mi Padre celestial.
Si consideramos a la Divinidad, una en las tres Divinas Personas, al ofender a mi Padre se me ofende a Mí en el Espíritu Santo. A Mí, como Dios; a Mí como Dios-hombre. Y no se pesa esto ni se mide la magnitud de la ofensa ni el castigo que merece.
Los sacerdotes deben ser y parecer lo que son; que en ellos el ser y el parecer sean una misma cosa ante el cielo y la tierra; y que reflexionen en que si Yo les di ejemplo, fue, no tan sólo para que me copiaran en sí mismos, sino para que a su vez dieran ejemplo a las almas y prolongaran mi misión en la tierra, volviéndose otros Jesús, transformados en Mí.
¡Oh! ¡y qué distinto estaría el mundo, si mis sacerdotes fueran otros Yo y dieran ejemplo y fueran espejos limpios y puros, en donde a su vez las almas se miraran! En ellos me verían a Mí y en ellos y por ellos me amarían a Mí. Entonces, al imitarlos me imitarían a Mí y llegaría a realizarse aquella plegaria al Padre: el consumar a todos en Mí.
Que reflexionen mucho mis sacerdotes y sigan mi ejemplo y den ejemplo de mis virtudes excelsas.
¡Cuántas almas se pierden y enfrían, descorazonadas por lo que ven, por lo que saben, por lo que oyen a mis sacerdotes, que dicen y no hacen! ¿De qué sirven las palabras sin obras?
Y entienda que por más que predique con los labios y que aconseje un sacerdote indigno, si no concuerdan con todo eso sus obras, es letra muerta en las almas; no tendrán virtud ni eficacia sus palabras, porque no estaré Yo en ellas; antes bien, más o menos tarde, al descubrirse lo que ellos cubren, será peor el escándalo de quienes lo oyeron.
Es indispensable para los sacerdotes el ser otros Yo para que su ejemplo sea santo, sea cierto, sea verdadero y glorifique a la Trinidad y le dé corazones enamorados de Dios que lo amen".