Páginas

"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. XLVIII: Mortificación.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


XLVIII

MORTIFICACIÓN

 “Una de las cosas que faltan en muchos de mis sacerdotes es el espíritu de mortificación, el amor a la cruz, el conocimiento de las riquezas que encierra el dolor. Muchos predican la cruz y no la practican; aconsejan la abnegación y el propio renunciamiento y ni sueñan para sí mismos en esas virtudes tan necesarias en los sacerdotes, porque el sacrificio es uno de los puntos culminantes y como el cimiento para la transformación en Mí que fui víctima desde el instante de la Encarnación hasta mi muerte.

Una víctima para ser aceptada a mi Padre debe ser pura y sacrificada. Mi vida entera se redujo a esta hermosa palabra que sintetiza el ser del cristiano y más el del sacerdote: ¡Inmolación! Fui inmolado voluntariamente en la tierra y continúo esta vida de inmolación en los Altares.

Yo vine al mundo a santificar el dolor y a quitarle su amargura; vine para hacer amar el dolor, la cruz, señal de mis escogidos y entrada segura para el cielo; y la transformación más perfecta en Mí tiene que operarse por el dolor amoroso, por el amor doloroso.

Por tanto; un sacerdote que quiera asimilarse a Mí –como es su deber – debe ser amante del sacrificio; debe tender a la voluntaria inmolación, abnegándose, negándose a sí mismo y sacrificándose constantemente en favor de las almas.

Lejos de él la molicie, la comodidad y el regalo; y en la cruz encontrará riqueza y dulzuras desconocidas si la abraza con amor, si la estudia, si la penetra, si la comprende, si la vive; porque en el fondo del sacrificio a puesto mi Padre el delicado y sabroso fruto conquistado por Mí en la Pasión, dulcísimos manás que solo se descubren en el dolor voluntario o amorosamente aceptado por los corazones generosos y amantes.

Sacerdote quiere decir que ofrece y que se ofrece , que se da, que inmola y se inmola; y ¿cómo se inmola y se ofrece un sacerdote que no se mortifica, que busca todos los gustos de la naturaleza, que huye de la cruz en cualquiera forma?

Pero el verdadero espíritu de sacrificio nace del amor en un alma pura. El amor es el pulso del sacrificio y el sacrificio es el pulso del amor; y nadie está en tan íntimo contacto con quien fue amor y dolor al mismo tiempo que el que se sacrifica.

Yo en cada instante amo, en cada Misa me inmolo, en cada sacramento y movimiento de la Iglesia derramo amor y esparzo gracias compradas con el dolor de un Dios-hombre, y valorizo los sacrificios del hombre para el cielo.

El sacerdote que me estudie, penetrará más y más en ese abismo sin fondo de mis dos naturalezas: en la divina, el amor; en la humana, el dolor, que unidas en la Persona divina del Verbo, forman el todo de un Jesús Salvador que santificó el dolor, la cruz suavisó su dureza, aligerando el peso de su sacrificio voluntario.

Todo dolor unido al mío alcanza gracias para otras almas.

Como he dicho, el sacerdote no es solo, sino que representa para Mí o debe representar muchas almas en él y salvadas por su concurso.

Por la gracia de fecundación divina recibida del Padre tiene que germinar pureza, virtudes y gracias en las almas; pero, a mi imitación, esas gracias debe comprarlas con dolor, con sacrificios, con amor.

Mientras más amor y dolor tenga, más gracias comprará para las almas y más gloria en ellas me dará.

Esta orientación muy marcada deben tener los sacerdotes transformados en Mí; este colorido de cruz, pero de cruz amorosa, no de cruz que espanta, sino de cruz que atrae, que embalsama, que embriaga y deleita; de cruz que irradia Jesús, que contiene Jesús, que sabe a Jesús, que es Jesús.

Si el sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús crucificado, debe el primero crucificarse, porque solo crucificándose, puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias.

Es triste, muy triste y doloroso para mi decirlo, pero ¡cuán pocos relativamente, son los sacerdotes que aman la cruz, que buscan el dolor voluntariamente, que se gozan en el sacrificio, que viven en su sabia divina y que predican la cruz con su palabra y con su ejemplo! Si quieren transformarse en Mí es preciso que amen la cruz, que no teman la cruz, que se crucifiquen al reverso de la cruz, al lado de María.

¿Cómo enseñar a las almas las riquezas de la cruz, sino las conocen? ¿Cómo hacerles entender la suavidad de la cruz, si nunca voluntariamente la han gustado?

La penitencia corporal y la mortificación interior deben ser familiares al sacerdote para su santificación y para compra gracias para otras almas. Pero solo una cosa endulza estos sacrificios tan contrarios a la naturaleza y es el amor: el amor que nace, como la chispa al frote, de la mortificación y de la penitencia en un alma pura; el amor que impulsa en la sed de ofrendarse en bien de otros y para complacencia del amado.

Y llega el dolor a ser necesario y como indispensable al amor, llega el sacrificio a ser un consuelo y un refrigerio y un descanso para el amor. Por eso Yo deseaba ser bautizado con un bautismo de sangre, porque los ardores de mi amor me martirizaban, y ansiaba el feliz desahogo del dolor.

Y hasta este punto pueden llegar mis sacerdotes transformados en Mí; hasta los más heroicos sacrificios por obsequiarme, por complacerme, por parecerse a Mí, por honrar en comunión perfecta y transformante en Mí.

Hasta allá quiero a mis sacerdotes, perfectos en su transformación en Mí: a tener unos mismos ideales y sentimientos y anhelos de sacrificio, porque así honrarán a la Trinidad que tanto los ama y los distingue; y así también salvarán y santificarán a las almas por el medio más poderoso y divino: por su transformación en Mí en el amor y en dolor”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario