San Claudio de La Colombière (Francia 1641 -15 de febrero de 1682) Director espiritual de Santa Margarita María Alacoque. |
Un artista, contemporáneo de Claudio, nos ha dejado un retrato, pintado cuando éste tenía entre treinta y cinco y cuarenta y un años: rostro alargado, ojos pequeños pero brillantes y de mirada penetrante, frente amplia, boca bien proporcionada y mentón un tanto afilado. Se dice que cuando Claudio entró en la Compañía de Jesús era más bien robusto, de carácter muy alegre, de elevados ideales, prudente y agradable. La vida religiosa no hizo sino desarrollar sus dones naturales.
Su inteligencia innata se acostumbró a los juicios agudos y certeros. Claudio amaba las bellas artes y sostuvo una correspondencia con Oliverio Patru, miembro de la Academia Francesa, quien alaba mucho sus escritos. Pero poco valor habrían tenido estos dones naturales en el trabajo por las almas, si no hubiera unido a ellos el espíritu interior de un religioso sediento de la gloria de Dios. La fuente de su vida interior era la unión con Dios en la oración, a la que se entregaba constantemente. Llegó a habituarse de tal modo a referirlo todo a Dios, que el respeto humano y los motivos mundanos no existían para él. Este extraordinario despego del mundo fue su característica principal.
Nacimiento y más acontecimientos
El santo Claudio nació en Saint-Symphorien d'Ozon, cerca de Lyón, en 1641. Su familia estaba bien relacionada, era piadosa y gozaba de buena posición. No poseemos ningún dato especial sobre su vida antes de ingresar en el colegio de la Compañía de Jesús de Lyón. Aunque sentía gran repugnancia por la vida religiosa, logró vencerla y fue inmediatamente admitido en la Compañía. Hizo su noviciado en Aviñón y, a los dos años, pasó al colegio de dicha ciudad a completar sus estudios de filosofía. Al terminarlos fue destinado a enseñar la gramática y las humanidades, de 1661 a 1666. Desde 1659, la ciudad de Aviñón había presenciado choques constantes entre los nobles y el pueblo En 1662, ocurrió en Roma el famoso encuentro entre la guardia pontificia y el séquito del embajador francés. A raíz de ese incidente, las tropas de Luis XIV ocuparon Aviñón, que se hallaba en el territorio de los Papas. Sin embargo, esto no interrumpió las tareas del colegio, y el aumento del calvinismo no hizo más que redoblar el celo de los jesuitas, quienes se consagraron con mayor ahínco a los ministerios apostólicos en la ciudad y en los distritos circundantes.
Cuando la paz quedó restablecida, Aviñón celebró la canonización de San Francisco de Sales. En el más antiguo de los dos conventos de la Visitación se llevó a cabo una gran función litúrgica. En aquella ocasión, el Santo Claudio desplegó por primera vez sus dotes de orador, pues, aunque todavía no era sacerdote, fue uno de los elegidos para predicar el panegírico del santo obispo en la iglesia del convento. El texto que escogió fue: "De la fuerza ha brotado la suavidad" (Jueces: 14, 14), y el sermón resultó magnífico. Entre tanto, los superiores habían decidido enviar al joven Claudio a terminar sus estudios de teología en París, centro de la vida intelectual de Francia. En dicha ciudad se le confió el honor de velar por la educación de los dos hijos del famoso Colbert. Lo que ocurrió, probablemente, es que Colbert descubrió la envergadura intelectual de Claudio y lo escogió para ese importante oficio, aunque él personalmente no era amigo de los jesuitas. Sin embargo, las relaciones del santo con esa distinguida familia terminaron mal, pues una frase satírica que Claudio había escrito llegó al conocimiento del ministro, quien se mostró sumamente ofendido y pidió a los superiores de la Compañía que enviaran al santo nuevamente a su provincia. Esto no pudo realizarse, sino hasta 1670.
La Palabra es proclamada y el Corazón elevado
En 1673, el joven sacerdote fue nombrado predicador del colegio de Aviñón. Sus sermones, en los que trabajaba intensamente, son verdaderos modelos del género, tanto por la solidez de la doctrina como por la belleza del lenguaje. El santo parece haber predicado más tarde los mismos sermones en Inglaterra, y el nombre de la duquesa de York (María de Módena, que fue después reina, cuando Jacobo II heredó el trono), en cuya capilla predicó Claudio, está ligado a las ediciones de dichos sermones. El santo, durante su estancia en París, había estudiado el Jansenismo con sus verdades a medias y sus calumnias, a fin de combatir, desde el púlpito sus errores, animado como estaba por el amor al Sagrado Corazón, cuya devoción sería el mejor antídoto contra el Jansenismo. A fines de 1674, el P. La Chaize, rector del santo, recibió del general de la Compañía la orden de admitirle a la profesión solemne, después de un mes de ejercicios espirituales en la llamada "tercera probación". Ese retiro fue de gran provecho espiritual para Claudio que se sintió, según confesaba, llamado a consagrarse al Sagrado Corazón. El santo añadió a los votos solemnes de la profesión un voto de fidelidad absoluta a las reglas de la Compañía, hasta en sus menores detalles. Según anota en su diario, había ya vivido durante algún tiempo en esa fidelidad perfecta, y quería consagrar con un voto su conducta para hacerla más duradera. Tenía entonces treinta y tres años, la edad en la que Cristo murió, y eso le inspiró un gran deseo de morir completamente para el mundo y para sí mismo. Como escribió en su diario: "Me parece, Señor, que ya es tiempo de que empiece a vivir en Ti y sólo para Tí, pues a mi edad, Tú quisiste morir por mí en particular".
Escogido por y para el Corazón de Jesús
Dos meses después de haber hecho la profesión solemne, en febrero de 1675, Claudio fue nombrado superior del colegio de Paray-le-Monial. Por una parte, era un honor excepcional confiar a un joven profeso el gobierno de una casa; pero por otra parte, la pequeña comunidad de Paray, que sólo tenía cuatro o cinco padres, era insignificante para las grandes dotes de Claudio.
En realidad se trataba de un designio de Dios para ponerle en contacto con un alma que necesitaba de su ayuda: Margarita María Alacoque. Dicha religiosa se hallaba en un período de perplejidad y sufrimientos, debido a las extraordinarias revelaciones de que la había hecho objeto el Sagrado Corazón, cada día más claras e íntimas. Siguiendo las indicaciones de su superiora, la madre de Saumaise, Margarita se había confiado a un sacerdote muy erudito, pero que carecía de conocimientos de mística. El sacerdote dictaminó que Margarita era víctima de los engaños del demonio, cosa que acabó de desconcertar a la santa. Movido por las oraciones de Margarita, Dios le envió a su fiel siervo y perfecto amigo, Claudio de la Colombiére.
El P. La Colombiére fue un día a predicar a la comunidad de la Visitación. "Mientras él nos hablaba escribió Margarita, oí en mi corazón estas palabras: "He aquí al que te he enviado" Desde la primera vez que Margarita fue a confesarse con el P. La Colombiere, éste la trató como si estuviese al tanto de lo que le sucedía. La santa sintió una repugnancia enorme a abrirle su corazón y no lo hizo, a pesar de que estaba convencida de que la voluntad de Dios era que se confiase al santo. En la siguiente confesión, el P. La Colombiere le dijo que estaba muy contento de ser para ella una ocasión de vencerse y, "en seguida -dice Margarita-, sin hacerme el menor daño, puso al descubierto cuanto de bueno y malo había en mi corazón, me consoló mucho y me exhortó a no tener miedo a los caminos del Señor, con tal de que permaneciese obediente a mis superiores, reiterándome a entregarme totalmente a Dios, para que Él me tratase como quisiera. El padre me enseñó a apreciar los dones de Dios y a recibir Sus comunicaciones con fe y humildad". Este fue el gran servicio del P. La Colombiere a Margarita María. Por otra parte, el santo trabajó incansablemente en la propagación de la devoción al Sagrado Corazón, pues veía en ella el mejor antídoto contra el jansenismo.
Testimonio ante la persecución
El santo no estuvo mucho tiempo en Paray. Su siguiente ocupación fue muy diferente. Por recomendación del P. La Chaize, que era el confesor de Luis XIV, sus superiores le enviaron a Londres como predicador de María Beatriz d´ Este, duquesa de York. El santo predicó en Inglaterra con el ejemplo y la palabra. El amor al Sagrado Corazón era su tema favorito. El proceso de beatificación habla de su apostolado en Inglaterra y de los numerosos protestantes que convirtió. La posición de los católicos en aquel país era extremadamente difícil, debido a la gran hostilidad que había contra ellos. En la corte se formó un movimiento para excluir al duque de York, que se había convertido al catolicismo, de la sucesión a la Corona sustituyéndole por el príncipe de Orange o algún otro candidato. El infame Titus Oates y sus secuaces inventaron la historia de un "complot de los papistas", en el que el P. La Colombiere se hallaría complicado con el resto de los católicos. El complot tenía por objeto, según los calumniadores, el asesinato del rey Carlos II y la destrucción de la Iglesia de Inglaterra, Claudio fue acusado de ejercer los ministerios sacerdotales y de haber convertido a muchos protestantes. Aunque fue hecho prisionero, la intervención de Luis XIV impidió que sellase su vida con el martirio. El santo fue simplemente desterrado de Inglaterra. La prisión había acabado con su débil salud. A su vuelta a Francia, en 1679, el santo estaba ya mortalmente enfermo; aunque en algunas temporadas se rehacía un poco y podía ejercer los ministerios sacerdotales, una enfermedad de los riñones no le dejaba reposo. Sus superiores, pensando que los aires natales podrían ayudarle a recobrar la salud, le enviaron a Lyón y a Paray. Durante una de sus visitas a esta última ciudad, Margarita María le avisó que moriría ahí.
El P.Claudio llega a Paray en Abril de 1681, enviado por los médicos en busca de la salud que le negaban otros climas; siendo así hubo comunicación entre el P. Claudio y la Hermana Margarita. Hablando de los ardores de sus almas y proyectos apostólicos en favor del Sagrado Corazón.
Aquí se agravó la enfermedad del P.Claudio; estaba listo para ir a otros climas, pero Sta. Margarita avisa que si le era posible sin faltar a la obediencia se quedara en Paray. Y le envía este mensaje: El me ha dicho que quiere aquí el sacrificio de vuestra vida. Tan categórica afirmación deshizo todos los preparativos de viaje.
Muerte y gloria
En efecto, después de haber dado maravilloso ejemplo de humildad y paciencia, Claudio La Colombiére entregó su alma a Dios al atardecer del 15 de febrero de 1682. Al día siguiente Santa Margarita María recibió un aviso del cielo en el sentido de que Claudio se hallaba ya en la gloria y no necesitaba de oraciones. Así escribió a una persona devota del querido difunto: "Cesad en vuestra aflicción. Invocadle. Nada temáis; mas poder tiene ahora que nunca para socorrernos."
El P. La Colombiére fue beatificado en 1929 y su Santidad Juan Pablo II lo declaró santo en 1992. La Iglesia Universal celebra su fiesta el día 15 de febrero.
Fuente Bibliográfica: Vidas de los Santos de Butler, Volumen I.
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ORACIONES
San Claudio de la Colombiere
Acto de Confianza en Dios
Esta es, sin duda, una de sus oraciones más bellas.
Es la conclusión del discurso 682, que trata precisamente de la confianza en Dios (O.C. IV, p. 215).
Dios mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos esperan y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda toda las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú ¡Oh Señor! Y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.
Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.
Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza.
A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperado en el Señor ha quedado frustrado en su confianza.
Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos ¡oh Dios mío! Es de Quien lo espero. En Ti esperé , Señor, y jamás seré confundido.
Bien conozco ¡ah! Demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.
En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendréis en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortaleceréis contra los más violentos asaltos y que haréis triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Espero que me amaréis siempre y que yo os amaré sin interrupción ; y para llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como puedo llevarla, os espero a Vos mismo de Vos mismo ¡oh Creador mío! Para el tiempo y para la eternidad. Así sea.
La penitencia es una virtud que nos lleva a trabajar por eliminar de nuestra vida todo aquello que nos separa del amor de Dios y del amor al prójimo. No es un sentimiento, una experiencia emocional, sino mas bien un acto de la voluntad. Muchos confunden la penitencia exclusivamente con actos externos de expiación, sin embargo es toda una actitud interior.
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