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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. CX: DIOS ES JUSTO EN LA CONDENACIÓN DE LAS ALMAS.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos.


CX

DIOS ES JUSTO EN LA CONDENACIÓN DE LAS ALMAS



"Yo no escogí a las personas que intervinieron en mi Pasión; fueron sin duda instrumentos de que Dios se valió para la consumación de este misterio admirable, adorable y santo de la Redención; pero la malicia, los sentimientos aviesos, la maldad de esos corazones fueron cosa suya.  Y lo condenable en ellos no son tanto las personas ni, en cierto sentido, los hechos, como la negrura de sus almas, la malicia infernal que los movía, la culpa interna, la malicia que impulsa sus actos de odio y de ingratitud para mis beneficios; en una palabra, la obstinada ceguedad, consentida y aceptada, de que se hicieron reos.

Eso es lo condenable.  En Dios no puede haber injusticia.  Una por una, esas personas tuvieron muchas veces ocasiones de conocerme, y la despreciaron.  Les di repetidas muestras y motivos poderosos para mover sus corazones empedernidos en el mal y llenos de rastreras pasiones.  A unos los dominaba la soberbia, a otros los respetos humanos, a muchos el deseo de quedar bien con los grandes y no perjudicar sus intereses materiales, etc.

Yo hablé y enseñé e hice milagros sin cuento en público; y unos, los sencillos, los puros y los humildes me creyeron; y otros, cegados por la ira, la impureza y otros vicios, me aborrecieron.

A Judas,  ¡cuánto hice por salvarlo hasta o último, cómo traté de conmover su corazón con gracias y ternura no imaginables!

A Caifás y a los sacerdotes,  ¿cuántas señales patentes a sus ojos, en mi vida y en mi muerte, de que era un Dios al que habían crucificado?  A Pilato,  ¿no estaba dispuesto a explicarle lo que era Yo, la Verdad, el Camino, la Vida?

No, no hubo injusticia de parte de Dios en esos instrumentos necesarios para que el Hijo de Dios fuera inmolado y muerto por los pecadores; porque en esos pecadores estaban comprendidos ellos mismos y todos mis enemigos; porque la Redención fue universal, no se limitó a ciertas personas, clases o naciones.  Mi Sangre fue derramada, no solamente para unos, sino por todos, y mi Evangelio y mis gracias fueron para justos y pecadores.

Además,  ¿quién puede saber a ciencia cierta --sino Yo mismo-- quiénes de ellos se salvaron y quiénes se condenaron?  ¿No pedí perdón a mi Padre para los que ignoraban lo que hacían y no se daban cuenta de la magnitud de su crimen, en aquellos terribles y dolorosos momentos de la crucifixión?  ¿Qué hice siempre durante mi vida mortal, en mi Pasión, en mi Muerte, en mi Resurrección, sino beneficios?  ¿Cuántos toques internos de la gracia les di a las alas?  ¿Qué, no dejé romper mi Corazón sólo para manifestar mi amor y para que cupieran ahí los hombres y se salvaran con mi ternura?

Nadie puede tachar a Dios de injusto, y Dios sí puede echar en cara al hombre su poca misericordia y caridad, y su falta de perdón para con sus semejantes.  Yo sí que deploro y lamento la poca o ninguna gratitud que recibo de tantas almas, sobre todo de las consagradas a Mí, que no pesan ni saben apreciar la infinita ternura del amor de todo un Dios para con ellas.  ¡Oh!  ¡si a lo menos por mis sacerdotes y por los que se llaman míos fuera comprendido mi amor infinito!...

Otro punto que quiero tocar para desvanecer ese sentir erróneo de la predestinación es éste:Lo que una vez hago, lo que ha salido de Mí, no lo destruyo, y destruir es para Mí un alma que se condena, en el sentido de que se arranca como sarmiento, como rama, del Árbol de la vida que soy Yo, que es mi Iglesia.  A lo que le doy la vida, a lo que saco de la nada y más a lo que sale divinizado por el Espíritu Santo del seno del Padre, es para siempre.

A mis obras, y más al hombre que es la obra más perfecta del Creador, le doy la vida sólo para que me glorifique eternamente; su alma es inmortal y su cuerpo, pasada la destrucción de la carne por el pecado, será también inmortal, resucitará y volverá a unirse con el alma para el cielo o para el infierno.  Este es un dogma de fe.

Pero insisto en que, al crear al hombre, no es para perderlo, para condenarlo; sino para mi gloria, para salvarlo, para que tenga vida en abundancia, la verdadera vida de la gracia y de la gloria, y no la muerte eterna.

Por tanto, todas las almas han sido creadas por Dios para ser felices en el cielo; y si se condenan, es porque a sabiendas y con toda malicia quieren condenarse.  Si esto no fuera así sería darle el triunfo a Satanás, sería concederle la victoria a sectas falsas y no a la única religión verdadera, la única que abre el cielo: la católica, apostólica, romana.

¿Sería posible que a la postre quedara burlado Dios, el Verbo hecho hombre, y envilecida, derrotada y mermada la Redención?  No.  Y por eso a cada impulso arrollador del infierno viene otro impulso superior del Espíritu Santo en la Iglesia, que destruye y sofoca los bríos satánicos y los aplasta.

¿Creen que el Espíritu Santo, y con Él la Trinidad beatísima, saliera derrotado y vencido?  Eso ni de pensamiento.  Seguirá la lucha entre los dos espíritus, el bueno y el malo, mientras el mundo exista; pero triunfará sin duda el Verbo Encarnado, la Iglesia santa, la Cruz de Cristo; y juzgarán al mundo Conmigo todos los sacerdotes transformados en Mí, es decir, Jesucristo, Sacerdote Eterno, en quien todos los sacerdotes están fundidos, en la unidad de la trinidad.

Pero entre tanto, ellos en Mí, y Yo en ellos en a tierra, continuaremos la lucha contra el infierno, para arrebatarle almas y más almas por el amor y el sacrificio amoroso.  Una nueva cruzada por el Espíritu Santo en mis sacerdotes transformados en Mí será la gran palanca para elevar a las almas pecadoras de sus vicios al cielo.

Pero si sé salvar y repartir mis gracias extraordinarias para triunfar del demonio y salvar a las almas de los pecadores, en mi providencia ordinaria me valgo de los elementos de mi Iglesia, puestos por Mí con este fin, el de la salvación de las almas.  Y para estas conquistas necesito a mis sacerdotes santos, transformados en Mí, para que con mi atractivo divino salga de ellos virtud que convierta, que conmueva y salve a muchos corazones.

A medida de la transformación de los sacerdotes en Mí serán sus conquistas. Mientas sean más Jesús, tendrán más almas que ofrendar a mi Padre, más virtud de atracción, más luz para descubrir los lazos satánicos y más caridad por su unión con el que es todo Amor, Bondad, Misericordia y Perdón.

Por ser todopoderoso, no necesito de nadie; pero quiero necesitar,y mi eterna Sabiduría puso su plan salvador en mi Iglesia para sacar de ahí, es decir, de mi mismo Corazón-- que es esa Iglesia amada-- los elementos que me ayudaran en la tierra a conseguir que las almas se salven y sean dichosas eternamente.  ¿Qué ha de querer todo un Dios caridad, un Dios amor, un Dios feliz en Sí mismo, sino compartir con las almas esa caridad, ese amor, esa felicidad eterna?

Pues bien, a mis sacerdotes, que son mis almas consentidas, mis almas de elección, les toca secundar mis planes; y para secundarlos con perfección,  para que no sean tan sólo campanas que suenen y árboles sin fruto, necesitan a toda costa su transformación en Mí, que Yo sabré en mi infinita magnanimidad y largueza recompensarlos.


Y esa compensa soy Yo mismo; pero esa  visión deleitable, esa unión más que angélica, esa compenetración profunda e inagotable de dicha en las dichas, de gozo en los gozos, que se interna en los abismos de los secretos divinos de la Trinidad, no tiene comparación ni se puede comprender en la tierra.

En ese premio eterno se despliega la munificencia de todo un Dios Amor; y nada son esos trabajos, desvelos y aun martirios de mis sacerdotes, no para merecerlo, sino para hacerse menos indignos de tanto amor de la Trinidad.

¿Ven cómo me ama y me trata mi Padre en el cielo?  Pues bien, Conmigo y unos en Mí, los verá el Padre, y recibirán todo el torrente de delicias sempiternas, por su transformación en Mí".

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