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CONFIDENCIAS DE JESÚS A UN SACERDOTE. Monseñor Ottavio Michellini.

YO SOY EL FUEGO

Hijo, cuántas veces en los precedentes mensajes no te he hablado de nubes que cubren mi Iglesia, en oscuridad profunda.  No lo he hecho por casualidad.
En otras ocasiones te he dicho que el Amor se puede comparar con un brasero ardiente, capaz de transformar y de comunicar a otras cosas de naturaleza diversa (ver el hierro de por si frío y oscuro), la propia naturaleza que desprende fulgor y calor.  Un pedazo de hierro puesto en un brasero, abrasa como el fuego, resplandece como el fuego y produce los efectos del fuego.
Yo soy el fuego venido a la tierra para incendiar las almas con mi amor, para compenetrarlas con mi vida divina.  sobre este fuego no es agua lo que se arroja para apagarlo sino toda la la porquería, la inmundicia, y toda la oscuridad que hay en la mente de quien es tinieblas y pecado, que es odio y rebelión.
¿Qué queda del brasero ardiente sobre el que se arroja el agua?  Pocos carbones negros y humeantes.  La mona de Dios todo hace y todo realiza en oposición a Dios Creador, a Dios Redentor, a Dios Santificador.
He venido a la tierra para traer el fuego de mi Amor, para comunicar a las almas el calor y el esplendor de mi Amor divino y hacer de los hombres, esclavos, hijos de Dios, hermanos míos herederos Conmigo de la gloria del Padre.
Satanás que nada ha perdido de la potencia con la que fue dotado ni de su libertad natural, continuamente esta inclinado a una obra de transformación de las almas en tizones negros y humeantes, herederos con él de las penas eternas del Infierno.  Hijo mío, no se quiere comprender que la presencia del hombre en la tierra está en orden a la vida eterna, que la tierra es exilio y campo de una lucha, no querida por Dios sino por el odio, por la envidia y la rivalidad de Satanás y de sus diabólicas legiones.
Su designio ahora se podría decir que lo ha logrado.  Es el de convencer a los hombres de su no-existencia y mantener en letargo a obispos y sacerdotes, tanto de no advertir las contradicciones en que están sumergidos.
Pero la última palabra la dirá la Madre mía y vuestra que aplastará de nuevo con su pié la cabeza de la maldita Serpiente.
Un despertar a la fe, a la visión realista y trágica de las contradicciones en las que se vive, un retorno a un sincero arrepentimiento, podría detener el alud en marcha.  ¿No irán todavía la oscuridad, la presunción y el orgullo a vencer?


NINGUNO SE ENGAÑE

Grítalo fuerte, hijo: ninguno se haga ilusiones, los días están contados.  Ay de aquellos que se hagan sordos e insensibles a mis llamadas.  Demasiada resistencia han opuesto a mi Misericordia.
Es tiempo de revisión, es tiempo de poner la segur a la raíz, es tiempo de sacudirse el letargo, es tiempo de bajar al campo y presentar batalla contra el infernal Enemigo.
Yo he vencido a Satanás, Yo he vencido al mundo, Yo he vencido a la muerte.  Hijos míos, ¡valor!  La hora es grave, pero unidos a Mí, unidos entre vosotros, podéis salvaros.
Es la última posibilidad que se os ofrece.  Los medios no os faltan y más que válidos para frenar, detener y delimitar el arrogante avance del Enemigo.
Te bendigo. Ofréceme tus tribulaciones: me pagarán por la necia e insensata obstinación de tantas almas consagradas a Mí.


INSTRUMENTO DE PERDICIÓN

Yo te he dicho, hablando de la Confesión, que el modo en que se administra este Sacramento no responde del todo a un plan de mi Misericordia y de mi Amor sino más bien a un perverso designio del Maligno.
El no ha dejado nada sin intentar por transformar este Sacramento, medio de resurrección y de vida, en un mortífero instrumento de perdición, oscureciendo él, Príncipe de las tinieblas, este precioso fruto de mi Redención.
Te he dicho que en un reciente mensaje,  he constituido a mis sacerdotes en jueces de las conciencias.  ¿Cómo?...No soy Yo el Eterno sacerdote?
Cuando vosotros, llamados por Mí, os habéis consagrado a Mí, Yo os he participado a vosotros mi Sacerdocio, o sea, os he llamado a formar parte de mi Sacerdocio, como en su tanto participo a las almas (con los otros Sacramentos) mi Vida sobrenatural.
Pero Yo soy el Ser infinitamente simple: no hay en Mí atributos o perfecciones distintas.  Yo soy el ser infinitamente perfecto, y en Mí están todas las perfecciones.
Yo soy el Eterno Sacerdote, Yo soy el Eterno Juez.  Soy el Eterno Amor y la Eterna Justicia, soy la Eterna Misericordia.
A Mí, Juez está reservado el juicio particular de todo hombre, juicio sin apelación, irrevocable que tendrá su conclusión final con el juicio universal, y esto sea para la humanidad o sea para la naturaleza angélica.
Yo, el Juez infinitamente justo, juzgo a cada hombre con justicia.  Ser juez quiere decir absolver o condenar con justicia las culpas de quien ha pecado.
Todo sacerdote debe ser juez recto, justo e imparcial.  Este poder no es de ellos sino de Mí, Eterno Juez.
Muchísimos ejercitan este poder como si fuese de ellos; administran este poder sobrenatural con una facilonería e inconsciencia que hace estremecer a quien tiene un poquito de sensibilidad espiritual.
Se ayuda a los penitentes a encontrar todas las justificaciones posibles a sus pecados, concluyendo que la misericordia de Dios es grande.


CONFESIONES SACRÍLEGAS

La Misericordia de Dios no es solo grande sino que es infinita, pero esto no autoriza a ninguno a abusar de ella en un modo tan vergonzoso.
Es importante, hijo, y por eso te repito esta cosa:  "No os volváis de administradores de la justicia divina, en cómplices del demonio, de instrumentos de salvación, en instrumentos de perdición!"
De Dios no se puede uno reír impunemente.  Las palabras con las que Yo he instituido este medio de salvación, son de una claridad inequívoca: Perdonar o retener los pecados.
No puede haber Confesión válida sin arrepentimiento sincero, no puede haber arrepentimiento sincero sin un serio y eficaz propósito de no querer pecar más.
Muchas Confesiones son nulas.  Muchas son dos veces sacrílegas.  Quien se confiesa sin tener las disposiciones requeridas y quien absuelve sin cerciorarse que las requeridas disposiciones existan, profana el sacramento y comete un sacrilegio.
Envilece este prodigioso medio de salvación, transmutándolo en medio de perdición, aquel sacerdote que se hace cómplice del malvado designio de Satanás.  No busca a Dios ni el bien de las almas, sino se busca a si mismo y es en verdad terrible anteponer a si mismo a Dios.
-Entonces Señor...
Sí, hijo mío, no estúpido rigor, sino rectitud y justicia.
¿Porqué habría dicho a los Apóstoles y a  sus sucesores: "Andad, y a todos aquellos a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados y a quienes se los retuviereis les serán retenidos?"  Es evidente que con estas palabras se les pide un serio y equilibrado juicio que no admite compromisos con ninguno, ni con la propia conciencia, ni con el penitente y mucho menos Conmigo.





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