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SEAN SACERDOTES DE ORACIÓN COMO SAN JUÁN DE ÁVILA, EXHORTA BENEDICTO XVI.

PORTADA DEL LIBRO SAN JUAN DE ÁVILA
DOCTOR DE LA IGLESIA DE LA EDITORIAL
EDIBESA PUBLICADO EN EL MES DE ABRIL.
EL PAPA BENEDICTO XVI PROCLAMÓ EL
DOCTORADO DE ESTE SANTO EN AGOSTO DE 2011.


El Papa Benedicto XVI alentó esta mañana a los alumnos del Pontificio Colegio Español de Roma a ser sacerdotes de una oración profunda y cotidiana como lo fue San Juan de Ávila, que próximamente será declarado Doctor de la Iglesia.

En su discurso en castellano en el día en que la Iglesia recuerda al Santo y en ocasión del 50 aniversario del Pontificio Colegio Español de San José, el Santo Padre resaltó que "la formación específica de los sacerdotes es siempre una de las mayores prioridades de la Iglesia".

"Al ser enviados a Roma para profundizar en vuestros estudios sacerdotales debéis pensar sobre todo, no tanto en vuestro bien particular, cuanto en el servicio al pueblo santo de Dios, que necesita pastores que se entreguen al hermoso servicio de la santificación de los fieles con alta preparación y competencia", dijo el Papa.

"Pero recordad que el sacerdote renueva su vida y saca fuerzas para su ministerio de la contemplación de la divina Palabra y del diálogo intenso con el Señor. Es consciente de que no podrá llevar a Cristo a sus hermanos ni encontrarlo en los pobres y en los enfermos, si no lo descubre antes en la oración ferviente y constante".

Por ello, explicó el Santo Padre, "es necesario fomentar el trato personal con Aquel al que después se anuncia, celebra y comunica. Aquí está el fundamento de la espiritualidad sacerdotal, hasta llegar a ser signo transparente y testimonio vivo del Buen Pastor".

"Queridos sacerdotes –continuó– que la vida y doctrina del Santo Maestro Juan de Ávila iluminen y sostengan vuestra estancia en el Pontificio Colegio Español de San José. Su profundo conocimiento de la Sagrada Escritura, de los santos padres, de los concilios, de las fuentes litúrgicas y de la sana teología, junto con su amor fiel y filial a la Iglesia, hizo de él un auténtico renovador, en una época difícil de la historia de la Iglesia".

Precisamente por ello, dijo luego recordando las palabras del Papa Pablo VI cuando canonizó a San Juan de Ávila en 1970, este testigo del Señor "fue ‘un espíritu clarividente y ardiente, que a la denuncia de los males, a la sugerencia de remedios canónicos, ha añadido una escuela de intensa espiritualidad’".

"La enseñanza central del Apóstol de Andalucía es el misterio de Cristo, Sacerdote y Buen Pastor, vivido en sintonía con los sentimientos del Señor, a imitación de San Pablo. ‘En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él’. El sacerdocio requiere esencialmente su ayuda y amistad: ‘Esta comunicación del Señor con el sacerdote… es trato de amigos’, dice el Santo".

Animados por las virtudes y el ejemplo de San Juan de Ávila, "os invito, pues, a ejercer vuestro ministerio presbiteral con el mismo celo apostólico que lo caracterizaba, con su misma austeridad de vida, así como con el mismo afecto filial que tenía a la santísima Virgen María, Madre de los sacerdotes".

El Papa luego alentó, como San Juan de Ávila, a vivir la vida sacerdotal bajo la guía de Santa María en la advocación de Mater clementissima: "no dejéis de invocarla cada día, ni os canséis de repetir su nombre con devoción".

"Que, bajo el amparo de Nuestra Señora, la comunidad del Pontificio Colegio Español de Roma pueda seguir cumpliendo sus objetivos de profundización y actualización de los estudios eclesiásticos, en el clima de honda comunión presbiteral y alto rigor científico que lo distingue, con vistas a realizar, ya desde ahora, la íntima fraternidad pedida por el concilio Vaticano II ‘en virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión’".

Así, concluyó el Papa, "se formarán pastores que, como reflejo de la vida de Dios Amor, uno y trino, sirvan a sus hermanos con rectitud de intención y total dedicación, promoviendo la unidad de la Iglesia y el bien de toda la sociedad humana". (**)


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SER SACERDOTE, DON DE DIOS por San Juan de Ávila

«Entre todas las obras que la divina Majestad obra en la Iglesia por ministerio de los hombres, la que tiene el primado de excelencia, y obligación de mayor agradecimiento y estima, es el oficio sacerdotal; por el ministerio del cual el pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre de Jesucristo Nuestro Señor, y su divina persona está por presencia real debajo de los accidentes del pan que antes de la consagración había. Conviene mucho conocer esta merced, para agradecerla al Señor que la hace, y también para usar bien de ella; lo cual, como San Ambrosio dice, no se puede hacer si primero no es conocida. Mas ¿quién tendrá vista tan aguileña que pueda fijarla en el abismo de la lumbre de Dios, de cuyo corazón tal obra procede, tan llena de maravillas manifestadoras de su inefable saber, inmenso poder, infinita bondad, que ésta por excelencia se llama gloria de Dios, como el glorioso San Ignacio la llama?

Si queremos comparar la alteza del oficio sacerdotal, sin comparación, será como comparar un cortesano de la cámara del rey, que trata con su misma persona, a un aldeano que ha menester el favor de este privado, y se hinca de rodillas delante de él y le besa las manos, pidiéndole con mucha humildad que interceda por él al rey con quien trata; y si lo queremos comparar con reyes, aunque sean monarcas, excédeles tanto, según San Ambrosio dice, como el oro excede al plomo.

Y no se tengan por afrentados los hombres terrenales, bajos o altos, cuyo poder es en cuerpos o en cosas corporales, en ser excedidos de los sacerdotes de Dios, cuyo poder es en las almas, abriéndoles o cerrándoles el cielo, y lo que es más, teniendo poder sobre el mismo Dios, para traerlo al altar y a sus manos; pues que los ángeles del cielo, aunque sean los más altos serafines, reconocen esta ventaja a los hombres de la tierra ordenados en sacerdotes; y confiesan que ellos, con ser más altos en naturaleza, y bienaventurados con la vista de Dios, no tienen poder para consagrar a Dios, como el pobre sacerdote lo tiene.

No tienen envidia de esto, porque están llenos de verdadera caridad; y, viendo en las manos de un sacerdote al mismo Hijo de Dios a quien ellos en el cielo adoran y con profunda humildad le alaban con mucho temblor, admírarse sobremanera de la divina bondad, que tanto se extiende, y gozándose mucho de la felicidad de los sacerdotes, y una y muchas veces, con entrañable deseo, les dicen: Benedicite, Sacerdotes Domini, Dominum; laudate et superexaltate eum in saecula; y de verlos tan honrados de Dios, hónrenlos ellos, y oyen con temblor las santas palabras que de la boca del sacerdote salen; y adoran a su mismo Rey y Señor en las manos del sacerdote, como una y muchas veces lo adoraron en los brazos de la Sagrada Virgen María. ¿Quién no exclamará, si esto bien siente, con el profeta David: Quis loquetur potentias Domini, auditas faciet omnes laudes eius? ¿Quien no dirá: Venite et videte opera Dei, benignissimi, et dulcissimi super sacerdotes: por cuyo ministerio no se contenta con convertir “mare in aridam”, como lo hizo por mano de su siervo Moisés; mas convierte el pan y vino en cuerpo y sangre del mismo Dios? ¡Oh bondad grande suya, que así engrandece a los sacerdotes, que los levanta del polvo y estiércol, y les da poder no sólo como a los príncipes de su pueblo, más aún: que puedan lo que ellos no pueden!» 


San Juan de Ávila, Tratado del Sacerdocio.


(**) EWTN Noticias/ACI Prensa.

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