MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS.
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida)
XXX
INTENCIONES
“Otro punto en el que deben fijarse mucho mis sacerdotes es en la intención que deben hacer, no como simples hombres, sino como enviados del Altísimo, en los actos sacramentales de su ministerio.
Basta una intención que influya en el acto para que el sacramento sea válido; pero también conviene renovar la intención pura, operativa y santa en todos esos actos en los que me representan. En este punto tengo que lamentar descuidos, indelicadezas y hasta cosas muy serias en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Pueden quedar nulos muchos actos sin esa intención de hacerlos en mi nombre. No quiero escrúpulos, pero sí que se fijen mis sacerdotes en no hacer rutinariamente y con descuido los actos de que vengo hablando.
Sólo Yo sé los descalabros que en este punto registra mi Iglesia y que no se ven, pero que desgraciadamente existen. Mucho cuidado en este punto personal del sacerdote y de tan incalculable trascendencia.
Mucho, mucho encargo este punto tan capital en mi Iglesia y del que depende una cadena de responsabilidades gravísimas. ¡Ay!... si ahondara en la vista de mis sacerdotes lo que Yo veo, lo que Yo lamento, lo que Yo suplo, lo que no puedo suplir por estar ya determinadas las leyes de mi Iglesia, que Yo soy el primero en respetar, llorarían sus almas Conmigo por las mil espinas con que punzan a mi Corazón.
Yo vine al mundo para salvarlo por el divino medio de mi Iglesia, Esposa muy amada del Cordero; y por eso le dejé mi doctrina en relación con mis ejemplos, y le dí mi Sangre, y mi vida, y mi Madre, y cuanto era y tenía un Dios hombre, un hombre Dios. Dejé trazado el camino para el cielo con mis ejemplos y mi cruz. Y para consolidar esa Iglesia amada, envié al Espíritu Santo para completar mi obra redentora y salvadora; y Él es la luz y el alma de esa Iglesia amada, obsequio para mi Padre, que vine a prepararle en la tierra, con el fin de darle adoración, almas, sacerdotes, ¡gloria!
El verbo y el Espíritu Santo obsequian al Padre con la Iglesia militante, que pasa a ser purgante y triunfante, tres en una sola, para glorificarlo. Yo, al modo de hablar de los hombres, puse mi cinco sentidos, todo mi amor, en formar esa Iglesia amada, gloria de la Trinidad. Yo formé el papado, el Episcopado y todas las jerarquías de la Iglesia con mis representantes en la tierra, para honrar a mi Padre y salvar al mundo. Y con esto se comprenderá si amaré a mi Iglesia y si me interesará la santidad de quienes la dirigen y la sirven.
La Iglesia es la puerta para ir al cielo; es el único medio de salvación en donde he depositado los tesoros inmortales. Y para manejar esos tesoros solo dignos de que los manejara Yo, puse a mis Obispos y sacerdotes, pero con la obligación de que sean otros Yo; y sólo así podía ser manejada esta hechura mía, esta Esposa pura e inmaculada, esta Madre del catolicismo que nunca se cansa de perdonar, porque me tiene a Mí que soy el perdón de Dios, el Salvador de los hombres.
En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios Humanado; en la Iglesia se veneran los misterios de su vida, pasión y muerte. Ella tiene mis Evangelios que son mi palabra latente y con vida. En los sagrarios estoy Yo; en los sacramentos estoy Yo que doy, que me derramo e infiltro en los corazones puros. Nada existe para Mí en la tierra más bello que mi Iglesia, que baja al purgatorio y se remonta al cielo. Mi padre la mira complacido por lo que tiene de Mí, por lo divino que contiene, por ser obra mía y del Espíritu Santo.
Por eso mismo se contrista cuando ve en la candidez de la Iglesia manchas que la deshonran; cuando contempla lastimado esa serie de puntos que he confiado para que se remedien; y su justicia se inflama cuando contempla, descuidos, rutina, desprecios e ingratitudes y deshonras en los que más ama.
Muy celosa de la Iglesia es la Trinidad, como que en ella tiene su asiento en la tierra; como que de ese manantial perenne beben la virtud, la pureza y el perdón de las almas.
¡Cómo no he de querer el ideal de mi Padre en los sacerdotes? ¡El me los pide así! Y Yo ¿Qué hago? ¿Cómo le doy gusto, Yo, que me desvivo por glorificarlo en la tierra y que sólo me quedé en ella para seguirlo obsequiando con mi Iglesia y con las almas?
Que me ayuden a conseguir ese ideal, ilusión de mi Corazón todo amor a mi Padre, inmolándose con ese fin, el de la renovación, regeneración y perfección de mis sacerdotes, para realizar el ideal de mi Padre que es, como dije, hacerlos otros Yo, desde su formación, llegando al medio día de la perfección en su santo ministerio. Ésta es mi mayor gloria, por ser la de mi Padre y la del Espíritu Santo: mis Obispos y mis sacerdotes santos.
Yo –El Verbo- y el Espíritu Santo, estamos empeñados en esta última etapa del mundo en levantar a la Iglesia con sacerdotes santos; y por este medio divino del Verbo y del Espíritu Santo con María, se hará esta reacción universal.
Vendrá una nueva redención, no por mi pasión humana, sino por mi pasión en las almas crucificadas; y un nuevo Pentecostés por el impulso vivo y ardiente del Espíritu Santo y Yo.
Pero para salvar a las almas, para incendiar a las almas, para perfeccionar a las almas, tenemos que comenzar por la raíz, que es la Iglesia en mis sacerdotes, como poderosa ayuda para la obra salvadora que va a venir, que está a las puertas.
Mi padre obra activamente, y el verbo y el Espíritu Santo también, y vendrá el fuego y el soplo divino inundará los corazones de los sacerdotes por el impulso suave y enérgico del Espíritu Santo en su Iglesia.
Yo estoy dispuesto a todo; y si me fuera dado volver al mundo y ser crucificado -¡tal es mi amor al Padre y a las almas! – lo haría. Pero se renovará y continuará esa misma pasión en las almas, porque la moneda con que se compran las gracias es el dolor.
Sufriré en las almas; expiaré en las almas y compraré con mis méritos –en las almas- la nueva era de fervor en mi Iglesia, y afinaré los elementos futuros muy ajustados al fin que me propongo para gloria de la Trinidad.
Yo moveré corazones de Obispos y de sacerdotes, que comiencen ya una vida de más fervor en mi servicio; y que cumplan mis anhelos, para que sean otros Jesús. Yo les ayudaré. Yo les agradeceré cuanto hagan con estas confidencias a favor de la Trinidad., y Yo también seré su recompensa aun en el destierro y después junto al trono de mi Padre.
Hay también pecados horribles que vomitan malicia directa contra Mí; pecados ocultos e infernales en mis sacerdotes y que consisten en practicar los actos del ministerio sin intención de que se efectúen y, con esto, quedan nulos para las almas y de consecuencias incalculables para el hombre.
Celebran sin intención y este es un pecado mortal; confiesan sin intención de absolver los pecados, bautizan sin intención de bautizar, y aumentan horriblemente pecados sobre pecados al lanzar sus infernales flechas sobre mi Corazón de amor y atravesar sus más delicadas fibras.
Estos pecados vienen de un odio intimo y satánico contra Mí; y los hay, y en sacerdotes católicos, pero renegados en el fondo de su corazón.
Preferiría el cisma en ellos a esa hipócrita hiel con que cubren, como si fueran míos, sus inicuas intenciones de ofenderme cara a cara; de retarme con su falta de fe y sus traiciones infernales.
Y estos crímenes que hacen temblar a mi Corazón de amor, sólo Yo los veo, sólo Yo los lloro y lamento en el silencio de mi lacerada alma y cubro con lágrimas ante mi Padre estos horrores de los que son míos.
Hasta allá llega la malicia infame de Satanás en algunos de mis sacerdotes que en su corazón han perdido la fe y se han entregado ocultamente a mil errores y a todos los vicios, aborreciéndome.
Sin intención del sacerdote al celebrar y al impartir los sacramentos, no operan estos ni la transustanciación, ni el perdón de los pecados; si será un horrendo crimen éste de engañar traidoramente a las almas con lo divino y de tomar lo santo con tan cínica burla, sabiendo que Yo lo veo y que apuñalan mi Corazón.
Estos son pecados de odio contra Dios y contra su Iglesia santa; pecados de quien ha renegado en su alma del carácter imborrable del sacerdote legítimamente consagrado.
¡Y estos crímenes, pocos ciertamente, pero que existen, se comprende a que grado laceran mi pecho amoroso.
Otro pecado oculto, entre muchos que acaecen, es en sacerdotes que están en pecado y que tienen a su cargo templos o parroquias y deberes que llenar; suelen decir Misa sin intención de que se efectué el sacrificio y creen con esto hacer menos mal; celebran sin celebrar. ¡Aumentan pecados sobre pecados!
Lo que tienen que hacer es un acto de contrición perfecta, celebrar debidamente, y confesarse lo más pronto que puedan.
¡Abusar del ministerio, jugar con lo santo es un crimen que merece el infierno!
¡Oh y qué limpio debe ser el corazón del sacerdote! ¡Qué lleno de Dios, y que alejado de Satanás y de sus diabólicas redes debe vivir!
¡Con qué ardor, confianza, sinceridad y pureza debe acudir a Mí en el Sagrario, a Mí en la Misa, a Mí en la oración, y a María siempre!
A esas monstruosidades, que les de dicho de hacer los actos sagrados del ministerio sin intención, los conduce la tibieza; hasta allá va a dar este vicio consentido, vivido y acariciado.
Esos sacerdotes llevan el adulterio con la Iglesia en el corazón y de ahí les nace el odio por lo puro, por lo santo, por la Trinidad; se enfrentan contra Ella, porque ella está presente en todos los actos de la Iglesia, y la retan y la desprecian.
Estos pecados enormes en su magnitud y en su castigo, se los doy hoy para ser lavados con sangre; para ser expiados con amor, y para curar esas heridas de tan negras ingratitudes con el bálsamo de la caridad. Esos horrendos crímenes y más, y más, quiero perdonarlos; me duelen, me trituran, pero mi alma se conmueve ante tanta soberbia y malicia, y busco almas que se unan a mi dolor para alcanzarles gracias salvadoras.
Yo ciertamente podría obtener todo esto con un gemido del Corazón pero tengo necesidad de almas. Estas almas no son necesarias a mi Omnipotencia sino a mi Amor”.
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