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ACERCA DE LA VOCACIÓN -PARTE 5 -


El problema de las vocaciones: no se reza, y no hay familias ni curas Santos. (1)

El problema de las vocaciones sacerdotales y religiosas no es sólo ni principalmente problema de dinero con que dar de comer a los candidatos o aspirantes; es sobre todo problema de oración al Amo de la mies, de tierra y de cultivo, esto es, de tierra de familias neta y austeramente cristianas, y cultivo de sacerdotes modelos que, por su caridad para con la Iglesia, celo por las almas y discreción, defiendan, protejan, curan, enderecen yu rieguen la semilla de los dos Seminarios necesarios para producir la flor y el fruto de Curas santos: el de la familia cristiana y el de la Iglesia diocesana.
Así formados los sacerdotes, quizás no llegarán todos a Curas de Ars; pero seguramente tendríamos derecho a esperar que se repitieran con más frecuencia en la Iglesia”


¿Es válido oponerse a la vocación de los hijos?(2)

Entregarle a Dios a los hijos con gran fe, amor y desprendimiento, se trata de seguir la voluntad de Dios 

Robos, asaltos, secuestros… Todos esos desmanes hoy están al orden del día. Y me apena comprobar que gracias ellos nuestras sociedades se estén construyendo sobre la desconfianza, la incertidumbre y el miedo. Se contratan guardaespaldas, se refuerzan los cerrojos de las casas, se instalan alarmas en los negocios, se blindan los automóviles. Pero se da algo aún peor que todo eso: se acorazan las almas y se amurallan los corazones en una ausencia casi total de seguridad y de confianza en los demás. Y así, nuestro mundo, ¿cómo no va a ser cada día más inhabitable?

Bien, pero no es mi intención entretenerme ahora considerando las causas y consecuencias de esa marcada inestabilidad social que actualmente nos envuelve. Sin embargo, sí voy a traer a colación precisamente un secuestro. Uno -con todo y los que hoy se dan- fuera de lo normal. El hecho me ha vuelto a dar mucho qué pensar y ha abierto en mi interior viejas y nuevas heridas.

Sucedió que una joven albanesa de 26 años fue secuestrada nada menos que por sus propios familiares. Y el secuestro es inaudito no sólo por eso; lo es más aún por las circunstancias y los intereses que lo motivaron.

Resulta que esa joven, desde hacía seis años, vivía como monja en un convento de benedictinas en Italia. Desde que decidió seguir ese camino, se encontró con la oposición frontal de su padre, que buscó la complicidad de sus familiares emigrados en Italia para obligarla a retornar a Albania. Al no poder convencerla de abandonar la idea de la profesión religiosa, decidieron pasar a los hechos y secuestrarla. Y así lo hicieron.

Un día, cuando la joven se dirigía a la catedral para rezar, fue detenida, en plena plaza principal, por tres personas, entre ellas su hermano, y obligada a subir a un coche.

Gracias a la denuncia del suceso por parte de algunos testigos, la policía pudo encontrarla y rescatarla 48 horas después. Ella, una vez liberada, decidió volver al convento. Se mostró serena (al menos por fuera) y decidida sinceramente a seguir el camino elegido, en la esperanza de que sus padres lleguen a comprenderla y compartan algún día su deseo de ser religiosa.

He conocido otros casos de oposición por parte de los padres a la vocación de sus hijos. He oído a un padre decirle a su hijo: “si te vas de sacerdote, para mí es como si ya no existieses, ya no te consideres hijo mío”. Y a una madre gritarle a su hija: “prefiero que seas una mujer de mala vida a que te alejes de mí para ser monja”. He sabido de padres que desheredan, marginan, rechazan y olvidan a sus hijos por idénticos motivos… Pero nunca pensé que un padre hoy día pudiese perpetrar el secuestro de su propia hija, ya de 26 años, para hacerla desistir de su vocación y obligarle a hacer algo que ella no quiere. No permiten la opción de la vocación sacerdotal o religiosa entre las distintas vocaciones.

El que a un padre o a una madre le duela en el alma la partida de un hijo que decide consagrase a Dios, me parece lo más normal del mundo. A cualquiera le cuesta desprenderse de un hijo a quien ama. Sin embargo, la oposición rotunda de los padres a la vocación religiosa o sacerdotal de su hijo o hija, me parece algo tristísimo. Porque es señal de que esos padres padecen una miopía avanzada ante el don maravilloso de Dios que es toda vocación. Dios escoge lo mejor de su cosecha, y el que un padre llegue a usar la fuerza y la coacción física para impedir que uno de sus hijos siga el llamado de Dios, me parece ya demasiado. Creo que es un verdadero atropello, manifestación de un egoísmo sobresaliente y, a la vez, una ceguera total para las cosas de Dios, de verdad preocupante.

Voy a decir algo fuerte. Pero que juzgo verdad. Ningún padre o madre tiene derecho alguno de oposición sobre su hijo cuando lo que está de por medio es el querer infinito y los intereses de Dios sobre él. Porque de eso se trata en la vocación: de seguir la voluntad de Dios. Y si Dios llama a un hijo, ningún padre o madre puede arrogarse el derecho de rechazar, obstaculizar o impedir el cumplimiento de su santísima voluntad por parte del propio hijo. Ninguno. Porque nadie está por encima de Dios y su voluntad.

Además, yo me pregunto si el padre o la madre que rechaza y combate la vocación del hijo, se da cuenta del dolor, de la aflicción, del tormento que puede estar causando en el alma de aquel por su obstinada actitud. No, yo creo que muchas veces no se dan cuenta. No se fijan más que en sí mismos y sus intereses egoístas. Y ni se imaginan siquiera la pesadumbre interior del hijo que, tratando de hacer la voluntad de Dios(que ya es de suyo muchas veces difícil y hasta heroico), tiene que cargar además con el peso y la amargura de la incomprensión y resistencia de sus mismos padres. Con el desconocimiento y rechazo de qué es su vocación. No es justo, ni cristiano, ni humano. Y también aquí tengo que decir clara otra verdad: ningún padre, ni ninguna madre, tiene derecho de causar ese sufrimiento al propio hijo.

Menos mal que, por el contrario, hay otros padres y madres (muchos gracias a Dios) que ante el don de una o más vocaciones entre su prole, sin dejar de sentir el dolor de entregarle a Dios alguno de sus hijos, lo hacen con gran fe, amor y desprendimiento. Y aunque con el corazón sangrando y lágrimas en los ojos le devuelven a Dios lo que Él les dio antes y ahora reclama para sí; y lo dejan partir, disimulando con una sonrisa sincera lo que sienten por dentro.

¡Qué hermoso el testimonio de tantos padres de familia que aceptan, agradecen, apoyan y sostienen con sus oraciones y sacrificios la vocación de alguno de sus hijos! Sepan, todos ellos, que a ese hijo le tocó la mejor parte, que así están agradando a Dios, mereciendo ante Él, dando fecundidad al propio sufrimiento y soledad. Y, además, están haciendo más llevadero y feliz, para el propio hijo, el seguimiento del Señor, que tantas alegrías y satisfacciones traerá consigo para él y para ustedes también


He perdido un hijo(3)

"He perdido un hijo", suelen decir algunos padres. La expresión no es de hoy. San Bernardo consolaba en una de sus cartas a los padres de un joven del siglo XII, Godofredo, que había decidido entregarse a Dios en Claraval, diciéndoles:

"Si a vuestro hijo Dios se lo hace suyo, ¿qué perdéis vosotros en ello y qué pierde él mismo?... Si le amáis, habéis de alegraros de que vaya al Padre, y a tal Padre. Cierto, se va a Dios; mas no por eso creáis perderlo; antes bien, por él adquirís muchos otros hijos. Cuantos somos aquí en Claraval, y cuantos somos de Claraval, al recibirle a él como hermano, os tomamos a vosotros como padres.

Pero quizá teméis que le perjudique el rigor de nuestra vida... Confiad, consolaos: yo le serviré de padre y le tendré por hijo, hasta que de mis manos lo reciba el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación. No lloréis, no os lamentéis, que vuestro Godofredo al gozo corre, no al llanto".

"Es que no nos quieres", suelen argumentar algunos padres, ante el dolor de la separación. Saben que no es verdad: nadie que se entrega a Dios por amor, puede dejar de amar a los más próximos en el corazón. La llamada divina fortalece los lazos del cariño, aunque en ocasiones se agranden las distancias. Santa Teresa ofrece el testimonio de su propia vida: "Cuando salí de casa de mi padre -cuenta-, no creo será más el sentimiento cuando me muera; porque me parece cada hueso se me apartaba por sí; que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande, que si el Señor no me ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo contra mí, de manera que lo puse por obra" (Libro de la Vida, cap. 4, 1). 

Sucede al contrario: en la hija, en el hijo que se entrega a Dios, ese amor filial se hace más hondo y recio, más limpio y profundo, más verdadero. Basta pensar en las razones que pueden mover a un hijo para abandonar lo que más quiere en el mundo. Sólo hay una: un amor más fuerte que ese amor: el Amor de Cristo. Pero Cristo no separa las almas, no establece oposiciones, no enfrenta el primer mandamiento (amar a Dios sobre todas las cosas) contra el cuarto mandamiento (amar a los padres). 
Dios establece sólo una jerarquía: el amor a Dios debe ser lo primero en el corazón; y alienta, cuando surge un conflicto entre estos dos amores (dos amores, no hay que olvidarlo, para un mismo corazón), a poner en primer lugar el amor de Dios. "Los padres han de ser honrados -escribe San Agustín-, pero Dios debe ser obedecido" (Sermo 100, 2). 

"Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10, 37). Estas palabras de Jesucristo pueden aplicarse conjuntamente a los padres y a los hijos: la vocación supone un acto de entrega y de confianza en Dios por parte de unos y otros. Por eso, como ya se ha dicho, cada crisis vocacional supone un "test" espiritual para toda la familia: padres, familiares, hermanos... 

Y no es verdadera piedad filial la que lleva a desoír la vocación, la llamada de Dios. "Dad a cada uno lo suyo -recuerda San Agustín- conforme a una escala de obligaciones; no subordinéis lo anterior a lo posterior. Amad a los padres, mas poned a Dios por delante de los padres" (Sermo, 100, 2).

No es fácil ese trance. Tampoco lo fue para María y José: ellos no entendieron que Jesús hubiese permanecido en el Templo mientras lo buscaban angustiados por Jerusalén. Guillén de Castro pone en labios de María un planto sobrecogedor: 

"Hijas de Jerusalén:
¿habeis visto, habéis sabido
de un Niño que yo he perdido
que es mi Hijo, que es mi bien?"

Recordemos la escena. Cuando María y José llegaron al templo, tras días de angustia y desconsuelo "su Madre le dijo: Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, llenos de aflicción, te hemos andado buscando".

Jesús les dio una respuesta que parece dura y desconcertante: "El les respondió: ¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?" (Luc II, 48-49). 

A primera vista parece incomprensible que un Hijo como Aquel hubiera consentido ese dolor en una Madre como Aquella. Jesús quiso dejar grabada esta enseñanza con su propia vida para dar fortaleza a los que deberían seguirle en el futuro y mostrar un ejemplo a los padres, inspirado en María y José. Porque María y José no protestaron. Buscaron humildemente en todo, aun en lo más incomprensible y doloroso, la Voluntad de Dios: "María guardaba todas estas cosas en su corazón". 

De todos modos, al margen de estas consideraciones espirituales, conviene no dramatizar: la separación de padres e hijos es ley de vida: "dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán dos en una sola carne" (Marc. X. 7-8). Y los que se casan no suelen seguir tampoco el parecer de sus padres a pies juntillas. Escribe Addison que "la mujer pide raras veces consejo antes de comprarse el traje de boda".

Algunas oposiciones violentas a la vocación de los hijos, con llantos y amenazas, revelan a veces, junto con la falta de aceptación de la Voluntad de Dios, cierto afán posesivo que se cree con derecho a dirigir la vida de sus hijos a su capricho, como si fueran eternos adolescentes. Contra ese atropello clamaba doña Juana, un personaje de una comedia de Moreto: 

"Obedecer es muy justo
a mi padre, pero no
cuando la elección erró;
que un casamiento forzado
lleva el honor arriesgado
y soy muy honrada yo".

Ese afán posesivo lleva con frecuencia, en el caso de que el hijo decida entregarse a Dios, a murmuraciones y acusaciones contra instituciones de la Iglesia; y en el caso de que el hijo tome matrimonio se concreta en entrometimientos en su vida familiar,murmuración de nueras, etc. Muchas veces este afán se reviste de preocupación por el futuro. Pero, ¡cuántas madres aceptan sin más problema que su hija joven se case y se vaya a otra ciudad -en el matrimonio, que tantas veces recoge frutos amargos de infidelidad- con una persona casi desconocida... y ponen el grito en el cielo si decide entregarse a Dios, que nunca traiciona!

NOTAS: 

(1)BEATO MANUEL GONZÁLEZ en: Prólogo a la edición española, FRANCIS TROCHU, El cura de Ars, Ed. Palabra, Madrid, 199910, pp. 15-16.


(2)Catholic.net


(3)conelpapa.com/


FUENTE: Material tomado fielmente de la web http://www.vocaciones.org.ar
 
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Me hago eco de este valioso material organizado en esta web y lo reproduzco en este blog como un testimonio más de la importancia de acoger el llamado de Nuestro Señor a participar y servir a su Iglesia. Hago énfasis como bien se ha visto en lo largo de las  entregas de este material, en la crisis vocacional de estos tiempos. Por tanto si desea conocer más acerca del tema le invito a visitar esta web del IVE (Instituto del Verbo Encarnado) que entre otros mensajes deja en su descripción el texto a continuación "Porque la misión del sacerdote, en palabras de San Alberto Hurtado es la "la más grande, la más sublime, la más necesaria misión que existe sobre la tierra"


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