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MAGISTERIO SOBRE EL CELIBATO: Celibato y Magisterio: Intervenciones de los Padres en el Sínodos de los Obispos de 1990


Sínodo de los Obispos de 1990. Estudio introductorio


-Continuación-


VOTOS DE LOS PARTICIPANTES EN EL SÍNODO


Cardenal Joseph Bernardín,
Arzobispo de Chicago (Estados Unidos)

Hoy aparece el celibato con frecuencia como poco atractivo e inalcanzable. A menos que enfrentemos esta calidad de una manera que comprometa positivamente las mentes y los corazones de nuestros sacerdotes y fieles, continuará la erosión en el aprecio del celibato. Los fundamentos para comprender el celibato como don de la Iglesia están claros en nuestra tradición occidental. Sin embargo, la integración de esta dimensión positiva del celibato en la vida de la Iglesia exige una personalidad integrada desde el punto de vista psicosexual, una libre aceptación del compromiso y una renovación constante de este compromiso.


Mons. Harry Joseph Flynn,
Obispo de Lgfayette (Estados Unidos)

El celibato como don de Dios

Existe una necesidad urgente y específica de formar a los futuros sacerdotes de tal manera que sean capaces de vivir bien su compromiso de castidad célibe. El celibato no debe entenderse simplemente como una forma de autonegación, sino más bien como "un amor indiviso a Cristo y a su Iglesia, como una disponibilidad total y gozosa del corazón para el servicio pastoral" (Instrumentum laboris, n. 35)

El celibato no es simplemente un requisito para la ordenación. Aunque esté asociado al sacerdocio, es una vocación distinta. Los que se preparan para el sacerdocio tienen que ser llamados al celibato y a las otras órdenes sagradas.

En el seminario es necesario hacer un discernimiento de ambas vocaciones.

Ambas vocaciones comienzan como aspiraciones internas o "inspiraciones". Pero deben ser confirmadas primero por la autoridad del seminario y finalmente por el obispo. Después, el obispo llama al individuo para la ordenación. Sin esta llamada él no tiene vocación.

El celibato es un don de Dios que debe ser aceptado libremente. Por eso la Iglesia no impone y no puede imponer el celibato, más bien busca este don en aquellos que llama al sacerdocio. Algunos quisieran eliminar el celibato en vista de las transgresiones. Pero ésta no es una solución, de la misma manera que la abolición del matrimonio no sería la solución al divorcio y a la infidelidad.

Debemos más bien concentrarnos en preparar a los seminaristas a vivir el celibato.

Al respecto se adelantan las siguientes sugerencias; a) los seminarios y los estudios de formación deben explicar el sacerdocio como una vocación distinta; b) los seminaristas deberán encontrarse con un director espiritual competente al menos una vez al mes; c) los seminaristas deben ser ayudados a desarrollar una vida de oración; d) ellos deben ser animados a formar sólidas amistades sacerdotales; f) deben desarrollar un fuerte sentido de autorrealización; g) deben practicar la autodisciplina.


Mons. Norbert Wendelin Mtega, 
Obispo de Iringa (Tanzania)

El celibato parte integrante de la vida sacerdotal

Soy del parecer que si el celibato se ha convertido en un grave problema en la Iglesia actual, tal realidad indica un debilitamiento en la vida de fe y de nuestra Iglesia y, sobre todo, en la fe de quienes viven una vida consagrada a Dios. Es un signo de la decadencia de los valores morales en nuestra sociedad.

Ante esta situación tenemos que transmitir a los candidatos una fe y un amor auténticos a Cristo, y a los ya ordenados les hemos de ayudar a que crezcan en esa fe y ese amor a Cristo y a la Iglesia; y entonces afrontaremos el problema del celibato en sus raíces.

Los obispos de la AMECEA están convencidos que:


a) el celibato debe seguir formando parte integrante y condición de la vocación y de la vida del sacerdote católico. A decir verdad, nuestros laicos apoyan el celibato como una de las características prominentes de la identidad del sacerdote católico. No logran, en efecto, imaginar que alguien que ha abrazado el celibato pueda casarse. Según ellos, uno es llamado a ser un sacerdote fiel al celibato o bien no debe convertirse en un sacerdote que en seguida traicionará el celibato. No logran concebir un sacerdote católico casado. Nuestra gente anhela sacerdotes santos y célibes.

b) Una solución demasiado fácil de la cuestión del celibato podría en un futuro conducir a la Iglesia a una crisis mucho más grave aún. Un peligro análogo constituye una visión secularizada y meramente humanística del sacerdocio, o sea una insistencia excesiva en el servicio al pueblo descuidando la dimensión sagrada y sacramental. Que el Sínodo subraye por lo tanto lo sagrado del sacerdocio y por consiguiente la santidad del sacerdote.


Mons. Ignacio De Orbegozo y Goicochea, 
Obispo de Chiclayo (Perú)

Formación para el celibato sacerdotal

a) Pablo VI llamó "perla brillante de la diadema de la Iglesia" a la tradición del celibato sacerdotal. Esta "ley de oro" de la Iglesia latina es comprensible en su plenitud solamente a la luz de la verdad que es Cristo. Es necesario que la formación de los futuros sacerdotes, siendo respetuosa de la libertad humana, permita una decisión completamente madura en la respuesta afirmativa al don de Dios.

b) La razón de ser del celibato sacerdotal debe quedar clara en la mente de los candidatos al sacerdocio. Se trata, ante todo, de la aceptación de un don, con el compromiso de la fidelidad, que debe ser entendida como "amor superior por la vida nueva que brota del misterio pascual", una "respuesta de amor al amor de Cristo", la cual es inicio de la plena donación personal que tendrá lugar en la vida eterna.

c) Sin un conocimiento claro de lo que es una vocación divina se terminaría por concebir el celibato como una imposición presuntuosa y arbitraria de la autoridad de la Iglesia. En cambio, como ha asegurado el Concilio Vaticano II, "el celibato tiene una gran conformidad con el sacerdocio". El celibato "lleva sobre todo la impronta de la semejanza con Cristo", configura de manera específica a Cristo sacerdote y es en esta perspectiva como lo ha entendido siempre la tradición más antigua de la Iglesia.

d) Corresponder al don del celibato es posible con el uso de medios sobrenaturales -la oración, la vida eucarística, la recepción frecuente del sacramento de la penitencia, la devoción a la Santísima Virgen- acompañados de prácticas ascéticas para hacer frente a las tentaciones, y todavía más en los tiempos presentes en que parecen multiplicarse las incitaciones a la sensualidad y se hace más necesaria una vigilancia prudente y exigente.

e) Se debe además enseñar a los seminaristas de manera práctica y con la ayuda del ejemplo de los formadores, el ejercicio de la virtud fundamental para vivir el celibato: la caridad, la sinceridad en la dirección espiritual, la abnegación, la humildad, la obediencia, la prudencia, el pudor... La práctica de estas y de otras virtudes cristianas es imprescindible para que la castidad pueda crecer como una conquista afanosa. En tal contexto se podrá tomar conciencia con lucidez y serenidad de los peligros que el candidato al sacerdocio tiene y tendrá que afrontar. Conseguir el necesario equilibrio psicofísico sería imposible sin el crecimiento armonioso de la vida virtuosa.

f) Será de gran utilidad al seminarista el ejemplo de tantos santos de todos los tiempos que han practicado la virtud de la castidad en grado heroico; cómo han superado peligros y tentaciones, cómo se han apoyado en la ayuda de la gracia divina, que nunca falta, cómo -y se presenta como una constante en la vida de los santos- han sido siempre prudentes en las relaciones con las personas del otro sexo sin permitir familiaridad alguna. Esta última, en particular, es una exigencia plenamente actual.


Mons. Gilberto Agustoni,
Secretario de la Congregación pura el Clero

En los días transcurrirlos más de una vez se ha hablado en esta aula del celibato sacerdotal, y se ha hecho así oportunamente, habiendo sido considerado por este Sínodo bajo su aspecto formal, es decir, el de la formación de los candidatos al sacerdocio y el de la formación permanente de los presbíteros.

No quiero cansaros, venerados hermanos, repitiendo cosas clarísimas. Quiero decir, en cambio, una palabra sobre la importancia de la cuestión del celibato en la formación presbiteral.

El celibato está constituido en cierto modo de dos elementos, de los cuales a uno lo llamaré simplemente sexual, y al otro "don" o carismático, como hoy se le prefiere llamar.

El elemento sexual proviene de la naturaleza, porque Dios ha creado al hombre macho y hembra, y viniendo de la naturaleza abarca a todo el hombre, sus fuerzas físicas y también espirituales, pues el alma se vale del cuerpo como de un instrumento conjunto. De aquí la gran importancia de la sexualidad en la vida de los hombres y de la sociedad, sin que por esto estemos de acuerdo con las teorías del famosísimo maestro Sigmund Freud. Bajo este aspecto, por lo tanto, la educación a la castidad es equiparada a la educación al celibato, es decir a una vida honesta en cuanto a la moralidad. Por esto, los educadores no deben exaltar los aspectos gravosos del celibato, como sucede no raras veces cuando en la formación prevalece la teoría antropológica. Esto vale también respecto a peligros más graves y amenazantes que en la sociedad de nuestro tiempo se oponen a un modo honesto de vivir.

Cuando, en cambio, debe hacerse una reflexión sobre la castidad perfecta, entonces ya no se trata de un problema puramente antropológico; es el otro elemento, o sea el carismático, el que ejerce su influencia, porque se está delante de un hombre al cual el Espíritu ya le ha abierto los oídos a fin de que escuche la voz del Maestro que llama a su seguimiento. Desde ese momento la educación al celibato entra en una obra integral de formación, que es una obra unitaria, como muchas veces ha sido dicho magníficamente bien en esta aula.

No hay duda de que en nuestros tiempos las circunstancias particulares oponen mayor dificultad al deseo y a la práctica de la castidad perfecta. Esto les está claro también a los educadores, razón por la cual deben proporcionar a sus discípulos remedios adecuados para superarla. Tales remedios nos son transmitidos por tradiciones seculares de maestros espirituales y principalmente por el ejemplo de los santos. Sin embargo estimo con cautela la eficacia de las novedades que se proponen como adecuadas a tiempos nuevos: por ejemplo, la intervención constante del psicólogo, una disciplina "más abierta" como dicen, una conversación más frecuente con las mujeres y otras cosas similares.

En este punto se deben recordar algunas realidades bien claras. La naturaleza humana es una naturaleza empobrecida, ha sido restaurada por Cristo Señor, pero ha quedado frágil. Ya en la época del divino Maestro el mundo estaba poseído por el maligno y no obstante aquello él propuso a sus discípulos la castidad por el reino. Es más, a los Apóstoles y especialmente a Pedro, que había manifestado perplejidad, por un lado respondió que aquello que es imposible al hombre le es posible a Dios, y por otro prometió que recibirían el céntuplo aquellos que se atrevieran a seguirlo en el camino de la castidad perfecta.

Hoy los educadores ¿no resaltan quizá de preferencia lo que el celibato prohíbe y, en cambio, se preocupan menos de proclamar el valor no sólo sobrenatural sino también humano de la castidad? Por eso quisiera repetir, en lo que respecta a los educadores, aquello que hemos escuchado en esta aula referente a los profesores. Es necesario que ellos, en primer lugar crean con fe firme en la práctica perfecta de la castidad, den testimonio de su fe y finalmente, la expongan a los discípulos como un don divino que hay que apreciar.

La reflexión sobre el celibato puede exponer a otros al peligro si se hace con intención oculta, la cual a primera vista no parece querer combatirlo; o sí, en el mejor de los casos, se le propone como opcional, al considerarlo asunto puramente disciplinario o jurídico. Se trata de la promoción al orden del presbiterado de hombres casados de edad avanzada y de vida honesta: asunto que se vuelve a proponer, aunque inoportunamente.

En realidad se estaría poniendo el fundamento de una Iglesia distinta de aquella que fundó Cristo: se cambia, en efecto, la naturaleza del sacerdocio jerárquico con el pretexto de la falta de ministros o de la dificultad de observar el celibato impuesto por la ley. Se configura una Iglesia en la cual los oficios y ministerios son determinados por las necesidades de los fieles o por los deseos de la comunidad, esto es, por los servicios que hay que prestar según la fórmula dictada por la ley: tantos ministros cuántos ministerios. Se trataría, empero, de ministros a los cuales comúnmente se les llama "funcionarios"... Aquí se ha sustraído del olvido cuánto nos enseñó al inicio del Concilio, con la doctrina y la pericia que lo distingue, el eminentísimo cardenal Ratzinger acerca del origen del ministerio jerárquico en la Iglesia. Según mi más modesto parecer yo creo, que en aquellos auspicios hay sólo un incuestionable absurdo. En efecto, mientras el Sumo Pontífice convoca a los obispos de todo el mundo para consultar acerca de las graves cuestiones de la formación de los presbíteros, en algunos países del mundo, en las plazas y en los pueblos estarían a disposición, según el parecer de los innovadores, ministros idóneos para sus oficios.


Mons. Stanislao Nowak,
Obispo de Czestochowa (Polonia)

En primer lugar, el candidato al sacerdocio, gracias al sacramento de la penitencia, participa en la alabanza de Dios por su misericordia y así marca él mismo su vida con el espíritu de misericordia respecto a los otros. En segundo lugar, él encuentra en este sacramento las mejores posibilidades para la dirección espiritual y para el discernimiento de su vocación. Allí encuentra, además, no solamente la persona de Jesucristo sino también la persona del padre y del hermano, del pastor y médico, del profeta y maestro, del hombre de fe, tan necesarios para el joven que quiere comprometerse en el celibato consagrado para toda su vida.
Cardenal Jean-Marie Lustiger, 
Arzobispo de París (Francia)

Con el pleno respeto a las tradiciones y a la disciplina de las Iglesias de Oriente y de Occidente, el Vaticano II y los documentos ulteriores del Magisterio han puesto decididamente en el origen del ministerio sacerdotal una vocación divina a la santidad. La Iglesia elige y ordena sacerdotes entre aquellos que Dios ha llamado a una consagración total de su vida por el reino. El amor de la pobreza que implica la anulación de los beneficios eclesiásticos, la libre y gozosa disponibilidad para el ministerio, que conlleva la promesa de obediencia al obispo, la castidad y el celibato, en particular en la Iglesia latina, señalan para nuestro tiempo, una vocación profética a la cual nadie puede pretender, si no la recibe de Dios y si no le corresponde con la fidelidad a la gracia. El ha comprometido enérgicamente a toda la Iglesia en un acto de fe en el cual lo funcional -los cargos que asumir- está subordinado a la gratuidad de los dones de Dios y a su santificación mediante la Iglesia. Será necesario extraer decididamente las consecuencias para la formación de los sacerdotes.


Mons. Gaidon Maurice, 
Obispo de Cahors (Francia)

Ellos (acompañantes y guías espirituales de los institutos de formación) deben esforzarse en poner de relieve la conveniencia entre el sacerdocio como consagración de todo el ser a Cristo Buen Pastor y el signo más evidente de esta consagración que es el celibato.

Como se dice en el n. 35 del Instrumentum laboris, el celibato no es "simple norma jurídica" sino es "amor indiviso a Cristo y a su Iglesia".

Hablar de "ley del celibato" como todavía se hace con demasiada frecuencia, es como detenerse en una presentación mutilada de aquello que es, en realidad, un mandamiento del Espíritu Santo para unir el ministerio sacerdotal a un don total que le da al sacerdote una dimensión mística: aquella que invita al presbítero a tomar su puesto en el linaje de los numerosos testigos del Amor, "Ese que está herido y cuyo corazón se abre como fuego ardiente de caridad".

Muchos jóvenes que han vivido sus años de preparación en Paray, al acercarse a Cristo mediante la contemplación han comprendido cuánto los ha ayudado a entender mejor por qué la Iglesia les pide apoyar todo su amor en el Señor, vivir su ministerio en la "humildad y en la dulzura del corazón" de Cristo y generar espiritualmente con la palabra y con los sacramentos, la humanidad nueva que tiene su origen "no de la sangre ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre sino de Dios" (Jn 1,13).

Muchos otros motivos de conveniencia podrían exponerse aquí, permítanme por eso remitirlos nuevamente a la Encíclica Sacerdotalis coelibatus de Pablo VI, que sigue siendo un documento muy poco conocido y que merece ser redescubierto, meditado y comentado.


Mons. Vitale Komenan,
Obispo de Bouaké (Costa de Marfil)

El testimonio de vida pasa a través del celibato y la castidad perfecta, flor dulce y bella, signo de gratuidad y de disponibilidad.


Padre Marcial Maciel Degollado, lc,
Director General de los Legionarios de Cristo

Creo que sólo el sacerdote que ama a Cristo con un corazón indiviso alcanzará la madurez afectiva y vivirá con alegría fecunda su celibato sacerdotal. En este campo, querer obtener la madurez afectiva exponiendo a los futuros sacerdotes -imprudentemente y no necesariamente- a los peligros de la sociedad hedonista es una injusticia; así como también lo es querer que maduren encerrados entre cuatro paredes. Un estudio estadístico que realizamos en 1985 con tres mil sacerdotes nos mostró que el ochenta por ciento de aquellos que han abandonado el ministerio después del Concilio, entre los 30 y 70 años de edad, incluidos superiores provinciales, superiores generales y obispos, atribuyen su decisión a la soledad del corazón más que a las exigencias sexuales.


Mons. Ricardo María Carles Gordó, 
Arzobispo de Barcelona (España)

Una palabra acerca del celibato consagrado como motivo vocacional.

Los seminaristas mayores que he conocido y que conozco, ven en el celibato un signo, una consecuencia y una realización de eso que para ellos es un motivo vital: quieren consagrar su vida, toda y radicalmente al amor del Señor; estar con él y estar al servicio de los hermanos para la evangelización y la santificación (cfr. Mc 3,13). Si esta vocación sacerdotal no comportase una dedicación radical no la tomarían en cuenta.

El paso que dan en su compromiso con la evangelización que ya realizan como laicos responsables, el sacerdocio, no lo hacen sólo para evangelizar a tiempo completo, ni tampoco -al menos como causa principal de su decisión- por la posibilidad de realizar acciones cultuales o sacramentales, sino como una decisión que les compromete, precisamente también por el celibato, en un seguimiento de Jesús más cercano y más íntimo con la especial configuración al Señor que se alcanza en el celibato consagrado. Jesucristo y su modo de vida -no sólo su ministerio- les atrae y les fascina para vivir como él.

El amor al Señor, la imitación de su vida, es el verdadero motivo del celibato, si bien en los sacerdotes diocesanos seculares el origen del celibato sea, al mismo tiempo, ministerial. Todos sabernos que una vocación relajada en sus exigencias, aunque al principio aparentemente pueda ser más fácil de presentar, de hecho no conquista. Y ésta es la experiencia que ha recorrido la historia de la Iglesia también en estos últimos años. Por tanto, entre los motivos vocacionales, nosotros los sacerdotes debemos presentar con alegría a los jóvenes y a la comunidad cristiana, en la predicación y en la catequesis, lo que es y significa para la Iglesia y para la persona, que se decide a aceptar este don de Dios, el don del celibato consagrado.


-Continuará- 


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