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EN EL MES DE MARÍA - MARIOLOGÍA, DOGMAS - 2


LA ASUNCIÓN DE MARÍA


La Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos.
¿Qué significa que la Virgen es Asunta? ¿Es eso posible?


De la constitución apostólica Munificentíssimus Deus del Papa Pío XIICon esta constitución apostólica, el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción el 1ro de Noviembre de 1950.
Tomado de la Liturgia de las Horas del 15 de Agosto. (AAS 42 [19501, 760-762. 767-769)



Tu cuerpo es santo y sobremanera glorioso.

Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y -lo explican con toda precisión, procurando, sobre todo, hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es, no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación, a imitación de su Hijo único, Jesucristo.

Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:

"Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios."

Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:

"Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y participe de la vida perfecta."

Otro antiquísimo escritor afirma: 

"La gloriosísima Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia si mismo, del modo que él solo conoce."

Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.

Y, sobre todo, hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el ú1timo trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: "La muerte ha sido absorbida en la victoria."

Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.



La Asunción de María. 

Audiencia General del Santo Padre Juan Pablo II: del 9 de julio de 1997.

La tradición de la Iglesia muestra que este misterio "forma parte del plan divino, y está enraizado en la singular participación de María en la misión de su Hijo". 

"La misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. (...) Se puede afirmar, por tanto, que la maternidad divina, que hizo del cuerpo de María la residencia inmaculada del Señor, funda su destino glorioso". 

Juan Pablo II destacó que "según algunos Padres de la Iglesia, otro argumento que fundamenta el privilegio de la Asunción se deduce de la participación de María en la obra de la Redención". 

"El Concilio Vaticano II, recordando el misterio de la Asunción en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia (Lumen Gentium), hace hincapié en el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente porque ha sido ´preservada libre de toda mancha de pecado original´, María no podía permanecer, como los otros hombres, en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia de pecado original y la santidad, perfecta desde el primer momento de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo". 

El Papa señaló que "en la Asunción de la Virgen podemos ver también la voluntad divina de promover a la mujer. De manera análoga con lo que había sucedido en el origen del género humano y de la historia de la salvación, en el proyecto de Dios el ideal escatológico debía revelarse no en un individuo, sino en una pareja. Por eso, en la gloria celeste, junto a Cristo resucitado hay una mujer resucitada, María: el nuevo Adán y la nueva Eva". 

Para concluir, el Papa aseguró que "ante las profanaciones y el envilecimiento al que la sociedad moderna somete a menudo al cuerpo, especialmente al femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano". 

Adaptado de: Vatican Information Services VIS 970709 (350) 


Dogma.

Los dogmas marianos, hasta ahora, son cuatro: María, Madre de Dios; La Virginidad Perpetua de María, La Inmaculada Concepción y la Asunción de María.

El Papa Pío XII bajo la inspiración del Espíritu Santo, y después de consultar con todos los obispos de la Iglesia Católica, y de escuchar el sentir de los fieles, el primero de Nov. de 1950, definió solemnemente con su suprema autoridad apostólica, el dogma de la Asunción de María. Este fue promulgado en la Constitución "Munificentissimus Deus": 

"Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo".

¿Cual es el fundamento para este dogma? El Papa Pío XII presentó varias razones fundamentales para la definición del dogma: 


La inmunidad de María de todo pecado: La descomposición del cuerpo es consecuencia del pecado, y como María, careció de todo pecado, entonces Ella estaba libre de la ley universal de la corrupción, pudiendo entonces, entrar prontamente, en cuerpo y alma, en la gloria del cielo.


Su Maternidad Divina: Como el cuerpo de Cristo se había formado del cuerpo de María, era conveniente que el cuerpo de María participara de la suerte del cuerpo de Cristo. Ella concibió a Jesús, le dio a luz, le nutrió, le cuido, le estrecho contra su pecho. No podemos imaginar que Jesús permitiría que el cuerpo, que le dio vida, llegase a la corrupción. 


Su Virginidad Perpetua: como su cuerpo fue preservado en integridad virginal, (toda para Jesús y siendo un tabernáculo viviente) era conveniente que después de la muerte no sufriera la corrupción.


Su participación en la obra redentora de Cristo: María, la Madre del Redentor, por su íntima participación en la obra redentora de su Hijo, después de consumado el curso de su vida sobre la tierra, recibió el fruto pleno de la redención, que es la glorificación del cuerpo y del alma.


La Asunción es la victoria de Dios confirmada en María y asegurada para nosotros. La Asunción es una señal y promesa de la gloria que nos espera cuando en el fin del mundo nuestros cuerpos resuciten y sean reunidos con nuestras almas.





Reina elevada al Cielo.

¿Cómo debió ser el momento de la Asunción de María a los Cielos? Reflexiones y citas de santos sobre la Asunción...

Subió al cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misesicordia, tratara los negocios de nuestra salvación. (San Bernardo)



Assumpta est Maria in coelum: gaudent angeli! -María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Angeles se alegran! 

"Así canta la Iglesia" (1), al celebrar el triunfo de Nuestra Madre, que llena de esperanza el corazón de todos sus hijos. Es natural: "Jesús quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. -Y la Corte celestial despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. -Tú y yo- niños al fin- tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos contemplar aquella maravilla." 

"La Trinidad Beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios... -Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles: ¿Quién es Ésta?" (2) 

¿Quién es Ésta que surge como la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol...? (3). Bien lo sabemos. Bien lo saben los ángeles: Yo soy la Madre del Amor hermoso, y de la sabiduría y de la santa esperanza (4). Pero la pregunta no es vana: ¿Quién es Ésta?, ¿Quién conoce la magnitud y riqueza de la dignidad y hermosura de tal Reina? Sólo Dios lo sabe. Sería menester ser Dios para saberlo. La plenitud de gracia divina y humana de esta criatura singularísima excede con mucho las posibilidades de comprensión de la mente humana y angélica; y sólo la van conociendo aquellos a quienes Dios otorga la sabiduría. Nunca acabaremos de conocerla. Por eso es preciso estudiarla mucho (de Virgine numquan satis...). Y cuanto más se la conoce, más el corazón se enamora y ya no puede vivir sin Ella. 


Unos ojos bellos

Adoro Madre;
Téngolos ausentes,
Verélos tarde.
Unos ojos bellos,
Que son de paloma,
Donde amor se asoma
A dar vida en ellos;
No hay, Madre, sin vellos,
Bien que no me falte;
Téngolos ausentes,
Verélos tarde.
Yo sé que vi
Cuando los miré.
Que en ellos me hallé
Y en mí me perdí;
Ya no vivo en mí,
Sino en ellos Madre;
Téngolos ausentes,
Verélos tarde. (5)


Se alegran los Ángeles. 

Gaudent angeli!, los Angeles se alegran, exultan por tener en el Cielo el encanto de la mirada de los más bellos ojos. 

Ciertamente sólo Dios basta. Pero el Cielo no es lo mismo con la Virgen que sin Ella. Obra Maestra del Creador, no ha habido, no hay ni habrá otra hermosura que la iguale. Por naturaleza, es inferior a los ángeles; pero por gracia, mucho más perfecta. Y los ángeles santos, humildes, sabios, se alegran. Mucho hacía que deseaban recibirla en su mundo y rendirle pleitesía de vasallos (6).

Sólo Gabriel, el Arcángel, gozó del privilegio de conversar con la Virgen en la tierra, y decirle apasionadamente, con suma veneración y respeto: ¡Dios te salve, llena de gracia!. Ahora, la Madre de Dios los conoce a cada uno por su nombre -como a todos sus hijos-; los ve, los mira; y ellos se enamoran, se entusiasman los ángeles con la pureza inmaculada, con el corazón dulcísimo, con la majestad soberana; y le dicen cosas encendidas, aunque nunca podrán superar la palabra de Gabriel, la misma que los hombres repetimos sin cansancio, en un crescendo de cariño, al rezar el Santo Rosario y en tantas otras ocasiones. Los Ángeles se alegran de compartir con nosotros el mismo canto. 


Era como un sueño. 

A la Virgen Santísima, cuando andaba los caminos de la tierra, le parecía un sueño lo que ahora está gozando en el Cielo: verse sin sombras, ni velos ni espejos en el seno infinito del océano de Amor que es Dios Uno y Trino; en los brazos del Padre, de nuevo entre sus brazos el Hijo, fundida en el Amor del Espíritu Santo. Y junto a José, el esposo justo, bueno y fiel, recio, custodio invencible, su enamorado siempre. En la tierra, la realidad de hoy parecía un sueño; ahora es una realidad realísima. 

El sueño, lo que parece un sueño es ahora lo pasado en el mundo nuestro. Aquella espada de siete filos que atravesó su alma apenas recibida la más gozosa noticia que criatura alguna haya podido escuchar. La pobreza de Belén -no por Ella, claro es, sino por el Niño, el Niño-Dios-; la huida precipitada a Egipto; la pérdida del mayor tesoro, Jesús, a los doce años, en Jerusalén. La angustiosa expectación del cumplimiento de las profecías sobre el Varón de Dolores. Cada insulto, cada golpe, cada latigazo, cada espina, cada clavo en la carne del Hijo era un latigazo, un golpe, una espina, un clavo, una espada en la exquisita sensibilidad del Corazón materno. 

Toda aquella realidad cruda, cruel, inhumana, ahora, en el Cielo, parece un sueño -una mala noche en una mala posada, diría Teresa de Jesús-; un sueño que se recuerda tan sólo para alabar a Dios y darle gracias por el don de la fidelidad aquella, que hizo realidad lo que no parecía más que un sueño. El pasado, la mala noche, es ahora un tesoro que, formando un todo con el sacrificio de su Hijo, presenta María de continuo a la Trinidad Beatísima, para alcanzarnos misericordia, perdón, gracia sobreabundantes; y un lugar muy junto a Ella en el Paraíso. 

Si yo me esfuerzo por no apartar mis ojos de los suyos; si miro todas las cosas a su luz y aprendo sus virtudes, su gran amor de Dios, su vida de oración y de trabajo; su ponderar hondamente las cosas y descubrir en todas el mensaje divino que encierran; su entrega sin reservas a la humanidad entera desde la pequeña casa de Nazaret; su pureza inmaculada, su reciedumbre ante el sacrificio; su estar en los detalles con Amor, su santificar la vida ordinaria..., entonces mi vida será un sueño magnífico. Con sus pequeñas pesadillas, nada más que esto, y con un despertar increíble, que superará con creces la imaginación más fértil. 

Realmente, ¡vale la pena!. Nunca es mucho lo que se debe sufrir en este mundo si se vive de esperanza teologal. En cambio, cualquier pequeñez es una tragedia si se pierde pié, el pié -pes- de la esperanza: «Cuando los cristianos lo pasamos mal, es porque no damos a esta vida todo su sentido divino. / Donde la mano siente el pinchazo de las espinas, los ojos descubren un ramo de rosas espléndidas, llenas de aroma» (7). Lo que ha sucedido a Nuestra Madre es preludio de lo que ha de acontecer a sus hijos. Todo lo desagradable se desvanecerá en la noche vencida de la Historia. 


¿Qué será su Esencia? 

«Ni ojo vio, ni oido oyó, ni pasó por pensamiento de hombre cuáles cosas tiene Dios preparadas para los que le aman.» (8)

Sabemos que cuando se manifieste Jesucristo, «seremos semejantes a El, porque le veremos como El es.»(9) Y 

Si aquí da consuelo
Dios con su presencia,
¿Qué será su esencia,
vista allá en el Cielo?
Si en lugar penoso,
De lloro y tormento,
Da tanto cosuelo
Dios, y es tan gustoso;
Si hace tan dichoso
Al hombre en el suelo,
¿Qué hará su esencia,
Vista allá en el Cielo? (10) 

Cuenta Santa Teresa de Jesús, en su Autobiografía: «Ibame el Señor mostrando grandes secretos... Quisiera yo dar a entender algo de lo menos que entendía, y pensando cómo puede ser, hallo que es imposible; porque en sola la diferencia que hay de esta luz que vemos a la que allí se representa, siendo todo luz, no hay comparación, porque la claridad del sol parece muy desgastada. En fin, no alcanza la imaginación, por muy sutil que sea, a pintar ni trazar cómo será esta luz, ni ninguna cosa de luz que el Señor me daba a entender como un deleite tan soberano que no se puede decir; porque todos los sentidos gozan en tal alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer, y así es mejor no decir más» (11). Callemos, pues. Pero, ¡Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a soñar!. A soñar con los ojos abiertos en las cosas buenas, reales -no en fantasías que matan el tiempo y la paz, o enormizan lo temporal y escamotean lo eterno-; a soñar en el horizonte inmenso de realidades que nos aguardan junto a Ti, en Dios y con todos los santos, y en tantas cosas estupendas que podemos y debemos realizar en la tierra, con tu ayuda. 

Ayúdanos a tener en presente la eternidad, a no olvidar que el Cielo será más grande para el que más fiel haya sido a su vocación en la tierra: para el que haya rezado más, y trabajado más, y, en fin, amado más. Porque si todos los que allá arriben, intuirán claramente a Dios Trino y Uno tal cual es, unos lo harán con mayor perfección que otros, según la diversidad de sus merecimientos (12). El Hijo del hombre ha de venir revestido de la gloria de su Padre, acompañado de sus ángeles, y entonces dará el pago a cada cual conforme a sus obras (13). 

Ayúdanos, Regina in coelum assumpta, Reina elevada al Cielo, a recordar que «el Reino de los Cielos no pertenece a los que duermen y viven dándose todos los gustos, sino a los que luchan contra sí mismos» (14), es decir, los que «se esfuerzan para entrar por la puerta angosta» (15). 

Angostura significa dificultad, sacrificio. Los comodones interesados tan sólo en su efímero presente, están perdidos. ¿Son humanos? No se diría, porque lo humano es lo racional. Y racional es trascender el presente y escrutar el futuro, columbrar la eternidad y lanzarse a su conquista. El entendimiento anticipa el fin y libera -cuando se ejerce en profundidad- de la imagen, de la pasión o del estímulo presente. ¿Qué es la libertad sino dominio del presente con vistas al futuro? Es libre el que domina con su voluntad en su voluntad, en su querer. Si no con belleza, sí con precisión, se ha dicho que el hombre es un ser «futurizo»: se desliza sin cesar hacia el futuro. Quien intenta aferrarse al presente vive en la irracionalidad. Tarde o temprano se hallará asido al vacío y sentirá náuseas de sí mismo, como el filósofo existencialista ateo, como todos los que confunden la liberdad -capacidad de amar- con el egocentrismo, negación del amor y de la libertad. «No seas como el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento», dice la Escritura (16). «Tener alma -asevera Agustín-, pero no tener entendimiento, esto es, no utilizarlo ni vivir según él, es una vida irracional.» (17) 


El futuro ya es presente 

En la Madre de Dios, nuestro futuro ya es presente felicísimo. Y a ese presente sí que vale la pena asirse, porque no es un presente temporal, sino eterno: felicísimo y eterno. Y no distrae del presente temporal, al contrario: lo ilumina, lo revela en su verdadera dimensión y sentido, en su fuerza determinante del eterno destino. La mirada al futuro nos obliga -nos liga- a la realidad más inmediata, para vivirla de modo sensato, sacrificando lo que sea menester para alcanzar el glorioso fin sin término. A la vista de la Asunción de Nuestra Señora, soñemos en nuestra realidad futura. 

Encaminemos todos nuestros pasos, en línea recta, por la senda cierta que conduce a la eterna felicidad: oración, trabajo, apostolado, servicio generoso a todas las almas, entrega al pequeño deber de cada momento. Siempre bien asidos de la mano de la Virgen Santa. Así no hay miedo al descamino. La esperanza es segura con la mirada siempre fija en la Estrella de la mañana, en los luceros donde amor se asoma: ¡Qué en ellos me halle! y pueda decir de veras: ya no vivo en mí, sino en ellos, Madre. Téngolos presentes, ya lo veo Madre. 

Santo Rosario, Angelus, jaculatorias, miradas a las imágenes de Nuestra Señora, sonrisas, movimientos del corazón, son modos de afianzarse en el camino, siempre andadero, de la mano de quien es Hija, Madre y Esposa de Dios.




Documentos históricos sobre la Asunción

¿Existen documentos históricos que certifiquen que la Virgen María es Asunta? ¿Son fiables? ¿Qué nos dice la Tradición de la Iglesia?...

Presentamos dos documentos históricos reseñados por el Padre Cardoso en su publicación «La Asunción de María Santísima».


El primero es la carta de Dionisio el Egipcio o el Místico (no Dionisio el Areopagita, discípulo de San Pablo) a Tito, Obispo de Creta, que data de fines del Siglo III a mediados del Siglo IV, y publicada por primera vez en alemán por el Dr. Weter de la Facultad de Tubinga en 1887. Dice el Padre Cardoso que el Dr. Nirschl, que la ha estudiado, fija como fecha el año 363, declarándola absolutamente auténtica.

Este documento histórico es importantísimo para conocer cuál era la tradición en Jerusalén acerca de la Asunción de María, pues es lo más próximo que se conoce a la tradición de los mismos testigos presenciales del hecho, es decir, los Apóstoles. Dice así: 

"Debes saber, ¡oh noble Tito!, según tus sentimientos fraternales, que al tiempo en que María debía pasar de este mundo al otro, es a saber a la Jerusalén Celestial, para no volver jamás, conforme a los deseos y vivas aspiraciones del hombre interior, y entrar en las tiendas de la Jerusalén superior, entonces, según el aviso recibido de las alturas de la gran luz, en conformidad con la santa voluntad del orden divino, las turbas de los santos Apóstoles se juntaron en un abrir y cerrar de ojos, de todos los puntos en que tenían la misión de predicar el Evangelio. Súbitamente se encontraron reunidos alrededor del cuerpo todo glorioso y virginal. Allí figuraron como doce rayos luminosos del Colegio Apostólico. Y mientras los fieles permanecían alrededor, Ella se despidió de todos, la augusta (Virgen) que, arrastrada por el ardor de sus deseos, elevó a la vez que sus plegarias, sus manos todas santas y puras hacia Dios, dirigiendo sus miradas, acompañadas de vehementes suspiros y aspiraciones a la luz, hacia Aquél que nació de su seno, Nuestro Señor, su Hijo. Ella entregó su alma toda santa, semejante a las esencias de buen olor y la encomendó en las manos del Señor. Así es como, adornada de gracias, fue elevada a la región de los Angeles, y enviada a la vida inmutable del mundo sobrenatural. 

Al punto, en medio de gemidos mezclados de llantos y lágrimas, en medio de la alegría inefable y llena de esperanza que se apoderó de los Apóstoles y de todos los fieles presentes, se dispuso piadosamente, tal y como convenía hacerlo con la difunta, el cuerpo que en vida fue elevado sobre toda ley de la naturaleza, el cuerpo que recibió a Dios, el cuerpo espiritualizado, y se le adornó con flores en medio de cantos instructivos y de discursos brillantes y piadosos, como las circunstancias lo exigían. Los Apóstoles inflamados enteramente en amor de Dios, y en cierto modo, arrebatados en éxtasis, lo cargaron cuidadosamente sobre sus brazos, como a la Madre de la Luz, según la orden de las alturas del Salvador de todos. Lo depositaron en el lugar destinado para la sepultura, en el lugar llamado Getsemaní. 

Durante tres días seguidos, ellos oyeron sobre aquel lugar los aires armoniosos de la salmodia, ejecutada por voces angélicas, que extasiaban a los que las escuchaban; después nada más. 

Eso supuesto para confirmación de lo que había sucedido, ocurrió que faltaba uno de los santos Apóstoles al tiempo de su reunión. Este llegó más tarde y obligó a los Apóstoles que le enseñasen de una manera palpable y al descubierto el precioso tesoro, es decir, el mismo cuerpo que encerró al Señor. Ellos se vieron, por consiguiente, obligados a satisfacer el ardiente deseo de su hermano. Pero cuando abrieron el sepulcro que había contenido el cuerpo sagrado, lo encontraron vacío y sin los restos mortales. Aunque tristes y desconsolados, pudieron comprender que, después de terminados los cantos celestiales, había sido arrebatado el santo cuerpo por las potestades etéreas, después de estar preparado sobrenaturalmente para la mansión celestial de la luz y de la gloria oculto a este mundo visible y carnal, en Jesucristo Nuestro Señor, a quien sea gloria y honor por los siglos de los siglos. Amén."


El segundo documento es de San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia. Es un sermón por él predicado en la Basílica de la Asunción en Jerusalén, por el año 754, ante varios Obispos y muchos Sacerdotes y fieles:

"Ahí tenéis con qué palabras nos habla este glorioso sepulcro. Que tales cosas hayan sucedido así, lo sabemos por la «Historia Eutiquiana», que en su Libro II, capítulo 40, escribe: 

"Dijimos anteriormente cómo Santa Pulqueria edificó muchas Iglesias en la ciudad de Constantinopla. Una de éstas fue la de las Blanquernas, en los primeros años del Imperio de Marciano. Habiendo, pues, construído el venerable templo en honor de la benditísima y siempre Virgen María, Madre de Dios ... buscaban diligentemente los Emperadores llevar allí el sagrado cuerpo de la que había llevado en su seno al Todopoderoso, y llamando a Juvenal, Arzobispo de Constantinopla, le pidieron las sagradas reliquias". 

Juvenal contestó en estos términos: "Aunque nada nos dicen las Sagradas Escrituras de lo que ocurrió en la muerte de la Madre de Dios, sin embargo nos consta por la antigua y verídica narración que los Apóstoles, esparcidos por el mundo por la salud de los pueblos, se reunieron milagrosamente en Jerusalén, para asistir a la muerte de la Santísima Virgen." 

La Historia Eutiquiana nos dice luego, que los Apóstoles, después de la sepultura de la Virgen, oyeron durante tres días los coros angélicos; después nada más. Ahora bien, como Santo Tomás llegó tarde, abrieron la tumba y debieron comprobar que no estaba allí el sagrado cuerpo. Repuestos de su estupor, no acertaron los Apóstoles a inferir otra cosa, sino que Aquél que le plugo nacer de María, conservándola en su inviolable virginidad, se complació también en preservar su cuerpo virginal de la corrupción y en admitirlo en el Cielo antes de la resurrección general´ 

Oído este relato, Marciano y Pulqueria pidieron a Juvenal que les enviase el ataúd y los lienzos de la gloriosa y santísima Madre de Dios, todo cuidadosamente sellado. Y, habiéndolos recibido, los depositaron en la dicha Iglesia de la Madre de Dios en las Blanquernas. Y es así como sucedió todo esto.

Nos dice el Padre Cardoso que esta «Historia Eutiquiana», de la que tomó San Juan Damasceno el relato, se cree por los Padres Bolandistas, que data de San Eutiquio, contemporáneo y amigo de San Juvenal, el cual ocupó la sede de Jerusalén del año 418 al 458. El relato de San Juvenal es considerado como absolutamente histórico y nos dice que la Iglesia Católica lo ha incluido en el Breviario (Liturgia de las Horas). 

Por otra parte, no cabe la menor duda de que el ataúd y mortaja de María fueron, desde la segunda mitad del Siglo V, objeto de veneración para los fieles en la Basílica de los Blanquernos en Constantinopla.



¿Qué nos dice la Biblia?

Sabemos, por supuesto, que la Asunción de la Santísima Virgen no aparece relatada, ni mencionada en la Sagrada Escritura. ¿Por qué, entonces, titular así un capítulo? 
Veamos lo que nos dice el Padre Joaquín Cardoso, s.j. en su estudio sobre la Asunción: "Son muchos los Teólogos -y de gran renombre, por cierto- que han afirmado y creen haberlo probado que, implícitamente, sí se encuentra, tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento la revelación de este hecho ... Pues, si no hay una revelación explícita en la Sagrada Escritura acerca del hecho de la Asunción de María, tampoco hay ni la más mínima afirmación o advertencia en contrario, y por consiguiente, si la razón humana, discurriendo sobre alguna otra verdad cierta y claramente revelada, deduce legítimamente este privilegio de Nuestra Señora, tendremos necesariamente que admitirlo como revelado en la misma Sagrada Escritura de modo implícito."

Existe, por cierto, un precedente autorizado por la Iglesia, de una verdad considerada como revelada implícitamente. Se trata del misterio de la Inmaculada Concepción, el cual el Papa Pío XI declaró como dogma, a finales del siglo XIX y reconoció esta verdad como revelada implícitamente al comienzo de la Escritura, en Génesis 3, 15, cuando Dios anunció que la Mujer y su Descendencia aplastarían la cabeza de la serpiente infernal. Y esto no hubiera podido suceder si María no hubiera estado libre de pecado original, pues de no haber sido así, hubiera estado sujeta al yugo del demonio. 

Esto mismo hizo el Papa Pío XII en la definición del Dogma de la Asunción. La Asunción de la Virgen María al Cielo, que ha sido aceptada como verdad desde los tiempos más remotos de la Iglesia, es un hecho también contenido, al menos implícitamente en la Sagrada Escritura. 

Los Teólogos y Santos Padres y Doctores de la Iglesia han visto como citas en que queda implícita la Asunción de la VirgenMaría, las mismas en que vieron a la Inmaculada Concepción, porque en ellas se revelan los incomparables privilegios de esa hija predilecta del Padre, escogida para ser Madre de Dios. Así quedaron estrechamente unidas ambas verdades: la Inmaculada Concepción y la Asunción. 

He aquí algunas de las citas y de los respectivos razonamientos teológicos como nos los presenta el Padre Cardoso: 


"Llena de gracia" (Lc. 1, 26-29): Dios le había concedido todas las gracias, no sólo la gracia santificante, sino todas las gracias de que era capaz una criatura predestinada para ser Madre de Dios. Gracia muy grande es el de haber sido preservada del pecado original, pero también gracia el pasar por la muerte, no como castigo del pecado que no tuvo, sino por lo ya expuesto en capítulos anteriores y, como hemos dicho también, sin sufrir la corrupción del sepulcro. Si María no hubiera tenido esta gracia, no podría haber sido llamada llena (plena) de gracia. Esta deducción queda además confirmada por Santa Isabel, quien «llena del Espíritu Santo, exclamó: «Bendita entre todas las mujeres» (Lc. 1, 41-42). 


"Pondré enemistad entre tí y la Mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te aplastará la cabeza" (Gen. 1, 15), es, por supuesto, el texto clave. 
Además, Cristo vino para «aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo» (Hb. 2, 14). «La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado» (1 Cor. 15, 55) 
Todos hemos de resucitar. Pero ¿cuál será la parte de María en la victoria sobre la muerte? La mayor, la más cercana a Cristo, porque el texto del Génesis une indisolublemente al Hijo con su Madre en el triunfo contra el Demonio. Así pues, ni el pecado, por ser Inmaculada desde su Concepción, ni la conscupiscencia, por ser ésta consecuencia del pecado original que no tuvo, ni la muerte tendrán ningún poder sobre María. 

La Santísima Virgen murió, sin duda, como su Divino Hijo, pero su muerte, como la de El, no fue una muerte que la llevó a la descomposición del cuerpo, sino que resucitó como su Hijo, inmediatamente, porque la muerte que corrompe es consecuencia del pecado. 


"No permitirás a tu siervo conocer la corrupción" (Salmo 15): San Pablo relaciona esta incorrupción con la carne de Cristo. Y San Agustín nos dice que la carne de Cristo es la misma que la de María. Implícitamente, entonces, la carne de María, que es la misma que la del Salvador, no experimentó la corrupción. 


Así el privilegio de la resurrección y consiguiente Asunción de María al Cielo se debe al haber sido predestinada para se la Madre de Dios-hecho-Hombre. 

El Concilio Vaticano II, tratando ese tema en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, también relaciona el privilegio de la Inmaculada Concepción con el de la Asunción: precisamente porque fue «preservada libre de pecado original» (LG 59), María no podía permanecer como los demás hombres en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y la santidad perfecta ya desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo. 
Pero oigamos también a nuestro Papa Juan Pablo II tratar el punto de la Asunción de María en la Sagrada Escritura. 

En su Catequesis del 2 de julio de 1997 nos dice: "El Nuevo Testamento, aun sin afirmar explícitamente la Asunción de María, ofrece su fundamento, porque pone muy bien de relieve la unión perfecta de la Santísima Virgen con el destino de Jesús. Esta unión, que se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Salvador, en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo, en su asociación al sacrificio redentor, no puede por menos de exigir una continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo."



Su Asunción en la Tradición de la Iglesia.

Así tituló el Osservatore Romano la Catequesis del Papa Juan Pablo II del día Miércoles 9 de julio de 1997. Y en esa fuente tan importante y tan reciente, como son las palabras del Papa en ésta y en la Catequesis de la semana inmediatamente anterior (2-julio-97) nos apoyaremos casi exclusivamente para este Capítulo. 

La perenne y concorde tradición de la Iglesia muestra cómo la Asunción de María forma parte del designio divino y se fundamenta en la singular participación de María en la misión de su Hijo. Ya durante el primer milenio los autores sagrados se expresaban en este sentido, nos recuerda el Papa. 

Además, la Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano, el cual al afirmar la llegada de María a la gloria celeste, ha querido también reconocer y proclamar la glorificación de su cuerpo. 

Nos dice el Papa que el primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae» , cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II y III. Nos informa el Papa que se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de la fe del pueblo de Dios. 

Algunos testimonios se encuentran en San Ambrosio, San Epifanio y Timoteo de Jerusalén. San Germán de Constantinopla (+733) pone en labios de Jesús, que se prepara para llevar a su Madre al Cielo, estas palabras: «Es necesario que donde yo esté, estés también tú, Madre inseparable de tu Hijo». 

Nos dice el Papa que la misma tradición eclesial ve en la maternidad divina la razón fundamental de la Asunción. Un indicio interesante de esta convicción se encuentra en un relato apócrifo del siglo V, atribuido al pseudo Melitón. El autor imagina que Cristo pregunta a los Apóstoles qué destino merece María, y ellos le dan esta respuesta: «Señor, elegiste a tu esclava, para que se convierta en tu morada inmaculada ... Por tanto, dado que, después de haber vencido a la muerte, reinas en la gloria, a tus siervos nos ha parecido justo que resucites el cuerpo de tu Madre y la lleves contigo, dichosa, al Cielo». 

¿Por qué cita el Papa un libro apócrifo? Los apócrifos no tienen autoridad divina. Pero pueden tener autoridad humana, agregando, así, un testimonio que apoya la unanimidad a favor de la Asunción. 
San Germán, en un texto lleno de poesía, sostiene que el afecto de Jesús a su Madre exige que María se vuelva a unir con su Hijo Divino en el Cielo: «Como un niño busca y desea la presencia de su madre, y como una madre quiere vivir en compañía de su hijo, así también era conveniente que tú, de cuyo amor materno a tu Hijo y Dios no cabe duda alguna, volvieras a El. ¿Y no era conveniente que, de cualquier modo, este Dios que sentía por ti un amor verdaderamente filial, te tomara consigo?» 

En otro texto el mismo San Germán sostiene que «era necesario que la Madre de la Vida compartiera la Morada de la Vida». Así integra la dimensión salvífica de la maternidad divina con la relación entre Madre e Hijo. 

San Juan Damasceno subraya la relación entre la participación en la Pasión y el destino glorioso: «Era necesario que aquélla que había visto a su Hijo en la Cruz y recibido en pleno corazón la espada del dolor ... contemplara a ese Hijo suyo sentado a la diestra del Padre». 

Nos dice el Padre Cardoso que ya en los escritos del Siglo IV los historiadores eclesiásticos se refieren a la Asunción de María como de tradición antiquísima, que a causa de su unanimidad, no puede venir sino de los mismos Apóstoles y, por consiguiente, como de revelación divina, pues la revelación en que se funda la religión cristiana terminó, según enseña la Iglesia, con la muerte de San Juan. 
Continúa diciéndonos que del Siglo V en adelante, no encontró un solo escritor eclesiástico, ni una sola comunidad cristiana que no creyera en la Asunción de María. 

En el Siglo VII el Papa Sergio I promovió procesiones a la Basílica Santa María la Mayor el día de la Asunción, como expresión de la creencia popular en esta verdad tan gozosa. 

Posteriormente se fue desarrollando una larga reflexión con respecto al destino de María en el más allá. Esto, poco a poco, llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa de la Madre de Jesús en alma y cuerpo, y a la institución en Oriente de las fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción de María. 

La fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de la Madre del Señor después de su muerte, desde Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y, a partir del Siglo XIV, se generalizó. 

El Papa Juan XXII en 1324 afirmaba que «la Santa Madre Iglesia pidadosamente cree y evidentemente supone que la bienaventurada Virgen fue asunta en alma y cuerpo». 
En la primera mitad de nuestro siglo, en víspera de la declaración del Dogma, constituía una verdad casi universalmente aceptada y profesada por la comunidad cristiana en todo el mundo. 

Así, en Mayo de 1946, con la Encíclica Deiparae Virginis Mariae, Pío XII promovió una amplia consulta, interpelando a los Obispos y, a través de ellos, a los Sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre la posibilidad y la oportunidad de definir la Asunción corporal de María como Dogma de Fe. El recuento fue ampliamente positivo: sólo 6 respuestas de entre 1.181 manifestaban alguna reserva sobre el carácter revelado de esa verdad. 

Citando ese dato, la Bula Munificentissimus Deus afirma: «El consentimiento universal del Magisterio ordinario de la Iglesia proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la Asunción corporal de la Santísima Virgen María al Cielo ... es una verdad revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y fielmente por todos los hijos de la Iglesia». 

El Concilio Vaticano II, recordando en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia el misterio de la Asunción, atrae la atención hacia el privilegio de la Inmaculada Concepción: precisamente porque fue «preservada libre de pecado original» (LG 59). María no podía permanecer como los demás hombre en el estado de muerte hasta el fin del mundo. La ausencia del pecado original y la santidad perfecta ya desde el primer instante de su existencia, exigían para la Madre de Dios la plena glorificación de su alma y de su cuerpo. 

Y continuando con la Tradición Eclesiástica hasta nuestros días, tenemos toda la enseñanza del Papa Juan Pablo II que recogemos en este estudio. 
Como dato curioso el Padre Cardoso anota uno adicional que es sumamente revelador y que él agrega a la unanimidad en la Tradición: el hecho de que no hayan reliquias del cuerpo virginal de María. Nos dice que ni siquiera los fabricantes de falsas reliquias -que los ha habido a lo largo de la historia de la Iglesia- se atrevieron jamás a fabricar una del cuerpo de María, pues sabían que, dada la creencia universal de la Asunción, no hubieran sido recibidas como auténticas en ninguna parte del mundo cristiano.



AUTORES.
Madre Adela Galindo SCTJM
Autor: Antonio Orozco
Autor: Alegrate Reina del Cielo



FUENTE: CATHOLIC.NET

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