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LAS AMISTADES ESPIRITUALES - PADRE JOSE MARÍA MESTRE.


I. NATURALEZA DE LAS AMISTADES ESPIRITUALES


1° Qué es la amistad

La amistad es un amor de mutua benevolencia fundado en la comunicación de un bien: -amor de benevolencia: pues no todo amor tiene razón de amistad, sino sólo cuando de tal manera amamos a alguien, que queremos el bien para él; -amor mutuo: pues se puede amar sin ser amado, y en ese caso no hay amistad; para ella se requiere, además de la benevolencia, cierta mutua reclamación o correspondencia, porque el amigo es amigo para el amigo: amor fundado en cierta comunicación que manifieste su mutua benevolencia; pues los amigos, para serlo, se han de dar cuenta de su recíproco amor; si lo ignoran habrá amor, pero no amistad. Requiérese así que haya entre ellas alguna clase de comunicación, que es precisamente el fundamento de la amistad.

2° Clases de amistades

Según las diferentes clases de comunicación, las amistades pueden ser: -malas, cuando se fundan en la comunicación de deleites carnales (por lo que si en el mismo matrimonio no hubiese otra clase de comunicación, no merecería el nombre de amistad); -frívolas, cuando se fundan en la comunicación de los bienes de los sentidos (como el placer de contemplar la hermosura, de escuchar una voz melodiosa), o -de dotes frívolas (esto es, de ciertas habilidades vanas que los espíritus superficiales consideran perfecciones); -y buenas, cuando se fundan en cualidades espirituales, como la virtud (prudencia, discreción, fortaleza, justicia).

3° La amistad espiritual

Entre éstas amistades buenas se encuentran las amistades espirituales, que no sólo se fundan en el simple amor de caridad (que es una virtud que debemos a todo hombre), sino en la comunicación de sus aspiraciones y afectos espirituales, en la devoción y perfección cristiana, que dos o tres almas, unidas por este lazo, buscan formando un sólo espíritu entre sí. Sin descuidar las amistades buenas que la naturaleza o los propios deberes obligan a cultivar entre parientes, allegados, bienhechores, vecinos y otros semejantes, es necesario, por lo que mira a las amistades elegidas expresamente por uno mismo, no contraer sino amistades espirituales.


II. IMPORTANCIA DE LAS AMISTADES ESPIRITUALES

Cuán importante sea contar con verdaderos amigos espirituales en el camino de la perfección se deduce de las siguientes razones.

1° A los comienzos, la debilidad del alma es muy grande

Para encontrar a Dios se aisló tal vez de su medio familiar y social; los consuelos sensibles y las facilidades de los primeros días dejaron el lugar a las sequedades en la oración y a las dificultades en la práctica de las virtudes. Para permanecer fiel en este aislamiento le será necesaria la compañía y la muda del prójimo.

2° Además; Dios ha hecho sociable al hombre

Desde entonces, la Muda y la sociedad de sus semejantes es una ley y una necesidad de su naturaleza. No sólo la soledad seria dolorosa para su corazón, sino que además lo dejaría impotente y estéril. La colaboración es la condición necesaria de su desarrollo personal Y más aún de la fecundidad y de la actividad que lo prolonga y lo multiplica. Ahora bien, como la gracia se injerta en la naturaleza, Dios ha extendido esta ley y estas exigencias del orden de la naturaleza al dominio sobrenatural, sometiéndose El mismo a ellas: para realizar la redención, Jesucristo se ha escogido una colaboradora, la Virgen María, a la que ha asociado como Madre a toda su obra de paternidad espiritual. Por lo tanto nuestra santificación no puede ser el fruto exclusivo de nuestra actividad personal: ella exige la colaboración.


III. VALOR DE LAS AMISTADES ESPIRITUALES

El estímulo y acicate de un verdadero amigo es uno de los más eficaces para la conquista de sí mismo y la práctica del bien; porque la amistad verdadera es "una alianza de dos almas que se unen para obrar el bien" (Bossuet). La verdadera amistad es desinteresada, paciente hasta el heroísmo, sincera y transparente. No conoce la doblez ni la hipocresía, alaba al amigo en sus buenas cualidades, pero le descubre con santa libertad sus defectos y flaquezas con el fin de corregirlo de ellas. Nada tiene de sensual; se aprecia y ama únicamente el valor moral del amigo.

Tres son las principales ventajas de una verdadera y santa amistad: la de encontrar en el amigo

1° Un consejero íntimo, al que confiamos los problemas del alma para que nos ayude a resolverlos. 2° Un corrector prudente y afectuoso, que nos dirá la verdad sobre nuestros defectos y nos impedirá cometer innumerables imprudencias. 3° Un consolador, en fin, que escuchará con cariño el relato de nuestros dolores y encontrará en su corazón las palabras y remedios oportunos para suprimirlos o suavizarlos. "Un amigo fiel es poderoso protector; el que le encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable. Un amigo fiel es remedio saludable: los que temen al Señor lo encontraran" (Eccli. 6, 14-16).


IV. DESVIACIONES PELIGROSAS DE LAS AMISTADES ESPIRITUALES

Es menester andar sobre aviso para que las amistades buenas y verdaderas, especialmente las espirituales, que nos orientan a nuestra santificación, se mantengan siempre dentro de sus auténticos límites y no desborden nunca el cauce de la virtud y del bien. En efecto, si es cierto que un amigo es un poderoso estímulo para la virtud, no lo es menos que apenas puede encontrarse una fuerza destructora más temible que la de una mala amistad. El paso de una clase de amistad a la otra puede hacerse gradual e insensiblemente; sobre todo entre personas de diferente sexo: se comienza por amor virtuoso, más si no se usa con discreción, pronto anda en juego el amor frívolo, después el sensual, y finalmente el carnal, porque en nuestra naturaleza herida por el pecado, el amor tiende a descender hacia las regiones inferiores y a desbordarse por los sentidos. El mismo peligro hay en el amor espiritual si no se está alerta, aunque el peligro no es tan grande, porque su pureza y candor hacen resaltar más las argucias de Satanás.

Observación. -En la vida sacerdotal o religiosa (vgr. seminarios, noviciados), Dios ha dispuesto las amistades de modo que sean todas espirituales: se basan en la comunicación de unos mismos ideales de santidad. Por ello, cualquier amistad particular contra el Reglamento o las Constituciones supondrá siempre un descenso a una amistad sensible y, por lo tanto, reprobable. De ahí la energía con que los fundadores de Ordenes han combatido siempre las amistades particulares en la vida religiosa.

1º Las señales o manifestaciones principales por las que se puede entrever que una amistad, santa al principio, se empieza a degradar, son las siguientes: - exclusivismo en los afectos y relaciones: no se tolera una señal de cariño dada a otro por el amigo; - estar pensando sin cesar en el amigo, aun durante la oración, el estudio, el trabajo absorbente; - necesidad de verle o de hablarle a cada momento, o tristeza de no encontrarlo donde se lo esperaba: conversaciones inacabables y fuera de propósito cuando están juntos; - intercambios exagerados de pequeños dones u otros ligeros testimonios de afecto; - tendencia a excusarlo todo en el amigo.

2° Los remedios para controlar esta desviación en la amistad son los siguientes: - si está todavía en sus inicios, es preciso moderar las primeras manifestaciones de esta desviación, para mantener la amistad en los cauces que la hacen ser provechosa, cortando rápidamente, con serenidad y sin nerviosismo, pero de manera decidida, pues al principio cuesta mucho menos que si dejamos imprudentemente que tomen fuerza aquellas primeras manifestaciones; - si ya arraigó fuertemente en el corazón la amistad sensible y sensual, el peligro es grave y el remedio urgente: hay que romper con dicha amistad decididamente, sin miramientos hacia la otra persona, pues se trata de ataduras contrarias al amor de Dios, evitando toda conversación a solas, toda entrevista secreta, toda mirada tierna, las sonrisas afectuosas, y en general toda suerte de comunicaciones que pueda alimentar este fuego pestífero y mortal.



Catecismo de la vida interior. Reverendo Padre José María Mestre Roc. Cuadernos de la Reja Nº 2

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