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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLVI: Vanidad.



Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos los Predilectos

De Concepción Cabrera de Armida


XLVI

VANIDAD

Otros de los grandes defectos que pierden a mis sacerdotes, o a lo menos les impide la perfección, es la vanidad y la sed de vanagloria y los aprecios humanos.

Este vicio, cuando se inicia en el alma del sacerdote debe cortarlo de raíz, porque si llega a enseñorearse con él y a poseerlo, lo aleja de la vida interior y espiritual –que debe ser donde gravite su existencia-, lo rebaja a las cosas de la tierra y a deleitarse en ellas. Entonces se entristece cuando le faltan las alabanzas humanas y sólo goza cuando se ve envuelto en ellas.

¡Cómo le hacen falta y llegan a ser estas alabanzas su elemento y su vida –Si no las tiene, las busca con mil pretextos, y a veces descaradamente; y llega a tal grado este vicio y odioso defecto en su alma, que si no encuentra las alabanzas, las finge en su entendimiento y en su corazón, y se complace imaginariamente en sus efectos.

Se enorgullece el sacerdote que tiene el vicio de la vanidad, de su persona, de su figura, de su talento, de su trato social, de sus maneras, de sus sermones, de sus direcciones, etc.; se forma, con la poderosa ayuda de Satanás que lo atiza, su incienso íntimo, que, al complacerlo, entenebrece para él el campo de las virtudes y la humildad en el propio conocimiento que debe envolverlo.

¡Cuántos sacerdotes pasan la vida incensándose a sí mismos y buscando y complaciéndose en las adulaciones mundanas y espirituales! ¡Cuánto tiempo pierden muchos de los míos, haciéndose a sí mismo sus panegíricos y echando redes para ser ensalzados! ¡Cuánto humo, cuanta vanidad que no deja en las almas sino negrura, sofocación y desaliento para las sólidas virtudes y abnegaciones que el ministerio sacerdotal necesita y exige!, ¡y cómo Satanás, entonces, se aprovecha para meter en las almas sacerdotales el cansancio, el fastidio, la tibieza, el desaliento y tentaciones mayores que sólo Yo veo y que llegan a precipitar en insondables abismos!

¡Cuántas veces comienza la vanidad por lo poco y acaba por minar la sagrada e incomparable vocación sacerdotal! ¡Hasta allá alcanza la astucia de Satanás que pone suavísimamente el anzuelo para pescar los corazones y hundirlos en el infierno!

La vanidad nace de la soberbia: es el ser mismo de Satanás que se goza en comunicar e infiltrar, sobre todo en el corazón de los míos. Los sacerdotes son, como he dicho, su más codiciado manjar; y por su semejanza Conmigo, el Sacerdote Eterno, más se complace en perseguirlos, el introducirles el mundo con todos sus vicios y la carne con todas sus monstruosidades; y cualquier triunfo en ellos es un bofetón que quiere darme, y su conquista definitiva es para él como si me diera la muerte.

De ese grado y de esa magnitud es su infame malicia al tocar, al poseer, y al arrancar de mis brazos y de mi Corazón cada sacerdote. Mi Iglesia es su pesadilla constante, y sus mejores tiros los guarda para Ella, y su veneno más ponzoñoso los guarda para los que la sirven, y sus triunfos más aplaudidos son las funestas victorias sobre las almas sacerdotales, esencia de mi Corazón, fibras de mi alma, en quienes mi Padre se complace y a quienes toda la Trinidad ha distinguido eternamente con singulares privilegios y escogidísimas gracias.

Por eso el infierno en un sacerdote réprobo no tiene comparación porque tampoco la tienen sus pecados y espantosas ingratitudes, cometidas con los abusos voluntarios de estupendas desgracias y pisoteadas. Y lo triste es que se comienza a bajar por ese plano inclinado –que concluye en la desgracia eterna- con nimias pasiones de envidias, celos, vanaglorias, etc., que consentidas y alimentadas, toman vuelo y se agigantan, y envuelven a las almas de los sacerdotes, las cuales como ningunas otras deben estar siempre en guardia, y rechazar, luchar e impedir en sí mismos esas pasioncillas rastreras, y degollarlas sin piedad en sus principios. Deben de tener muy en cuenta la más que astuta malicia de Satanás para ellos y sus terribles fines.

Y ¿cómo se blindan contra esas pasiones terrenas? Con la santa coraza de lo divino, con su transformación en Mí; con su vida sobrenatural que los eleve de la tierra; con su unidad de en la Trinidad en la que Satanás se estrella y lo que es, para él, impenetrable. Ahí esta el asilo del sacerdote: en su unión perfecta con el Dios perfectísimo, cuyo escalón es María, al eterna enemiga de Satanás y del infierno todo.

Que recurran a María mis sacerdotes y Obispos porque en el mundo nadie está exento de los ataques de mis enemigos y menos mis sacerdotes; y que por María, pasen a Mí; y por Mí al Padre en el Espíritu Santo. ¡Así llegarán a lo que tanto pido en ellos; a ese Puerto seguro que en estas confidencias les ha querido señalar mi amor eterno, singular y misericordioso; a la unidad que es su cielo en la tierra y que será su cielo en el cielo!

Que estos mis deseos lleguen a mis Pastores para que los utilicen en favor de los sacerdotes, mis hijos, y en sí mismos.

Que si señalo defectos, no es para echarlos en cara –que esto no lo sufre ni mi fineza ni mi caridad con los que los amo-, sino por el deseo vivo y ardiente de su perfección que en mi Corazon arde y que en estas confidencias santas ha querido desahogar en sus infinitos anhelos de hacer el bien.”.

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