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ÍDOLOS Y AFECTOS DESORDENADOS.


La adoración, es una expresión del corazón, que reconoce a Dios como fuente de toda creación, y de todo lo bueno. El Primer Mandamiento del Decálogo preceptúa ante todo la adoración y el culto al Verdadero Dios, y prohíbe la idolatría que es un pecado gravísimo por la enorme injuria que con ella se hace a Dios.

Adoración significa poner a Dios en el primer lugar de nuestras vidas darle a Él el lugar que le corresponde, y, esto tiene una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad. Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, la carrera, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros. Esta tarde quisiera que resonase una pregunta en el corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad: ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida (Papa Francisco, 14-4-2013).

Adorar a Dios significa que Él debe estar primero en la mente de cada persona, que debe ser reconocido como la fuente de todo bien por parte de los individuos y gobiernos de todas las naciones. Pero eso no es lo que está pasando, se ha buscado y se busca eliminar a Dios de las escuelas y los hospitales, de los ejércitos, de los negocios, a través de leyes inicuas y constituciones impuestas por los impíos que han jurado crear un mundo indiferente a su Creador y actúan febrilmente para sacar a Dios de la faz de la tierra mediante estructuras que fomentan las pasiones desordenadas.

En este tiempo, que no es ciertamente, el tiempo de los ateos, sino el de la idolatría, el Papa nos llama a vaciarnos de los ídolos que se enseñorean en nuestras vidas, nos atan y achican y nos impiden ser verdaderamente libres, porque cuando el hombre vive como si Dios no existiera, al no poder vivir sin religión, acude a dioses suplementarios a los que no deja de ofrecer el incienso de su secreta adoración.

Y si la adoración que Dios merece por justicia, no se le tributa a Él, ¿a quién, o a qué se está adorando?, a innumerables cosas: la adoración por las noticias, por el dinero, por la diversión, por el cuerpo, por el poder, por uno mismo. Todo esto y otras cosas, caen en la categoría de falsas adoraciones. Están los ídolos deportivos, los de Hollywood, del rock, del poder, los gurús, los ricos y famosos, los terroristas, los políticos, las drogas, el fisiculturismo, por mencionar sólo algunos. Cuando el hombre no adora a Dios, lo reemplaza por ídolos.

La Biblia reconoce dos formas de idolatría; la de la perversión y la de la sustitución. La primera tiene lugar cuando el nombre mismo y/o la imagen del Señor son manipulados o pervertidos: la segunda, cuando el Señor mismo es reemplazado por otros dioses, o falsos dioses. De ahí que desembarazarse de toda idolatría, es la liberación más importante. Liberar al hombre del círculo diabólico del egoísmo para abrirlo a la adoración a Dios (G. Fenili – S. de Fiores).

Como jesuita, el Papa ha mencionado también el tema de los apegos al pecado. San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales nos invita a preparar y disponer el alma, para quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la [recta] disposición de su vida para la salvación del alma (EE, 1).

Dice Kempis: “Cuantas veces desea el hombre alguna cosa desordenadamente, pierde la tranquilidad” (Imitación de Cristo, VI).

Los EE, ignacianos tienen como fin precisamente extirpar de sí las afecciones (apegos) desordenados que llevan al pecado, mistifican la visión que el hombre hace de sí mismo y le impiden ver cuál es la voluntad de Dios a su respecto.

Si eres consciente de tener un apego, algo o alguien que te hace mal, una circunstancia pecaminosa o algo que te impide crecer espiritualmente, es necesario desprenderte interiormente de ello, pidiendo a Dios nuestro Señor lo contrario (EE,16).

El que es esclavo de apegos o afectos desordenados, dice el P. Ignacio Bojorge, S.J.: no siente lo que debe sentir, no piensa lo que debería ni cómo debería pensar, no juzga rectamente, no hace lo que debe hacer, no va a donde debe ir ni está donde debe estar. Es evidente que en esta situación no puede ni debe tomar decisiones ni entrar en elecciones, porque en ese ofuscamiento del juicio y la razón proliferan incontroladamente los actos injustos.



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