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MAGISTERIO DE LOS SUMOS PONTÍFICES SOBRE EL CELIBATO (PARTE 6)

6. SS. PABLO VI.

(Segunda de varias entregas del punto 6)

Pablo VI, Papa número 262 de la Iglesia
Católica, entre 1963 y 1978.


ASPECTOS DOCTRINALES

1. Las razones del celibato sacerdotal
El concilio y el celibato

17. Ciertamente, como ha declarado el sagrado Concilio ecuménico Vaticano II la virginidad «no es exigida por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece por la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las Iglesias orientales»[4], pero el mismo sagrado concilio no ha dudado en confirmar solemnemente la antigua, sagrada y providencial ley vigente del celibato sacerdotal, exponiendo también los motivos que la justifican para todos los que saben apreciar con espíritu de fe y con íntimo y generoso fervor los dones divinos.

Argumentos antiguos puestos a nueva luz

18. No es la primera vez que se reflexiona sobre la «múltiple conveniencia» (1.c.) del celibato para los ministros de Dios; y aunque las razones aducidas han sido diversas, según la diversa mentalidad y las diversas situaciones, han estado siempre inspiradas en consideraciones específicamente cristianas, en el fondo de las cuales late la intuición de motivos más profundos. Estos motivos pueden venir a mejor luz, no sin el influjo del Espíritu Santo, prometido por Cristo a los suyos para el conocimiento de las cosas venideras (cf. Jn 16,13) y para hacer progresar en el Pueblo de Dios la inteligencia del misterio de Cristo y de la Iglesia, sirviéndose también de la experiencia procurada por una penetración mayor de las cosas espirituales a través de los siglos[5].

A) Dimensión Cristológica
La novedad de Cristo

19. El sacerdocio cristiano, que es nuevo, solamente puede ser comprendido a la luz de la novedad de Cristo, pontífice sumo y eterno sacerdote, que ha instituido el sacerdocio ministerial como real participación de su único sacerdocio[6]. El ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios (1 Cor 4,1) tiene, por consiguiente, en El también el modelo directo y el supremo ideal (cf. 1 Cor 11,1). El Señor Jesús, unigénito de Dios enviado por el Padre al mundo, se hizo hombre para que la humanidad, sometida al pecado y la muerte, fuese regenerada y, mediante un nuevo nacimiento (Jn 3,5; Tit 3,5), entrase en el reino de los cielos. Consagrado totalmente a la voluntad del Padre (Jn 4,34; 17,4), Jesús realizó mediante su misterio pascual esta nueva creación (2 Cor 5,17; Gál 6,15), introduciendo en el tiempo y en el mundo una forma nueva, sublime y divina de vida, que transforma la misma condición terrena de la humanidad (cf. Gál 3,28).

Matrimonio y celibato en la novedad de Cristo

20. El matrimonio, que por voluntad de Dios continúa la obra de la primera creación (Gén 2,18), asumido en el designio total de la salvación, adquiere, también él, nuevo significado y valor. Efectivamente, Jesús le ha restituido su primitiva dignidad (Mt 19,38), lo ha honrado (cf. Jn 2,1-11) y lo ha elevado a la dignidad de sacramento y de misterioso signo de su unión con la Iglesia (Ef 5,32). Así, los cónyuges cristianos, en el ejercicio del mutuo amor, cumpliendo sus específicos deberes y tendiendo a la santidad que les es propia, marchan juntos hacia la patria celestial. Cristo, mediador de un testamento más excelente (Heb 8,6), ha abierto también un camino nuevo, en el que la criatura humana, adhiriéndose total y directamente al Señor y preocupada solamente de El y de sus cosas (1 Cor 7,33-35), manifiesta de modo más claro y completo la realidad, profundamente innovadora, del Nuevo Testamento.

Virginidad y sacerdocio en Cristo mediador

21. Cristo, Hijo único del Padre, en virtud de su misma encarnación, ha sido constituido mediador entre el cielo y la tierra, entre el Padre y el género humano. En plena armonía con esta misión, Cristo permaneció toda la vida en el estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministro esté más libre de vínculos de carne y de sangre[7]
.
El celibato por el reino de los cielos

22. Jesús, que escogió los primeros ministros de la salvación y quiso que entrasen en la inteligencia de los misterios del reino de los cielos (Mt 13,11; Mc 4,11; Lc 8,10), cooperadores de Dios con título especialísimo, embajadores suyos (2 Cor 5,20), y les llamó amigos y hermanos (Jn 15,15; 20,17), por los cuales se consagró a sí mismo a fin de que fuesen consagrados en la verdad (Jn 17,19), prometió una recompensa superabundante a todo el que hubiera abandonado casa, familia, mujer e hijos por el reino de Dios (Lc 18,29-30). Más aún, recomendó también[8], con palabras cargadas de misterio y de expectación, una consagración todavía más perfecta al reino de los cielos por medio de la virginidad, como consecuencia de un don especial (Mt 19,11-12). La respuesta a este divino carisma tiene como motivo el reino de los cielos (ibid., v.12); e igualmente de este reino, del Evangelio y del nombre de Cristo (Mt 19,29), toman su motivo las invitaciones de Jesús a las arduas renuncias apostólicas para una participación más íntima en su suerte (cf. Mc, l.c.).

Testimonio de Cristo

23. Es, pues, el misterio de la novedad de Cristo de todo lo que Él es y significa; es la suma de los más altos ideales del Evangelio y del reino; es una especial manifestación de la gracia que brota del misterio pascual del Redentor, lo que hace deseable y digna la elección de la virginidad por parte de los llamados por el Señor Jesús, con la intención no solamente de participar de su oficio sacerdotal, sino también de compartir con El su mismo estado de vida.

Plenitud de amor

24. La respuesta a la vocación divina es una respuesta de amor al amor que Cristo nos ha demostrado de manera sublime (Jn 15,13; 3,16); ella se cubre de misterio en el particular amor por las almas, a las cuales El ha hecho sentir sus llamadas más comprometedoras (cf. Mc 1,21). La gracia multiplica con fuerza divina las exigencias del amor, que, cuando es auténtico, es total, exclusivo, estable y perenne, estímulo irresistible para todos los heroísmos. Por eso la elección del sagrado celibato ha sido considerada siempre en la Iglesia «como señal y estímulo de caridad»[9], señal de un amor sin reservas, estímulo de una caridad abierta a todos. ¿Quién jamás puede ver en una vida entregada tan enteramente y por las razones que hemos expuesto, señales de pobreza espiritual, de egoísmo, mientras que, por el contrario, es, y debe ser, un raro y por demás significativo ejemplo de vida, que tiene como motor y fuerza el amor, en el que el hombre expresa su exclusiva grandeza? ¿Quién jamás podrá dudar de la plenitud moral y espiritual de una vida de tal manera consagrada, no ya a un ideal, aunque sea el más sublime, sino a Cristo y a su obra en favor de una humanidad nueva, en todos los lugares y en todos los tiempos?

Invitación al estudio

25. Esta perspectiva bíblica y teológica, que asocia nuestro sacerdocio ministerial al de Cristo, y que de la total y exclusiva entrega de Cristo a su misión salvífica saca el ejemplo y la razón de nuestra asimilación a la forma de caridad y de sacrificio, propia de Cristo redentor, nos parece tan fecunda y tan llena de verdades especulativas y prácticas, que os invitamos a vosotros, venerables hermanos, invitamos a los estudiosos de la doctrina cristiana y a los maestros de espíritu y a todos los sacerdotes capaces de las intuiciones sobrenaturales sobre su vocación, a perseverar en el estudio de estas perspectivas y penetrar e. sus íntimas y fecundas realidades, de suerte que el vínculo entre el sacerdocio y el celibato aparezca cada vez mejor en su lógica luminosa y heroica, de amor único ilimitado hacia Cristo Señor y hacia su Iglesia.

B) Dimensión eclesiológica
El celibato y el amor de Cristo y del sacerdote por la Iglesia

26. Apresado por Cristo Jesús (Flp 3,12) hasta el abandono total de sí mismo en El, el sacerdote se configura más perfectamente a Cristo, también en el amor con que el eterno sacerdote ha amado a su cuerpo, la Iglesia, ofreciéndose a sí mismo todo por ella, para hacer de ella una esposa gloriosa, santa e inmaculada (cf. Ef 5,26-27).

Efectivamente, la virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión, por la cual los hijos de Dios no son engendrados ni por la carne ni por la sangre (Jn 1,13)[10].

Unidad y armonía en la vida sacerdotal: el ministerio de la palabra

27. El sacerdote, dedicándose al servicio del Señor Jesús y de su Cuerpo místico en completa libertad, más facilitada gracias a su total ofrecimiento, realiza más plenamente la unidad y la armonía de su vida sacerdotal[11]. Crece en él la idoneidad para oír la palabra de Dios y para la oración. De hecho, la palabra de Dios, custodiada por la Iglesia, suscita en el sacerdote que diariamente la medita, la vive y la anuncia a los fieles los ecos más vibrantes y profundos.

El oficio divino y la oración

28. Así, dedicado total y exclusivamente a las cosas de Dios y de la Iglesia, como Cristo (cf. Lc 2,49; 1 Cor 7,32-33), su ministro, a imitación del sumo Sacerdote, siempre vivo en la presencia de Dios para interceder en favor nuestro (Heb 9,24; 7,25), recibe, del atento y devoto rezo del oficio divino con el que él presta su voz a la Iglesia, que ora juntamente con su Esposo[12], alegría e impulso incesantes, y experimenta la necesidad de prolongar su asiduidad en la oración, que es una función exquisitamente sacerdotal (Act 6,2).

El ministerio de la gracia y de la Eucaristía

29. Y todo el resto de la vida del sacerdote adquiere mayor plenitud de significado y de eficacia santificadora. Su especial empeño en la propia santificación encuentra, efectivamente, nuevos incentivos en el ministerio de la gracia y en el ministerio de la Eucaristía, en la que se encierra todo el bien de la Iglesia[13]; actuando en persona de Cristo, el sacerdote se une más íntimamente a la ofrenda, poniendo sobre el altar su vida entera, que lleva las señales del holocausto.

Vida plenísima y fecunda

30. ¿Qué otras consideraciones más podríamos hacer sobre el aumento de capacidad, de servicio, de amor, de sacrificio del sacerdote por todo el Pueblo de Dios? Cristo ha dicho de sí: Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto (Jn 12,24). Y el apóstol Pablo no dudaba en exponerse a morir cada día para poseer en sus fieles una gloria en Cristo Jesús (cf. 1 Cor 14,31). Así, el sacerdote, muriendo cada día totalmente a sí mismo, renunciando al amor legítimo de una familia propia por amor de Cristo y de su reino, hallará la gloria de una vida en Cristo plenísima y fecunda, porque como El y en El ama y se da a todos los hijos de Dios.

El sacerdote célibe en la comunidad de los fieles

31. En medio de la comunidad de los fieles confiados a sus cuidados, el sacerdote es Cristo presente; de ahí la suma conveniencia de que en todo reproduzca su imagen, y en particular de que siga su ejemplo, en su vida íntima lo mismo que en su vida de ministerio. Para sus hijos en Cristo, el sacerdote es signo y prenda de las sublimes y nuevas realidades del reino de Dios, del que es dispensador, poseyéndolas por su parte en el grado más perfecto y alimentando la fe y la esperanza de todos los cristianos, que en cuanto tales están obligados a la observancia de la castidad según el propio estado.

Eficacia pastoral del celibato

32. La consagración a Cristo, en virtud de un título nuevo y excelso, cual es el celibato, permite además al sacerdote, como es evidente también en el campo práctico, la mayor eficiencia y la mejor actitud psicológica y afectiva para el ejercicio continuo de la caridad perfecta, que le permitirá, de manera más amplia y concreta, darse todo para utilidad de todos (2 Cor 12,15)[14] y le garantiza claramente una mayor libertad y disponibilidad en el ministerio pastoral[15], en su activa y amorosa presencia en medio del mundo al que Cristo lo ha enviado (Jn 17,18), a fin de que pague enteramente a todos los hijos de Dios la deuda que se les debe (Rom 1,14).

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Le pido humildemente, Santo Padre, que nos ilumine sobre la profundidad y el sentido auténtico del celibato eclesiástico.

El gran problema del cristianismo en el mundo de hoy es que ya no se piensa en el futuro de Dios: parece suficiente sólo el presente de este mundo. Queremos tener sólo este mundo, vivir sólo en este mundo. Así cerramos la puerta a la verdadera grandeza de nuestra existencia. El significado del celibato como una anticipación del futuro es justo abrir estas puertas, hacer más grande el mundo, mostrar la realidad del futuro que ya es vivida por nosotros como presente...

Notas.
[4]. Presbyter. Ordinis n. 16.
[5] Concilio Vaticano II, const, dogm. Dei Verbum n.8.
[6] Concilio Vaticano II, const. dogm. Lumen gentium n.28; decr Presbyter. ordinis n.2.
[7] Decr. Presbyter. ordinis n.16.
[8] Decr. Presbyter. ordinis n.16
[9] Const. Lumen Gentium n.42.
[10] Cf. const. dogm. Lumen Gentium n. 42; dec. Presbyter. ordinis n. 16.
[11] Decr. Presbyter. Ordinis n. 14.
[12] Cf. decr. Presbyter. ordinis n.13.
[13] Decr. Presbyter. ordinis n.5.
[14] Decr. Optatam totius n.10.
[15] Decr. Presbyter. ordinis n.16.
[4] Decr Presbyter. ordinis n.16.

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