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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLVII:


Mensajes de Nuestro Señor Jesucristo
para sus Hijos los Predilectos

("A Mis Sacerdotes" De Concepción Cabrera de Armida)

XLVII


ESTE ES MI CUERPO… ESTA ES MI SANGRE…

La transformación del sacerdote en Mí que se opera en la Misa debe continuarla él en su vida ordinaria, para que sea esta vida, interior y extraordinaria, espiritual y divina, en todas sus partes. Deben girar esta vida espiritual del sacerdote dentro del ciclo santo de la Trinidad, debe vivir en su unión intima y continuada con las divinas personas, y recibir de Ellas la santidad para santificar, la fecundidad divina para engendrar en las almas lo santo, lo puro, lo perfecto y divino, y el amor al Espíritu Santo para fundarlas en la caridad y unificarlas en Dios mismo.

Con esta vida santa de pureza, unidos a la Pureza misma se harán mis sacerdotes dignos de Dios, que cuando mira, endiosa; se harán dignos de esa mirada pura, santa, y fecunda que cuando se posa en su alma la penetra y la santifica.

El Padre, al posar su mirada en el alma de los sacerdotes, lo hace por dos cosas, tiene dos objetos: al darles a su Verbo y el buscar a su Verbo en ellos. Lo da, porque se da a Sí mismo con el Verbo y con el Espíritu Santo, una sola divinidad con Él, y lo pide en razón de justicia, que pide lo suyo, lo único suyo, que lleva en Sí a todas las cosas.

Busca al sacerdote en su Verbo y en su Verbo al sacerdote que debe estar divinizado y transformado por Jesucristo en Dios; y si no lo encuentra, se contrista, porque Yo, Cabeza de la Iglesia, no debo estar mutilado en el Cuerpo de la Iglesia, en sus sacerdotes; sino que todos sus sacerdotes deben estar en Mí y Yo en ellos, por su perfecta transformación que completa la unidad de la Iglesia en la Trinidad.

Cuando un sacerdote no está transformado en Mí o en vías de transformarse por sus esfuerzos continuados para lograrlo, estará en la Iglesia, pero en cierto sentido, segregado de la intimidad de la Iglesia, separado de su Espíritu, del núcleo escogido de mi Iglesia. ¡Y cuántos sacerdotes hay que no piensan en esto, ni lo procuran, ni ponen de su parte un solo ápice para adquirirlo! Toman la dignidad incomparable del sacerdocio como una profesión material cualquiera; y ese no es el fin sublime y santo del sacerdocio, que consiste en LA TRANSFORMACIÓN PERFECTA EN MÍ, POR EL AMOR Y POR LA VIRTUDES.

El Espíritu Santo, por María, forma la esencia del sacerdote. El Espíritu Santo, enviado por el Padre, es que engendra al Verbo en el sacerdote por la unción que de Él recibe, por la fecundación del Padre que le comunica, por el conocimiento del Padre por el Verbo, por el estudio y amor al Verbo que refleja al Padre, porque el que conoce al Verbo conoce al Padre y se enamora del Padre por el Espíritu Santo.

Y el fin de la iglesia en su parte intrínseca es formar en la tierra UN SOLO SALVADOR DE LAS ALMAS, UN SOLO SACERDOTE ETERNO, por la unión, parecido e identificación con Él de todos sus Pontífices y sacerdotes; reproducir a Jesús, atraer por esto y con esto las miradas fecundas y cándidas del Padre, para divinizar ese Cuerpo místico que, si lo complace, es por lo que lleva de Mí mismo en él.

Y así es que, individualmente, más mirará complacido el Padre al sacerdote, que más se parezca a Mí. Pero quiere verlo transformado en Mí no tan solo en la hora de la Misa, sino a todas horas, de tal manera que en cualquier sitio y a cualquier hora, pueda el sacerdote decir con verdad, en el interior de su alma, estas benditas palabras realizadas constantemente en él, por su transformación en Mí: “ESTE ES MI CUERPO, ESTA ES MI SANGRE”.

¡Oh! Si todos los sacerdotes hicieran esto transformados en Mí, no tan sólo a la hora del Sacrificio incruento, sino siempre, ¡cómo se derramaría el cielo en gracias para ellos y para las almas!., ¡cómo esas miradas divinas y fecundas del Padre endiosarían la tierra!, ¡cómo germinarían las vocaciones sacerdotales!, ¡cómo se multiplicarían los santos! ¡cómo florecería la iglesia! Y ¡cuánta, cuanta gloria recibiría la Trinidad!

Pero al contrario, sin esto que digo todo será y es al revés en muchas de sus partes. Y ¿por qué? Por la falta de transformación en Mí de los sacerdotes.

He puesto el dedo en la llaga en estas confidencias de mi Corazón amargado (pero lleno de caridad para con los míos). Aquí está el fondo y la procedencia de todos los males que lamento en mi Iglesia: LA FALTA DE TRANSFORMACIÓN EN MÍ DE SUS SACERDOTES; que si esto fuera, ¡que distintos se hallarían pueblos, naciones y almas, que resienten, materializadas, la falta de influjo divino que debieran comunicarles los sacerdotes, y que se hunden y se despeñan por la sensualidad y por la falta de fe en abismos insondables de males, sin que se oponga a esa infernal corriente la suficiente potencia de sacerdotes santos que, transformados en el Santo de los santos, transformarían al mundo y lo divinizarían, y unirían en la unidad de la Trinidad a lo que de Ella salió y a lo que a Ella debe volver!

Por tanto muy culpables serán los sacerdotes que con estos caritativos avisos del cielo no detengan su carrera de vicios y defectos espirituales que les impiden su transformación en Mí.

Sepan que si el demonio ha ganado terreno en mi Viña es por la falta de obreros santos; por sacerdotes tibios, disipados, aseglarados y mundanizados, que se han dejado llevar por la corriente e impregnarse del ambiente actual sin oponer resistencia, sin hacerse violencia a sí mismos y sin preocuparse de los principal que debiera preocuparlos, es decir, de su perfecta transformación en Mí.

Que sepan esto los Obispos, porque el mal se desborda y ha entra: en la transformación de los sacerdotes en Mí y en su unión perfecta con las con las tres divinas Personas. Esto romperá las cataratas del cielo en favor de mi Iglesia y de las almas; en este importantísimo punto único está la salvación”.

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