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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LII: Secreto.

Mensajes de Nuestro Señor
Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)

LII

SECRETO.

Si mis sacerdotes se convirtieran en Mí, si fueran otros Yo, tendrían mi atractivo divino y comunicarían pureza, humildad, luz y todas las virtudes; comunicarían Dios; y las almas y las vidas se endiosarían con lo divino de mí Ser, comunicado por el sacerdote santo. ¡Cómo cambiaría no sólo la faz del mundo, sino también el interior de los corazones! ¡Cómo se respetaría entonces a mi Iglesia santa con sacerdotes santos, unos con el eterno Sacerdote Yo, con el Santo de los santos.
¿Nos figuramos esos otros Yo en el mundo, en los altares, en el ministerio, en las predicaciones, que conmueven, enseñan, atraen y abrasan en el amor a las almas y las hacen arder por medio de mi Corazón, de la Cruz, del Espíritu Santo, para la gloria de mi Padre?.
De los mismos medios y elementos que quiero valerme en esta reacción que ya se vislumbra, que Yo espero enternecido y que mi Padre, que ya la ve presente, le sonríe y se complace en ella.
La gran palanca para apresurar esta reacción es, como he dicho, el Espíritu Santo por María. Y María está muy interesada en esta reacción por poder verme reproducido fiel y constantemente en cada sacerdote transformado en Mí, no tan solo en el Altar, sino en todos sus actos, en la Iglesia y en las almas.
Ya late tiernamente su Corazón de Madre, ya se abre más que en el Calvario para recibir en él y esconder en él a esos sacerdotes, otros Yo, convertidos en Mí, que llevan todos los rasgos de la fisonomía divina de su Hijo adorado.
María anhela verme a Mí en cada sacerdote (como debiera ser) y no tan solo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los sacerdotes la aman, deben darle gusto y reproducir en ellos lo que más ama esa Madre incomparable, a Mí, en todos los actos de mi vida y de su vida.


Voy a revelar un secreto. 
Y es que al engendrar el Padre en el seno de María por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella, el germen de los sacerdotes en el Sacerdote Eterno. El divino Espíritu comunicó a María una fibra divina de la fecundación de los sacerdotes futuros, engendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad.
Por eso María es más Madre de los sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado, aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada.
Y por eso María tiene mucho de sacerdote; y por eso María busca por justicia a su Jesús en cada sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnar el Verbo en sus entrañas purísimas. Por eso, se les exige a los sacerdotes la pureza, por descender de la Luz del Padre y de María Virgen, Reina de la Iglesia y Madre del Sacerdote eterno, en el Verbo Encarnado, y de los sacerdotes, -germen fecundo de la Iglesia, engendrados por la divina fecundidad de la Trinidad Virgen, en el seno purísimo de una Virgen sin mancha-.
Y si los hijos deben parecerse a las madres y gozar de sus prerrogativas, ¿no se comprende que los sacerdotes deben ser como un reflejo de María, deben también ser madres, y llevar en sus almas la encarnación mística del Verbo en su Madre; y por esto, el más estricto y dulce deber de parecerse a Mí, o más bien, de transformarme en Mí?
¡Hasta dónde hemos llegado!, ¡hasta donde nadie se lo figuraba! Qué reales y certísimas consecuencias hemos sacado a la vista y que llevaba yo en el fondo de mi alma para hacerlo patente hoy, en estos tiempos en que más que nunca necesita la Iglesia de sacerdotes, transformados en Mí.
Si no conmueve a mis sacerdotes este secreto de mi alma que he querido que salga a la luz, serán hijos desnaturalizados y contristará a María semejante ingratitud.
En el calvario proclamé a María Madre universal de todos los hombres; y el privilegio particular del Padre para con mis sacerdotes, en su asombrosa fecundación divina, data del día en que el Verbo encarnó en María, aunque este designio del Padre en la Trinidad, que tuvo en cuenta eternamente a su Iglesia, no tiene principio.
Fueron concebidos, como lo fue el Verbo en María, la vocación y el ser espiritual y divino de mis sacerdotes, por la fecunda profusión del Padre, por el amor fecundo, por el amor purísimo del Espíritu Santo. Por eso el Verbo en su eterna generación nació por el amor y del amor, y el Verbo tomó en María carne por el amor, y comunicó a mi Humanidad sacratísima un ser o naturaleza humana de amor, un cuerpo de luz, de pureza y de amor, y un alma y un Corazón de amor.
Dios es amor; Yo soy Dios amor y Hombre amor. Y los sacerdotes que se transforman en Mí deben ser lo que Yo soy, luz, pureza, amor; todos caridad para derramarla en el mundo, todos Yo para formar la unidad de mi Iglesia en la Trinidad, y otros Yo para con María, más Madre de ellos que de nadie, formando en Mí un solo Jesús para amarla, glorificarla y complacerla.
¡Cómo los sacerdote deben pagar a María su ser de hijos que los engendró, a la vez que a Mí me engendró, y que en Mí nacieron y que en mi Iglesia, -imagen de la maternidad de María- se crearon, crecieron, y se hicieron dignos de sustituirme con ella por su sacerdocio y de representarme en cada acto de su ministerio.! 
Si tienen corazón y nobleza de sentimientos, si saben agradecer las fibras maternales, si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente que con su transformación en Mí, que les obliga más y más por ese secreto que hoy he puesto en su corazón para que lo sepan y se rindan por amor a mi voluntad”.

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