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"A MIS SACERDOTES" DE CONCEPCIÓN CABRERA DE ARMIDA. CAP. LXIV: Consagración.


Mensajes de Nuestro Señor

Jesucristo a sus Hijos Los Predilectos.

("A Mis Sacerdotes" de Concepción Cabrera de Armida)


LXIV


CONSAGRACIÓN

En todo lo que he dicho no he tenido más fin que conmover el corazón del sacerdote para su transformación en Mí. Siempre mis planes y mis fines son de amor, y más, mucho más cuando se tata de lo que más amo en la tierra, de mis sacerdotes. A las almas que más amo, después de ellos, son a las que por misión o por gracia especial, reflejan algo del sacerdocio.

Pues bien, estas Confidencias han tenido por objeto unir a todos los sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús, Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo, en donde estaré y me mostraré Yo para volver al mundo desorientado, hacia la divina brújula que conducirá las almas al cielo; la iluminar con la luz del cielo las sombras y nieblas en las que están envueltas. Es un nuevo empuje de misericordia y de perdones, una gracia más para la salvación eterna.

Volveré a la tierra más visiblemente, más sensiblemente, en mis sacerdotes que se presten a esa reacción espiritual, y el mundo recibirá el impulso divino y mi Iglesia dará sus frutos de vida eterna, y glorificará con esto a la Trinidad.

Pero voy a decirles una cosa muy importante. Muchas almas de mis sacerdotes comenzarán con escrúpulos que no quiero, pues que Yo fui amplio, todo paz y serenidad. Mi Espíritu Santo, es de paz, y en su actividad se encierra, sin embargo, la tranquilidad imperturbable de un Dios.

A muchos de mis sacerdotes tentará Satanás de diversos modos: a uno con escrúpulos, a otros con desalientos, a otros con humildades falsas, a otros haciéndoles ver un enorme peso en su augusta y santa vocación, etc. Que no hagan caso al enemigo; porque éste al sentir la divina reacción, bramará, esgrimirá todas sus armas, pondrá en juego todas sus baterías, y Yo necesito esforzados campeones, almas valientes que triunfen de sus astucias y tentaciones infernales.

Ha llegado el tiempo de que mis sacerdotes sacudan de si mismos toda pusilanimidad; y con aire guerrero y sin miedo a los combates, levanten su frente pura y peleen y venzan al infierno; que si se transforma en Mí, no serán ellos solos los que venzan, sino Yo en ellos el que triunfe y enarbole la victoria de mi Iglesia, en mi religión santa y en las almas.

Nada de miedos que aquí estoy Yo; nada de debilidades, ni de disculpas, ni de detenciones en el camino; camino de cruz, sí; pero lleno de luz, de gracias y de fortaleza del Espíritu Santo.

Con el Espíritu Santo y con María, con mi Corazón y con la Cruz, ¿qué temer? Valor y confianza, y una entrega total y absoluta de la voluntad de los sacerdotes a la mía: eso es lo que Yo necesito para que el Espíritu Santo obre en los corazones.

Hay que renovar aquellas santas promesas y protestas del día feliz de su ordenación; hay que refrescar aquellas santas emociones divinas para tomar aliento, para atizar los deseos vivos y ardientes de santidad; hay que amarme, que amarme más, que reavivar ese amor santo y puro; porque solo el amor impulsa, activa y santifica; porque solo el Espíritu Santo, que es amor, es el que une por amor.

De suerte que para alcanzar lo que pido, deben todos los sacerdotes hacer una consagración general y particular –no de Diócesis y de Naciones solamente, sino de almas sacerdotales, cada una especialmente-, al Espíritu Santo, pidiéndole por intercesión de María que venga a ellos como en un nuevo Pentecostés, y que los purifique, los enamore, los posea, los unifique, los santifique, y los transforme en Mí.

El Espíritu Santo es el gran motor de la Iglesia, su ser y su vida, y el que tiene el movimiento de los corazones que se le entregan; que hagan esto mis sacerdotes y darán gloria a la Trinidad, y llenarán el fin que persigo para consuelo de mi Corazón, para salvación del mundo y para su propio bien. Todo depende de su correspondencia a lo que pido, todo depende de su fidelidad y de su amor hacia Mí, tanto esa transformación como esa unidad, y el hacer su voluntad una con mi Voluntad.

María, ha tomado parte activa para que se derramen esas gracias en favor de mis sacerdotes y de mi Iglesia. Que sean hijos agradecidos y que la honren más y que la amen más, por ese ser de hijos más íntimos que el de los otros hijos, pues que tomaron vida, como el Salvador del mundo –en cierto sentido-, de su vida, de su ser inmaculado, del calor maternal de su Corazón.

Yo prometo que esta reacción vendrá. ¡Oh, sí! Vendrá, y Yo reinaré, en mis sacerdotes sobre todo, porque soy Rey universal de mi Iglesia y de los corazones”. 


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