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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP: XL FECUNDIDAD DE LA VIRGINIDAD.



MENSAJES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO 

A SUS HIJOS LOS PREDILECTOS 

(De Concepción Cabrera de Armida) 


XL

FECUNDIDAD DE LA VIRGINIDAD

Insisto en la pureza de los sacerdotes, en la virginidad  en las almas y en los cuerpos sacerdotales.
La Trinidad por virgen es más fecunda, y éste es uno de los misterios más altos de la Trinidad: la fecundidad en la unidad. Porque el Padre, virgen, es fecundado en Sí mismo, y con tal potencia divina, creadora, santificadora, que al engendrar al Verbo, en todo igual a Él, en ese instante feliz y eterno, procedió de ambas Personas divinas el Espíritu Santo, santificador por lo que tiene del Padre y del Verbo, que es al mismo tiempo el Espíritu del Padre y del Hijo, su Soplo amoroso, el lazo perenne de amor que los une eternamente en aquella unidad de esencia une eternamente en aquella unidad de esencia que produce y reproduce mundos y almas y seres que lo alaben, y reflejen su procedencia, que es en sustancia y esencia el amor.

El amor es la esencia y la felicidad de Dios; pero amor UNO, con flujo y reflujo en las tres Personas vírgenes en su unidad y múltiples en sus irradiaciones infinitas, que salen de la unidad –como miles de rayos del Sol de la pureza y de la virginidad- de la Trinidad Santísima, y que vuelven al mismo Sol de donde partieron. Reflejos cándidos, esplendores nítidos de una Pureza-amor, de un amor infinito de infinita pureza.

Por eso la pureza refleja a Dios, la virginidad asemeja a Dios, que al reflejarse en las almas vírgenes, en las almas cándidas y puras, atraen (como imán al acero) las cualidades de Dios, el atributo de su fecundidad espiritual y divina. Y este efecto que se produce felizmente en cualquier alma virgen, con más razón y derecho se comunica a las almas vírgenes de los sacerdotes, a las almas puras de los que son míos.

La virginidad no se recupera una vez perdida, pero la suple la Trinidad en los suyos por la castidad y transformación en Mí; esta transformación tan pedida por Mí en estas confidencias, sino hace que recuperen la virginidad perdida, sí los asemeja a ella, por la castidad y la unión divina que le comunica la Trinidad-Virgen, por su contacto purísimo con lo divino de mi esencia y por la gracia del Espíritu Santo.

Claro está que las almas de los sacerdotes que no han perdido la virginidad, esa fecunidad que comunica Dios a las almas vírgenes es más espontánea; pero para consuelo de muchos, la suplen, como dije, los grados mas o menos elevados y similares de su transformación en Mí. Ese contacto constante con la Trinidad-Virgen, que tiene y debe tener el sacerdote, lo blanquea, lo purifica, lo sublima, lo une íntimamente con la pureza misma, lo angeliza y lo lava y lo pule para la unidad en la Trinidad.

Por ese ser eterno de la Virginidad en la Trinidad, pido la pureza en mis sacerdotes, engendrados en el seno mismo del Padre donde yo fui eternamente engendrado con la fecundidad divina, con la potencia infinita del Santo, del Puro, del Inmaculado Amor.

Por esto mismo los sacerdotes, distinguidos entre los mortales por este noble origen, tienen la más que sagrada obligación de ser no tan sólo castos, sino puros; vírgenes reales, o puros por su transformación en el que es Luz de Luz y eterno foco de inmarcesible blancura.

De todos modos, tienen los sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen para poder cumplir con su purísima y sagrada misión de engendrar, a su vez, almas santas para el Santo de los santos, almas puras, nacidas y criadas al reflejo de la pureza.

Deben asemejarse, por su transformación en Mí, al Verbo hecho hombre todo pureza, todo pureza en sus dos naturalezas; y esta transformación en Mí es la que precisamente les acarrea la mirada amorosa y fecunda de mi Padre que, al mirarlos –complacido y sonriente, por lo que de Mí tienen en su transformación más o menos perfecta- les comunica una de sus cualidades propias, la fecundidad divina, para producir en las almas lo divino y para que le den en ellas gloria como Él la quiere, gloria de pureza.

Éste es el secreto del apostolado fecundo de los sacerdotes, su transformación en Mí, que le merece la fecundidad del Padre comunicada para el fruto de ese apostolado.

Un sacerdote que no tiene la mirada del Padre, que no recibe la fecundidad del Padre, que no es virgen, ni puro –ya por no haber conservado intacta esa pureza, ya por no haberla comprado en cierto sentido, por su transformación en Mí-, no dará fruto de vida eterna, y su contacto con las almas será estéril y su palabra infecunda, y su cosecha vana y nula, y de ningún valor para el cielo.

Ya se ve si es cosa seria eso de que los sacerdotes sean otros Yo en su transformación en Mí puro, en Mí luz, en Mí candor, en Mí víctima; que si soy acepto al Padre en cuánto hombre, es por mi inmaculada blancura, es por mi dolor inocente, es por méritos sin mancha, por mi unión virgen con la Trinidad-Virgen.

En María Virgen, en la Iglesia Virgen y en las almas vírgenes tiene sus delicias toda la Trinidad, y el cielo entero las mira con amor.

Y el Espíritu Santo también es Virgen,  ¡cómo no!, ¡si es en su unidad con la Trinidad la fecundidad eterna del amor! Por eso tiene El que ver tanto con el sacerdote, por su fecundidad virgen en la gracia y en el amor. Las expresiones todas al consagrar al sacerdote y al Obispo, todas son de unión, de unción, de pureza y de amor, todas simbolizan la fecundidad del amor, la unidad en la Trinidad del amor.

Y si deben tanto al Espíritu Santo los sacerdotes, ellos también deben transformarse en Mí, poseer plenamente al Espíritu mío que los anime, y les dé vida eterna y fecunda, que los purifique y santifique con el caudal de sus Dones y Frutos, y que por ese contacto íntimo con el Divino Espíritu posean pureza, trasciendan pureza, esparzan pureza, comuniquen pureza a las almas derramando en ellas el reflejo de la virginidad de la Trinidad, unificándolas por la pureza en la unidad. Allá va a parar toda la perfección divina y humana; a esa unidad-pureza, unidad-luz, unidad-amor, que todo lo abraza, que todo lo abarca, que todo lo fecunda y que es, en su virginidad infinita, el eterno foco de toda vida”.

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