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"A MIS SACERDOTES" De Concepción Cabrera de Armida. CAPITULO XXXII: Quiero reinar.

MENSAJES DE NUESTRO SEÑO
 JESUCRISTO PARA SUS PREDILECTOS. 
(“A mis Sacerdotes” de Concepción Cabrera de Armida) 

XXXII 

QUIERO REINAR 

Quiero reinar en el mundo como Rey de paz y amor, quiero que se proclame por todo el universo mi realeza, mi dominio de caridad y de unión; quiero dominar pero con el cetro de paz, pacificando naciones y corazones; quiero reinar por el Espíritu Santo. 

Mas para reinar crucificado y coronado de espinas, necesito vasallos santos que lo sean a mi imitación, que sean dignos de mi servicio; y esos primeros vasallos son y serán siempre mis sacerdotes santos, esa primera vanguardia que no me haga traición, sino que se desvele y cuide mis sagrados intereses como propios. 

Esa legión de honor que constituye mi Iglesia debe levantar muy alto el estandarte de la paz que he traído a la tierra; mi Iglesia forma esa vanguardia, y cuida el trono de su Rey inmortal. Pero mi divisa es y ha sido siempre el amor, la caridad, la paz, unificando en un solo Pastor en rebaño que debe honrar con su fidelidad a mi Iglesia amada. 

Mi Corazón completará su reinado a medida que tenga sacerdotes como él, humildes, puros y crucificados, santos e inmolados por la causa de su soberano que reinó sobre la Cruz. 

Si quieren activar mis sacerdotes mí reinado en el mundo de las almas (que debe ser el mundo del sacerdote), deben parecerse a su Rey, imitar sus virtudes y su amor al Padre. Este reinado será universal y crecerá a medida de la santidad de mis sacerdotes. Y si Yo sólo reiné en el mundo por la Cruz, mis sacerdotes vasallos deben tener también por trono la Cruz. 

Pueden fracasar muchos apostolados, menos el de la Cruz que fue el mío, el que vine a enseñar a la tierra por el propio renunciamiento; y mientras más unidos a mi estén los sacerdotes, más parecidos serán al Rey del amor, que lo fue de burlas, de sarcasmos, de persecuciones y humillantes vituperios; porque es el sello característico y divino de los que son míos, el que no se falsifica, el de la Cruz. 

Y si todos los cristianos deben pisar mis huellas, con más razón mis sacerdotes, mis confidentes y consentidos; es decir, el grupo escogido de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor. 

Ningún sacerdote que tome el camino de la cruz se perderá, y todos los sacerdotes que voluntariamente, que amorosamente se abracen de la Cruz, se santificarán y alcanzarán eminentes grados de unión Conmigo. Éste es el gran secreto de la santidad en un sacerdote, la Cruz; este es el gran antídoto contra las tentaciones de todas clases, la Cruz. 

El gran ideal del alma del sacerdote debe ser Jesús Crucificado, y su único anhelo en la tierra debe ser imitarlo, parecerse a Él interior y exteriormente. Jesús Crucificado, su libro, su meditación, su ejemplo, su ideal y su amor; porque nada hay que atice con más actividad el amor divino como las locuras de la Cruz, a las que llegó San Pablo. 

Éste es el talismán precioso del sacerdote santo, Jesús, crucificado en la Cruz, crucificado en la Iglesia por mis sacerdotes, crucificado en mi Corazón, sobre todo con dolores internos e incomprensibles, místicos pero reales. En este punto debe fijar su vida el sacerdote santo: en imitar al Crucificado que le compró con toda su Sangre, desde la eternidad, su vocación; que lo sacó de entre millares con predilección infinita y que desde toda la eternidad fue escogido por amor”. 

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