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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. CXIII: INTIMIDADES DIVINAS.

Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo a Sus hijos predilectos.

CXIII

INTIMIDADES DIVINAS



"Otro punto de mi caridad, de la ternura de mi Corazón que sufre al ver sufrir, es este recurso de infinito valor en mi Iglesia:  las Indulgencias, esa moneda de la que dispone el tesoro de la Iglesia en favor de todas las almas, que pueden lucrar para sí y para las almas del purgatorio.

La Iglesia usa el valor de mis méritos infinitos que a todo le da vida, y de las obras buenas, y de los sacrificios y dolores de las alas y de los cuerpos --muchas inocentes como las de los niños-- y no desperdicia el menor ápice que lleve germen sobrenatural, y lo aplica para el mismo bien de las almas, como una especie de moneda o derivación de la comunión de los santos.

Y vean todavía más y más derroches de mi ternura.  Al salvar a un pecador en los últimos instantes de una vida mala, mi caridad infinita, al verlo reo de tanta pena por sus culpas, aun por las ya perdonadas, hago que las indulgencias le condonen o le disminuyan dichas penas y llegue al purgatorio con menos deudas que pagar, para recibirlo --tan luego como pague a mi Justicia-- en los brazos de su Salvador, de  Jesús Redentor, del Corazón que no perdona a medias, sino que le abre su inmenso seno de misericordiosa bondad y lo introduce ne el cielo como trofeo de sus victorias.

Hasta más allá de la muerte llega mi ternura con las almas.  No quiero ver, cierro los ojos, por decirlo así, de mi Justicia, y solo abro, --¡cuántas veces!-- los de mi bondad sin límites; porque la ternura de mi Corazón para con las almas, el amor que tengo a los justos y a los pecadores, me hace traición.

Este es, si pudiera así decirse, la debilidad de todo un Dios: su amor, su infinito y eterno amor, que creó a las almas para el cielo y que llora por las extraviadas, que las llama como Pastor con silbidos amorosos y que las busca de mil modos sin cansarse jamás, que las persigue hasta el postrer instante de la vida, y todavía aminora sus merecidas penas con las indulgencias, hasta más allá de la vida mortal.  ¡Tiene el Dios-hombre tantos recursos de amor!

En estas confidencias íntimas, de corazón a Corazón, les voy a confiar un secreto que dejé traslucir:  la debilidad, le llamaremos así, del Corazón de un Dios Salvador, de Jesús Redentor.  Y ¿cuál es esta divina debilidad?  Es el amor, el amor que me vence, que me domina, que se sobrepone a mis Justicia misma; que me hace abajarme y olvidar, y borrar, y perdonar, y besar, y estrechar contra mi Corazón ardiente a las lamas pecadoras, a las almas ingratas, a las que me han ofendido y olvidado, y ¡hasta odiado!

¿Para qué me dejaste hacerme hombre? le digo a mi Padre amado.  ¿Para qué me diste este Corazón tan amante con latidos de un Dios, todo bondad infinita?

¿Para qué, Padre mío, regalaste a tu Hijo divino a la humanidad caída?  ¿Para qué me hiciste Jesús, Salvador, y de la misma carne de ellos, a quienes tanto quise a mi paso por la tierra?

Y si esto le digo a mi Padre, mientras tiembla mi Corazón de amor por los pecadores todos, ¿no se figuran lo que diré en favor de mis sacerdotes extraviados, de mis sacerdotes caídos, o tibios, o indiferentes, o tentados, o cansados, o en peligros, mediatos o inmediatos, de perderse?...

Entonces redoblo mis caricias de Hijo; interpongo mis sufrimientos del Calvario; alego mi santa misión de eterno Sacerdote; pongo a su vista la unión que tienen Conmigo por su vocación santa en el mismo seno de María; y le pido, y le ruego, y lo conmuevo como Dios-hombre, con toda la plenitud, ternura y fuerza de mi Corazón de hombre, y ... triunfo, triunfo de ese Padre amado, de ese justo Juez --uno Conmigo en la Divinidad-- y alcanzo esperas, y me gozo en retardar la sentencia, y me interpongo ante los castigos, y rasgo mi pecho sacrosanto con el fuego intensísimo de mi amor al hombre, presentándolo así a mi Padre hasta que acaba por mirarme desarmado, por sonreírme bondadoso, por estrechar en su amoroso seno al hombre-Dios, al Jesús Salvador, al que le permitió tomar un Cuerpo humano para ser Víctima y lavar con toda su sangre los crímenes del mundo!

Le muestro, en favor de los sacerdotes y de mi Iglesia, mi Corazón herido; le hago sentir lo que Yo siento en favor de mis ministros culpables; le ofrezco por ellos lo que me pida, lo que quiera, otra Redención y otra Cruz; pero... ¡sólo me pide amor!  ¡Y desbordo en el abismo infinito de su MISMO SER! y... ¡triunfo, triunfo del Padre adorado, y alcanzo plazos, y gracias, y esperas, repito, como Dios-Hombre, de la infinita caridad del Padre y del Santo Espíritu!

¡Si pudieran ver estas reyertas --las llamaré así en su lenguaje-- de Amor a Amor, de justicia a Justicia, del Hijo al Padre, del Padre al Hijo, triunfando siempre al Amor, la Persona divina del Amor, el Espíritu Santo, que contempla extasiado estas luchas de la Justicia y del Amor!...

¡Si mis sacerdotes se percataran de estas luchas de amor dentro de la unidad de Dios, en el seno mismo de Dios, nacidas en el Corazón del hombre Dios luchando en favor de mis sacerdotes en el mismo seno augusto de la Trinidad!

¡Ay, se sentirían morir de emoción, de gratitud y de amor!  ¡Cómo correrían sus lagrimas al ver luchar a Dios con Dios mismo en favor de sus almas, y por sólo el amor!  ¡Cómo entenderían algo siquiera de la dignidad tan grande del sacerdote, al ver luchar al eterno Sacerdote, para salvar esa dignidad en ellos y en la Iglesia, por las tiernas y amorosas fibras del Corazón del Verbo hecho carne!

Y  ¿saben lo que digo a mi Padre, lo que alego como hombre-Dios, con lo que hago que se conmueva mi Padre amado?

Le presento al Sacerdote eterno, del cual participa mi Iglesia santa.  Esta fibra lo conmueve, lo desarma.  Además, mis promesas al ofrecerle --porque Yo soy la Promesa del Padre--que van todos los sacerdotes a transformarse en Mí, los buenos y los no buenos, los fervorosos y los tibios.

Y le repito emocionado, entusiasmado, inflamado de amor:  ¿No ves, Padre mío, que ellos son otros Yo?  ¿No los escuchas casi a cada instante que dicen en la tierra:  "Éste es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre" siendo entonces Yo?  ¿Cómo no perdonar, no esperar, no disimular pecados y defectos y frialdades tan propias del hombre, si esas almas sacerdotales son capaces de reaccionar, de volar a la perfección, elevarse, de transformarse en Mí?

¿No te miran, Padre amado, a cada momento desde la tierra, con la mirada Mía, envolviéndote en un mundo de respeto,de adoración, de ternura, de sumisión y de amor?

¿No son acaso tus almas de elección, tus almas predilectas, en las que tiene la Trinidad su asiento y su esperanza en la tierra para salvar a las almas?

Así le digo a mi amado Padre; y mi papel de Redentor y de Salvador no cesa un instante en favor de mis sacerdotes.  Y ellos, ¡ay! ni saben lo que me deben, ni me agradecen la actividad de amor que consume en su favor mi alma.

Esas luchas son a todas horas, porque en Dios no hay tiempo: mi Corazón de hombre, unido a la Divinidad, clama sin palabras, porque soy el Verbo, la eterna Palabra que se comunica en un silencio divino, de Entendimiento a Entendimiento, de Corazón a Corazón, y en una sola substancia divina, en una sola Unidad.

Y en el Seno de mi Padre, Espejo purísimo, reproduzco todos mis quereres, peticiones y amores en un solo amor, en el Espíritu Santo.

Todo lo que digo al Padre es con un solo acto de mi voluntad divina, que repercute en olas suavísimas y vibra en cada Divina Persona.

Así se habla en el cielo: el pensar, el sentir y el hablar se traducen en amor. Y en el seno de la unidad, en el inmenso abismo de la Divinidad, tienen eco todos sus deseos, anhelos y quereres de hombre, unificados en un solo querer de Dios.

Todo esto que he traducido en palabras son hechos ciertos, pero unificados en la UNIDAD, con vibraciones múltiples, con eco infinito, que resuenan en el seno de la misma Trinidad. 

¿Quiénes son mis sacerdotes para interesarme tanto en ellos?  Pues son otros Yo mismo, y más perfectamente lo son los sacerdotes transformados en Mí.

Son mi mismo Cuerpo, mi misma Sangre, mi mismo Corazón; son mis esperanzas en la Iglesia, y su actividad y su decoro.

Son los conductos por donde se derrama en las almas la misma Trinidad; son la imagen de Dios en la tierra; son la fecundación del Padre en las almas.

Son más de María que los demás hombres, son mis representantes en la tierra para con las almas, y los que perdonan, y los que salvan; los que evangelizan y los que forman a Jesús en los corazones.

Son mis vasos de elección, mis escogidos, mis apóstoles, mis mártires en muchas formas. Son los lirios que deben perfumar los altares; son las cruces vivas en donde mi Corazón descansa; son el consuelo de mi Padre en la tierra, porque en ellos me contempla a Mí, su Hijo muy amado en quien  se complace.

Son los verdaderos nidos del Espíritu Santo, como Yo, y quienes lo poseen en forma especial.

Todo eso y más son para Mí y para la Trinidad: para el Padre, para el Verbo hecho carne que soy Yo, y para el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, que ansía poseer a sus sacerdotes más y más plenamente, porque de manera muy especial le pertenecen.

Con que ya ven la profunda intimidad de esta confidencia.  Ahora, ayúdenme a alcanzar con sus penas, sacrificios y oraciones lo que tanto anhelo y he pedido en mil formas, la transformación plena y consumada de los sacerdotes en Mí.

Tengan en cuenta que ésta es la Promesa del Hijo al Padre; que no quede fallida; que todos correspondan a mis ardientes deseos, para glorificación de mi Padre, de mi Iglesia, de ellos mismos y de las almas, consumados por fin en la unidad de la Trinidad".




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