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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. L: Pereza.

Mensajes de Nuestro Señor 
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.


("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)
L


PEREZA
La pereza para mis sacerdotes es un filón que Satanás explota para sus fines contra Mí. Porque impide el celo que los sacerdotes deben tener por mi gloria. Es muy fino y astuto Satanás con sus pretextos, con sus exageraciones, con sus múltiples excusas de ningún valor en un alma que de veras me ama. Sabe poner la inercia, el fastidio, el cansancio, y el desaliento en el corazón del sacerdote para desarrollar en él la pereza y disculpar a sus mismos ojos, con frívolos motivos, lo que es solo pereza en mi servicio.


¡Cuánto perjudica a mi Iglesia y en ella a las almas este vicio capital que tanta gloria me quita! Muchos sacerdotes hay que se forman la conciencia y creen cumplir sus deberes con decir la Misa más o menos fervorosamente y rezar el Breviario con más o menos devoción, cómo sino hubiera almas a quien atender y evitarle peligros y santificarlas para mi gloria; como si no hubiera enemigos que atacan la plaza de mi Iglesia en mil formas y con diferentes medios.


¿Será posible que trabaje más Satanás para perder las almas que mis sacerdotes para salvarlas? Y la pereza corporal y espiritual es la causa de ese poco celo y de esa inercia que los aprisiona; es el sopor con el que el demonio adormece a las almas sacerdotales en muchas ocasiones. Se creen cansados, enfermos y aun con falsas humildades, inútiles para mi servicio, dejan la carga para otros y descansan ellos, como si ese tiempo precioso de males imaginarios no nos perteneciera a Mí y a las almas.


Un sacerdote que no sabe en que emplear su tiempo no es digno ni del nombre que lleva ni de la sublime misión que le he confiado. ¿Cómo matar el tiempo quien debe emplearlo todo en mi servicio, en su ministerio, en su apostolado, en su oración, estudio y trato íntimo Conmigo? Activo es el Espíritu Santo en el que debe arder el corazón del sacerdote digno del cargo que ha recibido, del sacerdote fiel a su vocación y que no debe desperdiciar ni un átomo del don de Dios, ni una sola ocasión de hacer el bien.


El sacerdote es sembrador y su misión es arrojar la semilla en las almas, cultivarlas y presentarlas al Padre como maduros frutos que Él debe cosechar. Un sacerdote perezoso que busca su comodidad exageradamente, que se tiene muy en cuenta en lo que toca a su cuerpo, que piensa mucho en sí mismo, está muy lejos del Espíritu Santo que es, repito. Espíritu activo, que es de fuego, que no descansa de trabajar en las almas que se le prestan, que no cesa de derramarse siempre en dones y gracias e inspiraciones, porque es el continuo movimiento de efluvios santos en la Trinidad y en las almas.


Por eso los sacerdotes que tienen en la Iglesia la misión de dar la vida a las almas y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino, de predicar e insistir a todas horas y siempre en la extensión de mi Evangelio, más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo y desterrar toda pereza que los detenga en su alta y activa misión.


No hay cosa más quieta que Dios ni más activa que Dios en el amor. Así los sacerdotes deben tener el alma quieta con la paz de los santos, y al mismo tiempo deben arder con el celo de las almas y con sed ardiente de impulsarlas para el cielo, de librarlas de los peligros, de enamorarlas de lo que no pasa, de lo eterno, de Mí, crucificado por su amor, de María, de las virtudes y de mi imitación.


Y todos estos vicios y defectos que he enumerado ¿cómo se quitan? Por un solo medio, por la transformación de los sacerdotes en Mí. Entonces sentirían como Yo, amarán con el Espíritu como Yo, salvarán a las almas como Yo y las ofrecerán a la Trinidad como Yo”.

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