Páginas

EL SECRETO ADMIRABLE DEL SANTÍSIMO ROSARIO por San Luis María Grignon de Monfort (Parte 6)


Continuación.

Cuarta Decena.

Excelencia del Santo Rosario demostrada por las maravillas que Dios ha hecho en su favor.

(...)

34a Rosa 

105) ¿Quién podrá contar las victorias que Simón, conde de Montfort, ganó a los albigenses bajo la protección de Nuestra Señora del Rosario?: fueron tan notables que jamás ha visto el mundo cosa parecida. Con quinientos hombres desbarató un ejército de diez mil herejes. Otra vez con treinta venció a tres mil. Después, con mil infantes y ochocientos de caballería, hizo pedazos el ejército del rey de Aragón, compuesto de cien mil hombres, perdiendo solamente ocho soldados de infantería y uno de caballería. 

106) ¡De cuántos peligros libró la Santísima Virgen a Alano de Lanvallay, caballero bretón que combatía por la fe contra los albigenses! Un día que se hallaba rodeado por todas partes de enemigos, la Santísima Virgen lanzó contra ellos ciento cincuenta piedras y le libró de sus manos. 

Otro día en que había naufragado su navío y estaba ya próximo a sumergirse, esta bonísima Madre hizo emerger ciento cincuenta colinas, por encima de las cuales llegó a Bretaña; y en memoria de los milagros que había hecho en su favor la Santísima Virgen, como recompensa del Rosario que diariamente le rezaba, fundó en Dinan un convento para religiosos de Santo Domingo y, después de hacerse él mismo religioso, murió santamente en Orleans. 

107) Otero, soldado bretón de Vaucouleurs, hizo huir compañías enteras de herejes y de ladrones con su Rosario y con la espada al brazo. Sus enemigos, después de vencidos, le aseguraron haber visto resplandecer su espada, y una vez en su brazo un escudo que tenía pintadas las imágenes de Jesucristo, la Santísima Virgen y los santos, que le hacían invencible y le daban fuerza para atacar. 

En cierta ocasión, con diez compañías venció a veinte mil herejes sin perder ninguno de sus soldados, lo que impresionó de tal modo al general del ejército enemigo, que fue a ver a Otero, abjuró de sus herejías y declaró que le había visto cubierto de armas de fuego durante el combate. 



35a Rosa 

108) El Beato Alano refiere que un Cardenal llamado Pedro, del título de Santa María del Tíber, instruido por Santo Domingo, su íntimo amigo, en la devoción del Santo Rosario, se interesó por ella de tal modo que fue su panegirista y la inculcaba a todos cuantos podía. El Cardenal fue enviado como legado a Tierra Santa entre los cristianos cruzados que combatían a los sarracenos, e hizo tales prosélitos en el ejército cristiano -practicando todos esta devoción para conseguir el auxilio del cielo- en un combate, con sólo tres mil triunfaron sobre cien mil. 

Ya hemos visto que los demonios temen infinitamente al Rosario. Dice San Bernardo que la salutación angélica les quebranta y hace estremecer a todo el infierno. El Beato Alano asegura haber conocido varias personas que se habían entregado al diablo en cuerpo y alma y que habían renunciado al bautismo y a Jesucristo y que, después de abrazar la devoción del Santo Rosario, fueron libertadas de su tiranía. 


36a Rosa 

109) En el año 1578 una mujer de Amberes se entregó al demonio, firmando el acta de entrega con su sangre. Algún tiempo después se arrepintió, y como sintiera gran deseo de reparar el mal que había hecho, buscó un confesor prudente y caritativo para conocer el medio de librarse del poder del diablo. 

Encontró efectivamente un sabio y virtuoso sacerdote que le aconsejó buscase al Padre Enrique, director de la Cofradía del Santo Rosario del convento de Santo Domingo, para que la inscribiese en la Cofradía y la confesara; y así se lo pidió, pero en vez del Padre encontró al demonio bajo la forma de un religioso que la reprendió severamente y le dijo que ninguna gracia podía esperar de Dios, ni había modo de revocar lo que había firmado; lo cual la afligió mucho. Pero no perdió por completo la esperanza en la misericordia del Señor, volvió a buscar al Padre y encontró nuevamente al diablo, que la rechazó como en la ocasión anterior; mas repitiendo por tercera vez el intento, permitió el Señor que encontrase al Padre Enrique, a quien buscaba, el cual la recibió con caridad, exhortándola a confiar en la bondad de Dios y hacer una buena confesión; la admitió en la Cofradía y le ordenó que con frecuencia rezase el Santo Rosario. Y un día, durante la Misa que el Padre celebraba por la mencionada mujer, la Santísima Virgen obligó al diablo a devolverle la cédula firmada; y quedó así libertada por la autoridad de María y la devoción al Rosario.


37a Rosa

110) Un señor que tenía muchos hijos, metió a una de las hijas en un monasterio que se encontraba a la sazón completamente desarreglado, pues las religiosas sólo respiraban vanidad y frivolidad. El confesor, hombre fervoroso y devoto del Santo Rosario, deseando dirigir a esta joven religiosa a la práctica de vida más perfecta, le ordenó rezar todos los días el Rosario en honor de la Santísima Virgen, meditando la vida, pasión y gloria de Jesucristo. Le agradó a ella mucho esta devoción y poco a poco fue aborreciendo el desarreglo de sus hermanas y empezaron a gustarle el silencio y la oración, a pesar del desprecio y burlas de las otras religiosas, que interpretaban su fervor como gazmoñería. 

Habiendo ido por aquellos días a visitar el monasterio un santo Abad, tuvo una extraña visión mientras oraba; le pareció ver una religiosa en oración en su celda ante una Señora de admirable hermosura, acompañada de un coro de ángeles, los cuales con flechas encendidas arrojaban a la multitud de demonios que pretendía entrar; y estos espíritus malignos huían a las celdas de las demás religiosas, en figura de sucios animales, para excitarlas al pecado, en el cual muchas de ellas consentían. 

Conoció el Abad por esta visión el mal espíritu de este monasterio, creyó morir de pena, llamó a la joven religiosa y la exhortó a la perseverancia. Reflexionando sobre la excelencia del Santo Rosario, resolvió reformar a estas religiosas con tal devoción; adquirió para ello hermosos Rosarios que regaló a todas las religiosas persuadiéndolas de que lo rezasen todos los días y prometiéndoles, si así lo hacían, no violentarlas para que se reformasen. Recibieron complacidas los Rosarios y prometieron rezarlo con esa condición. ¡Cosa admirable!: poco a poco dejaron sus vanidades, se dieron al recogimiento y al silencio y en menos de un año pidieron ellas mismas la reforma. El Rosario pudo en sus corazones más de lo que hubiera conseguido el Abad con sus exhortaciones y su autoridad. 



38a Rosa

111) Una condesa española, instruida por Santo Domingo en la devoción del Rosario, lo rezaba diariamente con maravilloso adelanto en la virtud. Como aspiraba a la vida de perfección, pidió cierto día a un Prelado y célebre predicador algunas prácticas de perfección. Este Prelado le dijo que antes era preciso le declarase el estado de su alma y sus ejercicios de piedad, y ella contestó que el principal era el Rosario, que rezaba todos los días, meditando los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos con gran fruto espiritual para su alma. El Obispo, entusiasmado al oír explicar las raras enseñanzas encerradas en los misterios, le dijo: "Hace veinte años que soy doctor en teología, he leido muchas y excelentes prácticas de devoción, pero no he conocido nada más fructífero ni más conforme al cristianismo. Quiero imitaros; predicaré el Rosario." Y así lo hizo, y con tal éxito, que al poco tiempo pudo ver un gran cambio de costumbres en su diócesis: muchas conversiones, restituciones y reconciliaciones; el libertinaje, el lujo y el juego cesaron; comenzaron a florecer la paz en las familias, la devoción y la caridad. Cambio tanto más admirable cuanto que este Obispo había trabajado mucho para conseguirlo y hasta entonces ineficazmente. 

Para inculcar mejor la devoción al Rosario, llevaba siempre uno muy hermoso, y enseñándolo al auditorio decía: "Sabed, hermanos míos, que el Rosario de la Santísima Virgen es tan excelente que yo soy vuestro Obispo, doctor en teología y en ambos derechos, me glorio de llevarlo siempre como el más ilustre signo de mi episcopado y doctorado." 


39a Rosa 

112) El rector de una parroquia de Dinamarca contaba frecuentemente, para mayor gloria de Dios y con gran gozo de su alma, que había obtenido en su parroquia un resultado análogo al de este Obispo en su diócesis. 

"Había predicado -decía- sin éxito alguno las materias más urgentes y mas provechosas. No había fruto alguno. Al fin me resolví a predicar el Santo Rosario y expliqué su excelencia y su práctica, y puedo asegurar que, desde que mi pueblo gustó esta devoción, he visto un cambio evidente en seis meses. 

Tan cierto es que esta divina oración tiene especial poder para mover los corazones e inspirarles horror al pecado y amor a la virtud." 

La Santísima Virgen dijo un día al Beato Alano: "Así como Dios ha escogido la salutación angélica para la Encarnación de su Verbo y para la Redención de los hombres, así quienes deseen reformar las costumbres de los pueblos y regenerarlos en Jesucristo deben honrarme y dirigirme la misma salutación. Yo soy -añadió- el camino por el cual vino Dios a los hombres, y es necesario que después de Jesucristo obtengan la gracia y las virtudes por mi mediación." 

113) Yo, que esto escribo, he aprendido por experiencia propia la fuerza de esta oración para convertir los corazones más endurecidos. He encontrado algunos en los que las más terribles verdades predicadas en una misión no habían hecho impresión alguna; y en cambio, habiendo adquirido, por consejo mío, la costumbre de rezar diariamente el Santo Rosario, se convirtieron y se dieron a Dios. 

He podido observar la enorme diferencia de costumbres entre pueblos y pueblos de las parroquias donde di misiones pues mientras unos, por haber abandonado la práctica del Rosario, habían vuelto a caer en las malas costumbres, otros, por haberla conservado, conservaban también la gracia de Dios y adelantaban todos los días en la vida cristiana.


No hay comentarios:

Publicar un comentario