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LOS SUEÑOS DE SAN JUAN BOSCO (Parte 13)



DOCUMENTOS COMPROMETEDORES
SUEÑO 25. —AÑO DE 1860.
(M. B. Tomo VI, págs. 546-547)

Habiendo escrito desde Lyón una carta a San Juan Bosco Mons. Fransoni, Arzobispo de Turín, dicha carta no llegó a su destino.

Poco tiempo después, le fue entregada al Santo una nota del mismo Arzobispo por mediación de un amigo, en la cual el prelado se lamentaba de que [San] Juan Don Bosco no le hubiese contestado, añadiendo que ya nada necesitaba sobre el favor solicitado, pues se había dirigida a otras personas para hacer llegar a su destino ciertas instrucciones. Sólo algunos años después pudo conocer San Juan Bosco esta nueva prueba de confianza que le había dado su prelado.

Pero ¿cómo se había perdido aquella carta? La habían reconocido en el Correo, abriéndola y secuestrándola por orden ministerial. San Juan Bosco, como no tenía idea de semejante carta, estaba tranquilo cuando tres días antes del registro dictado contra él, en la noche del miércoles al jueves, tuvo un sueño, que le fue de mucho provecho. He aquí cómo lo contó él mismo:

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«Me pareció ver entrar en mi habitación una cuadrilla de salteadores que se adueñaron de mi persona y después de revisar todas mis cartas y papeles, registraron todos los armarios y revolvieron todos los escritos.
Entonces, uno de ellos, con aire bondadoso me dijo: — ¿Por qué no quitó de en medio tal y tal escrito? ¿Le gustaría que se encontraran aquellas cartas del Arzobispo, que nos podrían proporcionar serios disgustos a usted y a él? ¿Y aquellas otras de Roma que ya casi olvidadas están aquí —e indicaba el sitio— y aquellas otras que están allá? Si las hubiera hecho desaparecer se habría librado de muchas molestias».

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«Al hacerse de día —continuaba San Juan Bosco— como en plan de broma conté este sueño, que considero como un engendro de mi fantasía. Mas a pesar de ello, puse en orden algunas cosas y quité de en medio algunos escritos, cuya lectura me podía perjudicar.

Tales escritos eran algunas cartas confidenciales, que en realidad nada tenían que ver con la política ni con el gobierno. Pero los enemigos de la Iglesia podían considerar como delito toda instrucción recibida del Papa o del Arzobispo sobre el modo de conducirse de los sacerdotes en ciertas dudas de conciencia. Por tanto, cuando comenzaron los registros yo había trasladado ya a otra parte todo cuanto hubiera podido dar el menor matiz de relaciones políticas a nuestros asuntos».

Esta es la causa de la desaparición de ciertas cartas autógrafas de los primeros tiempos del Oratorio —continúa Don Lemoyne—. Para este traslado de papeles [San] Juan Don Bosco hubo de servirse de los jóvenes de su mayor confianza, los cuales, en su precipitación, no habiendo entendido bien las órdenes recibidas, quemaron parte de los escritos, parte los escondieron y otros ¡os entregaron a personas de confianza de Turín. Por eso, la mayor parte de los preciosos documentos que se refieren a las relaciones con la Sede Apostólica; algunas Cartas de Beato Pío Pp. IX; las copias de ¡as cartas de San Juan Bosco a Papa Beato Pio IX; la correspondencia del 1851 con e¡ Arzobispo de Turín; las relaciones epistolares con algunos hombres de Estado, especialmente con los ministros; las Memorias y apuntes sobre los sueños, que San Juan Bosco solía escribir y conservar para su consuelo; la narración de gracias concedidas por la Virgen, de hechos milagrosos y de acciones extraordinarias de los jóvenes, como también datos de pura curiosidad se perdieron para siempre.

No hubo tiempo para hacer una juiciosa selección antes del traslado. Varios de estos documentos más antiguos los conservaba consigo José Buzzetti y, sin pensar en nada más, los destruyó preocupado únicamente de la seguridad personal de [San] Juan Don Bosco.

Se llegó incluso a olvidar el lugar donde fueron escondidos muchos de estos papeles, y años después fueron encontrados bajo una viga de la Iglesia de San Francisco de Sales.

No debe maravillarnos este lamentable despilfarro, pues los hechos nos demuestran que tal celeridad en el obrar fue cosa obligada; y lo que más llamó la atención de [San] juan Don Bosco, fue que los allanadores buscaron y hurgaron especialmente, en aquellos sitios en los que antes habían estado dichas cartas; esto es, en los lugares indicados en el sueño.


LAS CATORCE MESASSUEÑO 26. —AÑO DE 1860.

(M. B. Tomo VI, págs. 708-709)
El 5 de agosto de 1860 se celebró en el Oratorio con toda solemnidad la festividad de Nuestra Señora de las Nieves.

San Juan Bosco cerró ¡a jornada narrando después de las oraciones de la noche, el siguiente sueño:

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«Se encontraban todos mis jóvenes en un lugar tan ameno como el más hermoso de los jardines, sentados ante unas mesas que ascendiendo desde la tierra en forma de gradas, se elevaban tanto que casi no se divisaban las últimas. Dichas mesas, largas y espaciosas, eran catorce, dispuestas en un amplio anfiteatro y divididas en tres órdenes, sostenido cada uno por una especie de muro en forma de terraplén.

En la parte baja, alrededor de una mesa colocada en el suelo desnudo y desprovisto de todo adorno y sin vajilla alguna, vi a cierto número de jóvenes. Estaban tristes; comían de mala gana y tenían delante de sí un pan semejante al de munición que le dan a los soldados, pero tan rancio y lleno de moho que daba asco. Este pan estaba en el centro de la mesa mezclado con suciedades e inmundicias. Aquellos pobrecitos estaban como los animales inmundos en las pocilgas. Yo les quise decir que arrojasen lejos aquel pan, pero me hube de contentar conpreguntar por qué tenían ante sí tan nauseabundo alimento.

Me respondieron: —Hemos de comer el pan que nosotros mismos nos hemos preparado, pues no tenemos otro. Aquello representaba a los que están en pecado mortal.

Dicen los Proverbios en el Capítulo I: "Odiaron la disciplina y no abrazaron el temor de Dios y no prestaron atención a mis consejos, y se mofaron de todas mis correcciones. Comerán, por tanto, el fruto de sus obras y se saciarán de sus pensamientos".

Más a medida que las mesas subían, los jóvenes se mostraban más alegres y comían un pan de mejor calidad.
Eran los comensales hermosísimos; dotados de una belleza cada vez más esplendorosa. Las riquísimas mesas a las cuales estaban sentados, estaban cubiertas de manteles raramente trabajados, sobre los cuales brillaban candeleros, ánforas, tazas, floreros de un valor indescriptible, platos con viandas exquisitas, objetos de un precio inestimable. El número de estos jóvenes era crecidísimo. Representaba aquello a los pecadores convertidos.

Finalmente, las últimas mesas colocadas en lo más alto, tenían un pan que no sabría describir. Parecía amarillo... rojo... y el mismo color del pan era el de los vestidos y el de la cara de los jóvenes que resplandecía circundada de una luz suavísima. Estos gozaban de una alegría extraordinaria y cada uno procuraba hacer partícipe de su gozo al compañero. Por su belleza, luminosidad y esplendor superaban en mucho a cuantos ocupaban puestos inferiores.

Esto representaba el estado de inocencia. De los inocentes y de los convertidos afirma el Espíritu Santo en el Capítulo I de los Proverbios: "El que me escucha gozará de un sereno reposo, vivirá en la abundancia, libre del temor de los malos".

Pero lo más sorprendente es que reconocí a todos aquellos jóvenes, desde el primero al último, de forma que al ver ahora a cada uno de ellos me parece contemplarlo allá sentado en su sitio de la mesa que le correspondía. Mientras no podía ocultar mi maravilla ante tal espectáculo, imposible de comprender, vi a un hombre allá a lo lejos.

Corrí a hacerle algunas preguntas, pero tropecé con algo y me desperté, encontrándome en el lecho.

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Vosotros me habéis pedido que les contara el sueño y yo os he complacido, pero al mismo tiempo les recomiendo que no le hagan más caso que el que los sueños se merecen.

Al día siguiente, San Juan Bosco indicó a cada uno el lugar que ocupaba en las mesas. Al hacerlo comenzaron a contar desde la más alta hasta llegar a la más baja.

Se le preguntó si uno podía subir de una mesa inferior a otra superior. Respondió que sí, menos a aquella que estaba por encima de todas, pues los que descendían de ella no podían volver a ocupar más aquel lugar de privilegio. Era el puesto reservado a los que conservaban la inocencia bautismal. El número de los éstos era tan exiguo como grande el de los segundos y terceros.

Don Domingo Ruffino y Don Juan Turchi que estaban presentes y que oyeron el relato del sueño, nos legaron testimonio del mismo y los nombres de algunos de los que estaban sentados en la primera mesa.
Más que agradecidos, consignaremos algunos datos sobre los dos afortunados testigos y coetáneos de San Juan Bosco, que nos legaron el texto del sueño que acabamos de relatar.

Don Domingo Ruffino era natural de Giaveno y fue uno de los primeros profesos de la Sociedad de San Francisco de Sales, el 14 de mayo de 1862. Según datos que nos ofrecen las Memorias Biográficas, Don Juan Turchi fue ordenado de sacerdote en 1861, cantando su primera Misa el 26 de mayo del mismo año.

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