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SAN ALBERTO HURTADO



Biografía publicada al momento de la canonización del Padre Hurtado (2005).


NACIMIENTO, INFANCIA Y JUVENTUD.

Era un día de verano en Chile. El 22 de enero de 1901, nace en Viña del Mar Alberto Hurtado Cruchaga. Cerca de un siglo después será oficialmente declarado santo.

En su temprana infancia Alberto sufre una dolorosa pérdida: al cumplir los cuatro años, muere su padre por lo que pronto su familia debe trasladarse a Santiago, a vivir de “allegada” en casas de parientes. Así, desde niño, Alberto empieza a experimentar la precariedad y la pobreza. Su madre, Ana Cruchaga, a pesar de las dificultades, encontró formas para servir a los más pobres en un patronato. Fue un ejemplo que se graba en el corazón de su hijo.

En 1909 Alberto ingresa al Colegio San Ignacio dirigido por los padres jesuitas. Desde su adolescencia su director espiritual es el P. Fernando Vives quien le ayudará a vivir sus experiencias sociales como experiencia de Dios. Así se despierta su vocación sacerdotal. A los 16 años pide entrar a la Compañía de Jesús, pero los jesuitas le aconsejan esperar, considerando la penosa situación económica de su madre.

Por ello, Alberto ingresa a la Universidad Católica a estudiar Leyes. Mientras tanto sigue buscando activamente nuevas formas de servir a Dios y al prójimo mediante trabajos apostólicos y a través de sus propios estudios. En 1923 se recibe de abogado.



RELIGIOSO Y JESUITA

Providencialmente, la situación económica de la familia Hurtado Cruchaga mejora. Ello le permite a Alberto cumplir su anhelo de ingresar a la Compañía de Jesús el 14 de agosto de 1923 en Chillán. La larga formación religiosa lo alejará de su madre y del país por 11 años. Estudia en Argentina, en Barcelona, para terminar en Lovaina, Bélgica, donde además de Teología sigue la carrera de Pedagogía.

Alberto Hurtado en el noviciado de Chillán, 1923
El 24 de agosto de 1933, cuando tenía poco más de 32 años, es ordenado sacerdote en Bélgica. El mismo día pone un telegrama a su madre enviándole su bendición sacerdotal. El 25, el padre Alberto Hurtado celebra su primera misa.

En 1935 obtiene el título de doctor en Ciencias Pedagógicas. Sus compañeros y superiores de esa época dan testimonio del cariño y admiración que sienten por este jesuita chileno que se destaca por su piedad, dedicación a los estudios y caridad. “Un hombre verdaderamente eximio”, dirán de él.



EDUCADOR Y APÓSTOL DE LOS JÓVENES Y LAS VOCACIONES SACERDOTES.

Al volver a Chile, en febrero de 1936, el joven sacerdote comienza un intenso apostolado. Como doctor en Educación dedica la mayoría de sus fuerzas a la formación y a la dirección espiritual de sus alumnos. Es profesor en el Colegio San Ignacio, en el Seminario Pontificio, en la Universidad Católica, en una escuela nocturna. También da muchas conferencias y retiros.

Con los jóvenes el P. Hurtado tiene una gran sintonía. Comprende sus anhelos e inquietudes. Con prodigiosa memoria llama a muchos por sus nombres. Se muestra alegre y cordial. Los escucha con atención total, sin prisa, y los aconseja. Acompaña a muchos jóvenes en su discernimiento vocacional. Suele despedirse de cada uno con un cariñoso “adiós, patroncito”.
En 1941 es nombrado asesor de la Acción Católica, cargo en el que realiza una labor muy fecunda. Recorre Chile entero invitando a los jóvenes a conocer a Cristo y a compartir su ideal de vida. Los congrega, les da ejercicios espirituales, retiros. Más de un centenar de jóvenes, viendo a este jesuita lleno de Dios, sensible con los pobres, viril, optan por el mismo camino sacerdotal del P. Hurtado.

Después de tres años de total dedicación, el P. Hurtado se ve obligado a renunciar, con mucho dolor de su parte y de los jóvenes que lo seguían, a la asesoría de la Acción Católica por desacuerdos con el asesor nacional y obispo auxiliar de Santiago, monseñor Augusto Salinas. El prelado consideraba muy avanzada la formación social que proponía quien había sido su amigo desde la juventud. En esos momentos, Alberto Hurtado demuestra un amor filial y adhesión ejemplar a la Iglesia.


SU ESPIRITUARIDAD

Para Alberto Hurtado, Cristo es simplemente todo: la razón de su vida, la fuerza para esperar, el amigo por quien y con quien acometer las empresas más arduas para gloria de Dios. Ve a Cristo en los demás hombres y mujeres, especialmente en los pobres: “El pobre es Cristo”. Como sacerdote se siente signo personal de Cristo, llamado a reproducir en su interior los sentimientos del Maestro y a derramar en torno suyo palabras y gestos que animen, sanen y den vida.

Cuando el P. Hurtado se pregunta “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”, está revelando el secreto del camino de santidad, de su “ser contemplativo en la acción”. Esa es la regla de oro que conduce su vida. No se trata de imitar mecánicamente lo que hizo Jesús… sino de tener la capacidad de discernir qué haría Él hoy.

Y cuando exclama “Contento, Señor, contento”, expresa su fe en Cristo resucitado. Las veces que pronuncia esta frase, lo hace tras noches de muy breve descanso, de fatigas acumuladas, y con la cruz de la incomprensión de amigos y, a veces, de algunos superiores. Dolores, soledades y acusaciones sin fundamento, envidias, mezquindades… Pero nada le borra la sonrisa de sacerdote crucificado y resucitado con Cristo.


TRABAJO SOCIAL: EL HOGAR DE CRISTO Y LA ASICH

El P. Hurtado siempre tuvo un corazón muy sensible al dolor de los pobres y marginados. Se siente impulsado con gran fuerza a luchar por anunciarles el mensaje de Cristo y por cambiar su situación. Él hace un constante llamado a abrir los ojos para mirar con honestidad la realidad social del país. Fruto de esta perspectiva es su libro ¿Es Chile un país católico? (1941) y otros que escribirá más adelante. Su mirada sobre los pobres no es una mirada estadística, sino la del evangelio, la del hermano: “Yo sostengo que cada pobre, cada vago, cada mendigo es Cristo en persona que carga su cruz. Y como Cristo debemos amarlo y ampararlo. Debemos tratarlo como a un hermano, como a un ser humano, como somos nosotros”.

La pasión y el dolor con que el P. Hurtado se refiere, en un retiro dado a señoras el 16 de octubre de 1944, a la realidad de tantos pobres de nuestra patria, da origen tres días después a una de sus obras más conocidas: el Hogar de Cristo, lugar de acogida y de educación para los marginados.

Su intención es devolver a esas personas su dignidad de chilenos y de hijos de Dios. Por eso se preocupa de que cada uno de los mendigos que entra al Hogar reciba una atención cariñosa, como si fuera el mismo Cristo. Por las noches, el P. Hurtado sale en su camioneta verde a buscar a niños y jóvenes vagabundos que se encuentran ocultos por la oscuridad de la ciudad o bajo los puentes del río Mapocho. Los llama e invita a acompañarlo al Hogar de Cristo.

En 1948, convencido de que “la caridad comienza donde termina la justicia” y de que los mismos trabajadores tienen que luchar por su dignidad, funda la ASICH (Acción Sindical Chilena). Su meta es lograr un orden social cristiano. Estimula a los trabajadores, especialmente a los cristianos, a prepararse en la doctrina social de la Iglesia, a incorporarse a los sindicatos, a capacitarse en talleres. Tampoco descuida la formación de las mujeres, a las que organiza en pequeños círculos de acción, transmitiéndoles su propia espiritualidad. Fueron numerosas las señoras que lo seguían de cerca y lo ayudaron en sus obras, que ellas continuaron después de la muerte de su fundador.



TRABAJO CULTURAL: LA REVISTA MENSAJE.

El P. Hurtado mira con profundidad la realidad chilena a la que quiere transmitirle la ‘buena noticia’. Su intención es extender hasta el mundo de los profesionales, intelectuales y jóvenes una visión que marque a fondo los valores de la sociedad. Se trata de evangelizar la cultura. Para responder a ese desafío pensó crear una publicación orientadora del pensamiento cristiano. Aprobada la idea, en 1951, cuando ya la enfermedad estaba minando su cuerpo, el P. Hurtado funda la revista Mensaje cuya primera edición con un tiraje de 2.000 ejemplares circuló el 1º de octubre de ese año. Consume sus fuerzas pidiendo colaboradores y artículos, escribiendo él mismo, consiguiendo suscriptores.



ENFERMEDAD Y MUERTE

La salud del P. Hurtado se va deteriorando rápidamente. El 19 de mayo de 1952, en lo que era el Noviciado Loyola que él había ayudado a construir y que está en la localidad que hoy lleva su nombre, celebra su última misa. Ya no volverá a levantarse. Dos días después sufre un grave y doloroso infarto pulmonar. Trasladado al Hospital Clínico de la Universidad Católica, se le diagnostica un cáncer al páncreas. Recibe la noticia como un don de Dios. Su cuarto se convierte en lugar de peregrinación al que acude gente de todos los medios sociales. El P. Hurtado recibe a muchos, da instrucciones sobre el Hogar, aconseja, bendice. Hasta el último momento da testimonio de la delicadeza de Dios con él.

Muere santamente, en total paz y tranquilidad el 18 de agosto de 1952.

Su amigo de toda la vida, el obispo Manuel Larraín, preside un masivo funeral el 20 de agosto en la iglesia de San Ignacio. Durante el sepelio muchos son testigos de un hecho extraordinario: al sacar el ataúd de la iglesia, se forma en el cielo una cruz de nubes tan nítida que obliga a arrodillarse a muchísimas personas. Los restos del P. Hurtado son sepultados junto a la Parroquia de Jesús Obrero. 

Hoy se encuentran en el Santuario que está junto a esa parroquia.


(*) El Padre Hurtado fue canonizado el 23 de octubre de 2005 por el Papa Benedicto XVI en el Vaticano.




EL ROSTRO DE LA MISERICORDIA

Jesús es la misma bondad y misericordia. El amor de Dios hecho carne. Toda la vida de Cristo fue amor y misericordia y bondad y para con todos…

El hombre necesita tanto del perdón y es duro para perdonar. Excusa la falta cuando la ve en él, pero cuando está en los demás arroja barro sobre barro. A los pecadores no los perdona sino Cristo. Porque nadie como El sabe lo que hay en el hombre.

Jesús perdonó a la adúltera. Hay algunos que quisieran sacar este pasaje del Nuevo Testamento porque Cristo ni siquiera retó a la mujer. Pero para quitarlo habría que quitar a Jesús del Evangelio porque es el mismo de la Samaritana, de Magdalena, del buen ladrón. ¿Que no tomó en serio el pecado El, a quien araron sobre sus espaldas? ‘Cuenta si puedes mis llagas’… ¡Vaya si tomó en serio el pecado! Pero sufrió El por nosotros y cuando vio en el tono y expresión de ella su contrición, le abrió el río misericordioso de su corazón, del buen amor.

En su vida nada tan constante como su continuo perdonar de este “amigo de los pecadores”. Al paralítico de Cafarnaún, a la mujer pecadora, a la adúltera de Jericó; a la Samaritana, a Zaqueo, a sus enemigos tantas veces. Estas escenas parecían escandalizar a los que lo rodeaban: les parecía a ellos que sacrificaba la justicia por la misericordia; la dignidad por la mansedumbre, la fuerza por la paz, casi la verdad misma para que el pecado pueda ser perdonado y el pecador pueda ir libre.

Misericordia es el amor del miserable. Hay un amor que estima lo que tiene valor y de este amor no somos acreedores. Pero hay un amor que ama lo que no vale y hasta el que no tiene sino el valor negativo de su miseria, y este amor sólo Dios puede tenerlo. Es amor creador. Se siente inclinado donde hay menos, porque puede poner más. Por eso busca la miseria y es misericordioso. La Virgen Santísima nos ha enseñado el himno de la misericordia. Ha llenado de bienes a los hambrientos; ha mirado la humildad de su esclava; ha hecho en mí cosas grandes el que es poderoso y su misericordia de generación en generación. Por eso ninguno es tan apto a sentir el amor de Dios como el miserable y por eso Dios se complace en que los miserables canten su amor.

Con qué afición y ternura de entrañas, con qué extremos de amor, la misericordia infinita de Dios provee a nuestra miseria, conoce él nuestra pequeñez e insuficiencia, la pobreza de nuestras ofrendas, la escasez de nuestros méritos y su corazón de Padre se conmueve. ¡Quiere perdonar nuestras culpas, quiere auxiliarnos, quiere hacernos participantes de sus largos favores!

Apenas apareció Jesús sobre la tierra, San Juan al verlo dijo de Él: He aquí el cordero de Dios, el que borra los pecados del mundo. Sus contemporáneos lo acusaron de ser amigo de los pecadores y de comer con ellos. Este recibe a los pecadores. Esta era la acusación, la única fundada que se dirigió contra Jesús y esta acusación nos debe llenar de profundo consuelo. Para los pecadores fueron sus más hermosas parábolas: Él es el Buen Pastor que sale en busca de la oveja perdida y cuando la ha encontrado vuelve gozoso al redil.

Hermanos, si tenemos pecados y ¿quién de nosotros no lo tiene? Acordémonos que Jesús es siempre el mismo: ayer, hoy y siempre. Vamos a su corazón herido por la lanza y dejemos caer en Él el fardo de nuestras culpas. Tengamos confianza, inquebrantable confianza en que su amor infinito es más fuerte que todas nuestras miserias, que todos nuestros crímenes. Pidámosle perdón y hoy como ayer su voz bendita nos dirá la dulce palabra: Hijo, vete en paz y no quieras pecar más.

GALERÍA.


NIÑEZ Y JUVENTUD






FORMACIÓN SACERDOTAL






EN EL HOGAR DE CRISTO




COMUNIDAD JESUITA


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