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LA SANTA MISA Y EL DÍA DEL SEÑOR.


LA SANTA MISA 

Se le llama también Eucaristía
Etim.: Missa, de "mittere", enviar. 

Tomado de las palabras finales en latín: "Ite missa est". 




La misa, el sacrificio y banquete de la Eucaristía, es acto central de la Iglesia católica y el acto supremo de culto a Dios.

El mismo Cristo que se ofreció a si mismo una vez en el altar de la cruz, está presente y se ofrece en la misa. No es otro sacrificio, no es una repetición. Es el mismo sacrificio de Jesús que se hace presente. Es una re-presentación del Calvario, memorial, aplicación de los méritos de Cristo.


Cristo está presente en el cielo y también en el altar, y se entrega hoy al Padre como el Viernes Santo.


La Misa es un sacrificio de propiciación (aplaca la justicia divina) por nuestros pecados.
La Misa es un memorial: Se conmemora la muerte de Jesús, pero no como un recuerdo psicológico, sino como una realidad mística. Cristo se ofrece a si mismo tan realmente como lo hizo en el Calvario.
La Misa es un banquete sagrado: El mismo Cristo que se ofrece, lo recibimos la Eucaristía.
La Misa es el medio principal que Dios ha establecido para aplicar los méritos que Cristo ganó en la Cruz para toda la humanidad.



1. La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Es la fuente, el corazón y la cumbre de toda la vida cristiana.


2. En ella se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia: Jesucristo, que asocia a su Iglesia, y a todos sus miembros, a su sacrificio pascual, ofrecido una vez por todas en la cruz al Padre; y, por medio de este sacrificio, derrama la gracia de la salvación sobre su Cuerpo que es la Iglesia.


3. La Santa Misa y el sacrificio de la Cruz son un único sacrificio, pues se ofrece una y la misma víctima: Jesucristo. Sólo es diferente la manera de ofrecerse: Cristo se ofreció a sí mismo una vez en la cruz de manera cruenta –con derramamiento de sangre–, mientras en la Euca­ristía se ofrece por el ministerio de los sacerdotes demodo incruento –sin derramamiento de sangre–. Así, el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual. Y cuantas veces se celebra la Eucaristía, se realiza la obra de nuestra redención.


4. La Eucaristía es también el sacrificio de la Iglesia, porque ella es el Cuerpo de Cristoy participa del sacrificio de su Cabeza.


a. Cristo es el actor principal e invisible que preside cada misa como sumo sacerdote de la Nueva Alianza, intercede ante el Padre por todos los hombres.
b. La Iglesia se une a Cristo y se ofrece totalmente con El en la Misa 
c. La misa la celebra el obispo o el sacerdote –actuando “en persona de Cristo-cabeza”–, representando a Cristo, preside la asamblea, predica la homilía, recibe las ofrendas, dice la plegaria eucarística, consagra y reparte la comunión.
d. Sólo los sacerdotes válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar (invocar al Espíritu Santo para que el pan se haga el Cuerpo y el vino, la Sangre de Jesucristo). Por eso la presencia del sacerdote es indispensable y esencialmente diferente.
e. En la celebración de la Eucaristía participan todos los fieles miembros de su Cuerpo. Cada uno une en la Eucaristía su vida, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo a los de Cristo y a su total ofrenda. 
f. También se unen en la Eucaristía la Virgen María y los santos que están ya en la gloria del cielo
g. En la misa oramos por las almas del purgatorio para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo.


5. Después de la consagración, Jesús está realmente presente en la Eucaristía:

a. En la consagración ocurre la “transubstanciación”, que significa “cambio desubstancia” del pan y el vino a ser verdaderamente la sustancia del Cuerpo y Sangre del Señor. La Eucaristía aun tiene la apariencia de pan y vino pero nos es pan y vino. 

Cristo está presente en la Eucaristía verdadera, real y substancialmente con todo su Cuerpo, Sangre, alma y divinidad. Esta presencia se llama “real” porque es “substancial”, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente.

Cristo está todo entero en cada una de las especies y en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo, que está real y permanentemente presente en la eucaristía mientras duren sin corromperse las especies eucarísticas.



6. Para recibir bien la Sagrada Comunión son necesarias tres cosas:

a. saber a quién vamos a recibir,
b. Estar en gracia de Dios. Quien esta en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. 
c. Guardar el ayuno eucarístico, que consiste en no comer ni beber nada desde una hora antes de recibir la Comunión.


7. Hagamos todo lo posible para poder recibir la comunión. Jesús nos dice «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros».


8. La Sagrada Comunión produce frutos:

a. acrecienta nuestra unión íntima con Cristo;
b. conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo;
c. purifica de los pecados veniales,
d. fortalece la caridad y nos preserva de futuros pecados mortales al fortalecer nuestra amistad con Cristo;
e. renueva, fortalece y profundiza la unidad con toda la Iglesia;
f. nos compromete en favor de los más pobres, en los que reconocemos a Jesucristo; y se nos da la prenda de la gloria futura.

Para recibir todos los méritos disponibles es necesario participar con fe. Cuanto mas fe se viva la Santa Misa, mayor gloria se le ofrece a Dios y mayor la gracia que se recibe, no solo para los participantes sino para la humanidad.


9. En la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo con un comportamiento respetuoso, arrodillándonos durante la consagración en señal de adoración al Señor. También es importante la actitud corporal (gestos, vestido…).


10. La palabra "misa" viene del latín "missio" (enviar). Al final los fieles son enviados a poner en práctica la Palabra de Dios con la gracia recibida.


11. Al entrar y salir del templo, cuando pasamos frente al sagrario, manifestamos nuestra fe y saludamos a Jesucristo presente en el Sagrario con una genuflexión, hincando la rodilla derecha, en señal de respeto y adoración.

Fuera de la Santa Misa también se honra al Señor con visitas al sagrario, con laexposición del Santísimo y con procesiones Eucaristícas.
San Justino, C. 155 AD:

El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas.

Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos.

Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces_ por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser hallados por nuestras obras hombres de buena conducta y guardadores de lo que se nos ha mandado, y consigamos así la salvación eterna.


Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente ósculo de paz.

Luego, al que preside a los hermanos se le ofrece pan y un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen . Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén.

Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman “ministros” o diáconos, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes.



Las Partes de la Misa


Birgit Scharfenort Matallana


“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos días hasta el fin del mundo”. (Mt. 28, 20)

Vivamos la Eucaristía como un encuentro de amor con Cristo


En su Hijo Jesús, el Cristo, Dios nos hizo el mayor regalo: nos entregó su propio corazón, es decir, lo más profundo y puro de su amor. Con su vida, Jesús nos mostró cuál es la vida que agrada a Dios: la que se abre a los demás en el servicio. Por eso Jesús enseñó la Palabra de vida, perdonó pecados, curó enfermos, liberó a los que estaban atados por las cadenas del mal y de la muerte y alimentó a los hambrientos. Hoy podemos experimentar de nuevo todo esto, pues Jesús sigue vivo en la Eucaristía. Por eso, queremos invitarte hoy a vivir la Eucaristía como un encuentro de amor con Cristo, quien sólo espera que tú también le ames, porque el amor sólo con amor se paga.


1. ENTRADA: Dios nos recibe personalmente en la Eucaristía, nos llama y nos une en comunidad con el simple y sencillo acto de la bendición. 

“En el nombre del Padre”: Dios se nos presenta como papá, de él depende nuestra existencia, nos ama y se preocupa por nosotros como el mejor de los papás. 

“… del Hijo”: Dios nos recuerda que por amor a nosotros se hizo hombre en Jesús, el Hijo, para hacernos hijos suyos, hermanos en Cristo y enseñarnos a vivir como hijos de Dios.

“… y del Espíritu Santo”: el Espíritu es la presencia permanente de Dios con nosotros, el fuego de su amor, que nos enseña, nos consuela y nos fortalece desde nuestro propio corazón.


2. ACTO DE CONTRICCIÓN: ¡SEÑOR TEN PIEDAD! Dios nos invita a comenzar nuestro encuentro con Él dejando en sus manos todo lo que nos aparta de su amor. Esto requiere de nosotros una actitud de humildad: reconocer que hay pensamientos, palabras y obras que obstaculizan nuestra relación con Dios, eso son los pecados. La Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia nos ayudan a ver cuáles son esas situaciones; la humildad está también en dejarnos enseñar.


3. LAS LECTURAS: Limpios de corazón y en actitud de humildad podemos ahora escuchar la Palabra de Dios y dejarnos moldear por ella. Desde los tiempos antiguos del pueblo de Israel, Dios se ha manifestado al hombre por medio de la Palabra: en ella le ha mostrado su rostro, le ha enseñado a vivir, le ha dado esperanza con sus promesas, lo ha escogido y lo ha hecho su propiedad; más aún, ha despertado su fe y ha encendido la llama de su amor. En las lecturas y el salmo Dios mismo se hace presente y nos habla, despierta nuestra fe, reafirma nuestra esperanza y aviva nuestro amor; es su Palabra, mensaje de amor, que espera nuestra respuesta. Dios quiere conversar con nosotros, escuchemos primero lo que quiere decirnos para poder luego responder a su amor.


4. EL ALELUYA: Viene ahora un canto de gozo y de júbilo: “¡Aleluya! ¡Cristo vive, resucitó de entre los muertos! ¡Su victoria fue completa!”. Este canto prepara nuestro corazón para meditar la vida, obra y enseñanzas de Jesús, que vienen narradas a continuación en el Evangelio.


5. EL EVANGELIO: Es la lectura más importante de la Eucaristía, pues nos pone en contacto con la persona y la vida de Jesús. Aprendemos directamente de Él, del recuerdo de sus enseñanzas, de su vida y de sus obras. En el Evangelio Jesús nos muestra su rostro, como se lo mostró a sus discípulos y a todas las personas que lo conocieron en Galilea, donde vivió, nos habla y nos instruye personalmente. Si se lo permitimos, con su Palabra despertará nuestra fe, nos dará esperanza y encenderá nuestro amor. Por eso, antes de escuchar el Evangelio hacemos la Señal de la Cruz: sobre nuestra frente, para que el Evangelio (presencia de Jesús) santifique nuestro pensamiento y podamos comprenderlo; sobre nuestros labios, para que santifique nuestra palabra y podamos transmitirlo; y sobre nuestro corazón, para que santifique todo nuestro ser y vivamos como Cristo.


6. LA HOMILÍA: El sacerdote nos ayuda a comprender la Palabra de Dios, pues Dios mismo lo utiliza como mensajero de su amor. Él nos comparte, por su ministerio, lo que la comunidad de los creyentes (la Iglesia) ha comprendido de este mensaje y también nos transmite su experiencia personal. Dios suscita en medio de su pueblo pastores para guiarnos en nuestro camino espiritual y para explicarnos sus enseñanzas. Es Cristo mismo quien nos habla a través de quienes nos predican su Palabra. 


7. LA PROFESIÓN DE FE: Una vez hemos escuchado las palabras de Jesús y reflexionado sobre ellas viene el Credo, es decir, la expresión de nuestro compromiso personal y comunitario con Dios Padre Creador, Dios Hijo Salvador y Dios Espíritu Santificador: Él se nos ha revelado en la Palabra y ha despertado nuestra fe, por eso, en el Credo profesamos la fe que nos motiva personalmente y que nos congrega en comunidad. El Credo es nuestra respuesta al amor de Dios que se nos ha manifestado primero, porque nuestra fe es la respuesta al encuentro con la persona de Cristo, que nos ha llamado, nos ha congregado y nos ha mostrado su rostro. Así como Jesús se encontraba con la gente, le predicaba el Evangelio o Buena Nueva y la gente comenzaba a creer en Él y a seguirlo, así Jesús nos muestra su rostro, nos llama, nos habla y nos toca profundamente cada vez que leemos un trozo del Evangelio, despertando nuestra fe y moviéndonos a seguirlo. Además, el Credo precisa el contenido de nuestra fe, le da figura y rostro al Dios en quien creemos y a la Iglesia, fundada en la fe, de la cual hacemos parte.


8. LA ORACIÓN DE LOS FIELES: En el Credo hemos expresado y precisado nuestra fe personal y colectiva, por eso ahora, como comunidad de fe, nos dirigimos a Dios, elevando nuestras súplicas, pidiéndole por todas nuestras necesidades y pidiendo unos por otros. Nuestras súplicas, como nuestro acto de fe, son siempre, a la vez, personales y comunitarias.


9. EL OFERTORIO: Como Iglesia, unidos en una misma fe, en un mismo corazón, presentamos ahora la sencilla ofrenda que Dios mismo transformará en el cuerpo y la sangre de su Hijo Jesucristo. Pan y vino son fruto de nuestro trabajo personal y comunitario, y simbolizan las dimensiones más sencillas de nuestra vida diaria: nuestro trabajo, nuestro sustento y nuestra alegría. Con el pan y el vino va incluida la ofrenda de nuestra vida, de nuestro trabajo y de nuestro amor; nuestras penas, fatigas y alegrías van a ser recibidas por Dios de las manos del sacerdote y, como el pan y el vino, nuestro propio ser (cuerpo y alma) será también santificado y transformado con la presencia viva y real de Jesucristo Eucaristía. En este momento unámonos al sacerdote, entregándole a Dios nuestra vida, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestra oración, nuestras penas y alegrías, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra mente con todos sus pensamientos, nuestro corazón con todos sus sentimientos y deseos, nuestros labios y todas nuestras palabras, nuestros amigos y seres queridos, incluso los que no nos aman, en fin, toda la realidad humana material y espiritual de la que somos parte, para que toda esa realidad sea transformada por Cristo, sea santificada, sea cristificada; para que todos seamos hostias vivas, sagrarios de la presencia del Espíritu Santo; y para que el mundo entero sea un altar para la gloria de Cristo Jesús.


10. CANTO DEL SANTO: Hemos hecho ofrenda del pan y del vino, de nosotros mismos y del mundo entero. Ahora esta ofrenda va a ser consagrada: la hostia se transformará en el cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre. Por esa consagración, nosotros mismos seremos santificados y el mundo entero también. Nos unimos a los santos y a los ángeles, que contemplan y gozan ya del fruto de estos misterios, cantando a Dios: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo, llenos están los cielos y la tierra de su gloria. ¡Hosanna en el cielo! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!” El cielo (los que ya gozan de la gloria de Dios) y la tierra (los que estamos de camino hacia la gloria) cantan la santidad de Dios, pues Él es el único verdaderamente santo y fuete de toda santidad.


11. CONSAGRACIÓN: En este momento, por el ministerio (por el encargo y el don) que el sacerdote ha recibido, el pan y el vino son transformados en el cuerpo y la sangre de Cristo. El sacerdote repite las palabras que Jesús pronunció en la última cena, con las cuales Él mismo dio gracias y bendijo el pan y el vino, haciéndolos su cuerpo y su sangre, para alimentar con su propio ser a sus apóstoles, y a través de ellos y de la sucesión de sacerdotes a todos los creyentes. La Eucaristía, cuerpo y sangre de Cristo, es el mayor regalo que hemos recibido de Dios: Él se ha quedado para siempre con nosotros en la persona de Cristo, Él mismo toma nuestra realidad y la transforma en su propio ser, para alimentar nuestra vida de fe. Sin este alimento espiritual, es decir, sin la comunión real con su cuerpo y su sangre, nuestra vida de fe sería árida y estéril, pura imitación exterior de Cristo, por nuestras propias fuerzas. Pero como Él nos alimenta con su propia vida en la Eucaristía, podemos vivir como Él, ser como Él, porque Él mismo, desde nuestro interior nos va transformando, nos va consagrando, va haciendo de nuestra vida una constante Eucaristía, sólo si nosotros le entregamos nuestro corazón y dejamos que su Espíritu actúe en nosotros.


12. EL PADRENUESTRO: Cristo se ha hecho presente en medio de nosotros, por él hemos sido hechos todos hermanos en el Espíritu, hijos de un mismo Padre. Por eso, ahora, juntos, podemos orar en compañía de Jesús al Padre, como el mismo Jesús nos enseñó. En este momento, oramos con Jesús, presente realmente, la oración al Padre: estamos unidos en oración Jesús, el Hijo Único, y nosotros, los hijos adoptivos.


13. CORDERO DE DIOS-MOMENTO DE LA PAZ: Reconocemos ahora que Jesús ha ofrecido su vida al Padre por nosotros en la Cruz, Él es el sacrificio vivo y santo que nos ha reconciliado para siempre con Dios. Por Él nos ha llegado la paz verdadera: la que da Dios y no la que da el mundo. La paz de Dios es la salvación eterna, el perdón de los pecados, el amor que es capaz de entregarse a sí mismo en sacrificio por aquellos que ama. La paz del mundo es la ausencia de conflicto que le permite a cada uno vivir según sus deseos. La paz de Cristo nos saca de nosotros mismos y nos pone al servicio de los otros, mientras que la paz del mundo nos sumerge en nuestro propio egoísmo, en nuestros gustos y rutinas.

14. LA COMUNIÓN: Este momento es absolutamente maravilloso, recibimos a Jesús en la Eucaristía, su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Dios viene a vivir en nosotros como en su propia casa, viene a transformarnos y a fortalecernos desde nuestro interior. Como María en el momento en que recibió del Espíritu a Jesús en sus entrañas, así nosotros, en la comunión, quedamos fecundados por el Espíritu de Dios: realmente llevamos en nosotros a Cristo. Dios hace de su amor un acto: se nos entrega todo entero en la forma más sencilla y humilde (un trocito de pan) para que lo podamos recibir. 


15. ACCIÓN DE GRACIAS: Después de un regalo tan grande ¿qué podemos hacer? Sólo abrir nuestros labios y nuestro corazón al agradecimiento. Tomar conciencia de lo que hemos recibido y hacer de nuestra vida acción de gracias, es decir, reflejo del amor de Dios que hemos recibido en Jesús Eucaristía. Él nos ha tocado, nos ha besado con su amor y sólo nos queda hacer de nuestra vida beso, caricia de amor a Jesús, mostrando su rostro en medio de nuestros hermanos. Agradecer a Dios significa vivir como vivió Jesús: sirviendo, amando, sanando, ayudando, enseñando, perdonando, entregando su vida por todos, sin excepción. Misión difícil, casi imposible, pero no estamos solos, Cristo vive en nosotros y lo que es imposible para los hombres es posible para Dios. La palabra misma dice lo que tenemos que hacer: Eucaristía viene del griego y significa acción de gracias.


16. BENDICIÓN FINAL: Con el encargo de dejar vivir en nosotros a Cristo y transmitirlo a los que nos rodean en acciones concretas de amor y servicio, somos enviados al mundo con la bendición de Dios, para que nuestra tarea sea efectiva y demos fruto abundante. Recibimos a Cristo Eucaristía para compartirlo con los que nos rodean. Hemos sido bendecidos para que seamos bendición para los demás; hemos entrado a la Eucaristía como harina y agua, y Dios ha hecho un pan que ha consagrado para sí. Ahora somos hostias consagradas: llevamos en nosotros la presencia de Jesús y tenemos la misión de reflejarla y transmitirla a los demás, para que todos seamos transformados. La palabra Misa lo resume todo: viene del latín y significa envío, es decir, los que recibimos a Jesús somos enviados a darle a conocer. El fruto de la Eucaristía es que todos seamos misioneros, es decir, que llevemos a Jesús a los demás.



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¿Sábado o Domingo?

¿Cual es el día del Señor? 

Por Padre Jordi Rivero

El domingo es el día de la resurrección de Cristo. Los Católicos los celebramos con la Santa Misa y cumplimos con el Tercer Mandamiento del Decálogo.

Desde el tiempo del Nuevo Testamento (tiempos Apostólicos), el domingo remplazó al sábado judío como día dedicado al Señor para darle culto y descansar de las labores. La Iglesia católica no "cambia la Biblia", como dicen algunas sectas que se aferran al sábado. Es un hecho histórico que desde el principio (desde el siglo I) los cristianos celebran el día del Señor el domingo. La Iglesia es fiel a la doctrina de los Apóstoles. No fue hasta la época moderna que algunas sectas, desconociendo la realidad histórica, se revirtieron a la práctica judía de celebrar el sábado en vez del domingo.

Evidencia Bíblica:

-"El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan" -Hechos 20,7. 
El "primer día de la semana" es el domingo.

Evidencia de los Padres Apostólicos:


Estos vivieron en los dos primeros siglos y son testigos de la fe y la práctica de la Iglesia recibida de los Apóstoles.

San Ignacio de Antioquía (+107AD), discípulo de los Apóstoles, Padre de la Iglesia del siglo I, enseña:


Los que vivían según el orden de cosas antiguo han pasado a la nueva esperanza, no observando ya el sábado, sino el día del Señor, en el que nuestra vida es bendecida por El y por su muerte
-S. Ignacio de Antioquía, Magn. 9,1

San Justino (+165AD)

Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque en este día, que es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos.


Razón por celebrar el domingo como día del Señor:

La transferencia del día del Señor del sábado, séptimo día, al domingo (día primero de la semana) ocurrió en tiempo de los apóstoles (ver arriba) con motivo de la resurrección de Jesucristo. El domingo Cristo resucita, vence la muerte y completa la obra redentora. Si bien el séptimo día (sábado) Dios "descansó" al fin de la creación, el domingo es el día en que todo es re-creado en Jesucristo. Ahora es posible el culto a Dios en espíritu y en verdad. 

Además, el domingo es el día de Pentecostés, en que estaban reunidos los Apóstoles con María Santísima en oración y se derramó el Espíritu Santo. 

Al celebrar el domingo somos fieles a Jesucristo. El no vino a abolir el Antiguo Testamento sino a darle cumplimiento con su muerte y resurrección. Todo se cumple en El. Vemos en muchos textos como Jesucristo, para dar cumplimiento, presenta la ley antigua en una nueva forma que sorprende a sus oyentes por su novedad y exigencia. La ley queda perfeccionada en Cristo. Por ejemplo, Jesús dice en Mateo 5,27 "Habéis oído que se dijo: "No cometerás adulterio." Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.". Jesús no está "cambiando la Biblia" sino revelando un sentido mas profundo que solo podía conocerse por su enseñanza y por la gracia del Espíritu que El nos da. 


El antiguo y el nuevo Templo; antiguos corderos y El Cordero. 

Los judíos iban a la sinagoga o al Templo el sábado. Es imposible continuar celebrando el culto del sábado según el Antiguo Testamento. Aquel se centraba en el Templo de Jerusalén, el cual fue destruido por los romanos en 70 A.D. Tampoco hay ya sacrificio de animales como requería la antigua alianza. Todo eso encuentra su cumplimiento en Cristo. El mismo es el Nuevo Templo, y el Cordero del Sacrificio y el Sacerdote Eterno. 

Jesús dijo «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré.» -Juan 2,19. Muchos lo entendieron en forma literal y se escandalizaron de Jesús. Pero Jesús hablaba del Nuevo Templo que es Su propio Cuerpo, que resucitaría al tercer día: El domingo. El Templo de Jerusalén fue destruido pero Cristo resucitado es el Nuevo Templo que jamás será destruido. Por el bautismo los cristianos nos unimos a Cristo para ser miembros de su Cuerpo Místico, Nuevo Templo que es la Iglesia. Los cristianos somos, en Cristo, templo espiritual y como tal nos reunimos para celebrar la Santa Misa el domingo, el nuevo día del Señor.

Es evidente que Jesús preparó a sus discípulos para un nuevo entendimiento del "Día del Señor":

Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor.

Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos.

Y sucedió que un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas.

Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?»

El les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?»

Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado.

De suerte que el Hijo del Hombre también es Señor del sábado.» (Mc 2,21-28)


Jesús se presentó a los Apóstoles el domingo de Resurrección y ellos le adoraron. Los cristianos le damos a Dios Padre el culto mas perfecto: el mismo Jesucristo que se ofrece y nosotros nos ofrecemos al Padre POR Cristo, Con El y En El. 

Algunas sectas fundadas en EE.UU. hace poco mas de un siglo se han revertido al Sábado. No entienden lo arriba mencionado, en gran parte porque carecen de conocimiento histórico del cristianismo y la interpretación bíblica de los Padres. Para entender la Biblia hay que situarse con la Iglesia en la mente de Cristo que interpreta el Antiguo Testamento de una forma nueva y sin embargo mas fiel. Pero antes de discutir sobre cual es el día del Señor hay que recordar lo mas importante de ese día: La Santa Misa, la cual es el culto mas perfecto que le ofrecemos a Dios. ¿De qué vale pelear por el día del culto si ni siquiera se acepta el culto mismo? 


Juan Pablo II trata el tema del Día del Señor en profundidad en su encíclica "DIES DOMINI". Para estudiar el sentido del día del Señor a profundidad le recomiendo que la lea. Aquí solo presento el #59:


Este aspecto festivo del domingo cristiano pone de relieve de modo especial la dimensión de la observancia del sábado veterotestamentario. En el día del Señor, que el Antiguo Testamento vincula a la creación (cf. Gn 2, 1-3; Ex 20, 8-11) y del Éxodo (cf. Dt 5, 12-15), el cristiano está llamado a anunciar la nueva creación y la nueva alianza realizadas en el misterio pascual de Cristo. La celebración de la creación, lejos de ser anulada, es profundizada en una visión cristocéntrica, o sea, a la luz del designio divino de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1,10). A su vez, se da pleno sentido también al memorial de la liberación llevada a cabo en el Éxodo, que se convierte en memorial de la redención universal realizada por Cristo muerto y resucitado. El domingo, pues, más que una «sustitución» del sábado, es su realización perfecta, y en cierto modo su expansión y su expresión más plena, en el camino de la historia de la salvación, que tiene su culmen en Cristo.


FUENTE: Corazones.org

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